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Paul Virilio. Foto: Daniel Janin, AFP (archivo, noviembre de 2002).

La muerte de Paul Virilio, filósofo de la aceleración

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Desde su muerte, ocurrida el lunes 10 de setiembre, se ha repetido que Paul Virilio fue marcado por la experiencia de la guerra. Ciertamente, cuando tenía siete años, Francia, el país donde se había establecido su familia – su padre era italiano, comunista–, fue rápidamente conquistado por el Ejército alemán, que practicaba una nueva forma de avance veloz: la Blitzkrieg o “guerra relámpago”. Al poco tiempo, en 1943, cuando ya había cumplido 11, fue testigo del bombardeo de Nantes. Apenas acudiendo a la terminología que prefirió Virilio, esa conexión bélica resulta clara: fue el filósofo de la velocidad –o más bien, de la forma en que la velocidad afecta nuestra percepción– y también el que tituló a uno de sus libros La bomba de la información (1998), y el que organizó una exposición llamada Arqueología de los bunkers, en 1975. En 1954, además, había sido reclutado para combatir en la guerra de Argelia.

Fue, sin embargo, un hombre múltiple, de cruces. Estudió vidriería y también fue alumno, en la Sorbona, de los filósofos Raymond Aron, Vladimir Jankelevitch y Maurice Merleau-Ponty, quien lo vinculó a la fenomenología –el estudio de la experiencia y la conciencia– tal como la entendía Edmund Husserl. Se formó en arquitectura y fue en ese campo en el que hizo su primera aparición pública fuerte, cuando en 1963 publicó junto con su colega Claude Parent el “manifiesto oblicuo”, que abogaba por una arquitectura liberada del eje vertical (y del horizontal).

En 1977 apareció su libro Velocidad y política: ensayos de dromología. La dromología, cabe aclarar, era una creación de Virilio: lo de “dromo” hay que tomarlo del griego “pista de carreras” y al resto, no tanto como “ciencia” sino como reunión de saberes sobre un tema. Con el neologismo Virilio logró conectar varias de las disciplinas de su interés, ya que apuntaba a la forma en que la velocidad determina la manera en que se nos presentan los fenómenos; recurriendo a él pudo, por ejemplo, trazar una historia de la ciudad moderna no basada en el cambio del sistema de producción feudal al capitalista, sino en la aparición de nuevas tácticas de guerra que volvían inútil la fortificación perimetral. Libre de marxismo, para él eran los desarrollos bélicos los que pautaban las grandes innovaciones sociales.

Según Ian James, uno de sus difusores en el mundo anglo, la apelación a la velocidad era la manera en que Virilio condensaba sus ideas sobre los cambios históricos en la organización espacial y temporal. “Su mayor interés fueron las tecnologías de la transmisión, es decir, del transporte por un lado, y de la comunicación por el otro”, y ese interés “se dirigía tanto a la aceleración como a la desaceleración, ya que tanto el transporte como la comunicación nos permiten movernos o interactuar muy rápidamente, pero a la vez nos exigen largas horas de quietud en un asiento de tren o avión, o frente a una pantalla”, dice James.

En una entrevista de 2011 para la revista Sciences et Avenir, Virilio explicaba su denuncia de la “idolatría del progreso”: “El progreso está relacionado con la noción de progresión, es decir, del desplazamiento de personas y productos en el espacio y el tiempo. Y a la velocidad de esta progresión. No es sólo un progreso del bienestar, de la ética o de la economía. Comenzó con la pareja hombre-caballo, y se les dio privilegios a estos jinetes que en Roma llamaban equites romani, como más tarde en la Edad Media a los caballeros que, al poder moverse rápidamente, prevalecieron sobre los campesinos. Continuó con la invención del carro de guerra, como el de Ben Hur, que era el Fórmula 1 de la época. Y luego vinieron la diligencia, el ferrocarril, los aviones. A la velocidad metabólica del animal, y a la velocidad del viento de los primeros barcos, que permitió las conquistas y la creación de los primeros imperios marítimos como el griego, le sucedió la velocidad de la máquina”.

En esa misma entrevista, Virilio, que desde los años 80 militaba por mejorar la situación de los sin techo en Francia, aclaraba la conexión entre velocidad y política: “La velocidad es la cara oculta de la riqueza. ¡No olvidemos que los primeros banqueros fueron caballeros! Pero desde la revolución industrial, la velocidad se convirtió en pura propaganda del progreso. Tengamos en cuenta que la palabra propaganda está cerca de la palabra propagación, y significa una forma de ‘pro-mover’, de ‘promover’ algo. Es precisamente esta propaganda lo que denuncio”.

Virilio también fue un hombre de ese 68 que este año se celebra con números redondos: participó en las revueltas durante el mayo francés, lo que lo distanció de su socio Parent pero le valió el puesto de profesor en la Escuela Especial de Arquitectura como representante de los estudiantes. Hasta el final, se definió como urbanista.

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