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A los lados del arroyo se forman lagunas tranquilas donde las aves buscan comida.

Foto: Archivo de De la Raíz Films

Desembocadura del arroyo Maldonado: Ecología al borde del puente

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Además de hospedar una gran variedad de fauna local y migrante, el humedal que se forma en la confluencia de los arroyos Maldonado y San Carlos contribuye a mantener un ecosistema complejo, pero no del todo protegido.

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Casi siempre uno se acuerda de este arroyo cuando cruza el famoso puente de La Barra, con sus dos saltos como de montaña rusa y sus respectivos hormigueos en el estómago, pero en ese momento debajo de nosotros sólo está el último tramo de un curso de agua que tiene un recorrido bastante extenso y mucha vida en sus orillas.

El arroyo Maldonado nace en la zona del cerro Catedral y recorre de norte a sur casi todo el departamento homónimo. Cuando se une al arroyo San Carlos, su caudal genera en su camino hacia el mar un humedal de 25 kilómetros de largo, con islas, lagunas y canales. Al estar cerca de la desembocadura, se trata de un humedal en el que la salinidad del agua varía de acuerdo a corrientes, lluvias y mareas, y sus animales y plantas han aprendido a adaptarse a estas variaciones diarias.

Playeros de patas amarillas, una de las muchas especies que vienen desde muy lejos para nutrirse de la oferta alimenticia del bañado.

Foto: Archivo de De la Raíz Films

Los humedales son ecosistemas muy ricos, y en esta zona se han registrado más de 200 especies de aves, lo que da un indicio de la gran diversidad biológica que alberga. No todas viven allí permanentemente: hay muchas aves migratorias que llegan del norte a alimentarse o recuperar fuerzas en medio de un viaje y se quedan en nuestro país sólo unos meses.

Algunas, como los chorlitos, los playeros y los gaviotines, pueden recorrer miles de kilómetros para llegar a estas costas. A lo largo del humedal, el agua muchas veces sale del cauce del arroyo y se va abriendo hacia los lados, formando pequeñas lagunas, de poca profundidad, donde muchas aves van a buscar alimento. Ahí hay gusanos, insectos, renacuajos, larvas de cangrejo, pequeños peces, camarones: todo un variado y abundante menú que hace que muchas aves lo tengan como destino en sus rutas migratorias.

Coscorobas en el agua y biguás en los postes.

Foto: Archivo de De la Raíz Films

En las orillas hay juncos, espartillas y caraguatás, plantas que funcionan como una avanzada vegetal que se fija al suelo con sus raíces y consolida una estructura de superficie casi permanente, más allá de los cambios de nivel del agua.

En esa zona del bañado, ya cerca del agua salada, abundan los cangrejos excavadores, la especie más corpulenta de las que habitan en la zona. Se los puede ver en la orilla buscando comida o asomándose a la entrada de sus cuevas. Cumplen un importante papel como basureros del humedal, ya que limpian restos vegetales y animales. Si un pez muerto llega a la orilla, pronto se verá cubierto por decenas de cangrejos, que lo devorarán completamente.

El tero real es un residente permanente de nuestro país, siempre en ambientes acuáticos, donde aprovecha sus largas patas para moverse sin problemas mientras busca comida.

Foto: Archivo de De la Raíz Films

Una rama que sobresale del agua es ideal para ser usada como “percha”, lugar donde una garza se posa regularmente para capturar su comida o descansar.

Foto: Archivo de De la Raíz Films

En una zona aparte, y un poquito más lejos del agua, encontramos a los cangrejos violinistas, más pequeños, pero de gran colorido. Lo llamativo de esta especie es que el macho tiene dos pinzas con una diferencia inusual de tamaño: una muy pequeña, que usa para agarrar restos vegetales y carroña, de lo que se alimenta, y otra enorme, a veces más grande que el propio cuerpo, de color rojo brillante, que usa para hacer señales de cortejo a las hembras, exhibir su poderío y pelear con otros machos. Estos cangrejos viven en colonias, pero cada individuo escarba su propia cueva, de unos 20 centímetros de profundidad. Muchas veces es dentro de estas cuevas donde se produce la cópula. Pero además de dar refugio a los cangrejos, las cuevas sirven para retener agua y materia orgánica, que juega un rol importante en el ecosistema: ayuda a que se establezcan juncos y otras plantas.

Benteveo real.

Foto: Archivo de De la Raíz Films

Unas cuantas especies de aves acuáticas, como las gaviotas, los macás y las garzas, se ven atraídas por la presencia de los cangrejos, ya que estos forman parte de su dieta. La gaviota cangrejera, por ejemplo, una especie sudamericana en peligro de extinción, basa su alimentación en ellos.

Nos guste o no, para fotografiar a los cangrejos no hay más remedio que tirarse en el barro boca abajo, con la cámara lo más cerca posible del piso, y quedarse quieto durante una hora para que agarren confianza, salgan de sus cuevas y muestren sus comportamientos sin inhibiciones.

Con el pico pegado a la superficie, un rayador vuela atento a si aparece un pez, al que captura al instante usando la mitad inferior del pico, más larga que la mitad superior.

Foto: Archivo de De la Raíz Films

Muchos peces conocidos por los pescadores y que forman parte de la oferta gastronómica del lugar se mueven en esta zona, y pasan del agua salada hacia la dulce o viceversa ya sea para comer, esconderse o poner sus huevos. Lisas, pejerreyes, corvinas y lenguados, entre otros, surcan continuamente las aguas del arroyo. Muchas especies desovan en el bañado, en aguas dulces o salobres, y las larvas pasan allí sus primeros tiempos, para trasladarse al mar conforme van creciendo.

En el bañado se juntan aves autóctonas con otras visitantes que hacen un alto en sus migraciones; todas comparten el hábitat y buscan un alimento específico.

Foto: Archivo de De la Raíz Films

Cerca de la orilla del arroyo, en zonas de suelo más firme, puede encontrarse algún que otro árbol, tal vez un sauce o un ceibo. Y posado en sus ramas se puede ver, entre otros, al benteveo real, que desde ahí vigila, atento, el paso de insectos para lanzarse en un parpadeo y atraparlos al vuelo. Aunque es muy fácil de ver y abundante, esta es otra ave que no vive todo el año en Uruguay: es una especie migratoria que llega al país para reproducirse a partir de octubre, aprovechando los meses cálidos, y se queda hasta marzo o abril.

Como otros peces que se mueven en desembocaduras, los pejerreyes pueden pasar de agua dulce a agua salada sin mucho problema, y se alimentan tanto en una como en otra.

Foto: Archivo de De la Raíz Films

En las zonas de monte con vegetación tupida se esconde el mano pelada, un mamífero tímido y más bien nocturno que se acerca al bañado a cazar cangrejos y peces. Por ahí también se esconde el lobito de río, gran nadador y cazador de peces, que hace sus cuevas en los barrancos junto al agua.

Cuando el arroyo, siguiendo su camino, cruza el puente, sobre unos bancos de arena que por momentos pasan a ser pequeñas islas se puede ver a veces grupos de flamencos. Ahí es posible apreciar tanto a adultos, de color rosado fuerte, como a juveniles, de plumaje más grisáceo, a los que puede llevarles más de dos años alcanzar el tono colorido de los ejemplares desarrollados. Estos flamencos no se reproducen en nuestro país, sino que vienen a disfrutar la abundancia de pequeños crustáceos, que comen usando su pico, equipado con un filtro que posee unas láminas que recuerdan a un peine, que retienen a los invertebrados pero dejan salir el agua.

Un adulto de gaviotín de pico amarillo trae un pescado a uno joven, que, si bien ya es casi independiente, continúa recibiendo alimento de sus padres.

Foto: Archivo de De la Raíz Films

Este fantástico ambiente, lugar de alimentación, descanso y cría de tantas especies, es muy importante en lo que respecta a la conservación. Para ayudar a proteger el arroyo y sus bañados, en 2015 se estableció un ecoparque municipal que cubre 800 hectáreas, con el objetivo de cuidar el ecosistema y su biodiversidad.

Si bien en la actualidad no hay guardaparques trabajando y recorriendo el territorio, se espera que en esta administración se instrumente un sistema de monitoreo, seguimiento y rondas para poder asistir a los visitantes en sus paseos y asegurar que se cumplan las disposiciones que hacen a la protección del medioambiente.

Los duelos de estos violinistas machos pueden durar horas. Como se ve en la foto, la pinza grande puede ser tanto la izquierda como la derecha.

Foto: Archivo de De la Raíz Films

Como muchos otros humedales, el del arroyo Maldonado genera varios beneficios, conocidos como “servicios ecosistémicos”. Junto con su rol de amortiguador de inundaciones y limitante de la erosión, el bañado hace un gran trabajo de filtrado de buena parte de la contaminación producida en el entorno urbano de Punta del Este, San Carlos, La Barra y Manantiales, al procesar biológicamente muchos desechos que van al agua.

Importante biológicamente como ecosistema, une tierra y mar, agua salada y agua dulce, y por ser una reserva alimenticia enorme, tanto para los animales como para los humanos, estos bañados deben ser conservados para proteger su biodiversidad. Además, es un paisaje hermoso para pasear y avistar una gran variedad de fauna.

El desafío es mantener en buen estado un ecosistema que se encuentra en un entorno turístico con mucha afluencia de público, que además está rodeado de poblaciones importantes y en permanente desarrollo. Una vez más los turistas, los residentes y las autoridades deberán enfrentar el frágil equilibrio entre desarrollo y conservación, en el que la naturaleza no siempre tiene las de ganar.

Un grupo de flamencos se alimenta de pequeños crustáceos, en el último tramo del arroyo antes de llegar al mar.

Foto: Archivo de De la Raíz Films

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