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Las formaciones rocosas del área hacen indispensable un faro para alertar a los barcos de la cercanía de la isla.

Isla de Flores, un ecosistema a vuelo de pájaro

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Estrictamente, se trata de tres islas a 21 kilómetros al sudeste de Montevideo. Hoy, su pasado como sitio de cuarentena tiene resonancias inquietantes, pero en realidad se trata de un lugar que se divide entre la conservación de especies y la actividad turística.

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Aunque la mañana está soleada, la isla va emergiendo muy de a poco entre la niebla ante los impacientes ojos de quienes van en el bote. A unos 20 kilómetros de la costa de Montevideo, ubicada más o menos a la altura de la desembocadura del arroyo Carrasco, la isla se levanta, anticipada desde lejos por la silueta del faro. Conforme la embarcación se acerca se puede ver el contorno rocoso, una serie de construcciones en ruinas, abundancia de cactus y gaviotas volando en círculos sobre toda la isla.

Estrictamente, puede decirse que son tres islas con diferentes grados de unidad entre sí y que juntas alcanzan una superficie total de unas 30 hectáreas. La primera isla y la segunda están unidas. Pero la tercera está algo más separada, y sólo durante las grandes bajamares se puede pasar caminando de una a la otra. Sumadas, las tres islas llegan a un largo total de dos kilómetros y un ancho que oscila entre 300 y 500 metros en dirección norte sur.

Traídos hace tiempo para usarlos como alimento, los conejos se han dispersado por toda la isla aprovechando la abundancia de pastos.

En 2018 el lugar fue declarado parque nacional e integrado al Sistema Nacional de Áreas Protegidas, por sus muchos valores históricos, naturales y turísticos.

La historia nos cuenta que en el siglo XIX se instaló un “hotel para inmigrantes” donde debían cumplir cuarentenas obligatorias aquellos viajeros sospechosos de tener viruela, lepra, cólera o fiebre amarilla, enfermedades que podían traer quienes venían de Europa en aquellos tiempos.

Se construyó también un hospital para tratar a los infectados y, para aquellos que no lograban curarse, en la tercera isla se habilitó un cementerio y un horno crematorio, de cuyas chimeneas aún se pueden ver los restos erguidos, desafiando el paisaje.

Años más tarde las instalaciones de la isla fueron usadas también como cárcel, primero durante la dictadura de Gabriel Terra y luego a fines de los años 60, cuando estuvieron detenidos allí sindicalistas de Ancap y de UTE, durante el gobierno de Jorge Pacheco Areco.

Las larvas del caruncho hacen túneles comiendo troncos y ramas de árbol. Tal vez llegaron a la isla sobre madera flotante.

Al desembarcar, se nota lo particular del paisaje, modelado por miles de años de erosión, durante los cuales el viento y las olas excavaron sus bordes, tallaron rocas y llevaron sedimentos que se asientan y ensanchan el lugar. Casi no hay arena. El borde de la isla es una capa de mejillones pulverizados, entre rocas y arbustos que resisten la sal del agua. En esa zona inundable caminan garzas, chorlos y gaviotines buscando comida. La marea trae peces, gusanos y larvas, y brinda así oportunidades de alimentación para varias especies de aves. Se han llegado a observar más de 30 que viven o visitan regularmente la zona.

Por allí encontramos, dando saltitos, a la calandria tres colas, un ave que no vive en nuestro país de manera permanente, sino que nos visita en invierno, y parece encontrar en la isla un lugar amigable, con abundante comida y escasa presencia de depredadores.

Ni bien comienza a bajar la luz, el sapo común sale de su madriguera para comenzar su ingesta de insectos y arañas.

Después de este anillo rocoso, hay una zona de pastizales de altura variable, salpicados por matorrales, juncos y flores, con unos reducidos bosques de transparentes y otros árboles de poca altura.

En estas praderas llama la atención ver pasar continuamente conejos, escondiéndose entre arbustos o madrigueras escarbadas en el suelo. Fueron traídos a la isla mucho tiempo atrás para ofrecer un recurso alimenticio a sus habitantes, y ahora que han vuelto a un estado silvestre la recorren por completo. Con la abundancia de vegetación han poblado la isla, haciendo honor a su fama de reproductores incansables.

Al ser declarada área protegida, se genera el dilema de cómo tratar a estos mamíferos. Si bien no son animales originarios de allí, sino una especie introducida, se han vuelto parte de la identidad de la isla y un atractivo turístico, lo que lleva a la necesidad de evaluar a fondo su efecto en la flora y la fauna autóctonas para tomar una decisión sobre cómo manejar su presencia.

El muelle y la entrada al patio principal dan la bienvenida al visitante.

En ciertas zonas de pastos más altos se establece, durante la primavera y el verano, una colonia de gaviotas cocineras que hacen sus nidos muy cerca unas de otras. Con eso ganan en protección, ya que son más ojos para vigilar si se acerca un enemigo. Incluso para enfrentarlo. En la isla varias veces vimos pasar volando a un ejemplar de águila colorada, y en cada ocasión en que aparecía en el horizonte era rodeada de inmediato por decenas de gaviotas, que gritaban y cada tanto se lanzaban amenazantes sobre el ave rapaz, hasta lograr ahuyentarla. Esta capacidad de ahuyentar a un predador es una ventaja defensiva que puede dar la vida social de las gaviotas.

Desde cualquier lugar de la isla, domina la vista la presencia del faro, la única construcción en funcionamiento hoy en día. Este faro entró en servicio en 1828. Entre conflictos, invasiones inglesas y portuguesas y el hundimiento de algún barco que llevaba materiales, su construcción se demoró casi 40 años y en su momento se lo llamó, irónicamente, “el faro más caro del mundo”.

El paisaje de la isla, en el juego de sus elementos, genera una visión por momentos irreal.

En la actualidad su funcionamiento es responsabilidad del Servicio de Iluminación y Balizamiento de la Armada Nacional, que se ocupa de que emita puntualmente sus dos destellos cada diez segundos.

No hay muchos árboles grandes en la isla; cada tanto algunos transparentes se agrupan con timidez, formando minúsculos bosques, casi siempre cerca de las casas. Hay gran cantidad de matorrales y arbustos, zonas de juncos y espartillos, con una presencia importante de los cactus Opuntia, con sus frutos color violeta. Entre sus espinas podemos ver escondiéndose a la ratonera, un ave pequeña e inquieta, siempre en movimiento mientras busca insectos y gusanos. Se sienten seguras entre las púas de estas plantas, y hasta tal vez hagan su nido en la base o en alguna zona seca del cactus, donde los pichones crecerán protegidos de chimangos y de otras aves rapaces.

Ruinas, murallas, vegetación de poca altura, espacios abiertos y ausencia de arena son algunas características de la isla.

Cuando ya ha bajado el sol, si uno sale a caminar seguramente va a ver deambulando entre los troncos o las piedras a varios sapos de los llamados “de balneario” buscando insectos de manera muy activa. Tal vez por su escasa experiencia con humanos, estos anfibios no muestran miedo a los visitantes y caminan sin mucha precaución a la luz de las linternas, entretenidos en atrapar grillos y escarabajos. En la isla hay algunas lagunitas internas de agua dulce y seguramente allí se dirijan los sapos en el momento de su reproducción. En todo caso, insectos no les van a faltar.

También en la búsqueda de insectos se puede encontrar a la víbora de cristal común, un reptil enigmático porque, a pesar de su nombre, es en realidad una lagartija que a lo largo de miles de años de evolución fue perdiendo las patas. Si uno se fija en el último tercio de su cuerpo, podrá notar dos pequeñas aletas, el último resto de lo que fueron sus patas traseras. De no más de 20 centímetros de largo y cuerpo con líneas amarronadas, suele esconderse bajo rocas y troncos. Tiene la particularidad de que no pone huevos, sino que sus crías, que pueden ser hasta 20, son incubadas dentro del cuerpo de la hembra.

De los pocos reptiles registrados oficialmente en la isla, la víbora de cristal es un enigma evolutivo.

Las islas son ambientes muy interesantes porque sus poblaciones suelen desarrollarse casi sin contacto con el continente, y después de miles de años pueden surgir especies nuevas producto del aislamiento físico que el entorno genera. Esta isla en particular es un buen ejemplo del tipo de ambiente que al principio nos puede parecer carente de fauna y casi vacío, pero si nos dedicamos a recorrerlo observando con atención, descubrimos que está lleno de vida.

En este caso se da la particularidad de que es una isla pequeña con un fuerte impacto de la presencia humana y con especies introducidas que tratan de encontrar su balance con las autóctonas. Hay planes para volver a llevar excursiones por el día a la isla, para que el público pueda conocer y disfrutar este paseo.

Sobre la roca, un ostrero se despereza para activarse antes de levantar el vuelo.

También han comenzado a hacer visitas investigadores, para estudiar las especies que la habitan, su abundancia, las interacciones que se dan entre ellas y las amenazas que enfrentan ante el posible impacto de la presencia humana.

Hay mucho para analizar, evaluar y decidir si se busca combinar armónicamente la actividad turística y la conservación. Un lugar dedicado durante tanto tiempo a la cuarentena se merece tener un ecosistema saludable.

Los edificios abandonados ofrecen a muchas aves, como a esta calandria tres colas, refugio y un lugar donde buscar insectos.

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