A Pedro lo despiertan los abuelos para avisarle que su padre se ha convertido en un héroe: acaba de recuperar las islas Malvinas para su país. Pero en pocos días las islas vuelven a llamarse Falkland y el coronel desaparece en acción. Pedro, indiferente al nacionalismo belicista, se enamora de su madrastra, Fátima, la esposa del héroe perdido.
De algún modo, 1982, la más reciente novela del argentino Sergio Olguín (Buenos Aires, 1967) es una reescritura de Fedra, el mito antiguo de la princesa que se enamora de su hijastro y no es correspondida. 1982, es de algún modo, Fedra más Malvinas. ¿De dónde salió la idea?
“Hacía muchos años que estaba tratando de escribir una versión moderna de Fedra. Se engancha con un viejo proyecto mío, el de tomar personajes mujeres de la cultura griega y trasladarlas a la actualidad. Hay mucho de eso en mi primer libro de cuentos, que se llamaba justamente Las griegas, aunque incluí cuentos que no tienen que ver exactamente con personajes de la mitología y el teatro griegos. Fedra quedó como un pendiente. Su historia me había fascinado, no tanto la versión clásica, la de Eurípides, sino la que hizo Jean Racine en 1677. Hay muchísimas versiones en casi toda la cultura occidental. Quería hacerlo, pero me fallaba el personaje de Teseo, ese héroe que va a la guerra y vuelve cuando nadie lo espera, porque lo creen muerto, y su regreso desencadena los sucesos trágicos. Hasta que me di cuenta de que ese personaje tenía que ser un militar argentino de Malvinas. Entendí que podía contar una historia sobre esa época, sobre ese año tan especial que fue 1982, en el que yo era un adolescente, y que para Argentina es el comienzo, leve, del fin de la dictadura militar. Juntar la cultura clásica griega en su tradición europea posterior y la guerra de Malvinas me pareció que podía ser interesante desde el punto de vista narrativo”, dice Olguín.
Esas referencias literarias no están ocultas, sino que son debidamente explicadas en la novela, al igual que otras menciones cultas, como si Olguín tuviera la intención de hacer sentir cómodos a los lectores no especialistas. Y lo hace en una forma balanceada, no abiertamente didáctica. Olguín no cree que esa actitud “inclusiva” esté relacionada con su actividad periodística (entre otras cosas, fue fundador, en 1990, de la influyente revista V de Vian).
“Me divierte poner esos guiños, lo hice siempre, desde mis primeras novelas. Tengo una novela para adolescentes, Springfield, que está plagada de referencias a la cultura norteamericana. Cualquiera que conozca un poco de cultura popular estadounidense va a encontrar muchas referencias, pero el que no, igualmente puede entender la novela, porque no son necesarias para comprender lo que ocurre. Un poco pasa lo mismo con 1982: no es necesario conocer la tragedia de Fedra para entender qué le pasa a los personajes. La tragedia, además, está bastante cambiada, porque en la tradición teatral Hipólito no se enamora de Fedra y acá sí; su personaje equivalente, Pedro, se enamora de Fedra, que es Fátima. Pero eso no importa para la comprensión. Todo nace de mi fascinación por el monólogo en que Hipólito le declara su amor no a Fedra, sino a Aricia, un personaje creado por Racine. Por eso Pedro es un estudiante de letras, como manera de justificar que aparezca una mención tan larga y sesuda, si se quiere, a la Fedra de Racine, y poder incluir un texto que me gusta tanto en mi propio texto. Me parece que puede ser un juego divertido incluir las referencias literarias en mis novelas. No sé si viene estrictamente del periodismo ni sé si hay una intención pedagógica. Creo que tiene que ver más bien con una cuestión borgeana, esa influencia que Borges genera incluso inconscientemente, sin que el escritor quiera hacer algo borgeano. Tiene que ver con esos conceptos que nos transmitió él, con la intertextualidad, con el uso de la tradición”.
Como Pedro, Olguín fue estudiante de literatura. Otros rasgos en común entre personaje y autor: el rock argentino. “Los dos fuimos estudiantes de letras, pero ahí se termina nuestras coincidencias, incluso las musicales. En esa vieja y tonta polémica de los 80 entre Charly García y el Flaco Spinetta yo siempre fui de Charly, y Pedro es fan de Spinetta. Siempre me imaginé a Pedro como una especie de Pedro Aznar, como un jovencito de los años en que Aznar tocaba con Charly García en Serú Girán, pero que a su vez era un spinettiano filtrado en la banda de Charly y David Lebon. Me pareció bueno que el protagonista estuviera muy metido en el universo spinettiano, de los adolescente que lo seguían y tenían un amor muy especial por la cultura surrealista. Daba mucho mejor el perfil de personaje. En esos años yo, que era más chico, leía a Henry Miller y a Truman Capote más que a los surrealistas. Tal vez coincidamos más con lo de Pink Floyd, aunque yo no era muy conocedor del rock en inglés entonces”, dice.
Si la base de 1982 es una tragedia, su estructura no es clásica: el foco cambia entre los personajes y hay alguna que otra vuelta de tuerca. Autor de varios policiales, Olguín es hábil en la creación de suspenso en relatos, en principio, ajenos a la tradición detectivesca: “Creo que el policial es un género que funciona siempre, incluso en los libros no policiales. Si 1982 fuera contada de atrás para adelante, sería un policial. Sin ánimo de adelantar la trama, en los últimos capítulos hay elementos de un policial, y las claves de ese policial están en todo lo que se cuenta antes. El policial es un género que enseña al que lo ejerce a mantener el texto en tensión, a generar una especie de incomodidad, de angustia en el lector, que todo el tiempo teme por lo que les va a pasar a los personajes, los pone en riesgo y lleva a que uno quiera seguir leyendo para ver qué pasa. Yo trato de que en mis novelas pase eso, sean o no policiales. Esta evidentemente no lo es, pero las reglas del género están. También están las reglas del género romántico, porque el amor de ellos es clásico en ese sentido; más allá de que tenga una fuerte carga erótica y sensual, también está marcado por el cariño que se tienen las personas. Hay cariño maternal o filial, sin ánimo de llevar la novela para el lado del incesto, sino para el lado del afecto, del conocerse desde hace mucho. En el género romántico domina la pasión, en cambio acá también hay cariño. Las reglas de los géneros siempre sirven para mejorar cualquier estructura de novela clásica”.