Desde Muerte y vida del sargento poeta —premio de Banda Oriental 2013— y El inglés —Premio Nacional de Literatura 2014—, el escritor canario Martín Bentancor ha consolidado un espacio mítico y en fuga vinculado al campo, a historias fascinantes y personajes impensados, que consagró un modo de retratar al hombre y sus zonas más primitivas. La ambientación de su obra lo ha distinguido de la mayoría de sus contemporáneos, y su proyecto narrativo funda un universo rural habitado por seres que conviven con la soledad y el desamparo, y que mantienen la tradición de los viejos payadores, en la que el recuerdo de la leyenda oral se convierte en una verdadera celebración.
En estos días Bentancor volvió a editar un libro en Estuario. La lluvia sobre el muladar compila relatos inéditos y algunos que ya habían sido publicados en antologías y revistas: “Surgió cuando empecé a pensar en todos esos cuentos que habían crecido a la sombra de la escritura de las novelas. Descubrí que había más de 20 y que existía la posibilidad de unirlos entre dos lomos. Así que saqué el hacha y empecé a abrirme paso entre una fronda de relatos bisoños, experimentos con los géneros y novelas truncas, desmalezando, cortando de raíz, injertando y volviendo a plantar en terreno arrasado. Lo que quedó son estos 12 cuentos del libro, que en el caso de los que se habían publicado ya no son los mismos, pues prácticamente los reescribí en su totalidad”, nos adelanta el escritor.
Para él estos relatos son, en esencia, historias mínimas, y no tanto por “el amasijo argumental” sino por el carácter anónimo de los personajes. “Es verdad que en un cuento aparece Artigas, en otro Eduardo Galeano, y hasta el introductor del asado en esta zona del mundo, Juan Díaz de Solís, en un tercero, pero están siempre despojados de cualquier afán de trascendencia o gesto de bronce. Una de las líneas del libro (lo veo ahora al repasar el índice, ya que no fue algo premeditado) es la historia nacional, incluyendo, de paso, las peripecias del primer asesino serial vernáculo”, dice Bentancor, seguramente en referencia a cuentos como “Hola, soy Eduardo Galeano” y “Los huesos”, relato en el que el Artigas se cura del dolor de una muela con un hígado de vaca muerta.
El libro dialoga con aquellas dos novelas de la Tercera Sección, su reconocido espacio geográfico a orillas del río Santa Lucía, y con una tercera que acaba de terminar, “por incluir tres relatos fundantes de esa suerte de mitología rural que quiere emular a William Faulkner pero que suena a Luis Landriscina, con todo el respeto que me merece el narrador chaqueño, que tiene más de un punto de contacto con el viejo Bill: el cuento que presenta a la zona, digamos, el que la ubica en el errático mapa extendido entre el río Santa Lucía y los Campos del Inglés; un cuento protagonizado por uno de los personajes recurrentes, el funebrero Baumeister, y la historia de por qué la zona de Las Brujas, epicentro de la Tercera Sección, se llama así”, explica, a la vez que advierte que la tradición oral siempre está presente, ya sea como germen o como registro, incluso en aquellos cuentos “que podemos llamar más urbanos”.
Los relatos no se ordenan de forma cronológica porque, en realidad, “la reescritura fue tan invasiva que los despojos de los originales se desprendieron de sus señas de edad. Me gusta, eso sí, algo que podría llamarse las marcas de estilo, que han quedado fijas en el conjunto; llamémosles ciertas preocupaciones formales ante la escritura de un relato clásico (ya vendrá el volumen de textos más experimentales, descolgados de la anécdota). En cuanto a la materia, están los payadores devenidos poetas visuales, el pago chico convertido en despensa de leyendas y los personajes históricos bajados a pedradas del pedestal y entreverados con el populacho. Si en todo ese entrevero el lector se enrostra con la profunda ridiculez del ser humano, de la que ninguno de nosotros está exento, sentiré que la escritura de este libraco ha valido la pena”.