“Me gusta hacer crítica, pero más, mucho más, me gusta hacer cuentos. No sé si me importa demasiado si haré algún ensayo definitivo de 300 páginas, pero sí me importaría hacer un cuento definitivo de 5, 10 o cualquier número de páginas”, escribía Mario Benedetti en una carta con fecha 23 de setiembre de 1951, dirigida a Juan Carlos Onetti. En verdad, Benedetti le respondía al autor de El astillero, quien lo catalogaba de buen crítico y mal escritor. Las valoraciones, la reivindicación de la obra de Benedetti y los idas y vueltas son inacabables, ya que este poeta, cuentista y novelista llevó adelante, además de su vasta obra de ficción, una intensa actividad periodística y ensayística, abordando temáticas tan diversas como la literatura, el cine, los asuntos políticos e incluso deportivos, ampliando sus trazos sobre los inquietantes asuntos de la condición humana (el amor, la injusticia, la muerte, la miseria, el tiempo).
Hace unos días, cuando el director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, estuvo de paso por Montevideo, contó a la diaria que el instituto se proponía colaborar con la celebración del centenario del nacimiento de Benedetti, en 2020. El viernes, ya en su país, García Montero anunció que la Universidad de Alicante organizará el año que viene un congreso internacional sobre Benedetti, en el marco del centenario (la iniciativa, además, es parte del acuerdo que el Cervantes firmó con el Ministerio de Educación y Cultura uruguayo para colaborar con la celebración). Alicante, que desde hace 20 años cuenta con el Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos Mario Benedetti, se propone valorar la figura y la obra del escritor, y así atraer a creadores iberoamericanos contemporáneos, replicando, de alguna manera, la experiencia de 1997, cuando esta misma universidad declaró doctor honoris causa al autor de La tregua y la ceremonia fue inaugurada por un concierto a dos voces entre Benedetti y Daniel Viglietti.
La tregua en puntas
García Morales adelantó que también participará en el traslado de algunas actividades que prepara el Instituto Nacional de Artes Escénicas (INAE) de Uruguay. Su director, José Miguel Onaindia, adelantó que se encuentran organizando un seminario sobre la transposición de sus obras narrativas al lenguaje escénico, y ya se comunicaron con la argentina Cynthia Edul (creadora, junto con Alejandro Tantanian, de la plataforma Panorama Sur) para que realice un encuentro sobre los procedimientos y los mecanismos implicados.
Actividades paralelas
Entre las demás actividades, la Fundación Mario Benedetti apoyará, junto con otras iniciativas, una muestra biográfica itinerante que incluirá fotos, primeras ediciones, manuscritos y objetos, y que se organizará en Madrid; el Teatro Solís organizará una exposición sobre el vínculo del escritor con las artes escénicas; y el Centro de Fotografía de Montevideo destinará al autor la galería a cielo abierto del Parque Rodó en setiembre de 2020, con fotografías de su archivo personal, retratos de fotógrafos (a partir de una convocatoria abierta internacional) y fotografías inspiradas en Montevideanos (1959).
Como anunciamos hace un tiempo, una de las actividades apoyadas por el INAE contará con la producción del Ballet Nacional del SODRE (BNS): en 2020, el elenco adaptará La tregua (1960), la célebre novela que sigue el diario personal de Martín Santomé, un empleado resignado al fatal deterioro al que lo somete su rutinaria existencia. En esta versión participarán Gabriel Calderón (a cargo del guion y la dramaturgia), Luciano Supervielle (composición musical) y Marina Sánchez (coreografía).
Calderón contó a la diaria que el equipo ya se reunió para esbozar la maqueta de la historia, siguiendo muy de cerca la concepción coreográfica de Sánchez: “Con ella decidimos centrarnos en la historia de los dos personajes [Santomé y Laura Avellaneda]. Por un lado, he resumido varias de las escenas que más me gustan y las imágenes poéticas fuertes que pueden ser inspiradoras para los bailarines. Así, lo reduje a un diario más pequeño en el que se resume su historia, junto a bellísimas imágenes de la calle y el viento, lo que le sucede con los huesos, con la rutina, y una serie de ideas” que desarrolla a lo largo de la novela. Ya que, explica, esto también será el material de composición para los bailarines, quienes, además de conocer la novela, pueden visualizar el rumbo de su propia historia.
Una experiencia reveladora; así define Calderón este regreso a La tregua. Lo que sorprendió al dramaturgo fue el tratamiento narrativo a partir de cómo la rutina, la calma y la falta de expectativa del personaje se vuelven una “tranquilidad para vivir bien”: “Donde todo el mundo sufre, él respira mejor. Y de repente se ve sorprendido por un problema, que es el amor. Primero lo vive como un problema, y después como una tregua. En el núcleo de trabajo hemos discutido mucho esto; qué implica tener una tregua en la vida y qué valor se le asigna. Son discusiones de fondo, y todo se vuelve un desafío, sobre todo el adaptar una novela como La tregua, que no resalta por sus escenas de baile o sus personajes dinámicos, sino por todo lo opuesto, lo que nos hace explorar posibles pistas de baile”.
En cuanto a la propuesta, reconoce que en su momento llegó muy “liberado” a Benedetti, porque, a priori, no necesariamente lo debía cautivar, y descubrió “una potencia”. Admite que esta apuesta del BNS para volver sobre él es un gran acierto, ya que “somos nosotros, y no los extranjeros, los que reelaboramos un mito nacional”.
El guion del baile y la prensa
Entre la sucesión de escenas, Calderón destaca las variantes que desliza el viento, a partir de pasajes como: “A una muchacha el viento le levantó la pollera. A un cura le levantó la sotana. Jesús, qué panoramas tan distintos”; aquellos en los que se evidencia que Santomé rechaza todo lo que altere su rutina, ya que es el mecanismo “que le permite pensar” es la atadura que lo libera (“El deleite frente al misterio, el goce frente a lo inesperado, son sensaciones que a veces mis módicas fuerzas no soportan”); y la comparación del Palacio Salvo con la prensa: “He aprendido a querer ese monstruo folklórico que es el Palacio Salvo. Por algo figura en todas las postales para turistas. Es casi una representación del carácter nacional: guarango, soso, recargado, simpático. Es tan, pero tan feo, que lo pone a uno de buen humor [...]. En la segunda parte de mi festín, entran los diarios. Hay días en que los compro todos [...]. El estilo de cabriola sintáctica en los editoriales de El Debate; la civilizada hipocresía de El País; el mazacote informativo de El Día, apenas interrumpido por una que otra morisqueta anticlerical; la robusta complexión de La Mañana, ganadera como ella sola. Qué diferentes y qué iguales. Entre ellos juegan una especie de truco, engañándose unos a otros, haciéndose señas, cambiando las parejas. Pero todos se sirven del mismo mazo, todos se alimentan de la misma mentira [...]. Por eso prefiero la espantosa franqueza del Palacio Salvo, porque siempre fue horrible, nunca nos engañó, porque se instaló aquí, en el sitio más concurrido de la ciudad, y desde hace treinta años nos obliga a que todos, naturales y extranjeros, levantemos los ojos en homenaje a su fealdad. Para mirar los diarios, hay que bajar los ojos”.
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