Ingresá

Ilustración: Otra Paola

La estupidez

14 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

El relato de Bruno Cancio que llegó tarde a Cuentos de la peste, de Fin de Siglo.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

En junio de 2020, cuando la pandemia todavía era una novedad en sí misma, la editorial Fin de Siglo publicó Cuentos de la peste, pero este relato de Bruno Cancio llegó tarde a la integración de la antología. Es, por su extensión, un cambio en lo que el autor—también psicólogo— viene publicando hasta ahora, dominado por las formas breves: aforismos en Extractos de limón (2016), microrrelatos en Vodka shots (2018) y la novela hilada por capítulos mínimos Ella (2019).

La ves sentarse y hacer un paneo del bar. “Ni Fede, ni el hermano de Fede, ni ningún amigo de Fede”, la escuchás pensar aliviada. Notás que está nerviosa, con la cuestión en el pecho que en el fondo sabe que le gusta y era una de las cosas que no quería que faltaran en su vida. La sentís criticarse el estar pendiente de Fede cuando ya pasaron casi cuatro meses y, acto seguido, culpar al sueño de anoche, la imagen de Oliveira moviendo las patitas y ladrando mientras ella lo mataba a palazos. Percibís su tentación, las ganas de irse a la mierda, de prender la estufa a pesar de que haga calor y dormirse toda tapadita en posición fetal mientras escucha el Unplugged del Flaco. Pero notás que levanta la cabeza y lo ve avanzar, suelto y sonriente, casi bailando, como si una cinta de aeropuerto le impulsara los Converse. Te das cuenta de que se conocen pero están más cagados que si no se conocieran. “Vos debés ser Mariel, ¿no?”, lo escuchás romper el hielo. “Sí, esperá, esperá… vos sos profesor de bachata, ¿no?”. “¡Mierda! Otra mina con telepatía. ¡Siempre me pasa lo mismo!”, lo oís cancherear. “Y… si activás el Happn cuando estás en la academia de los X-Men después no te quejes”, sentís que dice entre risas, asombrada de lo chispeante que se puso la cosa. Te das cuenta de que a él le encanta cómo está vestida, que lo mata ese conjuntito de diseño con medias negras y championes Vans, que se muere de ganas de cogérsela, que no para de asombrarse de que hacerse profe de bachata haya garpado tanto.

Te movés a la mesa de al lado, donde dos amigos charlan, y notás que hay uno que la está pasando horrible. Lo sentís conversar con desgano mientras casi que reza por que el Tato mande un mensaje avisando que no viene. “505, 510, 515, 520, 525, 530”, lo escuchás pensar mientras su amigo imita con gesto sobreactuado a la vieja que alquila la sala de teatro en la que parece estar ensayando una obra. Captás que se pierde y tiene que empezar de nuevo, “5, 10, 15, van a pensar que soy puto y que siempre estuve enamorado del Tato, 20, 25, ¡qué pija!”, lo oís torturarse mentalmente. “Por qué mierda tuve que tomar esa poronga”, escuchás que piensa mientras le festeja la actuacioncita guasa a su amigo.

Avanzás hacia la barra para divisar a un joven mal acodado que está meta tomar whiskola. Lo ves sacarse una selfie con el trago y mandarla a varios grupos de whatsapp. Observás su sonrisa cuando le responden primero su madre y después el Guille. Percibís cómo su incomodidad ha disminuido y todo el bolichito pasa a ser menos extraño. Notás cómo se envalentona hasta el punto de hablarle al dueño del bar, que no le da mucha pelota, y contarle sonriente que le encantan Los Buitres y los vio en vivo en la Semana de la Cerveza.

Seguís al dueño mientras ingresa a un cuarto chiquitito ubicado al fondo del boliche, donde encontrás a una veinteañera en bombacha y musculosa Prili. Notás que tiene los ojos morados. Te quedás observando cómo subraya una fotocopia con flúor rosa. Olés humedad y también algo de hedor de mujer que suda poco pero no se bañó en unos cuantos días. Sentís cómo se reconforta cuando el dueño pone la mano en sus hombros, le da un beso en la cabeza y pregunta por el parcial. La escuchás responder, mimosa, que llega bien, repasa un poquito y ya está. “¿Te jode la música?”, oís que él le pregunta. “No, tranqui, tranqui, estoy acostumbrada a estudiar en contextos de guerra. Te espero despierta a que cierres y nos divertimos un rato”. Percibís seducción en el tono de su voz. Ves al dueño sonreír, hacerle una caricia y abandonar el cuartucho. Lo seguís y notás que, como acto reflejo, saca el celular del bolsillo y se encuentra con la foto de una nena durmiendo. “Planchó con el libro de Toy Story”, leés en la pantalla. Lo ves sonreír una sonrisa agridulce. Avanzás a su lado hasta la barra, acompañándolo al encuentro de una adolescente que pide dos Pilsen y una muzzarella grande para las mesas del cumpleaños. Hacia allí te dirigís.

En la cabecera te topás con una joven escuálida, vestidita de negro y con los ojos delineados, que charla a los gritos sobre un parcial de álgebra lineal. Notas cómo, de golpe, se queda quieta y para de hablar. Seguís su mirada y ves ingresar al boliche a una adolescente descalza que carga un skate, lo suelta y, con precisión de videojuego, se desliza esquivando sillas hasta llegar a la escuálida. Percibís que todos los ojos de la mesa van a parar a ella y observan cómo, cariñosa, despeina a su amiga al tiempo que con un certero movimiento logra volver a tener el skate bajo el brazo. “¡Feliz cumple a mi gótica favorita!”, la escuchás gritar mientras le tira de una oreja. “¿Qué hacés descalza, Anita?”. “Vengo en skate, boluda”, la oís responder con tono maternal, “Seba te manda saludos. Me pidió especialmente que te dijera que sos la preferida de mis amigas. Así que, chicas, se pueden poner celosas”. Notás en la escuálida una incomodidad que nadie nota. “Estás más gordita, ¡bien ahí!”, escuchás rematar a la joven del skate, antes de abandonar a su amiga y sentarse en la otra cabecera, al lado de dos chicas que miran con interés al muchachito del whiskola. Te quedás observando a la escuálida, que ahora se cree obesa, sentís sus ganas de ir a vomitar, la vergüenza por tener los brazos gordos, la papada en el cuello, las piernas de chancho. La ves sacar el celular y, para su asombro, encontrar una foto de su cara con la pija de Seba en la boca. Palpás cómo deja de sentirse gorda. Leés: “Feliz cumpleaños para la más linda de todas, la que mejor me sopla la vela”. Y la ves reírse en el preciso momento en que una adolescente llega a la mesa con su pareja. Observás a los recién llegados saludar a Escuálida sin que ella, celular en mano con foto abierta, pueda retirar la mirada de la pantalla. La tocás. Eliana presiona la opción compartir en feed de Instagram y, nerviosa, da clic en aceptar. Te quedás contemplando su desesperación, cómo entra vertiginosamente a la aplicación, balbucea “pará un segundo” a su amiga, que le quiere mostrar la remera de Evanescence que le trajo de regalo, y sonríe, conteniendo lágrimas, mientras logra poner el dedo en Borrar publicación. Abandonás la mesa.

Te das una vuelta por la cita y reencontrás al dueño del bar tomándoles el pedido. Observás cómo el profe de bachata duda si informar sobre los estudios por celiaquía y clamar vinito en lugar de cerveza. Lo tocás. “Dale, para mí también una IPA”, responde Felipe sonriente. “Y si estás para una pizzita te acompaño”, agrega a continuación. Notás que está arrepentido pero ya es tarde, el dueño del bar se aleja. Sentís cómo la conversación retorna a una sintonía previa. Los escuchás hablar de Rolón, a ella comentar que fue lo que la hizo estudiar psicología y a él repetir una y otra vez lo poco que leyó del susodicho como deber autoimpuesto para la preparación de la cita. Lo oís pensar que esa mina podría ser su novia; es linda, inteligente y sexy, lo que llama “la tríada del casorio”, una posible heredera de la ya lejanísima Sofía. Notás que ella, por varios minutos, parece haber olvidado a Fede y diserta sobre un libro de Zizek que empezó a leer la semana pasada. Percibís que a él lo angustia pensar si se la secará o no el tema de la merca, la ve bastante careta. Lo tocás. “Mirá, Mari, hay una cosa que te quiero decir ahora, por un tema de honestidad”, plantea Felipe en tono serio. Te alejás.

Desde la ventana del boliche ves a un muchacho encadenar su bicicleta a un poste. “¡La pija parada! No puede ser que este boludo haya venido. 605, 610, 615”, escuchás pensar al joven torturado. Sentís cómo se le viene a la cabeza la imagen del Tato besándolo con lengua y cómo, sin saber por qué, se acuerda de Claudio, su mejor amigo del jardín de infantes. Ves al Tato llegar a la mesa y a Carrey recibirlo bailando la coreografía de Gangnam Style. “605. ¡Pijaaaaa! 5, 10, 15”, escuchás pensar al Torturado mientras el Tato le da un beso en el cachete, antes de tirar un libro de Paul Auster en la mesa y depositar billetes en el bolsillo de la camisa hawaiana de Carrey. “Te traje el libro. Bo, ¡buenísimas esas pastis! La barra quedó súper contenta. Me guardé un par para tomar con Sole”, escuchás decir al Tato, “que tu mejor amigo sea dealer es un golazo”. “Dealer tu vieja”, oís a Carrey indignado, “como yo soy actor tengo que laburar ocho horas en una puta oficina para mantenerme. Ustedes sí pueden trabajar de lo suyo pero yo tengo que dejar lo mío para los ratos libres, nomás”. Lo tocás. Carrey extrae el fajo de billetes del bolsillo, lo deposita dentro del libro y, acto seguido, deja el paquete en el suelo. “¿Y? ¿Cómo estuvo el debut de nuestro héroe en las fiestitas de electrónica?”, escuchás a Carrey preguntar histriónicamente. “Arriba fui yo el que lo besó. ¡La pija de Dios! 30, 35, 40”, sentís al aludido con la cabeza por explotar. “Se re gozó”, oís al Tato responder, “tendrías que haber ido, boludo. No sabés cómo tocó Boris”. “¿Quién pija me manda haber tomado esa mierda para escuchar esa música de mierda para gente sin sensibilidad? ¡La pija parada de Dios!”, percibís que piensa Torturado mientras le viene a sus labios la sensación del tacto húmedo de la boca del Tato, “con Carla por lo menos no me pasaban estas cosas”. Lo tocás. Christian extrae el celular de su bolsillo y le manda un whatsapp a su ex novia preguntando cómo está.

Te dirigís a la barra y percibís que el muchachito del whiskola se está sintiendo como en su lejano hogar. No lográs determinar si es por lo que chupó, por los mensajes que recibió de Guichón o porque se dio cuenta de que hay dos pendejas que lo miran. Sentís sus nervios cuando una de las guachas se acerca y empieza a cantarle al dueño lo que quiere pagar del cumpleaños. “Da 520”, escuchás a Muchachito Whiskola decir en voz alta. “Qué agilidad mental”, oís responder al dueño mientras le cobra a la adolescente. Percibís los nervios de Whiskola en el momento en que ella le pasa por al lado para ir al baño. Lo tocás. “Pah, ¡qué buena que estás! Estás divina”, susurra Pablo al oído de Cecilia. Te arrimás al dueño del boliche y lo ves combinar por celular con su pareja la ida al psicólogo de su hija; notás cómo su expresión se amarga al sacar la cuenta de que va a dormir menos de cinco horas.

Seguís a la adolescente hasta la mesa del cumpleaños y te detenés a contemplar a Escuálida: está desesperada, preguntándose cuántos pudieron haberla visto pija en boca y estimando que si la foto llega a Anita se da cuenta seguro, es imposible que no reconozca la verga de su novio. Desde la cabecera opuesta escuchás a su amiga contar a los gritos a las compañeras de mesa (que ya dejaron de mirar a Whiskola) cómo Fede le está perdonando la cagada que se mandó con el sugar daddy y desde hace unas semanas están mejor que nunca. Sentís el pánico de Escuálida cuando Anita agarra el celular. Y la ves saltar de la silla, volar hasta la adolescente y pedir que la acompañe a tomar un poquito de aire. Salís con ellas del bar. Notás que Escuálida tiembla mientras Anita prende un pucho; y la ves largarse a llorar. Como un bólido, observás a Anita soltar el cigarro y cubrir el frágil cuerpo de su amiga, que se retuerce entre sus brazos. Girás hacia la derecha y ves a un joven caminando a toda velocidad, lo escuchás pensar que mejor se saca los lentes, así le da una primera impresión menos nerdy a Patricia. Lo tocás. Javier guarda los lentes en el bolsillo de atrás de su pantalón. Volvés a las amigas, que se siguen abrazando, sentís cómo se quieren, cómo para ellas ese momento está más allá del tiempo y de cualquier cosa que haya pasado o pueda llegar a pasar. “Epa, epa, epa, se me separan, por favor”, escuchás decir a otra adolescente, también de peso ultraliviano, que las mira con sonrisa boba. Notás la furia olímpica de Anita, ya lejos del cuerpo de Escuálida, y observás cómo se le van los ojos al iphone que se asoma del bolsillo del saquito de la pendeja. “Es algo de valor y es de una conocida. Sería cruzar un límite”, oís a Anita pensar mientras las tres ingresan al bar. La tocás. Con un sutil movimiento Anaclara extrae el iphone del saco de Natalia y lo deja caer en el bolsillo de su babucha.

Te dirigís a la barra, donde un Whiskola marcadamente borracho piensa en volver casi todos los días al bar porque el dueño es re bien, al tiempo que duda si tomar o no el quinto vaso. Lo tocás. Pablo llama a Germán y le pide otro whiskola. Esperás a que el dueño lo sirva y, luego, lo seguís hasta el cuartucho. Ves cómo abre la puerta y contempla con ternura a la joven, que para de subrayar y sonríe. Lo tocás. “Che, mirá que te podés quedar todo lo que necesites. En serio. Hasta que se solucione la cosa”, asegura Germán a Jenifer. “Gracias por ser tan bueno conmigo. No sabés lo agradecida que estoy”, la escuchás responder con tono cariñoso. Y notás un nudo formándose en la garganta del dueño. Ves cómo tira un beso y huye del cuartucho. Te quedás un rato con ella, la oís pensar que Germán es lo mejor que le pasó en el año y recordar que todavía no tomó la pastilla. La tocás. “Termino de leer el último capítulo y la tomo”, piensa Jenifer mientras subraya un párrafo sobre el esguince de tobillo. Volvés al bar.

Te encontrás a Whiskola ya más que en pedo dándole lata al dueño, que con rostro preocupado corta una pizza en porciones. Escuchás al joven pensar en el cuerpo de Paula, acordarse de su carita, y captás cómo se le ocurre la idea de pasar por La Cumbre y ofrecerle la mitad de lo que le giraron los viejos para que vaya con él al apartamento a hacer cucharita toda la noche. Lo tocás. “¡Pah! Creo que me voy en un rato a la whiskería que queda por Colonia”, le cuenta Pablo a Germán, “hay una gurisa que tiene dieciséis que no sabés cómo está. Llegó hace unas semanas a Montevideo, como yo. Me está fundiendo, mal. Je, je je”. Notás al dueño horrorizado. Lo ves extraer el celular, sacarle una foto a un sonriente Whiskola, que levanta el trago al grito de “saluuuuud”, enviarla a un grupo de whatsapp titulado “Violencia de género” y alejarse tres metros para grabar un audio.

Pasás por la mesa de la cita. Respirás incomodidad. Los ves, a cuál de los dos más tenso, rellenando el tiempo que resta para que irse no califique como descortesía. Notás que Mari activó nuevamente el fedómetro y se arrepiente más que nunca de haber dejado al amor de su vida para terminar siempre conociendo duros, huecos o creepies. “Sí, están buenos los personajes, pero me embola que tenga tanto relleno. La actriz que hace de Kim es una genia”, la escuchás comentar en piloto automático al tiempo que toma la decisión de borrar Happn y poner toda la energía en las cuatro millones de actividades que se metió en los últimos meses. “Concha de mi madre. Al final tenés que ser un chanta y no mostrarte en serio para que te vaya bien”, escuchás pensar al profe de bachata, cuando comienza a sentir un fuerte retorcijón en el estómago. “La última temporada calculo que va a estar buena. Me dijeron que aparece Walter White”, lo oís comentar al tiempo que se le viene una idea a la cabeza: “La concha de la lora, perdido por perdido, yo me le tiro y después del rebote tengo la excusa para irme a la mierda. Hasta capaz que agarro a La Hinduista desvelada y cojo y todo”. Notás cómo acerca sutilmente una mano al brazo de Mari. “Uy. No”, la sentís pensar cuando la cabeza del bailarín se le aproxima. Captás que, duro y todo, lo ve atractivo y se acuerda de tantos lunes de noche bailando “La diabla”, de Romeo Santos. La tocás. Mariel se da cuenta de que no tiene ningún sentido haber dejado a Fede si después va a estar buscando un clon y piensa que es una boludez no darle una oportunidad a algo diferente. Siente los labios de Felipe a centímetros de su boca y los besa.

Ves a los amigos regresar a la mesa, borrachos y con los ojos bien chinos. “Sí, mi amor, por favor no te enojes. No veo nunca más a mis amigos, a mi familia tampoco, no salgo más de mi casa, pero… ¡por favor no te enojeeeeeees!”, observás a Carrey burlándose. “¡Pah! En serio que qué bueno que zafaste de eso. Se te ve mejor que nunca”, escuchás que le dice el Tato al Torturado, que mira el celular y se encuentra un mensaje de su ex confirmando que el jueves se juntan a hablar. “1005, 1010, 1015”, lo sentís pensar, “no puedo creer que el loco actúe como si no hubiera pasado nada”. Oís que le llega un whatsapp a Carrey y lo ves agarrar su celular sin interrumpir el show. Leés que desde un número no agendado le preguntan a cuánto tiene la tripa. Percibís cómo duda y repasa su máxima de no responder mensajes de gente que no conoce. Lo tocás. Carrey piensa que si se va a estar persiguiendo todo el tiempo nunca va a hacer guita en serio, en ese caso es mejor que se dedique a otra cosa. Toma el celular y responde el mensaje. Notás cómo enseguida se recompone y con un solo gesto logra captar la atención de sus amigos. “Vengan, vengan, que tenemos que hacer un juramento solemne. Ahora que tenemos al Tato todo enamoradito de la Sole, la mujer que logró la proeza de empepar al más living la vida loca de Occidente”, lo observás reír mientras hace que sus amigos junten sus manos en el centro de la mesa. “¿Le habrá contado el Tato y lo estará haciendo a propósito? 5, 10, 15”, escuchás pensar a Torturado. Y notás que el Tato está teniendo una erección. Lo sentís desconcertado, con miedo, sin entender qué carajo le está pasando. Lo tocás. Gustavo decide irse en ese preciso instante a la casa de Soledad. “Yo me voy a lo de Sole”, lo escuchás balbucear. “¿Estás loco? No le vas a caer a esta hora en pedo y fumado. ¡La conocés hace menos de un mes! Además, ¿y el juramento?”, oís exclamar a Carrey. Ves al Tato despedirse nervioso de sus amigos con un par de golpes en los hombros, abandonar el bar y partir dando tumbos en su bicicleta.

Te movés hacia la mesa del cumpleaños, donde encontrás a la joven del iphone rastreando su tesoro desde el celular de una amiga para terminar descubriendo que está dentro del boliche. La observás dirigirse decidida a hablar con el dueño. Te acercás a Escuálida y la sentís a punto de estallar de culpa y con la certeza absoluta de que su amiga va a terminar viendo la foto. La tocás. “Chicos, hay algo que les quiero decir”, Eliana capta la atención de sus amigos, “hace unos meses, cuando recién había salido de la internación, me encontré con el novio de Anita en un tributo a The Cure”.

Mirás para el costado y te das cuenta de que otro entró al bar. Te quedás observando cómo toca a Carrey. Decidís que lo mejor es salir. No te gusta compartir espacios.

Ya en la calle, te preguntás a dónde ir. Constatás que hay otros por todos lados: en el autoservice, en la farmacia, en la parada, en las casas, en los apartamentos. Por delante tuyo pasa una pareja riendo a carcajadas. Ves cómo él le intenta meter un dedo en la oreja, al tiempo que ella, divertida, se lo muerde. Los seguís.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesó este artículo?
Suscribite y recibí en tu email la newsletter de Lento, periodismo narrativo y ficción de la diaria.
Suscribite
¿Te interesó este artículo?
Recibí en tu email la newsletter de Lento, periodismo narrativo y ficción de la diaria.
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura