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Galería en la peatonal Florida, el 29 de agosto.

Foto: Enrique García Medina

Dólar blue, un invento argentino

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Un circuito ilegal a la vista de todos: las distorsiones de la compleja estructura productiva de Argentina se reflejan hoy en múltiples, segmentadas y diferentes cotizaciones de la moneda estadounidense, que responden a distintas demandas.

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Lo que los medios periodísticos argentinos apodaron dólar blue es la cotización de la divisa estadounidense que se comercializa por fuera del circuito oficial. Hay tres explicaciones sobre el origen de la denominación blue para esta cotización que, en términos estrictos, es ilegal o clandestina.

Algunos afirman que en inglés la palabra blue refiere a algo oscuro, por asociación con lo deprimente o lo profundo que connota el color azul en la cultura anglosajona. Otros lo vinculan con un instrumento financiero que se transacciona en el mercado bursátil argentino justamente para dolarizar activos, conocido como blue chip. Una tercera explicación responde a que en el ambiente del dólar informal suele haber billetes falsos y se los detecta pasándoles un marcador cuya tinta, si se vuelve azul, indica que el papel es fraudulento.

Hoy, como producto de diversas distorsiones que obedecen a la complejidad de la estructura económica del país, cada argentino puede comprar sólo 200 dólares por mes. Además, para acceder a este cupo se requieren varias condiciones, entre ellas no acreditar deudas impositivas.

Es por eso que, ante la imposibilidad de adquirir divisas en el mercado oficial, se genera inmediatamente un circuito paralelo, un mercado ilegal que fija un precio que en ocasiones duplica la cotización que establece el Banco Central a partir de sus intervenciones.

Aunque es ilegal, en Buenos Aires el dólar blue se ofrece en la misma zona donde se ubican las casas de cambio y las casas centrales de los bancos más conocidos: el célebre microcentro porteño. Allí el billete es negociado directamente entre privados, a través de lo que se conoce como cuevas o de vendedores callejeros, conocidos como arbolitos.

Las cuevas suelen ser locales fonderos de las galerías de la calle Florida u oficinas alquiladas en los subsuelos de los edificios de la peatonal Lavalle. Como no se trata de comercios a la vista, sino que, por el contrario, se encuentran escondidos, precisan contratar a personas que cumplan la función de llamar a los clientes: son los famosos arbolitos, a quienes se puede escuchar ofreciendo dólares a los gritos. Suele haber más de tres en los 100 metros que mide cada cuadra de esta zona de la capital.

En los hechos, los turistas que desembarcan en Buenos Aires desconfían de las cuevas y los arbolitos. “Prefieren perder un poco de dinero, pero acudir a las casas de cambio tradicionales. Los arbolitos suelen ser inmigrantes o personas que no pueden acceder al mercado laboral registrado, son buscas”, opina Ignacio Mendry, gerente de una casa de cambio. “En el mercado paralelo hay pocas operaciones y la mayoría las hacen argentinos, para conservar el valor del ahorro”. Al igual que en el sistema oficial, en el circuito clandestino la demanda de dólares supera la oferta.

Casa de cambio en el Microcentro de Buenos Aires, el 27 de julio de 2007.

Foto: Enrique García Medina

No se sabe con certeza cómo se abastecen las cuevas. “Es obvio que son los mismos bancos comerciales y casas de cambio que tienen su lado B en la cueva. Son los únicos que pueden contar con un flujo de dólares como para abastecer el mercado clandestino”, dice un alto funcionario de la Unidad de Información Financiera de la República Argentina.

Como sucede con el dólar formal, el blue también opera con dos valores: la punta compradora es el precio que la cueva está dispuesta a pagar para adquirir dólares y la punta vendedora es el precio al que las cuevas están dispuestas a vender dólares. Al igual que en el negocio legal, el precio del dólar para la compra siempre es más bajo que para la venta; la diferencia entre puntas, llamada spread, es lo que las casas de cambio o los vendedores callejeros ganan con este tipo de operaciones.

Veremos que la cotización del dólar blue depende de muchos factores, económicos y políticos, domésticos y externos.

Bimonetarios

Es imposible abordar rigurosamente los problemas de la economía argentina del día a día, como el tipo de cambio múltiple, los salarios, la inflación, la deuda interna y la externa, las tasas de interés, sin entender que el país vive desde hace tiempo un fenómeno estructural conocido como bimonetarismo.

El concepto de economía bimonetaria fue usado por primera vez por Cristina Fernández de Kirchner el 27 de diciembre de 2017 en una sesión de la Cámara de Senadores de la Nación como la cuestión nodal de los problemas estructurales de Argentina. Luego volvió a recurrir a él en muchas de sus apariciones públicas con el propósito de ordenar diversas discusiones coyunturales.

Peatonal Florida, el 29 de agosto.

Foto: Enrique García Medina

El bimonetarismo argentino se vuelve palpable si atendemos la cantidad de dólares en manos de argentinos por fuera del sistema financiero local: 258.077 millones de dólares. Esto equivale a más de 5.000 dólares por habitante, a más de medio producto interno bruto (PIB) argentino y a la inversión de toda la economía de dos años y medio. Además, 70% de la deuda pública corresponde a compromisos dolarizados, mientras que en Brasil, por poner un ejemplo, estos representan apenas 12% de la deuda pública. Por si eso fuera poco, en el mercado inmobiliario los precios se publican en dólares y las transacciones también se realizan en dólares, y también gran parte de los vehículos se comercia en dólares, sin importar su valor.

Por otra parte, Argentina es el único país latinoamericano que es acreedor neto del resto del mundo y uno de los tres países en desarrollo no petroleros que tienen más activos en el exterior que deudas en el extranjero.

En un año normal, entre tres y cuatro millones de ciudadanos argentinos adquieren dólares en el mercado formal. En un año con corridas cambiarias y especulativas, como 2019, la cifra puede superar los 5,5 millones de ciudadanos, que en ese año compraron casi 4.000 dólares per cápita en promedio.

El indicador “Reservas internacionales / Deuda externa” de Argentina, que muestra la solvencia de un Estado para enfrentar con fondos líquidos los compromisos externos, es el más bajo de todos los países de Latinoamérica; también lo sería del mundo, si se tuviera en cuenta sólo a los países que poseen moneda propia y no están en guerra. Únicamente Burundi, Mongolia, Laos, Sri Lanka, Zimbabue y Zambia tienen peores indicadores que Argentina.

En otro plano, los esfuerzos exportadores de Argentina son persistentemente neutralizados por el déficit que genera la salida neta de dólares para remunerar el capital extranjero invertido en el país. En los últimos 16 años, Argentina tuvo superávits comerciales en 11 períodos, gracias a los cuales pudo acumular un excedente de 94.000 millones de dólares. Sin embargo, esta cifra apenas representa la mitad del déficit de 200.000 millones de dólares que la balanza de rentas por la inversión generó en todos esos años.

Dicho esto, en Argentina la paridad peso-dólar está determinada por decisiones políticas, sobre las que incide la presión del mercado a partir del cual se definen los ganadores y los perdedores del juego económico.

Plan de la dictadura

El proceso dolarizador de las ganancias obtenidas en Argentina llegó con la última dictadura cívico-militar-clerical, que impuso su modelo de valorización financiera en 1976 para barrer con el sendero de industrialización por sustitución de importaciones, que dirigía las divisas que entraban por exportaciones primarias hacia el desarrollo productivo que permitiera ahorrar dólares en importación de bienes e insumos.

Marcha de empleados bancarios donde hasta hace poco tiempo estaban las casas de cambio, hoy cerradas. Microcentro de Buenos Aires, el 24 de abril de 2019.

Foto: Enrique García Medina

El entonces ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz lanzó un plan económico protagonizado por el congelamiento de los salarios con el discurso de la supuesta necesidad de mantener un bajo costo laboral e impuso la eliminación de restricciones a las importaciones, la sobrevaluación de la moneda y la desregulación de los mercados financieros. Durante el discurso inaugural del plan, Martínez de Hoz anunció la “liberalización de los precios, el aumento de 30% para los combustibles y el avance de las empresas privadas en la explotación de petróleo”.

La puesta en marcha de este proyecto resultó de la conjunción de intereses entre el establishment internacional y las élites locales. Ellos fueron los “doctores Frankenstein” de la criatura “valorización financiera”, que centralizó la acumulación del capital en la mera especulación, en lugar de hacerlo en la actividad productiva. Desde afuera, se quería encontrar dónde volcar la alta liquidez, producto de cuantiosos depósitos de petrodólares en bancos estadounidenses. Desde adentro, las élites miraban con buenos ojos todo negocio financiero que aportara importantes márgenes de rentabilidad.

Como consecuencia del plan de Martínez de Hoz, hubo una enorme fuga de capitales y un crecimiento jamás registrado hasta entonces del endeudamiento de Argentina. La máxima expresión de esa fuga resultó ser la tristemente célebre “bicicleta financiera”, práctica que comenzaba con la compra de dólares baratos en el exterior para luego cambiarlos por pesos y colocarlos en el país. Aprovechando las generosas tasas de interés argentinas, los especuladores retiraban el dinero, lo transformaban en dólares, reintegraban el crédito pedido en el extranjero y percibían una suculenta ganancia, fugada al exterior.

Otras modalidades de endeudamiento fueron los préstamos en dólares que ingresaban a Argentina o “fondos negros”, que posibilitaron ese juego especulativo, así como el endeudamiento de las empresas públicas, que formalmente tomaban préstamos cuando en realidad los dólares ingresados quedaban en el Banco Central y la empresa recibía el equivalente en pesos.

Gracias a los negocios derivados de la “creatividad” de algunos argentinos adherentes al modelo, la deuda externa se triplicó en cinco años: de 9.149 millones de dólares en 1975 a 27.162 millones de dólares en 1980. La valorización financiera, paradójicamente, se tradujo en una feroz desvalorización de la moneda nacional, que condicionó fuertemente a los gobiernos democráticos subsiguientes.

De este modo, el endeudamiento y la presión sobre las reservas fueron el canal que permitió convertir el precio del dólar en disciplinamiento político.

El factor psicológico

“La dolarización sistemática del excedente, o sea, la riqueza generada en Argentina, tiene una explicación que va más allá de lo económico. Es político, social y psicológico. El dólar es lo único que brinda cierta sensación de seguridad”, explica el economista Martín Rapanni.

Casa de cambio, el 29 de agosto de 2018.

Foto: Enrique García Medina

La subjetividad operó fuerte en la dolarización, que se generalizó entre la ciudadanía. La hiperinflación, que en 1989 derrumbó al gobierno democrático encabezado por Raúl Alfonsín, fue contenida luego por el plan de convertibilidad ideado por Domingo Cavallo durante el mandato de Carlos Menem. Este modelo estalló en la crisis social y económica sin precedentes que derrocó al gobierno de Fernando de la Rúa en diciembre de 2001. Fue así que el peso argentino se convirtió en una de las monedas más devaluadas del mundo y los argentinos se acostumbraron a usar el dólar estadounidense como referencia de precios.

También fue contra el dólar que chocó al último gobierno kirchnerista, en el segundo mandato de Cristina Fernández, cuando antes de finalizar el año 2011 se impusieron por primera vez desde la recuperación democrática restricciones para el acceso a las divisas extranjeras. Así, creció el mercado paralelo al oficial, con una brecha creciente en las cotizaciones. Fue en ese momento que se bautizó al dólar blue.

Hay que tener en cuenta que no sólo el dólar es la moneda de ahorro y el refugio de todas las ganancias, sino que también la industria argentina es fuertemente dependiente de insumos importados, dada la destrucción sistemática de su entramado productivo. Por eso, en todo período de crecimiento de la actividad económica y fortalecimiento del PIB se genera como correlato inmediato una presión sobre las reservas en dólares, dada la necesidad importadora de una industria que no genera ni un solo producto sin un componente importado.

“La industria argentina es una chupadora de dólares. Requiere tres puntos de PIB por cada punto que exporta, una balanza insostenible. Sobre eso dolarizan ganancias y además los grandes actores económicos tienen estudios jurídicos y contables dedicados a maniobras fraudulentas de sobrefacturación de importaciones y sobrefacturación de exportaciones para evadir al fisco activos en dólares”, explica el periodista Sebastián Premici.

Muchos dólares porque faltan dólares

Lo que conceptualmente la literatura económica argentina sintetiza como restricción externa es lo que funciona como sustrato de fenómeno que se desarrolla actualmente: la proliferación incesante de cotizaciones. Porque no sólo el blue es un invento argentino: dentro del circuito oficial operan varios tipos de dólares diferenciados por sector.

Pensemos en la primera semana de setiembre de 2022. El dólar oficial se ubicaba en la zona de los 140 pesos para operaciones de comercio exterior, exportaciones e importaciones. Este es el tipo de cambio que toman el Ministerio de Economía para calcular la deuda bruta y las empresas que deben cancelar vencimientos en moneda extranjera.

Bajo la órbita del Banco Central también opera el denominado dólar futuro, que entonces estaba por debajo de los 200 pesos. Se trata de contratos en pesos que tienen como referencia la futura evolución del tipo de cambio oficial y la tasa de interés del mercado. De los precios del dólar futuro se puede estimar la expectativa de devaluación del mercado, pero el Banco Central puede intervenir en esta plaza con la abundante oferta de dólares a futuro para bajar los precios y calmar las tensiones cambiarias.

Arbolito intentando cambiarles dólares a turistas en la peatonal Florida, el 28 de agosto.

Foto: Enrique García Medina

A un precio más alto, cercano a los 245 pesos, cotizaba el llamado dólar ahorro o solidario, que es el precio al público del dólar mayorista más la comisión que cobran los bancos por la intermediación (que puede alcanzar hasta 5%), más la carga tributaria de 30% por el impuesto PAIS (“Para una Argentina inclusiva y solidaria”) y 35% como adelanto del pago del impuesto a las ganancias. Este es el billete que se ofrece con un cupo mensual de 200 dólares por habitante.

Encima, en la zona de los 257 pesos estaba el llamado dólar tarjeta o turista. Se trata del dólar solidario más 45% de percepción como adelanto de impuestos que son devueltos a fin de año. Su precio es el que se paga para consumos con tarjeta de bienes o servicios brindados por un proveedor del exterior.

Asimismo, existe el dólar para turistas extranjeros, que esa semana tenía un valor significativamente mayor, superior a los 273 pesos, para competir con las cuevas. Su operatoria consiste en que el banco o la casa de cambio reciba los dólares del turista y luego los ingrese al sistema mediante la compra de títulos en el mercado.

Para terminar la escalada, llegamos finalmente al dólar blue, que oscilaba entre los 270 y los 280 pesos.

Lo llamativo es que en el amplio espectro de las cotizaciones paralelas también se encuentran dos instrumentos bursátiles. Por un lado, el contado con liquidación, un tipo de cambio implícito en los precios de acciones y bonos. El contado con liqui, como se le dice, permite dejar depositados dólares producto de la operación en una cuenta del exterior. Son transacciones legales y registradas entre privados, por cuanto no impactan en las reservas netas del Banco Central. Este precio es el que muestra mayor volatilidad: rondó los 350 pesos para bajar brutalmente a la zona de los 280.

Por otro lado, el dólar bolsa o MEP, que entonces rondaba los 273 pesos, consiste en la compra de bonos con pesos en la bolsa porteña y la venta del mismo título en dólares, pero se diferencia del anterior porque las divisas quedan depositadas en una cuenta del sistema financiero local. Por ese motivo, suele ser un poco más barato que el liqui.

Otra manera de dolarizar ahorros popularizada en los últimos dos años es a través de los certificados de depósito argentinos, instrumentos de renta variable que cotizan en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires y están respaldados en acciones de empresas extranjeras. Al igual que el contado con liqui, cuentan con la referencia del precio en dólares del activo en Wall Street y su valor en pesos en la bolsa porteña.

Turistas y arbolitos en la peatonal Florida.

Foto: Enrique García Medina

Comprar letras del tesoro en pesos es otra forma de dolarizarse, ya que algunos títulos de corto plazo cotizan en moneda local y también en dólares en la bolsa porteña. De esta forma, se puede hacer una operación al contado con liquidación sin un tope máximo de monto. Las letras de deuda pública más utilizadas son las de descuento (lede) y por eso esta cotización se llama dólar lede. Esa semana valía cerca de 274 pesos.

La penúltima novedad es el dólar soja, que hasta fines de setiembre debía cotizar a 200 pesos. Se trata de un programa de adhesión voluntaria que supone una mejora respecto de las cotizaciones que se obtienen por exportaciones de granos, que hasta ahora se pagaban al valor oficial.

Por último, debemos mencionar el dólar cripto, que corría parejo en la zona de los 273 pesos. Refiere al tipo de cambio para acceder a dólares mediante criptomonedas y durante julio llegó a operar por encima de los 300 pesos.

En definitiva, la creciente demanda de billetes verdes en un país que no los imprime ha generado cíclicamente ese problema que se conoce técnicamente como restricción externa. En criollo: no hay dólares que alcancen para abastecer tanta demanda. No importa cuántos sean, todos quieren que vayan viniendo.

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