Divulgada indirectamente durante décadas, ahora la correspondencia que Felisberto Hernández mantuvo con su segunda esposa, Amalia Nieto, acaba de ser publicada en un volumen propio. Son textos que borran las fronteras entre ficción, testimonio, comunicación privada y literatura.
El músico de gira extraña a su novia; le escribe. Le cuenta sobre los recitales que salieron bien y sobre los otros, sobre sus viajes por caminos deshechos para llegar a pueblitos indiferentes, sobre hoteles de cuarta que siempre se llaman París, sobre lo difícil que es conseguir plata así, sobre una ciudad que lo tuvo atrapado más de un mes. Ha conocido gente extraña, como una pareja que juega al bebé con un muñeco, ha aporreado pianos destartalados, ha pensado en cambiar de profesión y dedicarse a la taquigrafía o a cualquier trabajo normal.
El músico, además, está buscando otra cosa. No deja de hablar de sí mismo, de su arte, de cómo hacer para transformar lo que piensa en escritura, aunque todavía no se considera un escritor. Quiere, sobre todo, continuar seduciendo con su inteligencia a esa mujer que conoció hace poco y de la que se ve separado por las giras. Ella es pintora e intelectual; las cartas los mantienen en contacto (llamar por teléfono es muy caro). Pronto se casarán si él consigue reunir el dinero suficiente.
No es el principio de una novela, pero tampoco es algo muy distinto. Son las cartas que Felisberto Hernández le envió a Amalia Nieto entre 1935 y 1936, cuando eran novios, y entre 1939 y 1942, ya matrimonio con una hija y en declive. Y aunque es difícil establecer su estatus formal –asunto privado, protorrelatos, autobiografía–, resulta clarísima la conexión con su obra. Para verlo alcanza leer el magnífico comienzo de “El cocodrilo”, el cuento que Felisberto daría a conocer unos años después, en 1949: “Antes yo había cruzado por aquellas ciudades dando conciertos de piano; las horas de dicha habían sido escasas, pues vivía en la angustia de reunir gentes que quisieran aprobar la realización de un concierto; tenía que coordinarlos, incluirlos mutuamente y tratar de encontrar algún hombre que fuera activo. Casi siempre eso era como luchar con borrachos lentos y distraídos: cuando lograba traer uno, el otro se me iba. Además yo tenía que estudiar y escribirme artículos en los diarios”.
El primero en ver esa conexión fue José Pedro Díaz, tal vez el crítico que más y mejor investigó sobre la vida y obra de Felisberto. Fue Díaz el que le pidió a Amalia Nieto, en algún momento de la década del 60, que transcribiera las cartas que conservaba. Ella seleccionó, copió, suprimió, y le entregó varias libretas al profesor. Ese material, que ahora custodia la Biblioteca Nacional y que hasta ahora sólo estaba a disposición de expertos, es el que acaba de publicar la editorial Paréntesis, en un volumen al cuidado de su director, Daniel Morena, que ya había hecho una tarea similar en 2015, cuando apareció un libro que recopilaba la correspondencia de Felisberto con familiares, amigos y parejas, además de partituras de sus composiciones musicales.
No están, lamentablemente, ni en el nuevo libro ni en las libretas de Díaz, las respuestas de Amalia Nieto –el ida y vuelta epistolar de Felisberto, por ahora, sólo podemos apreciarlo en sus intercambios con Paulina Medeiros–, porque la pintora recortó los textos de sus misivas y salvaguardó sólo las ilustraciones. Estos dibujos, en los que se volvió central el afiche que había hecho para Petrushka (el ballet de Ígor Stravinsky que Felisberto ejecutaba en sus giras por el interior durante los años 30), merecen repetidos comentarios del escritor en las cartas a su enamorada y fueron la base de la exposición Amalia Nieto: cartas a Felisberto, montada en Montevideo y Buenos Aires en 2008. Las petrushkas, en todo caso, son un pequeño símbolo de la relación entre ambos artistas.
Círculo y cuadrado
Literatura u otra cosa, las cartas de Felisberto Hernández a Amalia Nieto conforman un relato, o varios: el del hombre separado por trabajo de su enamorada, el del hombre que empieza a descubrirse como escritor, el de una pareja que se resquebraja. Hay, también, retazos de los que se considera característico de su obra: la animación de lo inanimado, la objetualización de los individuos, los dobles, la mirada infantil, el chispazo fantástico. Pero, sobre todo, son historias de ruta, de pueblos y ciudades que se encadenan mientas el ánimo –“lucha” y “ misterio” son términos recurrentes– oscila ante el aislamiento afectivo y las dificultades económicas.
Son cartas diferentes de las otras que han circulado hasta ahora: Felisberto no habla tanto de asuntos prácticos o del mundo exterior, expone más de sí mismo, pero no sólo de sus dificultades y propósitos, sino de anhelos más vagos, de planes todavía no formados. Habla, en especial, de arte. Amalia Nieto fue integrante del círculo joven que rodeó a Joaquín Torres García en sus últimos años en Montevideo, y a Felisberto parece interesarle mucho conectar con ella a través de ese tema: comenta los textos de Torres –“el viejito”–, discute con él, compara sus conceptos con los de Carlos Vaz Ferreira –el filósofo que tanto admiraba, juez de sus primeros escritos–, pide y hace circular sus libros y su revista Círculo y Cuadrado. Por momentos, Felisberto parece trazar un triángulo con el maestro ajeno para poder llegar mejor a su destinataria.
Eso, en los primeros tiempos. Luego, el discurso artístico como seducción pasa a ser ocupado por la propia escritura. A pesar de que tiene admiradores selectos –se le han tributado un par de homenajes, ha publicado cuatro pequeños libros en imprentas del interior–, Felisberto todavía no es considerado un escritor, sino alguien que se gana la vida dando conciertos de piano. Pero en una carta de 1940 escribe: “Quiero ensayar una forma fácil, cómoda, hasta subconsciente, si es posible, de escribirte. Porque como cada vez me es más angustioso el momento o la función de escribir –y eso no puede ser– quiero encontrar muy especialmente o únicamente para ti la manera de escribir que me da el placer de decirte o de estar contigo en esta forma; placer que necesito hasta donde ni yo mismo puedo suponer. La tensión que sé que tengo que poner al escribir, al coordinar o ‘formar’ las frases o los pensamientos o simplemente los hechos, me da una disposición espantosa. Te cuento todo esto para que sepas por qué no te escribo tanto como desearía comunicarme contigo y decirte todas las cosas; no se te ocurra que quiero hacer composición literaria; precisamente, quiero hacer todo lo contrario, quiero abandonarme encima del papel, sacarme esa prevención y hasta no tener el trabajo inhibitorio de escribir o pensar”.
Mario Benedetti sospechaba de la acumulación de alusiones sexuales, freudianas, en la prosa de Felisberto, y otros, como Juan Carlos Onetti, vieron en su “inocencia” una postura impostada. Lo “subconsciente” que menciona aquí, las referencias, lecturas y encuentros con amigos cercanos a la psicología y la psiquiatría (Vaz, Alfredo Cáceres, Waclaw Radecki) atraviesan las conversaciones epistolares con Amalia, además de varios pasajes en los que “psicologiza” a sus interlocutores, y muestran, en todo caso, que el mundo mental atraía genuinamente, y desde temprano, a Felisberto.
Pero sobre todo, el pasaje resulta clave para comprender la transición de Felisberto. En las últimas cartas, que escribe meses más tarde desde Treinta y Tres, donde vivía su hermano Ismael, menciona el libro en el que está trabajando. Ya no se trata de un alejamiento por obligaciones contractuales, sino de un retiro creador. El producto de esa temporada es, presumiblemente, su primera obra maestra: Por los tiempos de Clemente Colling (1942). También, de algún modo, es el principio del fin de su relación con Amalia. Al poco tiempo la separación devendrá divorcio. Ella se volverá una de las más grandes pintoras uruguayas de su época, junto con Petrona Viera, y él construirá una obra que lo colocará, con Horacio Quiroga y Onetti, en el trío canónico de nuestra narrativa. También conseguirá trabajos más “normales” y más mortificantes que el de dar conciertos.
Siempre en Tandil
Que lo anterior no deje la impresión de que estas cartas son un largo discurso sobre arte. En todo caso, lo son sobre la ausencia, sobre la separación; los propios problemas de la correspondencia (la función fática, diría Roman Jakobson), la ansiedad que le provoca a Felisberto no recibir correspondencia de Amalia, se vuelven motivo insistente.
Y, como toda gran historia, está perlada de pequeños relatos. Onetti escribió que, por la época de estas cartas, le sugirió a un desorientado Felisberto que usara sus giras por el interior del país y por Argentina como tema narrativo. “Me contestó que tenía en su recuerdo muchas anécdotas, pero que él andaba buscando otra cosa (como todo el mundo)”, dice Onetti en su semblanza “Felisberto, el naïf”. Esas anécdotas, sin embargo, aparecerán reelaboradas en muchos de sus relatos, y en estas cartas podemos atraparlas en forma primitiva, junto a más episodios memorables.
Por ejemplo: otro Onetti –tiene que ser otro: las fechas no coinciden– envía a Felisberto a Tandil, en la provincia de Buenos Aires, para arreglar una serie de conciertos. Los recitales no se concretan y se acumula la deuda con el hotel. La desesperación del músico y sus acompañantes crece día a día, y así están un mes y medio. Hasta ahí parece una prefiguración de “Lodi”, el tema de John Fogerty sobre un músico que no consigue dinero para salir de un pueblo perdido, pero al final el hotelero cede y permite que Felisberto abandone la ciudad sin haber pisado un escenario.
Hay, además, como en mucho de lo que Felisberto hizo por fuera de su literatura, humor efectivo, a pesar de que uno de los tramos más graciosos de sus cartas con otros correspondientes, los acápites y firmas, fueron eliminados por Amalia Nieto. Por caso, su relato, casi telegráfico, de un concierto que se suspende sucesivamente por mal y buen tiempo (así de volátil era su público).
En un estudio sobre estas cartas que publicó en la Revista de la Biblioteca Nacional, Carina Blixen anota que “lo muestran ‘haciendo literatura’, es decir, experimentando su potencial de narrador, su capacidad de describir y contar, y ‘llegando a la literatura’ cuando se da cuenta de que está solo ante un nuevo desafío”. Felisberto Hernández fue, entre otras cosas, un orfebre de la memoria. La correspondencia con Amalia Nieto, por ser más íntima y, a la vez, más libre que la que mantuvo con otros, nos permite verlo en un lugar más cercano al del narrador-personaje que escribió Tierras de la memoria, que, conviene recordar, también fue una obra póstuma.
Cartas II: Felisberto Hernández. Correspondencia inédita con Amalia Nieto. Introducción y notas de Daniel Morena. Paréntesis, Montevideo, 2018. 200 páginas. Morena y Walter Diconca, presidente de la Fundación Felisberto Hernández, presentan el libro hoy a las 19.00 en el Museo Nacional de Artes Visuales.