Quizá uno de los fenómenos más importantes de la literatura latinoamericana ha sido el desarrollo de la narrativa chilena de los últimos años. Según la doctora Macarena Areco, de la Universidad Católica de Chile, que dirigió la investigación Cartografía de la nueva novela chilena (2015), “nunca en la historia de la narrativa chilena ha habido tantos autores”: sólo en 2010 se publicaron 268 títulos.
Como se trata de un fenómeno de factura reciente, que implica proyectos y estéticas muy disímiles, los intentos de sistematizarlo e interpretarlo por ahora son incipientes y lejanos a establecer conclusiones. Probablemente, la proyección internacional de Roberto Bolaño haya jugado un papel importante, lo que también puso al autor de Los detectives salvajes en una posición privilegiada como vocero e intérprete del fenómeno, siendo consultado frecuentemente en entrevistas y conferencias.
Alejandra Costamagna nació en 1970 y es hija de padres argentinos que emigraron a Chile durante el gobierno de Juan Carlos Onganía. En 1999 fue mencionada por Bolaño entre un grupo de jóvenes escritoras que, a su juicio, estaban llamadas a “comérselo todo” en el panorama de la narrativa chilena. Como no podía ser de otra manera, esta legitimación es explicitada en todas las notas de prensa, prólogos y demás presentaciones de su obra, sin exceptuar la que hace el narrador y poeta uruguayo Horacio Cavallo en este volumen de cuentos (publicado originalmente en 2016 en México y que reúne textos escritos entre 2005 y 2015).
A diferencia de la nueva narrativa de los 90, que es la camada liderada por Alberto Fuguet, centrada en ambientes más bien despolitizados ligados a la cultura de masas, a realidades underground o directamente marginales, en la narrativa y la poesía pos 2000 los hijos de la dictadura han inundado páginas con la memoria generacional de las víctimas directas de la represión, abundando en relatos de orfandades inexplicadas, exilios y violencias no explicitadas, aunque sin volver al pintoresquismo del boom ni mostrar una cosmovisión mucho más optimista que sus antecesores posmodernos. La infancia en dictadura ha sido un tópico harto explorado por los nuevos novelistas chilenos, combinando la atmósfera opresiva e incierta de esos años con la extrañeza de la mirada infantil. Y Costamagna tiene ya sus propios aportes a esta línea. Si bien esta temática no es protagónica, en Imposible salir de la tierra abundan los personajes huérfanos, los recuerdos infantiles con noticias de muertes extrañas o traslados inexplicados fuera de fronteras.
Climáticos
Pero, sobre todo, la muerte, que con su omnipresencia y caótica inexorabilidad, ligada al recuerdo de un episodio en esos años oscuros, a una enfermedad terminal, a un crimen de celos o a un olvido trágico, es la indiscutible protagonista del libro, sin saltearse apariciones en ninguno de estos cuentos. Siempre, en cada línea, se sabe o se sospecha que alguien ha muerto o que alguien va a morir. Y cada muerte física de un ser está ligada, por causa, por efecto o por concomitancia, a algo que muere en quienes quedan vivos. No obstante, el estilo sintético, desapegado y despojado de carga emocional, sumado a una atmósfera onírica que irrumpe en todos los textos, contribuye a un extrañamiento muy efectivo, reforzado por el predominio del estilo indirecto libre que nos coloca en la subjetividad de personajes que normalmente perciben pero no terminan de explicarse los hechos, y a una sobriedad narrativa que habilita más a la reflexión filosófica en torno a la condición humana, enfrentada a la conciencia de su propia finitud, que a la catarsis efectista.
Esta omnipresencia trágica resignifica el título del libro, Imposible salir de la Tierra, tomado de uno de los relatos en los que una muchacha afectada por un cáncer terminal y su hermana discuten si realmente el hombre llegó a la Luna. La moribunda concluye la conversación con esas cinco palabras, “imposible salir de la tierra”. La palabra “Tierra”, en su doble acepción que designa el planeta en que vivimos y el destino final de los restos de aquello que alguna vez estuvo vivo, se suma al “imposible” para remitirse a lo fatal.
Todos los cuentos resultan marcadamente trágicos, pero en el sentido más puro de la palabra “tragedia”, el que viene de la Grecia clásica. El destino, la fatalidad, el saber que una acción noble puede llevar a su ejecutor al peor desenlace, puesto que nuestra fortuna o infortunio no dependen de nuestra catadura moral, sino a una infinidad de factores que nos trascienden, y frente a los cuales no tenemos escapatoria.
Otro hecho planteado como inexorable, además de la muerte, son los afectos. El primer y el último cuento (“La epidemia de Traiguén” y “Naturalezas muertas”) narran historias que llevan a crímenes pasionales: el primero motivado por el despecho de una mujer hacia un hombre, y el último, por el de un hombre hacia una mujer (es decir, un femicidio). Ambos textos comienzan relatando esas pequeñas interacciones desde las que se construye el vínculo, y la forma en que hechos aparentemente insignificantes conducen a un desenlace fatal.
Pero sobre todo, los lazos de sangre suelen jugar papeles protagónicos. Padres o madres ausentes, muertos o desaparecidos, vínculos incestuosos o directamente abusivos, y la sumamente perturbadora representación del drama de la maternidad y su contradicción con la aspiración hacia la trascendencia individual en una mujer, en el pesadillesco “Cuadrar las cosas” (que siendo un poco simplista se podría tomar como una alegoría de la experiencia de un aborto, con alguna reminiscencia, quizá, del mito del nacimiento de Atenea).
En términos de técnica narrativa, Costamagna maneja con mucha efectividad los parámetros más clásicos del cuento como género, tal cual fueron planteados desde la narrativa realista decimonónica (aunque por la constante introducción de momentos oníricos o vagamente irreales ninguno de los cuentos sea propiamente realista). La fuerza de los textos no deriva de una vocación rupturista a nivel formal, sino más bien de una muy prolija y virtuosa ejecución de fórmulas que, no por viejas, dejan de ser efectivas.
Seguramente no tengamos tantas calificaciones ni conocimiento de causa como Bolaño para evaluar qué tan referencial e imprescindible es una obra concreta, de una autora particular, en este fenómeno tan vasto y prolífico como la narrativa chilena contemporánea. Pero, en todo caso, se trata de una obra muy atendible que, tanto por la calidad técnica de la narración como por la fuerza de lo narrado, difícilmente pase desapercibida para un lector exigente.
Imposible salir de la tierra. Alejandra Costamagna. Montevideo, Banda Oriental, 2018. 144 páginas.