A mediados del siglo XIX Domingo Faustino Sarmiento llamaba al coronel Hilario Ascasubi (1807-1875) “el primer bardo plebeyo”, y decía, continuando con su caracterización, que el poeta “explota con felicidad a veces aquel género popular que traduce en acentos mesurados las preocupaciones de las masas” (la ortografía fue normalizada para una más fácil comprensión). En la temprana e inteligente recesión de su obra publicada en Viajes en Europa, África y América (1851), Sarmiento se pregunta, desde el mismo lado de la trinchera, “¿Cómo hablar de Ascasubi sin saludar la memoria del montevideano creador del género gauchi-político, que de haber escrito un libro en lugar de algunas páginas como lo hizo, habría dejado un monumento de la literatura semibárbara de la pampa?”, refiriéndose por supuesto a Bartolomé Hidalgo, cuyas “inmortales pláticas”, agrega, “andan por aquí en boca de todos”. Así, y tras hacer un paseo generoso por la naciente historia de la gauchesca (en la que incluye a las figuras de Esteban Echeverría y de Mauricio Rugendas) y agregar su propio nombre a esa tradición (con la que dialoga mediante su monumental Facundo, de 1845), Sarmiento se despacha con un elogio del fundador y de los personajes iniciales (los gauchos Chano y Contreras) de esa gesta que, como pocas hasta entonces en América, hizo patente la potencialidad política de toda literatura.
Es en ese mapa dibujado sobre el desierto pampeano que se ubica entonces Ascasubi, “templado al fuego de las batallas” y las penurias del sitio. Porque, así como el canto gauchesco (y no gaucho) había nacido en tiempos revolucionarios y desde los campos de batalla, con Ascasubi, mientras Montevideo era la nueva Troya, los versos surgían desde el lado de adentro de las murallas, cuando quienes combatían eran las tropas del Cerrito y de la Defensa o, en el contexto mayor del Río de la Plata, federales y unitarios.
De este modo, si siguiendo la tipología propuesta en El ABC de la lectura (1934) por Ezra Pound, Hidalgo es, en la tradición de la gauchesca, el poeta “inventor”, a Ascasubi le corresponde un lugar principal entre los “maestros”. En el género, en efecto, fue un innovador en más de un sentido, y el rastro de su obra puede encontrarse en lo mejor de la literatura rioplatense, tanto dentro como fuera de la poesía. Por estos motivos, por la importancia radical de este poeta revolucionario, es que uno sólo puede preguntarse cómo hubo que esperar tanto tiempo para que sus Gacetas montevideanas fueran publicadas de forma íntegra y, en todo caso, alegrarse por su tardía aparición, hace unas semanas, bajo el sello Estuario, y en edición facsimilar.
El rescate, que es producto de cuatro años de investigación, nace del trabajo conjunto de Hernán Viera, a quien debemos el hallazgo material; Pablo Rocca, que condujo el proyecto en el marco de un seminario en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República y editó el volumen; y el Centro Cultural de España y la Agencia Española de Cooperación, que apoyaron la empresa. El libro, que restablece los versos de Ascasubi a su forma original y los muestra como aparecieron en las páginas que recorrieron el recién fundado y ya encendido en luchas Estado Oriental, supone por eso un auténtico hito.
Y es que, aunque muchos de los textos ya eran conocidos, su origen periódico hizo que, para publicar sus Obras completas (en tres tomos editados por Dupont en París en 1872) Ascasubi los reorganizara para dar forma a la idea más convencional de libro. Como sostiene Rocca, para ello el autor “tuvo que despojar a estos versos de la dinámica relación para la que habían sido creados, separándolos de las imágenes y las prosas con las que habían convivido”, despojamiento que ahora se viene a subsanar. Así, aunque como en toda edición facsimilar (a pesar del buen papel en el que fue impresa) se pierde algo de legibilidad, esta pérdida se transforma en ganancia por la conservación del armado de la página, el trabajo concienzudo con las tipografías y los ornamentos y grabados, con los que los textos se relacionan en todo momento.
El nombre de la pampa
Como recuerda Rocca en su prólogo, nutrido de información y claves de lectura, Ascasubi llegó a Montevideo en 1830, a sus 23 años, huyendo de Juan Manuel de Rosas, y permaneció allí, con interrupciones, hasta 1851. Encerrado en la ciudad fuerte y con la doble inspiración ofrecida por Hidalgo (que creó, nada más y nada menos, una lengua literaria y un procedimiento poético) y el rosista Luis Pérez, Ascasubi publicó prosas y versos en tres gacetas que llamó El Arriero Argentino. Diario que no es diario. Escrito por un gaucho cordobés (apenas llegado, en 1830), El Gaucho en Campaña (1839) y, su obra mayor de este período y auténtico clásico del género, El Gaucho Jacinto Cielo (1843).
El nacimiento del gaucho gacetero, como lo llama Julio Schvartzman en Microcrítica: lecturas argentinas, cuestiones de detalle (y agrega a las de Pérez y Ascasubi la figura de Juan Gualberto Godoy), significó un alejamiento de la norma y permitió “conectar aquello que la cultura rural mantiene de tradicional y eminentemente oral con las formas más avanzadas y urbanas de circulación de las noticias y las ideas políticas de su tiempo: la imprenta y la prensa”, según las palabras del investigador argentino. En este sentido, Rocca indaga en estas conexiones entre poesía escrita, cantos populares y periodismo, y hace notar el repertorio de personajes que maneja Ascasubi, que puede pasar del soldado-gaucho al gaucho-corresponsal, que pretende escribir desde el frente, dándole un giro a una de las características claves de la gauchesca, que siempre supone, como lo notó Josefina Ludmer, la usurpación urbana de la voz del gaucho (a la vez que su cuerpo era carne de las guerras) y que en Ascasubi se desdobla constantemente. De este modo, como el diario que no es diario, esta poesía sugiere una existencia entrecomillada, por medio de una serie de imposturas que borran las líneas entre la seudonimia, la heteronimia y la voz lírica –Aniceto el Gallo y Jacinto Cielo, pero también la serie de gauchos malos que les responden o los desafían–, como después haría (el vínculo lo establece Amir Hamed en Orientales) Isidore Ducasse, conde de Lautréamont.
En ese corrimiento de voces son paradigmáticas la adjudicación de versos de Hidalgo a la persona poética que los profiere en los distintos cielitos y diálogos, y los constantes juegos con los personajes. Así, mientras que en las estrofas famosas de “La refalosa”, por ejemplo, la voz poética pretende provenir de un enemigo mazorquero, en otros el que “canta” es un combatiente colorado, y, a la vez, el poeta promueve un borramiento de la figura autoral (no firma los versos) e incluye falsos avisos públicos.
Ya desde sus gacetas montevideanas, en este cruzamiento de lenguajes, personas y espacios, entre la tradición y la vanguardia, Ascasubi orquesta piezas de un expresionismo por momentos macabro y siempre de un coraje desenfadado y feliz. Si, como define Rocca, la gauchesca en esa época es “una retórica del odio, el simulacro y la inventiva verbal”, la obra de Ascasubi significa su apoteosis, en la que todo eso se da en tensión, por un lado, entre la oralidad y el canto, y, por otro, la música y la danza (la resbalosa, la media caña) e incluso, como se dijo, la imagen, en un diálogo que ahora cobra una riqueza y una profundidad nuevas.
Gacetas gauchescas. Edición facsimilar (1830-1843). De Hilario Ascasubi. Montevideo, Estuario, 2019. 120 páginas.