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Un ecosistema ornamental

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Jardín Botánico, Avenida 19 de Abril 1181, entre Atilio Pelosi y Valdense, Montevideo.

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La idea base con la que he encarado esta serie de artículos es mostrar los diferentes ambientes en los que se desarrollan los seres vivos, y en particular la vida animal, tratando de establecer qué elementos del paisaje y el ambiente han moldeado su anatomía y sus costumbres. Algunos de los lugares visitados han sido silvestres, pero hemos recorrido parques ubicados a las afueras de ciudades, playas y otros escenarios con una fuerte presencia humana. También estos lugares se pueden concebir como ecosistemas.

A pesar del buen disfraz de la mosca abeja, al tener sólo dos alas, se descubre que es una mosca.

Lo mismo sucede con el Jardín Botánico de Montevideo, un lugar donde hay plantas que producen hojas, flores y frutos, en el que diversos animales se alimentan de ellas —conocidos como consumidores primarios—, y a su vez posee un segundo nivel de fauna que come a estos consumidores. Es un ecosistema intervenido, interrumpido, fragmentado y repleto de flora que no es autóctona, pero funciona como un ecosistema al fin. Con sus cadenas alimenticias y sus presas y depredadores. Con animales que cazan y otros que se esconden o huyen. Con los dramas propios de todo ecosistema.

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Desde que se fundó, en 1811, el Botánico ha reunido una colección de árboles y plantas de todo el mundo, tratando de constituirse en un muestrario de flora mundial, organizado por secciones. Esto quiere decir que aquí vamos a encontrar muchísimas especies que no son autóctonas, con flores y frutos desconocidos para nuestra fauna. Esto no tiene por qué ser un problema, ya que una característica de los animales es su capacidad de adaptación para aprovechar todos los elementos de su entorno, lo que los investigadores definen como “plasticidad”. Los colibríes, por ejemplo, se benefician de hibiscos y otras flores de las que pueden alimentarse que muchas veces están presentes en los meses fríos, cuando la flora nativa ofrece poco y nada que comer.

La colorida araña plateada encuentra un lugar entre los juncos para tejer su trampa.

Las abejas no parecen tener inconveniente en que sean exóticos los nenúfares que se encuentran en los estanques del parque y se alimentan activamente del néctar de sus flores, que tienen coloridos pétalos ubicados en muchas hileras concéntricas.

Pero si miramos bien entre la multitud de abejas que se acercan al agua, vamos a notar que hay unas que tienen un vuelo diferente y unos ojos muy particulares. Se trata en realidad de moscas cuya estrategia de vida se basa en que tienen una apariencia similar a la de las abejas, de las que imitan su color y sus hábitos. Seguramente esto hace que muchos pájaros y otros depredadores que podrían atraparlas no lo hagan por temor a recibir un aguijonazo. Si uno mira de cerca y con atención, se dará cuenta de que la cabeza es diferente; además, estas moscas tienen sólo dos alas y no cuatro, como las verdaderas abejas.

En este cortejo de insectos, el macho debe mostrar sus habilidades en el vuelo para conquistar a su pareja.

En estos estanques también se encuentran peces y algunos sapos y ranas, que se esconden en la vegetación de la orilla y nadan en torno a macetones con plantas; entre ellos, se puede ver a varias castañetas de entre 15 y 20 centímetros de tamaño. Se trata de animales de la especie facetum con el cuerpo cruzado por franjas verticales, cuyos colores se vuelven muy intensos y contrastados en el momento de reproducirse. Cuando se arma una pareja, eligen un territorio, del que expulsan a los demás peces, y allí, en una roca o un tronco, ponen los huevos, a los que protegen fieramente. Más tarde, cuando comience a nadar, el macho y la hembra también cuidarán al cardumen, que puede llegar a ser de 400 crías, nadando todas juntas, siempre cerca de los atentos padres. Estos cada tanto sacuden su cuerpo y sus aletas cerca del fondo, para levantar restos de plantas y pequeños bichitos de los que sus hijos se alimentan.

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Claro que las más beneficiadas con la diversidad vegetal son las aves, que pueden volar y desplazarse por el parque para aprovechar las diferentes ofertas de comida de cada momento del año. Es posible ver en el Botánico a especies de pájaros que no son tan comunes en la ciudad. Naranjeros, trepadores, macuquiños y carpinteros blancos se pueden observar con frecuencia, al igual que el celestón, un pájaro que aparece sobre todo cerca de algunos frutales, aunque también es buen comedor de hojas. Macho y hembra tienen el mismo plumaje, de un celeste suave. También se los puede reconocer por el canto, que es una sucesión de notas cortas y muy agudas.

Entre las ramas del jardín, los colibríes encuentran tanto comida como refugio para descansar.

Es común verlos moviéndose en parejas, aunque a veces se juntan en pequeños grupos. Cuando se reproducen, sólo la hembra empolla los dos o tres huevos que ponen, aunque luego los dos comparten por igual el cuidado y la alimentación de los pichones. En la sección del jardín dedicada a nuestros árboles autóctonos hay un pequeño arroyo cruzado por un puente de madera donde se puede ver a esta y otras aves ir a tomar agua y bañarse.

Junto a un delgado arroyo que corría al costado del camino se levantaba una cortina de juncos y totoras. Entre los tallos se daba una curiosa danza de unos insectos oscuros, que parecen moscardones, con cuerpo y patas cubiertos de unos pelitos negros. Estos interesantes insectos son dípteros, es decir que pertenecen al mismo grupo de las moscas, pero han evolucionado y se han especializado somo cazadores en el aire de diversas presas, especialmente abejas.

Al celestón no es tan común verlo en parques y jardines, pero es más fácil si uno lo espera cerca de algún árbol frutal.

El ciclo vital de estos animales es muy peculiar, ya que cuando son larvas, se vuelven parásitos de larvas de escarabajos, a las que se adhieren, a veces en grupo, y de las que se alimentan hasta dejarlas casi vacías y causarles la muerte. Cuando finalmente se transforman en adultos, se dedican a atrapar insectos con vuelos rápidos en los que cambian de dirección en milésimas de segundo. Con lo vertiginoso de su vuelo, no es sorprendente que el cortejo del macho también suceda en el aire. Cuando ve a una hembra posada sobre un junco, se acerca y aletea sobre ella, subiendo y bajando con suaves movimientos mientras intenta acercarse y tocarla con su último par de patas. Si el cortejo funciona, la pareja se eleva volando hacia otra planta, donde finalmente ocurre la cópula.

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Esta castañeta rayada se esconde entre las plantas acuáticas de los estanques, donde caza larvas de insectos y renacuajos.

En el tope de la cadena alimenticia del Botánico se encuentran algunas rapaces, como búhos, caranchos y gavilanes, pero entre los troncos, escondida de día, espera la caída del sol la comadreja, un mamífero muy adaptable y que se establece con cierta facilidad en aquellas zonas de la ciudad donde haya buena cantidad de árboles y lugares para esconderse. La comadreja tiene buen olfato y oído, que usa para atrapar a sus presas. En el Botánico puede cazar pájaros dormidos o asaltar sus nidos en busca de huevos o pichones, comer alguna rana en la orilla de las canaletas y rastrear cascarudos o arañas entre los troncos. Pero también tienen un gran gusto por las frutas, como las pitangas, los guayabos y los higos, que en el jardín encuentran en abundancia. Son animales que generalmente salen después del crepúsculo, por eso no es fácil verlos.

Esta joven comadreja busca alcanzar su lugar de depredador tope del Botánico.

El visitante atento, que sepa buscar entre los árboles y los matorrales de este parque, podrá encontrar sin duda más especies de pájaros, anfibios e insectos de los que pueblan este paseo que, ubicado en medio de la ciudad, rodeado de autos, luces led y asfalto, se empeña en seguir funcionando como un ecosistema.

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