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Ilustración: Luciana Peinado

Yo desde mí

7 minutos de lectura
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Desde el arte inmersivo hasta los ensayos personales y las novelas en primera persona, la cultura de nuestros tiempos parece tener una obsesión con la idea de la experiencia individual. El sociólogo Daniel Zamora entrevistó a la teórica literaria Anna Kornbluh sobre los múltiples sentidos de estas manifestaciones, su vínculo con la economía y la necesidad de dejar las valoraciones morales de lado.

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Comienzas el libro hablando de la proliferación de las llamadas exposiciones de pintura “inmersiva”. Las “experiencias” de Vincent van Gogh, Frida Kahlo o Claude Monet están apareciendo por todo el mundo. Una forma de ver esta evolución es desde el punto de vista económico. Obviamente, estas exposiciones son fácilmente reproducibles y más baratas que las exposiciones más tradicionales. Pero tú afirmas que está ocurriendo algo más. ¿Podrías decirnos de qué se trata?

El libro trata de reflexionar sobre por qué nuestro presente ejerce tantas presiones sobre la representación. Existe la sensación generalizada de que la gente no tiene tiempo para el arte, de que no podemos permitirnos la lentitud de pensamiento que exige la representación. Si te pones delante de un cuadro de Van Gogh, su significado no es evidente; tal vez los zapatos en el suelo sean la cuestión, tal vez el ángulo de perspectiva sea la cuestión, tal vez algo sobre el mercado del pigmento amarillo sea la cuestión, y por eso tenemos que procesar lo que tenemos delante.

Si adoptas una postura de yoga en la clase matinal inmersiva de Van Gogh, el objetivo no es la contemplación, sino la fusión sensorial total. Este cambio de la contemplación a la experiencia intensa se vende como liberador, pero es paralelo a otros cambios sociales y económicos que no lo son tanto.

En estas exposiciones, el énfasis se pone en la experiencia: experiencia encarnada, sensorial, total. El énfasis no está en la obra de arte ni en las técnicas a través de las cuales se media o la contemplación que solicitan. Parte de la razón del auge de este tipo de arte es, como tú dices, que es barato. Desde una perspectiva, esto forma parte de un proceso de democratización. Pero tenemos que entenderlo también como un recorte de la obra de arte y, por tanto, como un profundo rechazo del arte.

Además, hay que entender también que se trata de un esfuerzo económico: eliminar al intermediario forma parte del modelo de los grandes negocios de la industria del siglo XXI, desde el coche compartido hasta el corretaje electrónico. Los beneficios proceden menos de la fabricación y más del intercambio. Cuando nuestro estilo estético dominante adopta los mensajes directos y el acceso instantáneo, se aferra demasiado a las relaciones capitalistas en lugar de arrojar luz sobre ellas.

Sostienes que hoy no nos enfrentamos a una crisis de historicidad, sino de “futuridad”. ¿Qué significa eso?

Crisis de historicidad es el término del teórico literario Fredric Jameson para referirse a la estética del posmodernismo. Se trata de una estética que saca estilos o técnicas de su contexto histórico y los mezcla, un pastiche que él considera una respuesta al tiempo unificado de la economía globalizada. Crisis de futuridad es mi término para un aspecto de nuestra situación estética que el posmodernismo no describe del todo: hemos perdido el futuro —la humanidad se enfrenta a una extinción forzosa— y, en lugar de jugar con el pasado, nuestro estilo estético dominante magnifica el presente y la presencia.

Por supuesto, esta pérdida del futuro está desigualmente distribuida, pero implica a la especie en su conjunto. Es una forma de explicar cómo nuestra cultura hace que la experiencia emocional sea más extrema: tanto en el arte como en el cine y la literatura, la pena, la rabia y la desesperación se hacen más profundas.

El libro trata de vincular un conjunto de desarrollos económicos y estéticos y conecta de forma bastante sorprendente las novelas de Karl Ove Knausgård, la película Diamantes en bruto y la performance de Marina Abramović La artista está presente. ¿Qué comparten entre sí?

En la obra de los artistas que mencionas predomina un repudio del espesor de la representación, una intolerancia hacia los mensajes indirectos, un rechazo de la mediación. La mediación es la actividad social de dar significado, de dar sentido, de poner algo en un medio, de construir relaciones entre cosas, personas y lugares; sin ella, el arte se desmorona, el mundo se vuelve incomprensible y los movimientos colectivos por el cambio se vuelven insostenibles. La obra de estos artistas rechaza expresamente la mediación.

La narración en primera persona se ha convertido en el estilo literario dominante de nuestra era de la inmediatez. Se trata de un cambio sustancial. Durante la mayor parte de sus 300 años de existencia, la novela se escribió generalmente en tercera persona. ¿Qué indica este cambio y cómo debemos explicarlo?

El proyecto se originó en mi intento de examinar los cambios en el estilo literario y cómo estos parecían responder a un cambio cultural más amplio. En la historia de la novela inglesa, la ficción se compone mayoritariamente en tercera persona. La tercera persona es el modo gramatical no sólo del experimento especulativo de la omnisciencia, sino en cierto sentido de la propia ficcionalidad. Esto se debe a que construye perspectivas contrafácticas a través de distintos tiempos y espacios, perspectivas a las que la experiencia individual es, naturalmente, incapaz de acceder.

La tercera persona es también el modo que hace posible el discurso indirecto libre, una forma de mezclar el pensamiento de distintas mentes exclusiva de la novela. En ningún otro lugar podemos llegar a pensar pensamientos compartidos colectivamente (eso es lo que los hace libres: no son propiedad de nadie).

Es precisamente esta tercera persona, este modo mágico, el que parece estar desapareciendo: las novelas en inglés del siglo XXI son mayoritariamente en primera persona. Se trata de un acontecimiento radical en la historia de la literatura que exige una explicación. ¿Por qué los escritores quieren suprimir la capacidad única de la conciencia ficticia? ¿Por qué, al desmantelar explícitamente la narratividad como tal, tantos novelistas contemporáneos rechazan también explícitamente la noción de personaje literario, o de trama, o la duración temporal con la que a menudo se asocia la forma novela?

Esto quizás explique también la proliferación de las memorias y el ensayo personal.

Intento responder a esta pregunta en un capítulo del libro en el que abordo las transformaciones en las industrias de los medios de comunicación, como el periodismo, la edición literaria y las redes sociales, así como en la universidad. En estos ámbitos, examino las condiciones económicas de la producción cultural creativa.

Según el New York Times, las ventas de memorias han aumentado 400% este siglo en relación con el anterior. Al mismo tiempo, predomina el ensayo personal como modo barato o de escritorio de periodismo y generación de “contenido”. Y existe una dinámica relacionada: la hegemonía de una epistemología del punto de vista debilitada. Esta teoría, que da prioridad al conocimiento conformado por la perspectiva del conocedor, se desarrolló inicialmente para promover los objetivos de la clase obrera, feministas, queer y otras minorías. En la cultura actual, sin embargo, ha servido para justificar una hostilidad hacia la abstracción y las pretensiones de conocimiento universal.

Eres muy crítica con quienes describen el aumento de la autoficción y los ensayos personales como una especie de “epidemia de narcisismo” alimentada por las redes sociales.

Algunos críticos culturales y profesionales de la salud mental explican este auge del yo como resultado de una creciente epidemia de narcisismo. Y, ciertamente, las tendencias antisociales de nuestra sociedad son palpables. Pero no basta con entender la producción cultural contemporánea a través de una lente que psicologiza o moraliza, por varias razones.

La principal es que la psicología no está aislada del resto de la sociedad; la cultura, la economía y la tecnología desempeñan un papel enorme en la estructuración de los síntomas y los trastornos. Si estamos viviendo algún tipo de inflación del ego y la autoimagen, esto tiene que estar relacionado con nuestra ecología mediática y con la ideología económica dominante del capital humano y el bootstrapping, así como con el desmantelamiento de las instituciones sociales que sustentan la vida cotidiana, como la educación pública.

Pero la otra razón por la que no basta con describir nuestra cultura como narcisista es que los tipos de priorización del yo que podemos observar en las obras de arte también van acompañados del vaciamiento de la mediación. Si hay un ataque al significado colectivo, el significado individual surge en su lugar. Si hay una interrupción de la mediación, surgen cosas que parecen inmediatas: la experiencia, el cuerpo, lo personal. Pero es el ataque, la disrupción —lo que en los negocios se denomina desintermediación— lo primero.

También pareces conectar este desarrollo estético con el desarrollo más amplio del modo en que ha evolucionado la política en las dos últimas décadas. El “momento populista” también fue acompañado de una creciente necesidad de eliminar al intermediario. Nuestro presente se caracteriza menos por la mediación de partidos y sindicatos de masas y más por levantamientos y “movimientos” espontáneos. Refleja una suerte de “desintermediación” de la política con formas de pertenencia menos estructuradas y duraderas. ¿Dirías que estas dos tendencias están relacionadas?

Absolutamente. Identificar la inmediatez como estilo cultural implica conectar las artes con el conocimiento y la economía, así como con la política. Las artes suelen ser el escenario en el que se manifiesta la mediación. En definitiva, es el terreno en el que las “obras” concretas tienen contornos y límites que se prestan al análisis. En cambio, la política puede ser más difícil de convertir en un objeto de estudio riguroso.

Probablemente esté hablando mi formación como estudiosa de la estética, pero puede ser más fácil saber dónde mirar para ver el rechazo a la mediación que se produce en un programa de televisión o en unos poemas que en el movimiento general del populismo en la esfera política. No obstante, el libro trata de indicar que el estilo de la inmediatez rige las preferencias tácticas (e ideológicas) por el horizontalismo, el localismo, la anarcoespontaneidad, el antisindicalismo y la falta de organización disciplinada en la izquierda. Esta última suele ser sustituida por cultos al carisma, el opinionismo virulento y el antinstitucionalismo. Todas estas tendencias pueden observarse tanto en la izquierda como en la derecha políticas. Ha habido análisis realmente importantes de este proceso a medida que se ha desarrollado en la última década; espero que alguien escriba un estudio exhaustivo en profundidad sobre la inmediatez en la política.

Anna Kornbluh es teórica literaria y autora de Immediacy, or The Style of Too Late Capitalism (Verso, 2024). Daniel Zamora es sociólogo posdoctoral por la Universidad Libre de Bruselas y la Universidad de Cambridge. Es autor de Le dernier homme et la fin de la révolution: Foucault après Mai 68, en coautoría con Mitchell Dean. Esta entrevista se publicó originalmente en la revista Jacobin, se reproduce aquí por un convenio con la diaria. Traducción: Florencia Oroz.

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