Escribir sobre erotismo es difícil en estos días. El debate sobre sexualidades, y sus problemáticas ligadas a lo identitario, los cuestionamientos a la construcción de la identidad de género desde los feminismos y las identidades no heteronormadas ni cisgénero, con su consecuente multiplicación de objetos, sujetos, hegemonías y disidencias, sumados a las reformulaciones de nuestros modelos vinculares presentes en las críticas hacia la monogamia y el amor romántico, hace cada vez más arduo caracterizar al sujeto deseante. Quienes no se construyen desde una disidencia en la sexualidad o el género corren el riesgo de repetir algún viejo esquema sobre el cual siempre habrá un ojo atento para encontrarlo opresivo, normalizante, obsoleto o simplemente aburrido. Y quienes sí lo hacen, también se exponen a generar un discurso poco inteligible fuera de su tribu, cuando no a propiciar una normalización “alternativa” de la cual haya que desmarcar aún más disidencias e identidades.
Quizá por eso el exitoso novelista, cuentista y poeta hispano-argentino Andrés Neuman prefirió, en Anatomía sensible, poner como protagonista al cuerpo y no al sujeto. En esta suerte de fenomenología de la eroticidad corporal, cada parte del cuerpo parece adquirir una identidad propia, en lugar de centrarse en la cada vez más multiforme y evanescente identidad individual. Cada apartado, de no más de tres o cuatro páginas, ostenta títulos como “Trascendencias de la piel”, “Revoluciones del cabello”, “El hombro interrogante”, “Reprobación del brazo y alabanza del codo” o “La nariz como utopía”.
En algunos casos es imposible no referirse al menos al sexo biológico del/la poseedor/a del órgano. Obviamente, de forma particular en los dedicados a los genitales (“El pene sin atributos” y “Una vagina propia”, título que alude graciosamente a un temprano clásico feminista de Virginia Woolf), pero también, por ejemplo, en “Equipaje de pecho”, donde es imposible también deshacerse de las atribuciones culturales a esta zona corporal en la que se hace presente la dicotomía biológica de la diferenciación sexual: el pecho masculino, “tantas veces postergado a causa de una fijación ortodoxa y, en el fondo, maternal”, “se propone contener todo aquello de lo que un hombre canónico se jacta: poderío, franqueza, valentía”, mientras que “insoportablemente iconográfico, el pecho femenino hereda sus dilemas específicos. Se abruma por exceso o escasez, incapaz de no tenerse en cuenta”. Pero estos momentos son efímeros: mayormente, la identidad del cuerpo va difuminando los límites del género e incluso del sexo biológico, estableciendo una eroticidad neutra en cuanto a masculinidad y feminidad, categorías que se invocan como arbitrariedades convencionales impuestas a la contundencia de lo carnal.
No solamente aparece esta estrategia de rehusarse a enunciar un sujeto como un cuestionamiento a las identidades y sexualidades hegemónicas; también, en la evocación de las diversas formas corporales, descritas desde su particularidad y belleza, hay una crítica a la belleza canónica, tanto masculina como femenina. Esto resulta particularmente evidente, por ejemplo, en “Barriga soberana”: “Cuestiona indesmayablemente la autoridad de los pantalones y la censura de la cinta métrica”, “Sin su bamboleo no hay énfasis, abrazo ni propina”, “Flota como el viento. Insiste como la fe. Una barriga enseña a amar la realidad”. Pero se ve también en la decisión de dedicar un apartado a un órgano tan poco erotizado como el talón, o en el elogio de imperfecciones como las estrías mamarias.
En base a un uso generoso de sinécdoques y personificaciones, el cuerpo comienza a narrarse a sí mismo en forma autónoma. El texto en su conjunto presenta recursos imaginativos que lo acercan a lo propiamente literario, particularmente a ciertas vertientes emparentadas con el surrealismo francófono, esa herencia que dejó Alfred Jarry por medio de sus discípulos estudiosos de la patafísica, cuya encarnación más cercana a nosotros podrían ser textos como Historia de cronopios y de famas y otras obras similares de Cortázar. Se genera una descripción abigarrada, puntillosa, a la vez racional e imaginativa, de hechos o cosas tan simples y prosaicas que parecen apenas merecer enunciarse, y esa misma atención hacia lo nimio, lo obvio, lo intrascendente, hace que lo veamos bajo otra luz y lo encontremos extraordinario. Por ejemplo, en “Pierna par”: “A diferencia de otros miembros menos cooperativos, la pierna nunca ignora los pasos de su pareja. Toma sus decisiones y, a la vez, debe tenerla muy en cuenta para progresar. Cuando se juntan de golpe, ambas piernas provocan un reagrupamiento entre el cierre de filas y el esfuerzo de esfínteres. En los cruces permutan sus posiciones con óptima sincronía, dirigiendo la atención hacia donde confluyen. En apertura discrepan sólo en apariencia: cada una participa de la elongación de la otra. Son sinérgicas hasta separándose. Talento que, por desgracia, no han desarrollado los individuos a quienes transportan”.
Hay a la vez cierto tono ensayístico, oscilando entre lo serio y lo paródico, que si lo tomamos en serio recuerda a algunas vertientes de la obra de Roland Barthes (es difícil no pensar en Fragmentos de un discurso amoroso). De a ratos, el autor utiliza algunas enumeraciones que parecen tender a una taxonomía, bastante arbitraria y algo surrealista, que recuerda un poco a las muchas veces caprichosas y a la vez poéticas clasificaciones de cuerpos, órganos, besos, abrazos y demás prácticas presentes en el muy nombrado y poco leído Kama-sutra. Por ejemplo, en “Panfleto de la nalga”: “La mayoría de los analistas divide sus movimientos en dos categorías: semovientes o inerciales (es decir, que obedecen a la conducta propia), y reactivos (es decir, producidos por una intervención externa)”. Rápidamente los clasifica: entre los inerciales, Balanceo, Contracción, Palpitación, Deslizamiento y Rotación, mientras que los reactivos son: Temblor, Tumulto, Estremecimiento y Rebote.
A nivel estrictamente literario, un punto fuerte del libro es el gran manejo del lenguaje y la imaginación poética del autor, perceptible también en su trabajo más propiamente narrativo y poético. Un punto débil es cierto aire a ejercicio, a exhibición de elaboración prosística sobre pequeños disparadores que le quita la profundidad y el impacto emotivo que tienen otros textos de Neuman. Pero en todo caso, repensar nuestras representaciones estéticas del cuerpo y su eroticidad parece una empresa que, aunque tenga tintes de a ratos utópicos, resulta forzosamente necesaria, o al menos estimulante.
Primer párrafo | Trascendencias de la piel
Más que recubrirlo, entrega el cuerpo. Expone lo mismo que protege. La piel es lo más propio y, sin embargo, confirma la aparición ajena. Motor hipersensible, colecciona agresiones. Propaga las caricias. Y parece condenada a exagerar. Se le atribuyen aproximadamente cuatro kilogramos y dos metros cuadrados de infinito.
Además de constituir un solo, omnipresente órgano, la piel posee memoria absoluta, como un oído que sintiese el daño en todas las frecuencias. Recuerda cada día con rencor justiciero. En este sentido, representa una suerte de divinidad anatómica. Por eso la adoramos.
Anatomía sensible. De Andrés Neuman. Madrid, Páginas de Espuma, 2018, 120 pp.