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Foto: Ernesto Ryan

Cristina Morán: “Soy una rara avis”

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Es difícil discutirle el título de “primera mujer de la televisión uruguaya”: desde que empezaron las transmisiones, en 1956, Cristina Morán estuvo allí, en las pantallas del canal 10.

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Actriz, comunicadora, periodista, pasó por casi todas las emisoras y casi todos los escenarios montevideanos. Es una figura familiar y a la vez transgresora, como todas las que abren caminos, como queda claro en esta charla con su colega Alicia Garateguy.

Si en el camino de mi casa a la suya hubiera parado al azar a preguntar a diez personas de cualquier edad de quién se trata, las diez habrían acertado y sonreído. Ella también sonríe cuando entra a escena desde las bambalinas, con su bastón, custodiada por su perrita guardiana. Abrazo mediante, se enciende el grabador.

¿Alguna vez actuaste para diez personas?

He actuado, sí, para diez personas... Hasta que una vez dijimos: “No, pará, si no hay 15 no la hacemos”.

Pero hace mucho que no te pasa eso...

Hace tiempo, sí. Sobre todo después de la pandemia. Fuimos a Espacio Teatro para hacer Selenitas ese setiembre. Hicimos setiembre, octubre y noviembre. Y siempre agotando, agregando sillas...

Eso es extraordinario. Normalmente ahora se hace ocho funciones y se repone sólo si salió muy bien.

No quiero juzgarlo, pero tú sabés muy bien que en ocho funciones no imponés una obra, entonces no estoy de acuerdo.

Foto: Ernesto Ryan

Pero a la vez antes de la pandemia, cuando había más de 100 espectáculos en un fin de semana, salvo excepciones, iban diez a cada uno de esos 100. Y después venían los impuestos: unos y otros a sacar su parte de la recaudación y quedaban 100 pesos para cada uno de los que habían hecho el espectáculo.

Es cierto, nos repartíamos la gente, pero también creo que hay poca difusión. Yo fui el otro día a ver a Sergio Pereyra en Se despide el campeón. Fue un trabajo estupendo el que hizo. Con un gran director: Alfredo Goldstein. Un trabajo espléndido. Pero seríamos 12, 15. No sé cuál es la solución, pero el teatro necesita difusión.

¿Qué diferencia tiene para ti que esté lleno o que de pronto vayan 15 y sean los mejores 15 que tuviste en la vida?

Mirá, todos queremos público. Queremos y necesitamos público, porque es el que nos da oxígeno. Cuando ves la sala desbordante, salís con una energía... Y si hay diez... nosotras los sabemos calibrar, sabemos qué tipo de público es.

Yo soy de las que vichan por el agujerito del telón.

Yo soy de las que escuchan el rumor. Cuando conversan sí, cuando no sabés que la vas a tener que remar...

¿Cuál fue ese silencio mágico que nunca vas a olvidar, ese que hace la gente cuando algo importante pasó?

No. No no...

¿Y esa carcajada unánime y explosiva?

Bueno, en la obra que voy a hacer, La pipa de la paz, pasa eso. Me hace tan feliz la gente riéndose, porque es tan importante la risa, es tan importante “largar”... Me potencia de tal manera... Yo siento que crezco por dentro. Me pasa igual con la emoción. En Tu cuna fue un conventillo yo cantaba un tango. Entre cantar y decir, onda Tita Merello, ¿viste? Y ahí cabe un poco lo que tú dijiste del “silencio mágico”; me encantó esa expresión que usaste. Ahí se producía ese silencio mágico. No era el aplauso inmediato. Era ese “cling”, la cabeza que hace “cling”, y después arrancaba la ovación. Mirá cómo me lo hiciste traer a la memoria. Porque era así.

Creo que poco pensamos los artistas que parte de lo que provocamos en ese encuentro son reacciones químicas en el cerebro de la gente. Hay dopamina...

¡Adrenalina!

Retrato realizado por la artista argentina Silvia Gra, año 1986.

Foto: Ernesto Ryan

Oxitocina... Se producen sinapsis interesantísimas en esos cerebros. Y a veces pasan los años y uno como espectador se acuerda de lo que pensó o sintió en esos momentos. Y después están los silencios del actor... Cuando vi El decálogo de Kieślowski agradecí esos silencios, porque era en esos silencios del cineasta que a los espectadores nos caían las fichas. Y a nosotros nos cuesta horas luego poder dormirnos, porque también somos presa de esas reacciones químicas. Es que dimos mucho y ellos nos dieron mucho.

Una de las mayores virtudes que podemos tener como seres humanos es ser agradecidos. Yo me considero una mujer agradecida. Y a ese público que va, sortea cosas, deja cosas para ir a verte al teatro y se entrega... porque tú te das cuenta cuando el espectador está entregado y te das cuenta cuando no está entregado, cuando anda volando su cabecita. A mí me gusta hablarle a la gente cuando terminamos la función, porque la gente tiene que saber que nosotros también somos seres humanos que sentimos, que sufrimos, que amamos, que lloramos, que reímos y que estamos dando todo ahí arriba o al ras del piso, como sea el escenario. Estamos del lado de adentro del mostrador dándolo todo.

Desde que canto decidí hablar con el público entre canción y canción y estoy segura de que aunque lo que venga esté en coreano, va a entenderlo, porque hubo conexión antes de esa nueva historia que es cada canción.

La comunicación es esencial. El 25 de noviembre, día de la no violencia contra la mujer, muy bien elegida la fecha porque fue cuando mataron a aquellas hermanas en Dominicana, me invitaron y me hicieron una entrevista en el escenario. Y que te estén escuchando con esa atención y que estés comunicándote, estés compartiendo tu pensamiento, tu forma de sentir, en este caso desde tu condición de mujer, fundamentalmente de mujer trabajadora... Lo mejor que podés hacer es hablarles entre canción y canción. Que la gente sienta que tú estás con ellos y que pueda meterse en ti. Eso es lo que me pasa a mí en esa química que tengo con el público: yo los siento míos y ellos me sienten de ellos. Hay que lograr eso: romper barreras.

“Yo digo y escribo lo que siento y pienso. Tengo una columna en el semanario Voces y ahí escribo: me tomás o me dejás”.

Llegás a gente muy distinta y te sienten suya. ¿Te cuidás en tus palabras en pos de no restar público o seguís siendo la misma rebelde de siempre?

No. Yo digo y escribo lo que siento y pienso. Tengo una columna en el semanario Voces y ahí escribo: me tomás o me dejás. Me querés o no me querés, pero quereme como soy; tomame como soy y no me quieras cambiar.

Recién hablabas de tu condición de mujer. ¿Cuánto ha cambiado esa condición?

Mucho. Mucho y poco. Porque es tanto lo que hay que lograr, es tanto lo que hay que conquistar o reconquistar porque se ha perdido, que no podés nunca decir “llegué”. El otro día en ese encuentro lo dije: la ley de cuotas fue un desastre. Porque siempre los hombres estuvieron primero, en el primer lugar de la lista, y si no, de pronto aparece una “generosa” que le da su lugar al hombre...

Tal vez porque ya de antemano le dijeron que iba a tener que hacerlo...

Bueno, pero lamento que haya cedido. Tenés que decir “no, no lo hago” y si te tenés que ir para tu casa, te vas para tu casa.

Cristina y su hija Carmen López, año 1986.

Foto: Ernesto Ryan

¿Cuántas veces dijiste que no y te fuiste para tu casa?

Ah, muchas.

¿Y lo que perdiste fue menos de lo que ganaste?

Perdí lo que tenía que perder. Ya está. Pero no me rindo, no me entrego a lo que me dice alguien.

***

Interrumpe la conversación para subir a su perra Anina a la falda. Cristina hizo la voz de la directora de la escuela en la película animada Anina, dirigida por Alfredo Soderguit, y decidió bautizar así a la schnauzer que vive con ella, que no la deja ni a sol ni a sombra y, dice ella, es una gran compañera. Cuando vuelve al diálogo, retoma una idea que le había quedado rondando.

—A las mujeres políticas se les pedía más compromiso. No las veo, no las escucho. Prácticamente me olvido de que están ahí. Está el ejemplo de Raquel Macedo de Sheppard. En el 85 fue suplente por un mes de Lacalle Herrera en el Senado cuando se recuperó la democracia. Esta mujer, en un mes, ¡presentó cinco proyectos de ley! Cinco. Y uno es este que no se cumple que es que a igual trabajo, igual salario. Y yo no veo que pase ahora. Yo les pido más presencia, que sean más visibles. Siento que han entrado en esa rosca de “arreglamos esto y nos reunimos para esto otro...”.

“Soy una mujer realizada y no necesito más que lo que tengo”.

¿Demasiado negociadoras?

Eso. Demasiado negociadoras. Les pido más presencia auténtica, no insultarse por Twitter.

Ahora, ¿no cansa bastante eso de que cuando accedemos finalmente a un lugar, por la razón que sea, tengamos que presentar cinco proyectos en un mes, cuando de pronto nuestros pares hombres presentaron un proyecto en cinco años?

Es feo, pero ella lo hizo y fue una hazaña, lo que pasa es que muchas o no lo saben o no lo recuerdan.

La actuación de la primera árbitra en el mundial fue analizada por cientos de medios con bisturí, cuando durante casi 100 años hemos visto todo tipo de barrabasadas por parte de los árbitros que pasaron sin pena ni gloria.

Sí, fue así, pero me alegré tanto cuando supe que iba a haber seis árbitras en el mundial... porque eso es romper barreras.

Sí. No importa si es en Catar, que bastante debe a las mujeres. Tiene que ocurrir en algún momento.

Claro. ¡Y estuvieron ahí, además! Nada menos que en ese lugar. Donde sea, pero estar: derribar muros.

Foto: Ernesto Ryan

Carmen Beramendi en su época de diputada me contaba sobre la sorpresa que causaba en el contexto masculino el hecho de que las pocas mujeres en las cámaras fueran tan unidas, votaran mutuamente sus proyectos y se llevaran tan bien. Contrariamente al mito que en mi opinión convino alimentar de que las mujeres competimos, nos complicamos y complicamos al resto, la realidad les mostraba lo contrario. Y todo lo distinto y sorpresivo, en un punto, da miedo.

Eso fue un fenómeno hermoso que ocurrió cuando formamos la Concertación de Mujeres. Ahí no importaba de qué color eras, de qué partido fueras: era la condición de mujer lo que nos unía. Más te digo: las reuniones no se hacían en un lugar fijo, cada vez íbamos a la sede de un partido distinto. Y nos recibían con las puertas abiertas. Mujeres del Partido Nacional, del Partido Colorado, del Partido Comunista, de todos. También del PIT-CNT, que si mal no recuerdo tenía en esa época a dos mujeres, Mabel Olivera y Jorgelina Martínez, dos obreras textiles. Jorgelina Martínez era de la fábrica de alpargatas, que se perdió, por supuesto, que nunca apagaba las luces, trabajaba las 24 horas. Y de esa mujer muchas aprendimos. Y no había nada que nos separara. Pensábamos distinto, pero nos unía la lucha por la condición de la mujer. Y después quien siguió haciendo eso, que nos reunía en su casa, era Beatriz Argimón. Ahí nos juntábamos todas. Es más: en mi cumpleaños de 90 estuvieron.

¿Sentís que llegaste a un momento de tu vida en que perdiste el miedo, el miedo a no cumplir ciertas metas, a no ser lo que se esperaba de ti?

No, por suerte sigo teniendo miedos. Por suerte, porque estoy viva. Si no tendría que preocuparme de por qué me está pasando eso. Con respecto al miedo del que hablabas, a esa ansiedad, no sé si la tuve alguna vez.

“Soy una mujer realizada y no necesito más que lo que tengo”.

Pero tú eras consciente de que eras la primera mujer en la televisión, sabías que eras la minoría pero eras consciente de que hacías siempre lo que te daba la gana y tan campante.

Pero es que yo fui así siempre. Siempre fui transgresora. Desde chiquita fui así. Cuando empecé a fumar y fumaba caminando por la calle era una transgresora. Haberme divorciado con mi hija de dos meses, en el año 1963... Era muy mal mirada la mujer que se divorciaba. Además, las amigas te decían “qué suerte, te podés ir a vivir sola”. ¿Qué sola? Me fui a vivir con mis viejos. Fui una transgresora, pero no porque quise: era así y soy así. Y no es que lo piense o que lo sepa: soy así.

¿Influyó en algo tu crianza para ser así? ¿O sos, como dicen en inglés, a force of nature, una suerte de fuerza de la naturaleza?

Sí, es eso. Mis viejos no tuvieron nada que ver con esto. Me gusta más eso: una fuerza de la naturaleza. No hubo nada en ellos. Fijate que papá era de 1898 y mamá de 1900. Pero eran de cabeza muy abierta. Lo mismo que me pasa ahora. Pasan los años y te tenés que ir adaptando a lo que ocurre. Ellos se fueron adaptando a que la hija fuera a trabajar a la radio cuando no era bien mirado todo eso. La radio era un lugar de hombres.

Y los horarios no eran los de una señorita.

No, no eran. Hacer un programa de noche y después ir por ahí a cenar con la gente era transgresión. Y papá y mamá no tenían nada que ver con eso, pero tenían la cabeza dispuesta a entender. Lo mismo que me pasa a mí con los chicos jóvenes. A veces me pregunto por qué me quieren los jóvenes. A mis nietos les dicen “prestame a tu abuela”. “¿Cómo te voy a prestar a mi abuela?”. “Prestámela por dos días”. Fui a dar una charla al colegio Seminario. 140, 150 chicos adolescentes. Terminaron de pie coreando mi nombre, aplaudiendo. Fotos, selfies. Son muy chiquilines. ¿Qué es lo que ven en mí? Ellos sienten que hay algo en mí. Porque una de las cosas que tengo, y eso también lo hago con mis nietos como primera cosa, es integrarme. Porque yo creo en la relación así [hace un gesto que denota igualdad], de jóvenes con viejos, de viejos con jóvenes. Esa integración intergeneracional es importantísima. Los viejos dejarían de ser tan amargados si se juntaran más con los jóvenes. Pero no querer entrar en el mundo de ellos, no querer hablar como ellos, no querer pensar como ellos, porque no somos ellos. Ellos son jóvenes, como un día fuimos nosotros. Y no nos gustaba que se metieran en nuestras cosas; bueno, a ellos tampoco.

Foto: Ernesto Ryan

¿Y qué creés que pasó o qué no pasó en el medio entre tú y estos chicos de 15 años para que les asombres tanto? Parecería que eso de lo que tú fuiste pionera no se continuó. Pasaron 70 años y para ellos seguís siendo una rara avis.

Soy una rara avis, sí.

Me pasaba con Gastón Boero. Iba a mi programa de radio, tiraba una bomba y todos mis compañeros de 20 quedaban boquiabiertos. ¿Qué pasó en el medio?

Es el gran misterio.

¿Vamos a seguir viviendo en un país donde los transgresores sean viejos?

Creo que la relación intergeneracional es importantísima, pero respetando el lugar de cada uno. Ellos respetando a los mayores. Cosa que me mata son los eufemismos; eso del “adulto mayor” me pega. Somos viejos, ¿qué le vas a hacer? Somos una sociedad avejentada, envejecida. El público del teatro también. En el ballet se mezcla más el público.

¿Y en la ópera?

Sí, pero ojo que con la ópera se hizo mucho en períodos pasados. Se invitaba a escolares y liceales a ver los ensayos generales de las óperas.

Similar a lo que hace el Ballet del Sodre cuando llena la platea de túnicas blancas.

Eso ayuda muchísimo. Y que puedan tener la posibilidad, como en el Sodre, de que si les gusta el violín, lo puedan estudiar.

¿Qué le dirías a ese chiquilín que se siente un rara avis porque le gusta el trombón?

Que le dé para adelante y lo estudie.

¿Y que ser un rara avis puede ser divertidísimo?

¡Claro! Sos fatal... Y claro, lo otro es aburrido. La rutina esa es aburrida. ¿Por qué siempre tenemos que estar con cara de algo? ¿Por qué no nos reímos? ¿Por qué no celebramos la tontería?

¿Tendríamos más sexo los uruguayos si tuviéramos ese espíritu?

Ah, yo pienso que sí. Porque también el sexo a veces se toma como un drama.

Cuando éramos primitivos y teníamos ganas era con ese que nos gustaba y estaba cerca.

Claro... Es la sociedad civilizada.

Foto: Ernesto Ryan

Pensamos mucho todo.

Demasiado. Siempre hay que encontrar el equilibrio. Equilibrio, límites. Tú sabés lo que es un hogar monoparental donde tenés que asumir los dos roles...

Y ganar dos sueldos.

¡Además! Yo siempre fui de los límites. Y a mi hija tuve que ponerle los límites y se los puse. En una buena. No a los gritos ni nada de eso. “Mirá, esto es así: hasta acá podemos llegar, más no”. Yo me he puesto los límites. Por ejemplo, en el vestir. Yo no quiero parecer una vieja loca. Yo soy una vieja centrada, pero no soy ni una vieja chota ni una vieja cheta. Tengo que ser una señora.

Ni la mañanita ni la calza.

Los extremos nunca. Si me voy a tomar una cerveza es una, dos no; dos ya me cae mal. Creo que los límites son muy importantes. Me he manejado toda la vida con límites. Y hay que tener esa cuestión de olfato, de instinto, de piel para saber cuándo poner el límite; aun cuando nada lo hace aparecer así, tú sí sabés que tenés que poner el límite.

¿Y tener 92 años es un poco como andar por la vida con el diario del lunes abajo del brazo? ¿Pensás cosas como “podría haber fumado un poco más y no habría pasado nada” o “podría haber viajado más y me habría hecho muy bien”?

Todo sucede a su debido tiempo. Yo dejé de fumar en el año 82 y nunca más fumé. Nunca me puse a pensar “podría haber seguido fumando, me examinaron y estoy bien, no tengo nada”. Había que dejar de fumar y se dejó de fumar. Yo viajé bastante, trabajando. Siempre trabajando. Y cuando me retiré de la televisión, en el 95, me di el gusto de hacer dos o tres viajes yo sola por mi cuenta y sin camarógrafo. Sin tener que levantarme a tal hora porque si no se me va la luz de día. Sin tener que encontrarme con nadie. Y me fui a los lugares más increíbles. Al desierto de Atacama, al glaciar San Rafael, en el sur de Chile, y a la isla Fernando de Noronha. ¿Y sabés lo que disfruté? Disfruté bañándome con los delfines... esas cosas que nunca había disfrutado aun viajando a lugares más importantes o más trascendentes.

Foto: Ernesto Ryan

Pero considerás que cuando viajabas con el camarógrafo era lo que tenías que hacer.

¡Por supuesto, estaba trabajando!

Y después vinieron los delfines cuando tuvieron que venir.

Bañarse entre los delfines es maravilloso. Hay que ir a ese lugar. Entonces me fui sola a esos lugares. No tenía que pensar si había comido, si se nos había terminado el casete, nada. Era yo.

“Soy una mujer realizada y no necesito más que lo que tengo”.

Muchas veces se tiende a pensar en esa relación supuestamente estrecha entre el dinero y el bienestar; sin embargo, cuando uno mira las estadísticas, los más longevos del mundo son personas que araron la tierra, trabajaron desde niños o transitaron guerras o terremotos. ¿No será que se llega a vivir más y mejor no teniendo el mejor seguro privado, sino haciendo lo que a uno le gusta o agradeciendo de corazón lo bueno que nos ha tocado? ¿Cuáles han sido para ti las llaves para ser tan feliz?

Soy una mujer muy feliz. Las llaves son las que dijiste tú. Soy una mujer realizada y no necesito más que lo que tengo. Tengo esta casa, tengo la de El Pinar y punto. No necesito más nada. Hago teatro, que es lo que me gusta. Hoy lo hablaba con un taxista. Y yo le decía: “¿Vos te creés que yo hago teatro para ganar dinero?”. Nosotros somos pobres. Los artistas independientes somos los más mal pagos. Vivimos de la cantidad de público, de cómo se organiza la cooperativa.

De la colcha de retazos.

Exacto. Y a mí me gusta eso y soy feliz. Y creo que mi longevidad tiene que ver con eso y con aprovechar todas las cosas de la vida. Porque estamos rodeados de cosas positivas que te da la vida para agarrarse y para disfrutarlas. En pandemia hice más que un retiro espiritual. Me quedé 15 días en mi casa sola con mi perrita y el primer domingo lindo ¿te acordás la que se armó? Porque estaban los sirios y los troyanos. Unos contra estos y estos contra los otros, peleados.

Esa policía de la pandemia: la vecina te miraba desde la ventana del cinco y le decía al vecino: “Esta ya fue dos veces al supermercado hoy”.

¡Y cuando pasaba el helicóptero y te decía “váyase de la playa, ahí no puede estar”! No, ¿cómo? Es fantástico lo que vivimos y cómo sobrevivimos a eso. Entonces ese primer domingo lindo de abril, mi prima me llamó. Mi prima tiene 70 años. Es más joven que yo y maneja. Me dice: “¿Querés venir a dar una vuelta?”. “Ay, sí”, le dije yo. Y fuimos a dar una vuelta por la rambla, nos bajamos allá por el Sofitel, caminamos un poco por donde había menos gente, pero la rambla estaba desbordada. Y a partir de ese día no paré. No paré. A la semana siguiente, mi amiga Alejandra me dice: “¿Querés salir, Cristina?”. “¡Sí, sí, sí, sí!”. “¿Adónde vamos?”. Ella también maneja. Y le digo: “¿Tú conocés el memorial de los desaparecidos en el Cerro?”. “No”. “Poné el GPS y vamos”. Y de ahí fuimos a un parque temático que hay en Paso de la Arena y para acá y para allá y no paré. Porque si paro la quedo, si me encierro me viene el viejazo.

¿Y alguna vez te pasa como nos pasa a todos de no tener ganas de hacer la función?

Ay, sí.

¿Y te obligás igual porque, como dicen los terapeutas, ese día en que menos ganas tenés es el día en que más tenés que ir?

Lo del terapeuta me encantó. Claro que te pasa, porque no tenés ganas por lo que sea y es normal no tener ganas. Pero después rumbeás para el teatro y ya va pasando todo, es como si te vinieran las ganas de golpe, como si alguien te las tirara encima. Es fantástico eso. El ser humano es fantástico: es capaz de las peores cosas, pero de las más bellas también.

Foto: Ernesto Ryan

¿Sentís cada día aquello de lo que hablaba Mujica del milagro de estar vivos, de que la vida es un soplo que un día se apaga?

Claro, y tenía razón. El viejo es sabio. Al viejo lo critican y todo lo demás, pero tiene sus cosas muy sabias; a veces hay gente que llega a vieja y no le quedó nada.

¿Creés en algo?

En Dios. Creo en Dios y en las buenas energías. Y creo en la gente. Creo en mí como primera medida para poder creer en la gente. Y si me decepciono, me la banco. Porque todo no puede ser un lecho de rosas sin espinas. Hay de todo. Creo también en la vida y en el destino. Creo que todos tenemos el destino marcado; hay gente que no lo cree así, que cree que un titiritero nos va moviendo.

¿Has ganado intuición con el tiempo?

No sé.

¿Has ganado paz con el tiempo?

¿Qué es ganar paz?

Sentirse en paz interiormente a pesar del vendaval en el que una esté.

Yo me siento muy tranquila, pero no me gusta sentirme en paz porque eso de la paz me huele a muerte. Me siento tranquila, he cometido muchos errores... Y si le he hecho daño a alguien, que creo que no, ha sido sin querer. Pero si tuviera que volver a vivir, viviría exactamente lo mismo, porque esta vida mía me ha dado muchas alegrías, muchos dolores, muchas frustraciones, muchos amores, entonces volvería. Con los pro y los contra, con los errores y los no errores. Porque además no puedo arreglar nada. Es como cuando te dicen de todo en un medio de comunicación y después te piden disculpas. Eso es muy común. Yo porque no tengo redes, pero se usa mucho eso. Ya está, el daño ya está hecho.

¿Qué les dirías a esos jovenzuelos de 14 o 15 años que tanto conectan contigo?

Primero, que se respeten y respeten al otro. Que estudien, que sean personas útiles. Que cultiven valores. Que trabajen. Que se formen como las personas de bien que tienen que ser. Tú sabés, porque sos madrera, padrera y madraza, que el hogar es fundamental, es el punto de partida, entonces más que a los jóvenes, a los grandes, a los padres les diría eso: incúlquenles esos valores en el hogar. Invito a los padres a que estén más cerca de los hijos. Que los acompañen, que los escuchen, que no piensen que es mentira lo que dicen los niños cuando cuentan las cosas horribles que les han pasado. Y a los jóvenes, los adolescentes, los no adolescentes, que se rodeen de cosas buenas. Las malas no las van a poder evitar, pero que traten de sacar lo mejor de sí. ¡Si lo tienen adentro! Lo mejor está adentro. ¡Sáquenlo! ¡Déjenlo ver! ¡Muéstrenlo!

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