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Ilustración: Ramiro Alonso

Luis Alberto de Herrera, o el giro a la derecha (segunda parte)

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En la entrega anterior de este ensayo, Fernando Errandonea caracterizaba el tipo de novedad ideológica y estratégica que trajo Herrera a la política uruguaya. En esta, nos lo muestra “en acción”, como opositor de las reformas batllistas, promotor de la reacción ruralista y antagonista del talante liberal de la legislación de fines del siglo XIX.

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En las últimas décadas del siglo XIX hubo un gran despliegue liberal en la construcción de dimensiones de estatalidad, entre otros rubros. Alcanza nombrar a Bernardo Berro y la secularización de los cementerios. O a Varela, que en La legislación escolar diseñó el edificio completo de la educación pública y legó el sistema escolar público, laico, gratuito y obligatorio. O a los liberales que votaron las leyes secularizadoras de 1885, bajo el peculiar régimen de Máximo Santos. O al liberalismo de la generación del 90, que tomó las primeras iniciativas estatales en el puerto, las obras públicas, la banca estatal, la fiscalización de la contabilidad ferroviaria y la distribución de energía eléctrica. O, finalmente, al reformismo batllista, que expandió el repertorio completo de funciones estatales.

La desconexión liberal con el interés clasista ayudó a obturar un Estado oligárquico, tan presente en la región durante el siglo XIX, cuando las oligarquías capturaban el Estado en su favor, incluso a veces colocando a sus propios elencos, con escasos agentes políticos intermediarios. Mientras en Uruguay los caudillos no se transformaron en agentes locales de las oligarquías, en otros países los caciques territoriales, los “coroneles” estaduales y los gamonales sumaron a su poder económico el suministro de empleos públicos desde el Estado “central” como premio a la victoria electoral, casi siempre fraudulenta. Otro corolario de esta desconexión fue la emergencia de un elenco político autónomo respecto de las clases sociales económicamente dominantes, y la acorde profesionalización de la política.

También hubo un liberalismo con inclinación igualitaria. Berro enfatizó el valor de la igualdad, así como la superioridad de Uruguay y la región respecto de Europa, por no contener rezagos de estamentos rígidos que imposibilitaran la “comunicación” entre personas de diversos orígenes sociales. En la polémica con Manuel Herrera y Obes que fue recogida en El caudillismo y la revolución americana, tras fustigar a Europa, “donde más de las nueve décimas partes de sus individuos tienen que trabajar asidua y fatigosamente para no perecer de hambre sin ser libres para dedicar algunos instantes al cultivo de su entendimiento”, Berro dice sobre América:

Las clases de América están divididas por cortes mucho menos profundos que en Europa. La revolución de la independencia ha obrado poderosamente para aproximarlas unas a otras y confundirlas; y esto es de tal suerte, que en parte ninguna del mundo, habrá mayor comunicación entre ellas, ni más fácil y frecuente paso de sus individuos de unas en otras.

De acuerdo a Carlos Real de Azúa, Berro extendió “su compasión activa y a veces enfurecida ante todo sufrimiento humano [...] originado en estructuras sociales que se veían (y en verdad lo estaban) sostenidas en la avidez, la soberbia y la crueldad de los fuertes”.

La obra de Varela, por su parte, es una apuesta a la igualación y la integración sociales, entre otras consideraciones orientadas a erradicar la ignorancia, formar calificaciones y lograr la felicidad. En particular, la formación era considerada un medio para que el trabajador lograse mejor salario y patrimonio. Pero, más importante: Varela, a diferencia del liberalismo hegemónico, no sólo no le temía al pueblo, ni mucho menos promovía su inacción, sino que, al revés, orientó su reforma educativa para que ese pueblo pasara a ser sujeto de la historia. Para ello era imprescindible que los desiguales en origen no lo fueran en las oportunidades.

La posición batllista respecto de la igualdad es bien conocida. Por su parte, Carlos Vaz Ferreira dictó una serie de conferencias en 1914 que luego serían recopiladas bajo el título Sobre la propiedad de la tierra:

En el principio, será el horror: el horror y el dolor ante tanto sufrimiento, ante una desigualdad tan extrema [...] Que haya, para tantos, tanto sufrimiento y tanta inseguridad [...] Que disponiendo la humanidad de todos los recursos del planeta, haya tanta parte de los hombres que mueran o vivan de hambre. Y nos preguntamos por qué es así.

También fustiga el derecho de herencia porque reproduce un “círculo vicioso”.

Pero ¿y los demás individuos, los que no reciben nada: a esos qué se les da? Algunos individuos han recibido bienes, y tienen derechos [...] pero hay otros individuos, tan vivos y actuales como aquellos, que no han recibido bienes de ningún género.

El intelectual de las clases conservadoras

Herrera, a diferencia de un núcleo liberal del siglo XIX y principios del XX, fue contrario a la intervención del Estado,1 se convirtió en portavoz de las clases altas, mostró sintonía con la religión, agitó la adhesión emocional a un pasado patriótico contra cualquier postura afín a valores universales invariablemente “artificiales” y “abstractos”, antepuso códigos conservadores a principios liberales y tuvo inclinación hacia regímenes y movimientos autoritarios.

1. Contra la intervención estatal

A principios del siglo XX Uruguay era una “colonia informal” del Imperio británico. Su rol era comprar bienes industriales, vender materias primas y recibir inversión extranjera directa a condición de no gravarla y facilitar la remesa de utilidades. El capital extranjero controlaba la mayor parte de los servicios públicos, el transporte, los seguros, la banca, los préstamos y el comercio exportador. El batllismo quiso cambiar este estatuto dependiente a través de la presencia estatal, pero la tesitura de Herrera (y del Partido Nacional) fue contraria a toda intervención: con su tendencia centralizadora, el Estado era el enemigo. Incluso prefirió que un frigorífico extranjero impusiera el precio de las carnes a la injerencia estatal.

Ilustración: Ramiro Alonso

Cuando Herrera se vio orillado a estudiar proyectos de ley ajenos a la materia política, lo hizo bajo protesta. Dijo en junio de 1913: “La cuestión social no podía ser el eje de los partidos orientales, esencialmente políticos, y compuestos de ciudadanos y no de filósofos”.2 En 1914, La Democracia lamentó que en el Parlamento “se había hecho cuestión política [...] de los contratos de los ferrocarriles, el impuesto a la herencia, el impuesto a los vinos”. Y agregaba que “jamás [había ocurrido] en ninguna asamblea del país [...] La política tiene un límite no sobrepasable”.3 Cuando Batlle quiso extender la ley de las ocho horas a los trabajadores del campo, Herrera disparó que se quería afectar la armonía de la estancia a través de la “cizaña” de la lucha de clases: el proyecto fue rechazado.

Ante lo que se entendió en filas blancas como avalancha “jacobina” en materia tributaria, Herrera dijo en 1914 que la comisión fiscal de Diputados “abunda temerariamente en ideas de esta estirpe”, en alusión al postulado de que en el origen de la propiedad hay despojo. “Es una argumentación jacobina”, afirmó, aun cuando a quien se refería era a Spencer. Y dijo en el debate suscitado con el batllista Amadeo Almada: “Se pretende legislar con doctrina pura, cuando estamos legislando para una sociedad viva que debe tomarse como es, lo que es mucho más importante que perderse tras utopías”.

Además, Herrera se opuso a extender la enseñanza media gratuita a la masa trabajadora porque esta necesitaba una enseñanza práctica dirigida al trabajo manual. Cuando el batllista Atilio Narancio dijo, en enero de 1915, que el ideal de una sociedad era que todos fueran bachilleres, “que el que mañana cultive su quinta fuera bachiller”, a efectos de convertir al trabajador en ciudadano, Herrera contestó: “¿Cómo se le va a pagar a un bachiller lo que se le paga a un jardinero? [...] Pasará lo que ha pasado en Córdoba [...] donde hay zapateros que son bachilleres; y eso es deplorable… y me parece un positivo mal social”. En consecuencia, se opuso a la gratuidad en la enseñanza media y universitaria.

Es cierto que hubo iniciativas blancas fuera de lo estrictamente político, aunque fueron excepciones. Un ejemplo temprano es el proyecto de acortamiento de la jornada laboral, de Roxlo y Herrera, de 1905. Incluía jornadas diurnas de 11 horas y nocturnas de nueve. Batlle propuso ocho horas para la industria en 1906, lo que fue rechazado en filas nacionalistas y ruralistas. Sin embargo, a Herrera, al nacionalismo, al riverismo y al resto de los conservadores les llegó su “hora social” (como la bautizó Barrán) en 1914 y 1915, pero a instancias del acicate reformista y las vísperas de las elecciones de 1916, no por opción propia.

2. Portavoz de las clases altas.

En Diputados, en 1914, Herrera dijo: “Todo el país productor en general es nacionalista [...] y es dentro de [estas] filas que se encuentran las primeras fortunas del país”. Para Herrera esto era un “honor”, porque los blancos no vivían, como los colorados, del presupuesto del Estado.4 La Democracia consideró en 1915 que los estancieros pertenecían en su mayoría al Partido Nacional: ellos habían aumentado el valor del “viejo animal criollo” y de los “campos”.

En calidad de organizador de la agitación ganadera, Herrera funda, junto con otros, la Federación Rural, bajo el modelo de grupo de presión y medio de movilización política para combatir la “tiranía” de Batlle. Lanzó una cruzada contra cualquier medida que pusiera en discusión el statu quo, vía “zarpazo fiscal” o leyes “inquietistas”, en alusión a proyectos de contribución inmobiliaria del gobierno entre 1915 y 1916. Herrera fue, pues, un agitador de las clases empresariales del campo que buscó organizar a la clase rural sobre nuevas bases: la Federación Rural debía asediar al reformismo e imponer los intereses rurales.

Además de dirigente ruralista y líder del Partido Nacional, Herrera fue un ideólogo de la clase dominante. En ese rol cumplió al menos tres funciones.

En primer lugar, exaltó las virtudes de la propia clase: “la estancia grande o chica siempre irradió honradeces y virtud patriarcal”, escribió en La encuesta rural, de 1920.5 En una carta al estanciero y también nacionalista Aniceto Patrón de marzo de 1917 escribió: “Cada día me advierto más desprendido del medio urbano, penetrado de que la redención política del país —ya empezada— vendrá de la campaña, de sus entrañas, traída por sus hombres, temida por su riqueza, prestigiada por sus incomparables fuerzas morales. Por eso es que me siento tan entusiasmadamente identificado con la Federación Rural”.6

En segundo lugar, usó las ideas como arma contra otros grupos, clases o partidos, especialmente contra los que significaran una amenaza a sus intereses, aunque también contra quienes pudieran “estorbar” sin constituir alarma. En La encuesta rural atacó elípticamente a su principal enemigo, el batllismo:

Se pretende llevar el contagio de las verbas socializantes al espíritu del paisano [...] Envenenarlo se quiere con demencias ácratas, volviéndolo airado contra el estanciero, que siempre fue su providencia, y contra la estancia, puntal de su propia vida y también de la nacionalidad.7

Ilustración: Ramiro Alonso

En el pasaje, Herrera embiste contra un sector partidario percibido como amenaza real al interés rural que representa. Pero también la emprende contra víctimas sociales sin voz ni organización ni voluntad política: contra la población marginal de rancheríos rurales. “Ahí está el principal reducto de todas las podredumbres campesinas [...] equivocación tamaña supone que les falte el trabajo a sus pobladores; acertado, sí, afirmar que no lo quieren”.8 Así, culpabiliza a quienes padecen las consecuencias de una situación no creada por ellos, que, además, no pueden defenderse por su estado infrahumano de vida.

En tercer lugar, estilizó los intereses de clase bajo la modalidad de ideas desinteresadas, mostrando que el interés de la nación fincaba en el esfuerzo de las “clases conservadoras”, como sus líderes las llamaban con orgullo. Para Herrera “la riqueza del país es la carne”. Escribe Barrán:

La Democracia y los representantes Alejandro Gallinal y Luis A. de Herrera, adoptando la postura extrema de la reacción rural contra todo intento de modelo económico vigente, en 1915 y 1916 identificaron la economía del país con la ganadería, negaron la posibilidad de desarrollo agrícola, y sostuvieron que el interés privado era el mejor conductor de la evolución económica, pues coincidía con el social: “…es una afirmación muy general que hay que empujar al país a la agricultura; pero si el mejor médico para la gente sana es dejarla sola!… El país no puede ser agricultor”.9

Herrera expuso la labor del estanciero como “el fruto en mayor o menor extensión del trabajo”, y elogió la propiedad privada y el latifundio:

[...] la estancia subsiste porque tiene que subsistir, porque éste es un país esencialmente ganadero y no se pueden criar mil reses en pocas cuadras [...] y como la riqueza del país es la carne, son las majadas y las reses, hay que dedicar grandes fracciones de campo para que esos rodeos tengan el desarrollo que les corresponde.10

Una tabla de equivalencias estancia=ganadería=latifundio aparecía entonces como sinónimo de “riqueza del país”, “interés nacional”, de fuente de vida comunitaria y de los mejores valores.

Asimismo, Herrera se esforzó por englobar bajo la palabra pueblo a los grandes capitalistas: “todos somos pueblo [...] lo que yo no acepto es que la clase rica no sea parte del pueblo”, dijo en 1914.11

3. Sintonía con la religión

El pensamiento de Herrera es laico, pero opuesto a secularizar las ideas. Intentó conservar la religión en el mismo sitio que ocupara en el pasado, rescatando su papel de barrera de “contención” contra la disgregación social. Las religiones en el medio de “los analfabetismos locales [ayudan a conformar] convicciones íntimas que son energías moderadoras y auxilio civilizador”, dijo Herrera en 1910.12 Por eso había criticado la eliminación de los crucifijos en los hospitales públicos en 1906, endosando al gobierno un “afán insensato de ultrajar todas las creencias”.13 Mientras Herrera otorga al catolicismo un rol “civilizador”, el batllismo lo considera retrógrado y “oscurantista”.

Para Herrera hay dos demagogias revolucionarias “disolventes”, que colocan al organismo social en estado de destrucción: la apátrida y la irreligiosa. En el pasaje siguiente, las une en tres figuras simbólicas: Luis XIV, epítome de monarca absoluto cuya autoridad dimana de Dios, Napoleón Bonaparte, fundador de un imperio hereditario, y Juana de Arco, que peleó contra Inglaterra en la Guerra de los Cien Años por inspiración del arcángel Gabriel, y que fuera canonizada en 1920 por Benedicto XV.

Luis XIV, Napoleón y Juana de Arco, cada una de estas figuras en obediencia a determinado motivo tendencioso, están siendo objeto de la agresión enconada de los escritores republicanos, que no vacilan en llevar a los textos escolares la odiosa vacuna de sus fanatismos, enmascarados bajo la denominación ¡tan explotada! de la libertad [...] Si ahora queréis saber por qué aumentan la criminalidad, el alcoholismo y la deserción en Francia, preguntádselo a esos escritores sectarios que se complacen en enfriar todos los calores benditos de la niñez.14

Los íconos religiosos, igual que los épicos, forman parte del panteón nacional: ambos nutren de sentir patriótico a sus habitantes. Atentar contra la religión es atentar contra la patria. Por eso, la defensa de la religión significa la defensa de la patria. Sólo por efecto de las “insanías declamatorias” francesas, su “mistificación republicana” y la réplica “simiesca” sudamericana fue que la región abdicó de la matriz hispánica, que nos legara el idioma castellano y la religión católica.

Ilustración: Ramiro Alonso

4. Pasado patriótico versus valores universales

Para Herrera, como para Renan, “todos los siglos de una nación son páginas del mismo libro”. Por eso concuerda con Taine en que la “forma social y política en la cual un pueblo puede entrar a cristalizar no está librada a su arbitrio, sí determinada por su carácter y su pasado”. Y el “deber de los deberes”, la obligación primera de un ciudadano es matar o morir por su patria. Para ampliar los apoyos de su posición y mostrar que incluía a un socialismo que denominaba “viril”, en contraposición al socialismo internacionalista, Herrera transcribe una columna del diario Avanti!, del Partido Socialista Italiano:

¿Cuál sería el deber de los socialistas si la patria se viera amenazada? Yo, socialista y revolucionario, solo veo uno: tomar el fusil y correr a la frontera [...] Sí, correr a la frontera y batirse en nombre del derecho de Italia (es decir, de sus costumbres, de su lengua, de su porvenir nacional), derecho que no puede y que no debe ser desconocido en nombre de un derecho nuevo que está en vía de crearse: el de la humanidad.15

Su concepto de la historia iba en dirección contraria a las Nuevas Ideas y la Ilustración. Y arremetía contra la Revolución francesa, que, según él, pretendió borrar de forma “homicida” el pasado y la patria. “En nombre de la Razón pronto convertida en Diosa, y los Derechos del Hombre, se decretó la caída de todo lo preexistente [...] Esa hostilidad implacable a la voz del pasado fue la característica de 1769”.16 Entre las consecuencias de ese intento de eliminar el pasado en todos los planos, desde la propiedad hasta el calendario y las creencias religiosas, se cuentan el aumento de vicios sociales —alcoholismo, delincuencia, baja de natalidad—, la imposición tiránica de la turba y la irrupción del socialismo y el anarquismo, de lo que la Comuna de París es un ejemplo. En Sudamérica, el impacto revolucionario se descargó con “fanatismo” contra el pasado:

La vehemente intelectualidad de las jóvenes naciones se abrazó, con ansias de estoicismo apostólico, a la tesis demoledora del pasado, tan próspera, por un momento, en Francia. Entonces, a la cruda renegación, por voluntad refleja, del régimen monárquico, se agregó el renegamiento de las tradiciones.17

Si la Revolución francesa es la gran responsable de nuestros males, un segundo responsable fue la independencia hispanoamericana. “Las consecuencias sociales de ese rompimiento fulminante han sido incalculables. Sin saber nada, abandonamos, lejos de la orilla, el esquife volcado que nos ayudaba a mantenernos sobre la superficie. Éramos fruto legítimo de España, de sus buenas como de sus malas cualidades”, escribió.18

La identificación herrerista de la patria con el pasado, incluida la etapa colonial hispánica, reaccionaba contra el concepto de nación batllista y el internacionalismo socialista y anarquista. La nación, para Batlle, consistía en la identificación del país con ideales que lo trascendían: democracia política, justicia social, librepensamiento, armonía universal. Además, la nación no era el pasado “criollo” sino el “país modelo”, no era denigrar las “utopías” sino integrar al ciudadano a ellas, que significan progreso material, humano y moral. Para Herrera, en cambio, “no tenemos que complicar nuestra vida con problemas completamente ajenos”. Por eso se opuso a que el país fijara posición favorable a los aliados en la Primera (y la Segunda) Guerra Mundial, así como en la guerra civil española.

Por esto también se opuso al calendario de 1919, de cuño universalista. Nada más contrario a Herrera que colocar en la memoria colectiva el 20 de setiembre como Día de Italia, el 1o de mayo como Día Internacional de los Trabajadores, el 2 de mayo como Día de España y el 14 de julio como Día de Emancipación del absolutismo monárquico en Francia. También se opuso a la secularización de la Semana Santa, que pasó a ser Semana de Turismo.19

En 1915, durante la reforma cultural llevada a cabo por Batlle, Herrera propuso “intensificar el amor a la patria” a través del servicio militar obligatorio, importante para colocar un dique contra una inmigración sin la debida “selección moral”.20 Así, arremete contra el anarquismo… y contra Domingo Arena: “Los peores enemigos del país son los demagogos, que todo lo reniegan, que hacen escarnio de la nación, de su himno y de su escudo”. Y luego se pregunta sobre la sinrazón batllista:

Es del caso preguntarse si [...] está en armonía con la gestión de una sociedad que realiza su evolución dentro de las formas organizadas y conservadoras, reconociendo y acatando todos los símbolos, todas las convenciones patrióticas, negadas por los ácratas.21

Y sobre Domingo Arena, de origen italiano y batllista de simpatías ácratas, agregó: “No tiene —porque no lo siente— la vinculación y afección profunda con este país, que es lo primero, lo más elemental que se le puede exigir al hijo de una patria”.

Ilustración: Ramiro Alonso

5. Tentación autoritaria

En estados de “desorden”, dentro y fuera de fronteras, Herrera se inclinó por opciones contrarias al liberalismo, la democracia y la república. Baste un ejemplo. El golpe de 1933 condensa el autoritarismo de un círculo conservador, así como de sus líderes: Terra y Herrera. El asalto a las instituciones, nuevo entre el círculo conservador, tuvo por meta eliminar la orientación reformista precedente. Un instrumento para preparar el clima fue la propaganda de desgaste y deslegitimación de lo que en 1915 Herrera llamara “comuna” y en 1931 denominara “soviet”. Otro dispositivo fue la inducción al miedo. Ambos están presentes en este pasaje:

¿Cuál de los dos comunismos es peor: el de dentro o el de afuera, el importado o el casero? Sola se contesta esta pregunta, que la formulamos ex profeso para llamar a la realidad a las cándidas gentes que [...] se aterran ante el hipotético riesgo de una reacción soviética aquí, olvidando que desde hace muchos años tenemos el soviet en casa [...] Esa secta de cuño criollo que hostiliza al trabajo, al capital, al uniforme, a la creencia, a la propiedad.22

A tres años del golpe, con motivo de celebrar la caída de la “secta”, Herrera dijo algo que ilumina la naturaleza de este y otros golpes de Estado: su doble naturaleza política y cultural. No son sólo golpes a las instituciones electas, son además golpes culturales a una mentalidad hegemónica percibida como la peor amenaza para las personas, las creencias, los valores, los rituales y las propiedades de las “clases conservadoras”. Así se expresaba en marzo de 1936:

De la intolerancia jacobina hemos pasado al mutuo respeto. La persecución sistemática al capital y al trabajo ha sido sustituida por el decidido amparo [...] Poseer algo debidamente habido ya no es delito [...] Han acabado, aunque falta extirpar su raíz, todavía rebelde, las groseras pantomimas ideológicas.23

Hay antecedentes de esta combinación de autoritarismo ideológico y golpe a las instituciones. Herrera había mostrado sintonía con Maurice Barrès y Charles Maurras. La nueva derecha europea tuvo su condensación política en la Acción Francesa y su pico protagónico en el “affaire Dreyfus”. Esta fuerza, con sus formaciones paramilitares y su manifiesto antiparlamentario, nacionalista, antisocialista y monárquico, fue saludada elípticamente por Herrera en 1915, cuando se debatía una ley tributaria. Asimismo, dirigentes del Partido Nacional amenazaron con un levantamiento armado y un llamamiento al Ejército ante la amenaza de un tercer período de Batlle, tildado de “déspota”. Es paradójico: al mismo tiempo, el Partido Nacional, como partido conservador, contribuyó a sellar la democracia política en 1916 junto con otros “socios”, como el socialismo.

Ilustración: Ramiro Alonso

6. Mantra conservador: no toquen nada

Puede concluirse que la ideología de Herrera cabe dentro de lo que Albert Hirschman denominó “retóricas de la intransigencia”. El economista describe un conjunto de discursos contrarios a la expansión de los derechos ciudadanos, resumiéndolo en tres tesis: “tesis de futilidad”, “tesis de perversidad” y “tesis del riesgo”. Su libro Retóricas de la intransigencia, de 1990, escrito en el contexto del avance del neoliberalismo, refiere a la manera retrógrada de concebir la ciudadanía por parte de las derechas a lo largo de la historia contemporánea. Las tesis de futilidad, perversidad y riesgo postulan, respectivamente, que las reformas civiles, políticas y sociales del hombre: a) no solucionan los problemas que pretenden resolver (mucho esfuerzo para un resultado inútil), b) contradicen sus objetivos (mucho esfuerzo para un resultado contrario al perseguido) y c) ponen en “peligro” la gobernabilidad, la democracia y la legitimidad (mucho esfuerzo que, paradójicamente, coloca a la sociedad ante el apocalipsis).

Hirschman atrapa con el mismo lazo una muestra representativa de autores contrarios al progreso: desde los enemigos de la Revolución francesa, partidarios de la Restauración, hasta los enemigos del Estado de bienestar, partidarios de la “revolución de mercado”.24 Señala el artilugio de quienes advierten que las reformas están destinadas a la inutilidad, el fracaso o el colapso, cuando la historia contemporánea indica que —con marchas y contramarchas— los derechos civiles, las democracias plenas y los Estados de bienestar han mejorado la calidad de vida de la ciudadanía.

A Herrera habría que inscribirlo, con ondulaciones, en este tipo de retóricas. Para él nada de lo que haga el hombre contra su pasado verá sus frutos, “porque las ideas conservadoras vuelven a ocupar el puesto que les corresponde en la evolución de la humanidad”.25


  1. En sus más de 50 años de acción política, Herrera se fue adaptando a la coparticipación en un Estado al principio demonizado por él. A partir de la década del 30, el aparato burocrático se convirtió en mercado de los partidos tradicionales. Así fue acompasando naturalmente su conducta a la intervención del Estado en ámbitos ajenos al político. 

  2. El Siglo, junio de 1913: “El socialismo y la juventud”. La conferencia del doctor Luis A. de Herrera. En Barrán, 1986: 46. 

  3. La Democracia, 23 de julio 1914: “La conducta de la mayoría”. Citado en Barrán, 1986: 45. 

  4. Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados, tomo 232, sesión del 7 de julio de 1914, pp. 341-381. En Barrán, 1986: 44. 

  5. La encuesta rural: estudio sobre la condición económica y moral de las clases trabajadoras de la campaña, aprobado por unanimidad por el Congreso de la Federación Rural, reunido en Tacuarembó el 21 de marzo de 1920. En Rama, 1987: 46. 

  6. Museo Histórico Nacional. Archivo particular de Luis A. de Herrera. Carpeta 3631, documento 26. Carta de Herrera a Aniceto Patrón del 25 de marzo de 1917. En Caetano, 2021: 173. 

  7. En Rama, 1987: 46. 

  8. En Zubillaga, 1976. 

  9. La Democracia, 23 de febrero de 1915, editorial: “Pueblo y Gobierno. Los nuevos impuestos”. En Barrán, 1986: 50. 

  10. Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, tomo 231, sesión del 22 de junio de 1914, pp. 541-543. 

  11. Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, tomo 231, sesión del 10 de junio de 1914, pp. 239-240. En Barrán, 1986: 66. 

  12. Barrán, 2004: 92. 

  13. Barrán, 2004: 92. 

  14. Herrera, 1988: 197. 

  15. Herrera, 1988: 199-200. 

  16. Herrera, 1988: 121. 

  17. Herrera, 1988: 127. 

  18. Herrera, 1988: 99 

  19. Ver Barrán, 1986. 

  20. La Democracia, 20 de julio de 1915: el Proyecto de Programa. En Barrán, 1986: 60. 

  21. Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, tomo 250, sesión del 7 de julio de 1916, pp. 254-255. En Barrán, 1986: 61. 

  22. El Debate, febrero de 1932. En Barrán, 2004: 131. 

  23. En Barrán, 2004: 148. 

  24. Hirschman, Albert. 1990. Retóricas de la intransigencia. México DF: Fondo de Cultura Económica. 

  25. Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, tomo 246, sesión del 21 de diciembre de 1915, pp. 64-65. En Barrán, 1986: 164. 

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