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Hábiles en el vuelo, los llamados cuervos de cabeza roja, que en realidad son buitres, pueden aprovechar las corrientes de aire caliente para permanecer largo rato casi sin batir las alas.

Cerros con paisaje de historia

4 minutos de lectura
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Una gran variedad de animales habita el Parque Nacional San Miguel, en Rocha, desde los bañados y la franja de árboles, entre los que sobresalen las palmeras pindó, hasta las zonas más altas de los cerros, con una vegetación de pastos bajos y cactus.

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El relieve de nuestro país es bastante menos chato que en las descripciones de tiempos escolares que algunos recordamos. Hay serranías y quebradas, que generan alturas y paisajes diferentes que vale la pena conocer.

En el bañado vive el gorgojo de caraguatá, que usa su prolongado rostro para alimentarse de las hojas de esa planta.

Rumbeando para el este y a pocos kilómetros de la frontera con Brasil, se puede llegar al Parque Nacional San Miguel, que es una de las zonas incluidas en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas. Allí hay una combinación muy interesante de paisajes: ríos, montes serranos, pradera y bañados, todos muy cerca y conectados entre sí. En ese lugar podemos encontrar el Cerro Picudo, que se levanta como un mirador natural, rodeado de un hermoso bosque nativo y con una de las vistas más lindas de Rocha.

Camino a Brasil por la ruta 19 encontramos la salida que va al Fuerte de San Miguel, con un camino que está muy bien señalizado.

Inquieto y en constante movimiento, el tiquitiqui debe su nombre a la rápida sucesión de notas agudas de su canto.

Desde allí se puede caminar o ir en auto, si no ha llovido recientemente, y es posible también hacer el paseo a caballo.

Al ir hacia el cerro se puede pasar por el fuerte y hacer un repaso de la historia del lugar, que data de la época en que Portugal y España se peleaban por el dominio de esos territorios. El fuerte es testigo de sus intentos de controlar la zona. Fue fundado en 1737 y pasó varias veces de manos entre españoles y portugueses, pero finalmente fue abandonado, hasta su reconstrucción, en 1933.

En su nido, una plataforma de ramas, el macho y la hembra de la pava de monte comparten la incubación y la crianza de los pollos.

No hace falta ser un atleta para subir el cerro. Se puede llegar a la cima en unos 15 minutos, sin apuro, disfrutando el paisaje y las plantas y los animales que se ven al paso. Es posible ascender sin perderse siguiendo una senda marcada con flechas pintadas sobre las rocas.

En estos casos es mejor no salir del sendero, para alterar lo menos posible la naturaleza que lo rodea.

Entre árboles que dan sombra y grupos de cactus sobre las rocas, durante la subida se puede ver a los cuervos de cabeza roja sobrevolando en círculos el lugar, buscando desde lo alto algo de carroña.

Para reproducirse, el macho de la rana de bigotes excava una pequeña cámara en la tierra en la que se depositan los huevos.

Al llegar arriba, se aprecia en todo su esplendor el paisaje. Se ve el pueblo 18 de Julio, el arroyo San Miguel corriendo sinuosamente, las lagunas, los bañados, las palmeras y los tupidos montes que rodean el cerro. En la apretada franja de árboles se puede encontrar palos de fierro, coronillas, tembetaríes, además de guayabos, arrayanes y arueras.

Esta es también una de las mejores zonas para apreciar las palmeras pindó. Esta especie, que puede llegar a los 15 metros de altura, tiene tronco liso y flores muy buscadas por las abejas. Es una palmera típica de quebradas y sierras, donde crece entre los montes nativos y sobresale por su altura entre los árboles.

Uno de los muchos animales que comen sus frutos es el zorro de campo, que incorpora a su dieta bastante más elementos vegetales que lo que muchos piensan. Después de digerir los frutos de pindó, contribuye a dispersar las semillas, llevándolas a nuevos rincones del cerro.

El monte serrano es muy variable, con grandes cambios en la vegetación, que se va transformando de acuerdo con la altura y con el tipo de suelo: hay zonas rocosas, y otras en las que hay más tierra como para asentar raíces profundas. Hay áreas de arbustos y matorrales de mediana altura y otras más densas, con árboles altos y palmeras, y en la cima predominan los grupos de cactus y las pequeñas matas de pasto.

Donde hay árboles altos podemos encontrar a la pava de monte, un ave grande y de plumaje oscuro, muy reconocible por su pliegue de piel roja bajo la garganta. Si bien baja con frecuencia a buscar frutas, brotes y hojas, prefiere estar cerca de donde haya ramas altas, para volar a refugiarse si hay peligro. A estas aves les gusta andar en pareja o en grupos, y por la tarde se las puede escuchar cantando, en un duelo de sonido que se siente desde muy lejos.

En otras ramas, y entre arbustos de menor altura, se encuentra una infinidad de pájaros, desde coloridos naranjeros y churrinches a la tímida viudita blanca. A todas las horas del día se siente el aleteo de aves de distintos tamaños que van y vienen por el monte buscando frutas, semillas o insectos.

Desde su rama, la viudita blanca vigila, a pesar del viento, lista a lanzarse sobre cualquier insecto que pase volando.

La abundancia de rocas significa multitud de posibles cuevas para escondite de animales, desde lagartos, zorrillos y hurones a mulitas y zorros. Los mamíferos, sobre todo, se esconden durante las horas de sol más intenso y salen de tardecita a buscar algo de alimento.

El zorrillo no quiere arriesgarse, y si llega a tener un encuentro incómodo con un zorro o un gato montés puede usar el olor sumamente desagradable que emiten sus glándulas, y que es capaz de lanzar hasta dos metros de distancia, para dejar al posible predador con muy pocas ganas de acercarse. El olor puede permanecer hasta dos semanas sobre la criatura que se exponga a esta lluvia olorosa.

Es difícil ver al gato montés durante el día, cuando descansa escondido entre ramas de algún árbol frondoso.

Buena parte de la superficie del parque se encuentra cubierta por monte indígena, con áreas de matorrales y gramíneas en las zonas planas que separan los cerros. Los bañados, que se pueden ver desde lo alto del cerro, son un lugar vital para que muchas aves hagan sus nidos y encuentren alimento. Allí abajo, entre juncos y pajonales, hay una gran abundancia de insectos, renacuajos, pequeños peces, arañas, ranas, culebras, brotes y semillas, y de esa despensa viva se alimenta todo tipo de aves.

Mirando con atención podremos ver garzas, cuervillos, benteveos, gallinetas, chajás y cigüeñas, entre otras especies vinculadas al medio acuático. Buena parte de ellas cuenta con patas muy largas, para poder moverse en terrenos inundados sin contratiempos.

Además de aves, el agua hace natural la presencia de anfibios. Uno de ellos es la rana de bigotes, de aspecto regordete y con gruesas líneas negras en el hocico que explican su nombre. Las ranas de esta especie, cuya hembra es más grande que el macho, suelen esconderse entre los arbustos cerca de lagunas y salir a cazar después del atardecer. Atrapan insectos y otros invertebrados, con cierta preferencia por termitas, hormigas y escarabajos.

La postura alerta de este zorrillo nos dice que es mejor alejarse antes de que decida bañarnos con su olor.

En la base del cerro se encuentra la llamada Cueva del Tigre, donde se dice que hay marcas de garras de jaguares en las piedras. Estos felinos ya no se encuentran en nuestro territorio, pero se pasean por estas tierras el margay y los gatos monteses, que con las aves y los roedores del lugar tienen abundancia de presas. Un observador atento y con buena suerte puede llegar a tener la visión fugaz de un felino moviéndose en el monte del cerro, ya con las últimas luces del día.

La gran variedad de ambientes, rincones y escondites de las sierras de San Miguel y el entorno del Cerro Picudo hace de este un lugar de enorme diversidad en criaturas que se arrastran, saltan o vuelan sobre el terreno, privilegiado para quienes gusten de apreciar la naturaleza sin apuro y sentarse en la calma de un grupo de rocas en la cima de un cerro y sentirse parte, al menos por un rato.

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