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Foto: Nadia Petrizzo

Dejarlo todo por defender la vida | Aura Lolita Chávez

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Ixcaquic, del pueblo maya quiché, debió dejar Guatemala y la comunidad por la que luchó casi dos décadas asediada por el acoso estatal y la violencia de grupos armados irregulares. Pero lo que más le duele es el desconocimiento y la falta de diálogo de Occidente con su cultura. No cree en dioses, sino en la fuerza del agua, en lo que tiene para decirnos la biodiversidad y en su cuerpo, que es el de todas las mujeres mayas.

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“La vida es vida. Y se defiende con vida”, dice muy firme Aura Lolita Chávez. Lideresa del pueblo quiché de Guatemala, feminista insumisa, consejera de su gente, graduada como maestra y ahora exiliada en alguna localidad latinoamericana por defender la vida que casi pierde.

La entrevisté hace casi dos años, cuando ella tenía 46. Y los intentos por volver a contactarla han sido en vano. Se ha tomado el exilio muy en serio. Le han hecho tomar el exilio muy en serio.

Aura Lolita Chávez es su nombre en castellano. Pero a ella, en el bosque que ladea Santa Cruz del Quiché, su pueblo, la conocen como Ixcaquic. Su nombre en maya significa “princesa del viento”.

Desde principios de este milenio, la princesa del viento se involucró en la defensa de los recursos naturales y también en el apoyo a las mujeres ixil víctimas de abusos sexuales cometidos por agentes estatales. Se tomó la defensa muy en serio. Tan en serio que su gobierno la acusó de terrorismo por parar un camión lleno de madera talada ilegalmente. Tan en serio que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos pidió a Guatemala en 2005 medidas cautelares que la protegieran.

Las medidas nunca llegaron. Sufrió cinco atentados violentos. Después del último, en junio de 2017, se fue a Costa Rica y de ahí al País Vasco como refugiada. Pero necesitó volver a vivir en América Latina.

Utz´ petik es la bienvenida maya. Aunque no es una simple bienvenida. Es bastante más. Quiere decir algo así como “qué bien tu camino que llega”.

En maya la naturaleza está conectada con todos los caminos. La conectan los animales que pasan, las plantas, el cielo, el agua, lo tangible.

Tzk´at. Yo soy tú y tú eres yo. Así refiere el pueblo maya quiché al principio cosmogónico por el que estamos en red con esa naturaleza y nuestros pares.

—Cuando hablamos no te hablo a ti como emisor y receptor, sino como sujeto activo o activa. Y hablamos en verso.

Lo dice haciendo brillar una sonrisa ancha llena de dientes, hija de la más sincera alegría que brota después de tantas derrotas.

Esa reciprocidad maya no ocurre sólo entre los seres humanos. Las culturas indígenas están íntimamente ligadas, fundidas, son parte de lo que Occidente llama “naturaleza”. Ellos no se conciben fuera del estrecho latir de la biodiversidad. De la misma forma que pueden ver cómo el frijol se apoya en chile y cómo se entrelazan con la milpa, la cultura maya se comunica y respira aferrada a todo lo vivo. E incluso con aquello que a los ojos de los vástagos de los conquistadores parece inanimado o hasta muerto.

—La naturaleza nos enseña un relacionamiento de reciprocidad, de apoyo mutuo. Hay principios, valores cosmogónicos, que están en nuestra vida, a la que vemos en relación con la Madre Tierra.

Así le dice a la naturaleza: Madre Tierra. Una madre a quien escuchar, con quien compartir, reír, llorar, alimentarse. Una madre para defender si fuera necesario.

Ixcaquic peleó por proteger ese equilibrio en su territorio hasta que su vida estuvo en peligro por la alianza mortífera del gobierno con emprendedores de revólver al cinto y machete en mano. La princesa del viento defiende “este territorio, pero también este otro territorio”, dice señalando su propio cuerpo, que representa el cuerpo de todas las mujeres mayas. La existencia encarna un compromiso generacional que va más allá de este tiempo, más allá de ese cuerpo.

—No sólo importas tú en este momento, en este espacio, sino que practicamos un relacionamiento de esta generación con la futura y con las pasadas.

Esa cosmogonía tiene su fundamento en los nawal, que son 20. Son fuerzas, ideas, empujes, espíritus —en el sentido de aquello que caracteriza a una fuerza natural— que, además de unir a las personas, tienen días en el calendario maya y una correlación en la conducta humana o animal.

El nawal es algo de lo oculto en la naturaleza humana, animal o vegetal. Es la esencia de lo que somos, de lo que vamos siendo, de lo que hemos sido y de lo que se espera de nosotros cotidianamente.

Explicar un nawal con estas palabras es como explicarle a un extraterrestre la importancia de un día de playa o un almuerzo con amigos.

¿Qué vemos al mirar la foto de un quetzal en el Río de la Plata? Ni siquiera sabemos qué es. Ixcaquic al observar a una de esas aves, plenipotenciaria embajadora de las creencias mayas, piensa en la “expresión cosmogónica que dejaron escrita nuestros ancestros, el Popol Vuh”. Y también en la devastación de los bosques, la contaminación del agua, la miseria, la violencia, la extorsión y la corrupción. Ella parece querer ser la princesa del viento que impulse una buena ventisca para restituir la dignidad robada a su gente.

Imox. Agua.

—Las ancestras nos han dicho que todo tiene vida. Una piedra tiene vida y tiene espíritu. [...] Al agua la defendemos porque tiene un nawal.

El agua para el pueblo de Ixcaquic es espíritu de ayuda y símbolo de fuerza. Agua para los quichés no es sólo agua. Es conexión con uno mismo, introspección.

—Reconocemos el espíritu que tiene. Camina, sabemos dónde está, qué significa y cómo se ha relacionado con otros seres. Para nosotros es la vida. Es la relación que está en todas partes de la Madre Tierra, en las plantas, los animales. Tú eres agua. Mucha gente se ríe si le digo algo así.

La relación de los mayas con el agua, y con casi todo su acervo cultural, es objeto de burla, desconocimiento y avasallamiento cultural.

Algo tan importante y sencillo como el agua puede ser un problema, y de hecho lo es para millones de personas. En una sociedad capitalista del norte siquiera es un tema para pensar. Pero el pueblo de Guatemala no es ajeno a su mercantilización.

Santa Cruz del Quiché, a 160 kilómetros de Ciudad de Guatemala, vio en los últimos 50 años la contaminación de sus recursos naturales. Hay pájaros cuyos cantos pasaron a ser leyenda, porque ya no se escuchan. Varios cursos de agua están irremediablemente en el mismo sendero por el abuso indiscriminado y sin control de grandes empresas extractivistas.

En 1996, los Acuerdos de Paz pusieron fin a una guerra civil de 36 años y abrieron la puerta al neoliberalismo de barriga hinchada para unos pocos y desigualdad para los más. Desde entonces el agua potable se privatizó. Treinta años después, el servicio no llega a todos. Fuera de las ciudades, cuatro de cada diez hogares no cuentan con ella, deben buscarla en ríos, arroyos y cañadas que han sido golpeados por la actividad minera, la tala indiscriminada y la corrupción disfrazada de cordero dadivoso.

Los Acuerdos de Paz reconocieron los derechos negados por 500 años a las comunidades indígenas, pero esa libertad se dio de bruces contra el modelo económico, que privilegió las ganancias de empresas mineras e hidroeléctricas transnacionales sobre la protección del bosque, hábitat natural del pueblo quiché. El modelo de desarrollo dictado no derramó más que miseria y contaminación para las comunidades locales, particularmente para las indígenas.

Desde entonces alzaron su voz, organizaron cabildos, audiencias públicas y consultas populares. Se constituyeron como una resistencia bien fuerte contra un sector que amalgama a las élites del país con empresarios extranjeros, fuerzas militares y paramilitares desmovilizados. Quizás por eso, según diversos reportes de Naciones Unidas, la violencia y la criminalización contra las comunidades indígenas guatemaltecas sean de las más reaccionarias del continente más violento del mundo.

Aura Lolita Chávez en el 34º Encuentro Nacional de Mujeres, en octubre de 2019, en La Plata, Argentina.

Foto: Nadia Petrizzo

De ahí viene Ixcaquic, y ahora está exiliada en algún lugar de Abya Yala, la forma con la que cada vez más movimientos indígenas se refieren a América Latina. Los kunas de Panamá y Colombia nombran así al continente. Han querido explicar con este nombre que es una tierra en florecimiento, pero también un florecimiento fertilizado con sangre derramada. Eso es América Latina para ellos.

La privatización del agua, la minería bestial, la tala indiscriminada, el monocultivo forestal y la violencia sexual contra las mujeres son las principales amenazas que ha enfrentado el pueblo de Ixcaquic desde los Acuerdos de Paz. Las naciones indígenas en Guatemala no cuentan con un marco jurídico que proteja sus espacios de la devastación extractivista ni que resguarde su autonomía política.

Es un problema serio para un pueblo que vive en armonía con su medioambiente. Los gobiernos y las empresas contratan abogados para enjuiciar a estos defensores de la tierra. Pero también los hostigan y los torturan. Y sólo por defender el bosque donde se alimentan, donde yacen las memorias de quienes ya no están.

—Para nosotros los bosques y las montañas tienen su nawal con su expresión espiritual y sus comunidades vivas, como las comunidades de árboles. Lo que ellos hacen es vaciar la comunidad de toda su espiritualidad, de la expresión del pueblo y de las plantas medicinales. Implantan un monocultivo forestal con ciprés, eucalipto y pino. Y así nos destierran. Por eso nos levantamos y el Estado no lo acepta.

Entre 2003 y 2014, según las organizaciones civiles desaparecieron 25.000 personas en Guatemala. Por cada policía hay tres empleados de seguridad privada en el país. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha constatado que “miembros de fuerzas de seguridad privada [han sido] acusados de cometer violaciones a los derechos de comunidades indígenas en el contexto de la defensa de la tierra y el territorio”.

Y también comprobaron una militarización alarmante contra esas comunidades. Entre 2000 y 2014 la CIDH contabilizó 174 asesinatos de defensores de los derechos humanos y miles de ataques, detenciones arbitrarias, casos de judicialización sin pruebas, estigmatización, descrédito, migración forzada y una sistemática violencia contra las mujeres.

Corrió sangre. Pero la lucha unió a los pueblos indígenas de Guatemala. Por ejemplo, contra una ley de semillas que pretendía hacer del sagrado maíz otro monocultivo en manos de Monsanto. También lograron detener 32 licencias de minería y le pusieron ciertos frenos al Sistema de Interconexión Eléctrica de los Países de América Central (Siepac), que además les permitió trabajar con pueblos hermanos en países vecinos.

—Querían pasar cableados de alta tensión por nuestras casas. Llegaron a cortar el maíz y le dijeron a la gente, de forma muy violenta, que había una ley de urgencia nacional de anillos energéticos. La gente mostraba títulos de propiedad y ellos les decían que el subsuelo es del Estado y lo que está arriba también. Y que por aquí van a pasar los cables de alta tensión. Porque el Estado puede hacer lo que se le dé la gana. Nos levantamos contra eso y logramos parar los proyectos del Siepac financiados por bancos internacionales que vinculaban anillos energéticos con minería e hidroeléctricas.

Eran muchas las victorias. Pero los señores que cortan los árboles no las iban a dejar pasar así como así. El recurso maderero en Santa Cruz del Quiché es abundante. De hecho, en maya qui significa “árboles” y ché, “muchos”.

Ya en 2005 la CIDH había pedido medidas cautelares para proteger la vida de Ixcaquic y otros dirigentes. Desde entonces sufrió varios ataques armados. El más grave fue el que le costó el exilio.

“En la tarde del 7 de junio de 2017 fueron amenazadas varias integrantes del Consejo de Pueblos Quichés, entre ellas Aura Lolita Chávez —beneficiaria de medidas cautelares otorgadas por la CIDH—, perseguidas e intimidadas por diez hombres armados no identificados mientras ella y sus colegas escoltaban un camión cargado de madera ilegal para su entrega a las autoridades locales en Santa Cruz del Quiché, departamento de Quiché. Aura Lolita Chávez y su grupo huyeron, pero los hombres las persiguieron disparando tiros al aire”, escribió la CIDH.

El ataque de 2017 “fue muy perverso y tuve que salir”, se lamenta.

No es lo único que lamenta. Ocho de cada diez indígenas en su país viven en la pobreza, un factor que también juega en contra de la organización popular.

—Hay gente muy sumisa al Estado por el empobrecimiento, por condiciones del entramado que usa el Estado para cooptar estructuras de educación o salud. El Estado interviene, no como garante de derechos sino para los intereses de las empresas transnacionales, eso lo tenemos segurísimo. Llegan para imponer políticas de racismo, políticas neoliberales muy violentas contra nuestra cosmogonía, contra el pueblo y nuestro modo de vida. Para el pueblo maya-quiché el Estado es genocida.

Para el Estado guatemalteco ella es una “bochinchera”, dice. La ha acusado de secuestro del camión de leña y también de guerrillera, de atentar contra la seguridad nacional y hasta de terrorista.

Pero Lolita no es guerrillera, su arma es la palabra. Tampoco es terrorista, porque su ideología es la del nawal. Trabaja para garantizar la sobrevivencia de su pueblo. La violencia contra el agua y los bosques la sublevó. Como los asesinatos, las violaciones y las desapariciones que no cesaron tras los Acuerdos de Paz.

—¿Por qué mataron a esa compañera? Porque estaba defendiendo el agua. Yo estoy haciendo lo mismo que mi ancestra y estoy segura de que la próxima generación hará lo mismo. Porque es defender la vida. La vida se defiende con vida. Somos pueblos muy fuertes con bastante organización. Si decimos que el Estado no entra, no entra.

Ixcaquic es parte de una articulación de 87 comunidades de pueblos maya-quichés que les han impedido más de una vez el ingreso no sólo al Estado, sino a los violentos. Tiene una puja política con el Estado guatemalteco, que no termina de reconocer la autonomía de sus territorios ni autoridades, facultad que garantizan la legislación internacional y varios artículos de la Constitución que los gobernantes parecen no haber estudiado.

Los gobiernos los desconocen.

A la princesa del viento no le gusta el término “conocimiento”, sino que habla de “cosmocimiento”. Es su epistemología, “muy linda y propia”, con “palabras que no podemos traducir”, dice. También hay otras que no mencionaría jamás frente a un caucásico. Y otras que lee en los árboles, en los ríos, incluso en la simbología de la vestimenta, que también ha perdido su riqueza por la maquila.

—Por la imposición de otras identidades, incluso con la ropa. Nosotras usamos todos los días la vestimenta de nuestro pueblo. Cuando me dicen “qué bonito”, yo les digo “qué bonito somos allá”.

Foto: Nadia Petrizzo

Donde la sociedad occidental encuentra folclore, una estética colorida, quetzales y hermosos bordados, los mayas leen. En sus vestimentas hay una simbología que no tienen las ropas foráneas ni tampoco palabras como “desarrollo”, que suenan muy bien pero nunca se materializan realmente.

—No entendemos por qué nos imponen otros sistemas y nos invaden mediante la fuerza. Al pueblo los cambios le llegan a través de la fuerza y la violencia. El Estado se ha encargado de imponerse con sus expresiones, como las religiones y las escuelas.

En 2017 llegó al País Vasco, en España. Pero no aguantó, a pesar de lo mucho que la agasajaron públicamente y de su empatía con los movimientos feministas, de refugiados y presos, que le dieron “aire para poder respirar”. En Europa encontró la cumbre del racismo. Ixcaquic se sintió discriminada.

Dentro de las rías de Bilbao veía el lastre de la dominación.

—Hay mucha tristeza y mucho dolor dentro del agua. Me hablaban del río, que supuestamente es tan lindo en Bilbao, de la ría de Bilbao, y fui. Los peces estaban dañados, el color de los peces mostraba una expresión de la ría muy fuerte. Fue muy doloroso, incluso. Si te vinculas desde el cosmocimiento genera bastante tristeza. Estar en Europa es estar en las entrañas del racismo puro. Había visto racismo en Costa Rica, en Argentina, pero no lo comparo con el racismo no sólo del Estado español, sino de Europa.

Al hablar de sus ropas, porque ella siempre vistió su atuendo colorido con bordados semánticos, habla de discriminación.

—La gente es muy racista no sólo con el pueblo maya, sino con el odio al otro o la otra, que es diferente. Es el odio por las guerras que se han generado en Europa, por las potencias. Hay odio de odios de odios que me dieron un rechazo muy profundo. Lo viví y me dolió un montón. Pero también viví mucha reciprocidad.

Entre los dolores que cuenta, siempre entre sonrisas, hay uno fundamental, que parece dolerle más, que es el desconocimiento, la falta de diálogo, la banalización de las creencias de su pueblo.

—La gente ha desconectado su espiritualidad porque las iglesias tergiversaron todo. No es un espíritu relacionado con las cosmogonías, sino un espíritu relacionado con un poder patriarcal: misógino, violento. ¿Cómo te vas a vincular y tener fe en algo que es paterno de potencia y enriquecimiento? —se pregunta.

Cuando habló de espiritualidad en Europa le decían que no creían en Dios. Pero ella tampoco cree en tal cosa, cree en la fuerza inspiradora de la naturaleza, en sus nawas.

El mito del mito, el folclore que generó el poder occidental sobre su pueblo le preocupa. Quizás por eso haya querido sentarse a conversar conmigo, un varón blanco de un país lejano con fenotipo europeo, ese que no sabe dialogar sino negarle sus creencias, los bosques y la existencia de su cosmocimiento, que no quiere —ni debe— vivir en ciudades ni aspirar a enriquecerse a como dé lugar.

—La historia para nosotros está vinculada con nuestro ser. Allá [en Europa] se generó como todo el folclor. Toman el vínculo con los ancestros como mito.

El tiempo desapareció. El contacto con Ixcaquic también. Sólo quedó una conversación en el aire. Algunas preguntas que no serán respondidas jamás. Ixcaquic no puede decir dónde está. “Me muevo en territorios de Abya Yala”, dijo antes de desaparecer de mi alcance.

La lideresa quiché no puede decir más, no quiere decirlo todo. Debe resguardarse y también proteger los asuntos de los suyos. Como cuando sus ancestros les hicieron creer a los curas invasores que construyeron sus templos encima de los sitios ceremoniales mayas que celebraban al dios blanco. Hacían sus festejos en la parroquia para que los dejaran celebrar lo suyo en paz. No creen en dioses. Creen en algo mucho más simple y noble: el respeto a la vida. De todos y todas.

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