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Ilustración: Señor Fernández

Sin lugar a dudas

10 minutos de lectura
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La difusión en redes sociales de datos falsos o distorsionados, los discursos de odio contra grupos minoritarios y la polarización han creado en los últimos años una nueva vedete política: la desinformación. En este ensayo, Natalia Uval reflexiona sobre el deterioro de las democracias y las operaciones sobre la realidad, de las que Uruguay no es la excepción.

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La imagen de Romina Celeste Papasso tras una ventana enrejada en un juzgado de Ciudad de la Costa, después de conocerse que su denuncia contra el precandidato frenteamplista Yamandú Orsi era falsa, pareció confirmar un imaginario nacional arraigado. Uruguay como la excepción, la isla, la “Suiza de América”. En un continente en el que la desinformación contribuye al crecimiento de la extrema derecha y debilita a los partidos políticos —en particular de izquierda—, al tiempo que carga contra grupos sociales que han conquistado derechos tras siglos de lucha, Uruguay desarticulaba en pocos meses la mayor operación de desinformación de la era digital en una campaña electoral nacional.

Desde el principio, el mundo periodístico se mantuvo relativamente escéptico sobre la acusación en redes sociales de la exmilitante nacionalista Romina Celeste, que luego se concretó en una denuncia penal de una mujer llamada Paula Díaz. Ambas afirmaron que Orsi había agredido a Díaz en 2014, cuando ella ejercía como trabajadora sexual. La denuncia de Papasso fue un viernes en redes, pero ninguno de los medios periodísticos escritos tradicionales la replicó —ni El País, ni la diaria, ni El Observador— y algunos jefes de informativos de televisión les pidieron a sus periodistas que no le preguntaran nada sobre el tema al precandidato frenteamplista en su siguiente aparición pública. La acusación sonaba inverosímil y había contradicciones evidentes en las historias de Díaz y Papasso. Pero en las redes ya circulaba todo tipo de desinformación vinculada a un presunto perfil agresivo de Orsi y, como en el primer capítulo de la serie Black Mirror, los medios tradicionales tuvieron que rendirse ante la evidencia de que ahora cualquier creador de contenido en redes sociales puede marcar la agenda y Orsi tuvo que hablar.

La demonización de las redes

El caso de Orsi y Romina Celeste fue el de mayor amplificación hasta el momento en la campaña electoral 2024, pero ¿qué otro tipo de desinformaciones han circulado en estos meses en Uruguay y qué pasaba en la campaña de 2019? Antes de ir a eso, conviene derribar, con evidencia, algunos mitos arraigados que culpabilizan a las redes sociales de todo tipo de males que afectan a la democracia.

Las redes sociales y los algoritmos se han erigido en los villanos de los procesos democráticos en la región y a nivel global. Que generan burbujas informativas y cámaras de eco, que sólo refuerzan opiniones y creencias previas, que introducen sesgos de confirmación, que contaminan el debate público con mentiras o información engañosa; las acusaciones son de diverso calibre y no siempre están fundamentadas con solidez empírica. En definitiva, y ya distantes de aquella promesa de democratización del saber y la expresión que significó internet, se acusa al mundo digital y en particular a las redes sociales de debilitar la democracia.

La democracia se ha debilitado en la región, eso es un hecho. Por un lado, según las mediciones del Latinobarómetro, el apoyo de la población a la democracia en los países de América Latina cayó sistemáticamente desde 2010 a 2018, y luego se estancó. También aumentó en ese mismo período el número de personas que se sienten alejadas de la política, desencantadas y frustradas. Por otro lado, crecen en la región y a nivel global los partidos de extrema derecha y los discursos de odio contra las minorías; cobran fuerza, notoriedad e incluso llegan al poder gobernantes que descreen de la democracia; resurge el negacionismo histórico, y el rechazo a la ciencia y a cualquier parámetro de verdad que trascienda la interpretación mina las bases del debate público.

Esta situación coincide en términos temporales con el auge de las redes sociales como medios de comunicación que permitieron como nunca antes difundir desinformación a gran escala y con el florecimiento de los algoritmos como método para predecir e incluso para definir lo que somos mediante nuestras pautas de consumo.

Esta correlación entre el auge de las redes sociales y el debilitamiento de la democracia fue abordada desde distintas ópticas. En 2011, Eli Pariser, en The Filter Bubble: What the Internet Is Hiding from You (Reino Unido, Penguin Press), utilizó el concepto de burbujas de filtro para referirse a cómo los algoritmos construyen universos habitados por comunidades de personas que piensan parecido y que debido a los mecanismos algorítmicos —que refuerzan nuestros gustos y creencias personales— no tienen posibilidad de interactuar o siquiera de conocer lo que piensan otras comunidades pertenecientes a otras burbujas. Este fenómeno contribuiría a alimentar la polarización y la desinformación. Las “cámaras de eco” nos devuelven permanentemente aquello ya emitido, lo que ya escuchamos, aquello con lo que comulgamos, y no hay espacio para la sorpresa, para lo desconocido y para lo que refuta nuestras creencias.

Otros investigadores, como los argentinos Natalia Aruguete y Ernesto Calvo, han aportado evidencia sobre el papel de las redes sociales en la difusión de desinformación y la polarización.

Joshua Tucker y otros autores, en Social Media, Political Polarization, and Political Disinformation: A Review of the Scientific Literature (2018), señalan que hay tres factores interrelacionados que pueden estar afectando la calidad de la democracia vinculados al mundo digital: el uso de las redes sociales, la polarización política y la desinformación. Y enumeran diversas hipótesis sobre la forma en que estos tres factores pueden interrelacionarse: la polarización puede volver a las personas más vulnerables a la desinformación y, al mismo tiempo, la desinformación puede generar mayor polarización; las redes sociales pueden, por un lado, incrementar la participación política, pero, por el otro, la polarización puede alejar a la gente de la política.

Pese a estas evidencias y a los efectos nocivos para el debate público de ciertos usos de las redes sociales, no es tan claro que el debilitamiento de la democracia obedezca exclusivamente a los efectos del mundo digital en el debate público y en las formas de relacionamiento de la población entre sí y con la política.

Tucker sostiene que las redes sociales no son inherentemente democráticas o antidemocráticas, sino “simplemente un escenario en el que los actores políticos —algunos que pueden ser democráticos y otros que pueden ser antidemocráticos— compiten por el poder y la influencia”. Los autores de la obra previamente citada enumeran una serie de estudios empíricos que ponen en cuestión el argumento de las burbujas de filtro y las afirmaciones que ubican a las redes sociales como causantes de la polarización.

En primer lugar, citan diversos estudios que dan cuenta de que, a diferencia de lo indicado anteriormente, la exposición a visiones políticas distintas en redes sociales es alta, más alta en comparación con las redes de comunicación no virtuales y con el consumo de medios tradicionales. Un estudio antropológico-comunicacional realizado por la investigadora de la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República Rosalía Winocur sobre las prácticas de consumo y socialización de la información política durante las elecciones presidenciales de 2019 en Uruguay concluyó, en el mismo sentido, que las burbujas informativas son porosas y abiertas al disenso. La exposición a mayor diversidad en redes sociales, no obstante, también puede convertirse en un búmeran, como advierte el argentino Silvio Waisbord en el artículo “¿Es válido atribuir la polarización política a la comunicación digital? Sobre burbujas, plataformas y polarización afectiva”, ya que hay estudios que sugieren que, en el caso de las personas con fuerte identificación partidaria, la exposición a opiniones contrarias a sus creencias refuerza actitudes y percepciones negativas sobre los “otros”. Al mismo tiempo, el carácter negativo de muchos intercambios entre tendencias ideológicas opuestas en redes sociales como Twitter (llamado X desde que lo compró el magnate Elon Musk), lejos de alimentar la comprensión sobre los otros, puede incrementar la polarización afectiva.

Por otra parte, la desinformación tiene efectos limitados en el conocimiento político de la población. La investigación de Winocur concluye que las redes sociales no tienen un poder absoluto para informar o desinformar; en cambio, la familia y el ámbito doméstico son centrales en el proceso de socialización de los contenidos mediáticos.

La importancia de la duda

“La llama sagrada del periodismo es la duda”, enseñaba el periodista y teórico argentino Tomás Eloy Martínez. Las certezas son, en cambio, el mejor aliado de la desinformación, porque nos hacen bajar la guardia. Muchas veces, en relación con la desinformación política, las certezas toman la forma de estereotipos que se construyen sobre adversarios políticos.

Un análisis hecho en 2019 por la autora de esta nota sobre la desinformación en campañas electorales en Uruguay, con base en las verificaciones realizadas por la alianza de medios contra la desinformación Verificado Uruguay, da cuenta de que el objetivo de las piezas de desinformación de mayor viralidad fueron sobre todo la izquierda y, en particular, el Frente Amplio (FA). El 70% de los contenidos de desinformación verificados tuvieron como objeto del ataque al FA o a dirigentes de ese partido. Si bien en un sentido restringido no puede hablarse de la presencia de discursos de odio en los contenidos de desinformación, por lo expuesto anteriormente, sí pueden notarse intentos por caracterizar al FA como un partido autoritario y radical, integrado por dirigentes hipócritas, que fue inepto en el ejercicio del gobierno. Por ejemplo, algunos posteos mentían sobre la cantidad de empresas cerradas durante los gobiernos del FA (decían que fueron el doble de las que efectivamente cerraron), daban cifras distorsionadas para referirse al aumento de la delincuencia o publicaban fotos de personas durmiendo en la calle que no eran de Uruguay. También acusaban al FA de pegar adhesivos del partido político en vehículos oficiales o de sostener carteles con la leyenda “Sí a los chorros” (ladrones), y se diseminaron mentiras sobre una supuesta falta de voluntad del gobierno frenteamplista a la hora de dejar el poder en caso de perder las elecciones.

No hubo, en cambio, ataques sistemáticos contra minorías sociales, algo que ha sido característico de otras campañas electorales —fueron notorias las agresiones y la desinformación utilizada contra la comunidad LGBTIQ+ en 2018 en Brasil, en las elecciones en las que triunfó Jair Bolsonaro—.

En cuanto a la campaña electoral actual, han transcurrido pocos meses como para sacar conclusiones, más allá del caso referido al inicio de este artículo, que involucró una importante inversión económica en desinformación de la que aún no se determinó el origen —un estudio encargado por el Movimiento de Participación Popular calculó que se gastaron 40.000 dólares en toda la operación, que incluyó el uso de cuentas de X ubicadas en México y la emisión de videos desde Hong Kong—.

Algunos posteos que se hicieron virales y fueron chequeados por la diaria Verifica también tenían a referentes del FA como objetivo: por ejemplo, se dijo que la precandidata a la presidencia Carolina Cosse propone hacer expropiaciones en caso de resultar electa y que la senadora Amanda Della Ventura no ha completado sus estudios. Pero también circula desinformación contra el gobierno actual, con datos erróneos sobre la gestión. Y, a diferencia de durante la campaña electoral de 2019, parece haber ataques más sistemáticos contra la agenda de derechos, contra las organizaciones de derechos humanos y contra los feminismos en particular, algo que convendría estudiar detenidamente una vez que culmine el ciclo electoral.

El sistema político y un exorcismo necesario

La polarización política, además de ser un caldo de cultivo propicio para la desinformación, puede convertirse en un problema para la democracia, ya que en escenarios políticos polarizados se concibe al otro como un enemigo a quien eliminar o como alguien con quien no es posible ningún tipo de diálogo, lo que empobrece el debate público, una de las bases de la democracia. La democracia requiere aceptar la diversidad de opiniones, requiere negociación y el reconocimiento del adversario como un interlocutor válido; en cambio, la polarización “dificulta la negociación y la concesión, refuerza prejuicios contra otros, y debilita el prestigio y la confianza en las instituciones democráticas (en tanto son vistas como partidarias de uno u otro bando)”, advierte Waisbord.

Distintos estudios han mostrado que los grados de polarización en redes sociales varían según las características del sistema político nacional. Si bien la polarización de las sociedades coincide en el tiempo con el auge de las redes sociales, esta polarización no se manifiesta de la misma forma ni en los mismos grados en todos los países. Esto es así porque la polarización está fuertemente relacionada con el sistema político institucional en el que se inscribe y, particularmente, con el rol que adoptan las élites políticas.

Waisbord sostiene, en el artículo ya citado, que la polarización “es el resultado de la agregación de procesos comunicativos-políticos que obedecen principalmente a decisiones de élites políticas y mediáticas más que a procesos predeterminados por la política digital o especialmente las ‘plataformas sociales’”. Las élites políticas pueden estimular la polarización o no hacerlo, y esto condiciona en gran medida los niveles de polarización en redes sociales de cada sistema político.

En mayo de 2022 se conoció la noticia de que Uruguay había caído 26 posiciones en el ranking de la organización internacional Reporteros Sin Fronteras que evalúa la libertad de prensa en los países. La organización advirtió que “varios periodistas de investigación han sido objeto de amenazas, intimidaciones y presiones judiciales”, incluidos algunos que estaban cubriendo temas sensibles que “implicaban” a miembros del gobierno de Luis Lacalle Pou.

La reacción inmediata del gobierno fue cargar las tintas contra la metodología del informe. El ministro de Educación y Cultura, Pablo da Silveira, dijo que “Uruguay no tiene un problema con la libertad de prensa”, sino que “Reporteros Sin Fronteras tiene un problema con su metodología”. “Somos un gobierno enamorado de la libertad”, aseguró.

Sin embargo, hay síntomas evidentes de un deterioro en la calidad del debate público y han emergido figuras de alta popularidad en redes sociales que constantemente polarizan, difunden desinformación y atacan a periodistas: el ejemplo más notorio es Graciela Bianchi, senadora de la república que en ocasiones ejerce como vicepresidenta. Bianchi no sólo ha difundido desinformación en reiteradas ocasiones, sino que no ha pedido disculpas por hacerlo y ha sostenido las afirmaciones erróneas, además de acusar a los medios que difunden hechos que complican al gobierno de ser operadores de la oposición.

En el Parlamento actualmente se discute un proyecto de ley para regular las plataformas digitales que puede ser lesivo para el derecho a la libertad de expresión, como ha sido advertido por expertos y organizaciones que trabajan en el tema. Antes o en paralelo a pensar regulaciones, el sistema político también debería reflexionar sobre las consecuencias de sostener y amplificar a figuras políticas que erosionan la convivencia democrática. Como se sabe, la erosión es un proceso lento, casi imperceptible. Y, mientras ironizamos sobre algunos personajes, la democracia corre el riesgo de divertirse hasta morir.

Natalia Uval es directora periodística de la diaria y docente e investigadora de la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República. Una parte de esta nota está basada en el artículo “El enemigo en las sombras. Discursos de odio y desinformación en el debate político en redes sociales en Uruguay”, de la autora, publicado en Comunicação, contradições narrativas e desinformação em contextos contemporâneos, Larissa Pelúcio y Raquel Cabral (editoras), San Pablo, Cultura Académica, 2021.

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