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Rincón de Darwin: las barrancas de la evolución

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Departamento de Colonia, ruta 21 y Río de la Plata.

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Hay parajes que más allá de sus atractivos, tienen una historia rica vinculada con sus paisajes y naturaleza porque en el pasado fueron descritos o visitados por conocidos exploradores y naturalistas. Este es el caso del paraje situado en Punta Gorda, Colonia, y conocido hoy en día como “El rincón de Darwin”, justamente porque el naturalista inglés lo visitó en 1833 como parte de sus recorridas por los campos de Uruguay.

Allí encontró entre otras cosas, altas barrancas donde se hallaban fósiles de almejas y otros animales marinos, que inspiraron al naturalista inglés a pensar sobre semejanzas y diferencias entre especies ya extintas y las que aún se podían encontrar vivas en el agua y a escasos metros de las otras. Al ver esos restos, Darwin se dio cuenta de que en el pasado la zona había estado invadida por el mar, que luego se fue retirando lentamente.

Una de las pocas maneras de ubicar entre las ramas a un ave tan pequeña como el colibrí es guiarse por su canto.

El recorrido por la zona llevó a Darwin a escribir: “En Punta Gorda, el río Uruguay presentó un ancho espejo de agua, su apariencia es superior a la del Paraná, en especial por la claridad y la rapidez de la corriente; en la costa opuesta existen varias ramas, que entran en el Paraná. Cuando el sol brilla, los dos colores del agua pueden verse muy distintos. Los montes son tan extensos y cerrados que nadie puede entrar, ni hombres ni caballos...”

Aunque con el tiempo han sufrido talas y recortes, los tupidos montes que menciona Darwin siguen allí, con sus espinillos, ceibos y mataojos, por momento generando matas selváticas junto a enredaderas y trepadoras.

Siempre cerca del agua, el tímido burrito patas verdes se mueve silencioso entre los tallos.

Al recorrerlos, un canto agudo sonaba entre las ramas, como un trino continuo de tono metálico. Era la llamada de un macho de colibrí verde, marcando su territorio y dándose a conocer entre las hembras de la zona. Se podía ver su silueta recortada contra las flores amarillas de un espinillo. A pocas ramas de distancia, un gavilán común también estaba posado pero con otras intenciones, atento a una posible comida, a cualquier presa que apareciera en su panorama. Sin embargo, para esta ave de presa, el colibrí era algo apenas perceptible, que no llegaba a significar ni un bocado en su menú.

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Cerca del agua, aves como gallinetas, cuervillos y garzas se mueven regularmente en torno a la orilla, que es el lugar en donde la profundidad les permite alimentarse fácilmente. Entre ellas se encontraba un burrito patas verdes, una versión de gallineta pero de tamaño pequeño, que llega a los 17 centímetros. Esta interesante especie en realidad no tiene las patas verdes, pero si un lindo plumaje rojizo con un vistoso barreado blanco y negro en los costados. El plumaje es el mismo para los dos sexos, no hay diferencias externas entre macho y hembra. Bastante tímidos, se mueven casi siempre escondidos entre la vegetación de la orilla, buscando insectos, arañas y semillas. Cuando llega el momento de criar, hacen un nido entre las plantas, a cierta altura sobre el nivel del agua, donde pueden poner hasta cinco huevos.

Una variedad de fósiles marinos le dieron a Darwin motivo para pensar sobre los cambios en la fauna.

Es muy ancha y variada la franja de vegetación orillera. En algunas zonas incluye camalotes, totoras y blandas plantas de hojas anchas, mientras en otras apenas arbustos espinosos que llegan hasta el borde del agua, pero en ambos casos se pueden encontrar aves de variado tamaño aprovechando el escondite que tallos y ramas les ofrecen mientras buscan su alimento. Se puede ver incluso alguna especie mayor, como un carao o un casal de chajás.

De noche, la misma orilla será escenario de encuentros entre ranas y sapos, buscando pareja o insectos para alimentarse.

Posado en su rama, el gavilán común es el símbolo de la paciencia de los cazadores.

Si se mira con atención en el agua, se ven pasar apenas los lomos de algunos peces, como sutiles surcos en la superficie, insinuando bajo el agua el movimiento de aletas de mojarras, bagres, sábalos o los mismísimos dorados que atraen a los pescadores mas entusiastas. En este segmento el río parece ensancharse y las entradas de agua sobre la arena, forman zonas de baja profundidad con vegetación acuática, lugares ideales para que muchos peces se reproduzcan y depositen sus huevos entre las plantas.

Alejándose de la orilla, entre los pastos que separan los árboles, se movía suavemente un reptil, aparentemente una culebra que intentaba esconderse en la vegetación tal vez buscando sorprender algún roedor o una rana. Al acercarse resultó ser una parejera, una culebra de color beige muy veloz para cazar que puede pasar el metro y medio de largo. Si bien se alimentan de insectos, anfibios, ratones y pequeñas aves, también cazan otras culebras e inclusive serpientes venenosas como cruceras o yaras.

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A pesar de su tamaño, la mantis es un cazador temible que comienza a comer a sus presas mientras están vivas.

El paisaje muestra cambios de altura permanentes y hay parches de pastizales y gramíneas entre la arena, espaciados de acuerdo a las subidas y bajadas del relieve. Aparecen entonces pequeñas zonas de hierbas bajas, alguna chirca y matorrales con flores. En ese entorno se encuentran mariposas buscando algo de néctar, escarabajos y algún que otro saltamontes. Y como consecuencia, en la cadena alimenticia se instala el mantis, también llamado mamboretá o tata dios. Gran depredador silencioso, este insecto usa su camuflaje, que le da apariencia de una ramita verde cuando permanece inmóvil. Si ve otro insecto cerca, se le aproxima lentamente usando un movimiento de balanceo, como de un tallo sacudido por el viento. Cuando está a la distancia adecuada, da un golpe sorpresivo con sus patas delanteras, y la presa queda atrapada entre unas pequeñas púas, y es devorada lentamente.

El virolo un pez pequeño y tímido, siempre cerca del fondo.

En una de las barrancas que baja hacia la orilla, fue construida una escalera de caracol con 120 escalones, que conduce a una placa conmemorativa que dice “Rincón de Darwin visitado por el sabio en 1833”. Desde lo alto de este monumento, es el lugar perfecto para poder hacerse una idea de la totalidad del paisaje, con la sucesión de entradas de agua como pequeñas bahías a lo largo de la costa del río. Mientras se descansa de la caminata, desde la cima de la barranca se puede mirar como el río pasa, modificando el contorno de la orilla y generando bosques, espacios de arena sin plantas, y pequeñas lagunitas con camalotes.

La parejera es una culebra que no siempre anda de buen humor, al encontrarla es mejor mantenerse lejos.

Desde esta altura también es interesante mirar a la lejanía y pensar que hace poco menos de doscientos años, Darwin andaba por estas mismas orillas, admirando la flora y fauna y haciendo hallazgos que muchos años después fue conectando e integrando en su teoría de evolución por selección natural. Y que tal como él lo describía en sus libros, hoy siguen entre esos árboles y yuyos, aves, ranas y culebras compitiendo, viendo quien engaña a quien, quien come y quien es comido y perfeccionando sus estrategias de vida, mientras nos permiten echar un vistazo fugaz a un instante apenas de su permanente evolución.

Muchas veces los árboles se trenzan con enredaderas y forman parches de selva imposibles de atravesar.

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