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Foto: Riccardo de Luca

Rosa italiana

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Rossana Rossanda, que el 23 de abril cumpliría 100 años, representó lo mejor de la generación atraída por el comunismo italiano en la década de los cuarenta. Luego, mientras gran parte de la izquierda europea perdía su brújula política, ella insistió en los escritos de toda su vida en la necesidad de una política obrera militante.

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Después de 1945, el Partido Comunista Italiano (PCI) salió de la oscuridad para convertirse en el más grande y respetable de Occidente. En un país aún impregnado de reacción y oscurantismo, los intelectuales fueron fundamentales para el rápido crecimiento de la organización. Fueron los “ingenieros de almas” (en palabras del Congreso de Escritores Soviéticos de 1934) y agentes de la renovación nacional.

Rossana Rossanda fue una partisana, periodista y escritora que representó lo mejor de la generación comunista reclutada por el PCI entre 1943 y 1945. Tras su exclusión del partido en 1969, se convirtió en una figura destacada de la izquierda revolucionaria mundial y permaneció fiel a la idea del comunismo hasta su muerte, ocurrida en 2020. Será recordada por sus destacadas memorias, La muchacha del siglo pasado (2008), por el periódico comunista Il manifesto, del que fue cofundadora, y por sus estudios sobre la historia del socialismo.

Gente especial

Rossanda nació el 23 de abril de 1924 en Pula (Istria), en el seno de una familia burguesa abatida por el crack de Wall Street de 1929. Tras seis años en Venecia, se instaló con sus padres en Milán y se matriculó en la universidad.

Una conversación con su profesor Antonio Banfi en los días posteriores al armisticio de 1943 cambió su vida. El filósofo y simpatizante del PCI la puso en contacto con los círculos partidistas: “Me di cuenta de que los que realmente parecían saber lo que hacían eran los comunistas”, recuerda Rossanda en sus memorias. Eran “decididamente realistas... un tipo especial de personas”.

Leyó la obra de Harold Laski, Vladimir Lenin y Karl Marx, se afilió al partido y luchó contra los fascistas bajo el nombre en clave de Miranda. El PCI siguió siendo su referencia política constante durante el resto de su vida.

Rossanda se licenció en 1946, encontró su primer trabajo en una editorial y se dedicó al trabajo político en Milán. La represión legal y física entre 1948 y 1950, bajo el gobierno del ministro del Interior democristiano, Mario Scelba, fue similar o peor que bajo el fascismo. Los fusilamientos de obreros y campesinos fueron frecuentes en Reggio Emilia, Sicilia y en todo el sur.

Contra todo pronóstico, unos pocos miles de activistas construyeron un partido obrero de masas en Milán, arraigado en las afueras de la ciudad industrial. Rossanda recordaba cómo se construyó la organización local mediante el encuentro concreto entre intelectuales del partido y activistas obreros:

La entrada a un lugar de encuentro se hacía a través del patio central, con la puerta claramente marcada por la bandera roja con la hoz y el martillo o un cartel anunciando la última reunión. Tras ella, bajabas unos escalones y te encontrabas en las entrañas del edificio, con tuberías por todas partes, paredes redecoradas por el camarada pintor y colgadas con dos banderas, la mesa cubierta por un mantel rojo, que se doblaba y se guardaba al final de la velada... El informe de apertura del secretario nunca era breve y siempre empezaba con el estado del mundo, incluso cuando la factura del teléfono... requería atención urgente. El discurso incluía un análisis de los asuntos internacionales y nacionales, y siempre se daba cuenta de lo que el Comité Central había debatido o de las decisiones que había tomado. Podemos sonreír ante la aproximación, o el “esquematismo”, de este paso a paso del centro del mundo a la periferia, al quartiere [barrio] y de la información a la “instrucción del partido”, pero fue un enorme proceso de aculturación... Este era el poderoso partido que se fue desgastando poco a poco en los años setenta y ochenta y que fue destruido por el punto de inflexión de 1989; era una red laboriosa pero viva que daba estructura a la gente de izquierdas, frente a la hostilidad de los periódicos, la radio y la primera televisión, todos ellos del lado del gobierno... La gente se unía en nombre de una idea de sociedad quizá simplista, luchaba por plantear preguntas pertinentes y a veces recibía respuestas convincentes; pero mientras todas las demás voces se dirigían hacia la privatización de la experiencia, el partido se esforzaba por verse a sí mismo como parte de un mundo más amplio.

Rossana Rossanda en la asamblea nacional convocada por Il manifesto para debatir el rumbo de la izquierda italiana. Feria de Roma, 15 de enero de 2005.

Foto: Aleandro Biagianti / Il manifesto

De Togliatti al otoño caliente

A Rossanda se le encomendó la tarea de revitalizar la Casa della Cultura como centro de la actividad intelectual progresista de Milán. Entonces llegó 1956. Ese año, el informe secreto de Nikita Jruschov [mandatario de la Unión Soviética, URSS] sobre los crímenes de [su antecesor] Iósif Stalin conmocionó al mundo comunista.

Rossanda permaneció en el PCI a pesar de sus reservas sobre la intervención soviética en Hungría y ascendió con rapidez a la cúpula del partido. En 1962 fue llamada a dirigir el sector cultural del PCI y al año siguiente fue elegida diputada. Trabajó de forma estrecha con el líder secretario general, Palmiro Togliatti, en la sede de Botteghe Oscure, en Roma.

Sus enérgicos y creativos intentos de renovar la labor cultural del partido fueron recibidos con perplejidad. Creía que las condiciones para un cambio radical no se reflejaban en la línea moderada del PCI. En lugar de servir como plataforma de lanzamiento para una carrera de éxito, este período fue testigo de una brecha cada vez mayor entre Rossanda y el partido. Esta brecha se acentuó tras la muerte de Togliatti en 1964 y las dificultades del partido para reclutar a jóvenes italianos.

“Por mucho que lo criticara más tarde, en los años setenta —recuerda—, ahora tengo una visión diferente” de Togliatti.

He aceptado que su objetivo no era derrocar el statu quo, sino asegurarse de que el conflicto seguía siendo legítimo. No sé si había llegado a la conclusión de que era la mejor situación posible en Occidente, o si en las circunstancias actuales no se podía hacer otra cosa. Yo me inclino por la primera hipótesis; al hombre que estuvo a caballo entre la URSS de los años treinta y la Italia de la posguerra, que avanzáramos y cambiáramos el panorama político sin terribles laceraciones y tragedias no podía parecerle algo tan malo.

Rossanda luchó por una alternativa al reformismo del PCI. La socialdemocratización del partido se precipitó después de que la izquierda en torno a Pietro Ingrao perdiera importantes votaciones en su histórico undécimo Congreso de 1966. Rossanda y otros miembros combativos del PCI, como Luigi Pintor, Lucio Magri, Massimo Caprara y Luciana Castellina, siguieron movilizándose.

Los movimientos estudiantiles y obreros de 1968 y 1969 hicieron que la prudencia del partido les resultara intolerable. Rossanda escribió que “el año de los estudiantes” podía actuar como detonante de una explosión social más profunda. En junio de 1969, ella y los demás empezaron a publicar la revista Il manifesto para exponer sus argumentos a las bases.

Mientras tanto, la invasión de Checoslovaquia —que el PCI había condenado con cautela— hizo que pareciera urgente una ruptura más firme con la línea de Moscú. La intervención militar soviética acabó rápidamente con las esperanzas generadas por la Primavera de Praga. “Praga è sola” (Praga está sola) fue el título de la famosa edición de Il manifesto de setiembre de 1969.

El grupo fue desautorizado por la dirección del PCI y luego excluido (radiato) en noviembre. Incluso Ingrao votó con la dirección. Cuando el llamado otoño caliente de huelgas masivas abrumó a los empresarios italianos, se eliminó quirúrgicamente el último freno interno a la deriva del PCI hacia el centro. La tendencia moderada y reformista del migliorismo (mejorismo) en torno al líder del PCI Giorgio Amendola amplió su control sobre el aparato del partido.

Oportunidades perdidas

¿Por qué el partido dio cabida a Amendola y no a Rossanda? La decisión de Togliatti de trazar una “vía italiana al socialismo” que no tuviera que pasar por Moscú había aumentado el aislamiento internacional del PCI. Enrico Berlinguer y otros dirigentes temían que si apoyaban de forma explícita al Partido Comunista de Checoslovaquia, Moscú extendería su largo brazo hacia Italia. El considerable elemento prosoviético del PCI exigiría un mayor margen de maniobra a sus propios esfuerzos para dar forma a la estrategia del partido si la red en torno a Il manifesto se convertía en una presencia permanente.

Rossanda, sin embargo, creía que detrás de su exclusión había problemas más fundamentales de visión:

El PCI no se dio cuenta de que en Italia y a nivel internacional se estaban desarrollando oportunidades como nunca antes para una reestructuración de las relaciones de poder y del entorno político, una ventaja inesperada de la coexistencia pacífica. No confió en el impulso de cambio, aún no del todo articulado, de posibilidades nunca antes imaginadas. O se tomó su tiempo, como si un periodo en el que todo estaba en la balanza pudiera permanecer abierto para siempre. De hecho, la oportunidad nunca volvería a ser tan buena, y menos de diez años después había desaparecido por completo. Ahora se ve con más claridad que entonces.

El partido fue incapaz de silenciar al grupo. En 1971, Il manifesto se había convertido en un diario y a partir de 1976 estuvo estrechamente asociado al Partido de la Unidad Proletaria, un grupo ecléctico de socialistas italianos de izquierdas (que se habían negado a afiliarse al PCI), trotskistas y otras variedades de la heterodoxia comunista italiana. Los temas del periodismo de Rossanda iban desde una entrevista con [el presidente chileno] Salvador Allende hasta un perfil de [el artista visual español] Pablo Picasso o una necrológica de [el filósofo húngaro] Georg Lukács.

En esos años, Rossanda simpatizaba con las críticas maoístas a la primacía que el marxismo soviético otorgaba a las fuerzas productivas para explicar el cambio histórico. Su trabajo durante esta década trató de ofrecer una historia alternativa de la relación entre partidos políticos y clases sociales y de la centralidad de las relaciones sociales en la transición socialista.

Como siempre, las preocupaciones intelectuales de Rossanda estaban determinadas por las exigencias políticas. En su opinión, la “doble hagiografía” del PCI sobre la Unión Soviética y Antonio Gramsci había conducido a una práctica presentista y a una ausencia de visión. Como argumentó en su artículo de 1969 “Clase y partido”:

La única teoría que tiene sentido es la que se forma dentro de una praxis, de una situación histórica concreta: no es posible ninguna solución que no parta de un análisis cuidadoso de las diferentes contradicciones de clase en las sociedades avanzadas, de las formas concretas de lucha, de las necesidades que la crisis del capitalismo revela hoy. La hipótesis de Marx encuentra nueva vida en el movimiento de mayo en Francia, en muchos de los enfrentamientos que se producen en nuestras sociedades y que tienden a escapar al control, por elástico y atento que sea, de las formaciones puramente políticas. Es en función de este hecho que se puede plantear de nuevo el problema de la organización. De Marx, volvemos ahora a Marx.

A contracorriente

Rossanda criticaba tanto las pretensiones vanguardistas de los grupos armados de izquierda italianos como la estrategia de “compromiso histórico” del PCI frente al partido gobernante, la Democracia Cristiana. Su artículo de 1978 sobre el secuestro del ex primer ministro italiano Aldo Moro por las Brigadas Rojas causó una pequeña sensación. Allí argumentaba que los miembros de este grupo armado marxista-leninista formaban parte del “álbum de familia” de la izquierda italiana y que su lenguaje político (si no su estrategia de guerra de guerrillas) era similar al utilizado por el PCI durante la década de 1950.

Editó un libro de entrevistas con el líder operativo de las Brigadas Rojas, Mario Moretti, y desarrolló un estrecho diálogo con el movimiento feminista. Colaboró con la revista Lapis, dirigió la revista socialista-feminista L’Orsaminore (La osa menor), escribió ampliamente sobre la experiencia de las mujeres y buscó explicaciones a la crisis definitiva del PCI, al que aún debía su identidad política. Como le dijo a Marco D’Eramo en 2017:

La crisis del partido no era reciente y precedió a la caída del Muro de Berlín. 1989 solo catalizó un proceso en curso para el que el PCI no tenía respuesta. Para entonces, el partido ya había aceptado el juicio de sus adversarios históricos: “La idea misma del comunismo era errónea”. Posiciones idénticas se desarrollaron entre los rusos, los chinos y los cubanos. Nadie intentó dar otra explicación y ninguno dijo: “Perseguíamos las ideas correctas, pero cometimos los siguientes errores”. Nadie preguntó por qué la crisis golpeó a todos al mismo tiempo.

Rossanda ya había buscado respuestas a esas preguntas en una serie de importantes artículos. “Los intelectuales revolucionarios y la Unión Soviética” (1974), el discurso de apertura de la conferencia “Poder y oposición en las sociedades posrevolucionarias” en Venecia en 1977, y “La crisis y la dialéctica de los partidos y los nuevos movimientos sociales en Italia” (1981) fueron intervenciones que marcaron un hito. En cambio, la dirección del PCI optó por redoblar su acomodación al statu quo, su disociación de la experiencia histórica del socialismo y su negación del comunismo como horizonte de expectativas.

En 1991 la izquierda italiana había abandonado de manera progresiva toda referencia a sus antiguos programas, visiones e identidad. Rossanda se resistió firmemente a este proceso y apoyó la creación de Rifondazione Comunista (un partido que prometía continuar la tradición del PCI), a pesar de permanecer al margen de la nueva organización. Apoyó de forma abierta a Rifondazione y defendió con energía su decisión de derrocar al gobierno de Romano Prodi en 1998.

También se distanció de modo progresivo de la redacción de Il manifesto a principios de la década de 2000 por ignorar la centralidad del conflicto de clases, y abandonó formalmente el periódico en 2012. Sospechaba de la reciente alianza entre el Partido Democrático [continuación del PCI] y el Movimiento Cinco Estrellas [de Beppe Grillo y que llevó a la jefatura de gobierno a Giuseppe Conte de 2018 a 2021], y lamentaba la incapacidad de la izquierda italiana para definirse con claridad frente a la derecha berlusconiana y neofascista.

Seguía creyendo que su adversario era el capitalismo, a diferencia de la mayoría de los comunistas de su generación. Hasta el final, instó a la izquierda italiana a volver a sus antiguas referencias de clase, a restablecer su relación con los trabajadores asalariados y a renovar su perspectiva revolucionaria. Su vida y su obra siguen siendo consideradas un modelo ejemplar por muchos organizadores e intelectuales socialistas de hoy.

Matt Myers es profesor de Historia en la Universidad de Oxford. Una versión de este artículo fue publicada en Jacobin, de donde se reproduce con autorización. Traducción: Pedro Perucca.

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