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Ilustración: Ramiro Alonso

Entre nosotros y en todas partes: el Día de la Traducción

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El 30 de setiembre se celebró el día de San Jerónimo, santo patrono de los traductores, y hoy ponemos a la traducción en el centro de las cosas.

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Wir sind überall/Estamos en todas partes”. Una de las estrategias de los alemanes para este San Jerónimo o Día Internacional de la Traducción fue el desborde: en las calles y en las estaciones de tren, el encuentro con un traductor, una traductora, un intérprete, de cuerpo presente, en volantes o a través de pantallas gigantes. La intención era visibilizar esta operación central de la cultura. Por acá, la curiosidad nos mueve a preguntar. La escritura de traducciones es original porque no es equiparable a ninguna otra y, sin embargo, atraviesa la práctica, la formación y la reflexión de actores culturales de diferentes campos. Traductores, traductoras, editores, escritores y escritoras, periodistas, poetas, dramaturgos y docentes: todos contestan las mismas preguntas. La traducción está entre nosotros y en todas partes. Como profesión, por deseo, necesidad o convicción, como lectura obstinada, ejercicio tenaz o ensayo cauto, como creación y como acercamiento al otro, a su cultura y a su lengua.

1) Con relación a mi trabajo/obra/investigación, la traducción es...

2) ¿Podrías nombrar una traducción o un/a traductor/a que haya sido fundamental en tu formación? ¿Por qué?

Lalo Barrubia, poeta y traductora

1) Para mí la traducción es poesía. Si bien ocasionalmente traduzco otros textos, también hay un cierto ejercicio poético en el intento de domar el lenguaje para que diga lo más exactamente posible lo que yo quiero que diga. No es el mismo poema, ni siquiera una foto del poema, porque una foto representaría un solo momento del poema. Creo que es más parecido a una pintura realista del poema. Y a pesar del esfuerzo de que sea lo más realista posible, siempre el punto de partida será el poema como yo lo leí, el día que lo leí, y muchas veces observo que el texto va cambiando mientras lo voy traduciendo.

2) No sé si podría. Mis amigos, tal vez. El intercambio y la consulta con otros traductores han sido fundamentales para mí. Mi formación ha sido caótica y autodidacta. Al principio, el ejercicio de la traducción fue mi herramienta para profundizar en el conocimiento de la lengua sueca. Desde allí empecé a enamorarme de esa práctica, del poder que significa retransmitir, compartir con otros una creación. A veces simplemente porque sentía que este o aquel poema le gustaría a alguno de mis amigos que no tenían acceso a él. Luego empezaron a llegar algunos trabajos. Pero en general, lo hago por iniciativa propia, eligiendo textos que me conmueven y que siento que merecen ser conocidos.

Martín Bentancor, escritor y editor

1) Considero mi trabajo en la escritura, tanto en la ficción como en la prensa cultural, como una decantación del contacto directo, permanente y obsesivo con la lectura, y como una parte importante de lo que leo son textos traducidos, la traducción está en el centro de mi condición de lector. Lo primero que hago al abrir un libro traducido es buscar quién es el traductor (dato que siempre debería aparecer en la portada), pues en la sostenida experiencia lectora los nombres se cruzan, se repiten o se redescubren, generando sistemas de lealtades o de rechazos. O sea, es fundamental saber quién volcó al español el original al que accedo por su intermedio. Mi biblioteca ha sido purgada de todos los libros en los que no se menciona el nombre del traductor, gesto deshonesto que incluso practica alguna editorial local, de esta banda oriental.

2) No hablaría en términos de “fundamental” porque en los terrenos de la literatura todo siempre es relativo y lo hiperbólico encorseta o distrae. Pero para responder con cierta precisión, soy incondicional de las traducciones que he leído de Enrique Pezzoni. Sus versiones de Lolita, de Vladimir Nabokov, y de Una muerte en la familia, de James Agee, por ejemplo, que en algunas tardes de verano cotejé con los originales, me parecen puntos altísimos en la materia, sólidas pruebas en sí mismas de que un buen traductor es también un buen escritor.

Luis Bravo, poeta y docente

1) Como docente a nivel terciario considero que la traducción es clave. Enseño literaturas modernas de los siglos XVIII y XIX, que incluyen obras escritas en francés, inglés y alemán. En francés y en inglés suelo trabajar aspectos comparativos entre la versión original y la traducción; en alemán no conozco la lengua pero comparo las versiones en español. Doy especial atención a las traducciones que elijo para cada libro. Las traducciones que prefiero, por lo general, son de traductores rioplatenses, y uruguayos cuando las hay. En los cursos de Literatura Iberoamericana doy obras en portugués, y en el caso de la poesía propongo mis propias traducciones. En relación a mi obra poética hay dos niveles. Uno son las traducciones que se han hecho de poemas para revistas, en las que casi no he coparticipado con los traductores, pues son trabajos puntuales. Fue diferente el caso de los dos libros bilingües, traducidos del español al inglés, en los que la traducción fue dialogada con los equipos de traductores. En Liquen/Lichen (2015) con William Blair y Pablo Rodríguez Balbontín hubo intercambios en el alcance de las figuras del lenguaje. En el más reciente, Voice & Shadow. New and Selected Poems, compilado y traducido por las poetas Catherine Jagoe y Jesse L Kercheval, el intercambio fue muy enriquecedor, sobre todo con Jagoe, pues caló hondo en mi poética. Me llevó a mirar mis propios usos del lenguaje desde fuera, para explicitar operativas que, como poeta, uno no hace de manera premeditada ni de modo totalmente consciente.

2) Las traducciones del argentino Aldo Pellegrini de El Conde de Lautréamont, de los Manifiestos de André Breton, y de la Antología de poesía surrealista (1961), porque fueron una generosa puerta de entrada en mi adolescencia al pensamiento surrealista de los múltiples vasos comunicantes que hacen a una concepción del mundo y del arte.

Ilustración: Ramiro Alonso

Gabriel Calderón, dramaturgo, actor y director

1) La traducción es un proceso que el dramaturgo conoce bien, ya que tanto uno como el otro trabajan entre dos lenguas, dos territorios con similitudes y diferencias en donde se da el tráfico de la obra que lo define todo. El primero suele trabajar entre lenguas idiomáticas mientras que el segundo trabaja entre distintos lenguajes semióticos: lo que el traductor debe traducir de un lenguaje original hacia uno final, el dramaturgo debe hacerlo del lenguaje de la literatura hacia la escena. El dramaturgo sería un traductor inverso: mientras el traductor debe devorar una lengua con una lengua nueva, el dramaturgo debe escribir una lengua que se preste a ser devorada. Esto hace que en el mundo del teatro se cumpla ‒o se debería cumplir siempre‒ aquella máxima de Borges de que la traducción supera siempre al original. Eso supone que en el teatro la obra escénica debe superar la experiencia de la lectura literaria, lo cual siempre supone un desafío apasionante.

2) Laura Pouso. Además de traductora es dramaturgista y conoce bien estos procedimientos de pérdida, hallazgo y traición que supone toda traducción. Comprendí conversando con ella, intercambiando y aprendiendo de sus clases, que el traductor es un lector tradicional de los que hay cada vez menos especímenes. Un traductor lee con un detenimiento y una comprensión con que ya casi nadie lee. Esto para el teatro es fundamental, porque entre los hechos y la interpretación que hacemos de ellos se abre todo el mundo de la actuación, y no ser consciente de ello puede ser tremendamente desconcertante. Además, Laura es una gran traductora que sabe que la escena manda por sobre la literatura, pero que ese dominio se da por un profundo amor hacia el material original, lo que tensa y divierte a la vez.

Lucía Campanella, docente y periodista

1) Algo que estoy todavía descubriendo, un campo enorme que se abre y que da un poco de vértigo, pero donde reconozco muchas de las cosas que me motivan: la dualidad de la lengua que a la vez oculta y revela, la importancia de esa tarea tan humilde y tan poderosa para que podamos participar en ese gran diálogo que es la literatura, la circulación de textos, que muchas veces es mucho más extensa y profunda de lo que imaginamos.

2) Hace muchos años, cuando empezaba a leer novelas en francés, leí la traducción al francés de la novela Nieve, de Orhan Pamuk, hecha por Jean-François Pérouse. Fue publicada en 2002, la traducción al francés apareció en 2005, y al año siguiente Pamuk ganó el Nobel. Es una novela maravillosa, y leerla en una lengua que yo no dominaba del todo, además de que era una traducción de una lengua que no conozco ni conoceré, el turco, le dio a esa lectura un aura que hasta ahora recuerdo. Fue también en ese momento que me di cuenta de que leer francés era una puerta de entrada a traducciones de lenguas que hasta entonces había leído en español y que en francés me sonaban mejor. Los autores rusos o de lengua árabe, por ejemplo.

Leonor Courtoisie, actriz, creadora escénica y escritora

1) En relación con mi trabajo/obra/investigación, la traducción es un puente con otras formas de comprensión del mundo a través del lenguaje. En el caso de las artes escénicas es notorio cuando una traducción es un canal de fidelidad entre los dos universos, cuando se logra mantener la esencia y el sentido teniendo en cuenta la oralidad y el habla cotidiana de cada localidad. Justo estuve retomando un libro de Rubén Szuchmacher sobre la puesta en escena, y en un capítulo sobre la literatura teatral, menciona la dificultad histórica que ha sido la traducción de algunos clásicos y sus representaciones en el Río de la Plata.

2) Laura Pouso fue fundamental porque como estudiante de la Tecnicatura en Dramaturgia tuve la oportunidad de acceder a materiales actuales en traducciones realizados con una conciencia de la escena, de la escritura dramática, que me ha costado encontrar en textos que son bellos de leer pero en los que flaquea la potencia de la palabra para la representación escénica. Y, desde 2018, estuve trabajando con la traducción de Macbeth, de Idea Vilariño, bah, me quedé con esa versión porque hay otras y son bien distintas, en esta hay un cuidado de los detalles formales que me fascinó.

Roberto Echavarren, poeta, traductor, editor y docente

1) He traducido a Nietzsche (El ocaso de los ídolos), poesía rusa (La Edad de Plata, en La Flauta Mágica), Shakespeare (Troilo y Crésida), John Ashbery, Wallace Stevens, Haroldo de Campos, y varios autores más. Algunos forman parte de mi colección de poesía La Flauta Mágica, que acaba de completar 12 títulos. Me he movido siempre entre idiomas, viví en Alemania, Francia, Estados Unidos, Inglaterra, nutrido por diversas literaturas que alimentan mi poesía, narrativa y ensayo. Mi idea es traer algo de mis experiencias al español, en particular tradiciones poéticas y de pensamiento que enriquecen el panorama y me enriquecen. Traducir significa entender, uno está cara a cara con el texto en un close up irremisible; se penetra así en el pensamiento del poema o del ensayo filosófico. Uno lo produce de nuevo, y surge con la novedad de un recién nacido.

2) Haroldo de Campos realizó una amplia tarea de traducción de varios idiomas vertidos al portugués con la sensibilidad de un gran poeta. Su legado deja una serie de monumentos literarios, una huella insoslayable en el registro ampliado del idioma.

Ilustración: Ramiro Alonso

Gustavo Espinosa, escritor y docente

1) La traducción ha sido siempre una instancia imprescindible para acceder –sobre todo– al canon. Pienso, más que nada, en los clásicos griegos y latinos, en las grandes novelas rusas, en Marx o Nietzsche. En mi ya demasiado larga actividad como profesor de liceo, me gusta plantear a los estudiantes una problematización de las traducciones. Tal vez lo que trato es que algún estudiante perciba que la traducción no es sólo una prótesis, sino que puede ser una actividad poética cuyos efectos se producen en el intersticio entre dos lenguas. Por ejemplo: uno de los títulos que más me hubiese gustado inventar es Perorata del apestado. El deslumbramiento esperpéntico que ese título produce no pertenece, sin embargo, al autor, Gesualdo Bufalino, sino a su traductor español, Joaquín Jordá. El original italiano es Diceria dell’untore. No están allí las aliteraciones, la dimensión fonética es trivial aquí. Es verdad que apestado es insuficiente para untore, que designa al infectado que propagaba la peste a propósito. No sé si existe una palabra para eso en castellano, pero teniendo en cuenta que la prosa de Bufalino tiene un alto grado de figuración, es muy poética, la decisión de Jordá me parece estupenda.

2) Mi primer contacto y deslumbramiento con Shakespeare, en la adolescencia, fue mediante Luis Astrana Marín. En ese momento yo no cuestionaba el trabajo del traductor. Suponía ingenuamente que había un único modo de transponer en forma lineal un texto desde una lengua a otra. Consigno, entonces (aunque después he encontrado versiones mejores, como el Macbeth de Idea Vilariño) mi agradecimiento a don Luis, a aquella frágil edición de Aguilar, por no haber arruinado el estupor que me produjo mi debut como lector de Shakespeare. Quiero mencionar, por mala, la traducción de Las flores del mal realizada por la señora Lydia Lamarque. Cuando empecé a trabajar en secundaria, en 1988, me la regaló mi madre. Por esos tiempos lo que circulaba en Treinta y Tres era una selección anotada (¿y traducida?) por Edmundo Gómez Mango. El regalo de mi vieja tenía la ventaja de contener la obra en su totalidad. Pero Lamarque lo sacrifica casi todo por mantener la rima y la métrica. Recuerdo cosas como esta: “¡Ve pues sin otro ornamento / diamante, perlas ungüento / que tu magra donosura! / ¡Oh mi hermosura!”. Alguien que se transforma en eso, ¿puede haber sido, en alguna lengua, un gran poeta? No sé si, induciéndome a esa sospecha, Lamarque me habrá hecho un servicio o un daño.

Laura Masello, docente y traductora

1) Prefiero citar al martiniqueño Édouard Glissant: “Arte de la fuga de una lengua a otra, sin que la primera se esfume totalmente y sin que la segunda renuncie a presentarse”. Me dedico a las lenguas, su enseñanza, sus literaturas. La traducción literaria es para mí un lugar de encuentro con el otro a través del ir y venir entre lenguas en la palabra escrita. Lamentablemente no ocupa el lugar institucional que debería, por lo cual en el conjunto de mi trabajo es una dedicación intermitente pero muy intensa a la vez.

2) Albert Bensoussan (escritor, traductor de Juan Carlos Onetti, Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante, José Donoso, entre otros), porque me dio las primeras herramientas reflexivas sobre este campo al tiempo que logró volver muy cercano el trabajo del traductor literario compartiendo su experiencia. Françoise Thanas, porque me hizo entrar en el mundo de la traducción teatral y trabajamos mucho en colaboración, compartiendo dudas y decisiones a tomar al pasar de una lengua y una cultura a otra.

Cristina Peri Rossi, escritora y traductora

1) Empecé a traducir muy joven, en Montevideo, para la editorial Girón, qué funcionaba en el local de Marcha y era de un exiliado brasileño, Paulo Schilling, si mal no recuerdo. Traduje tres libros: Vidas secas, de Graciliano Ramos, Angustia, excelente novela del mismo autor, y otro, histórico, sobre la primera república libre y socialista que crearon los negros escapados de los ingenios azucareros. El libro estaba prohibido en Brasil. Yo ya era profesora de secundaria en Montevideo y había ganado el premio de novela de Marcha por El libro de mis primos, que luego fue prohibido por la dictadura uruguaya junto a los demás. En España se traduce como medio de vida. O se traduce por amor, y en esto, las traductoras son casi siempre mujeres de otros países que quieren difundir, celebrar la obra de escritoras de otra lengua. Yo también lo hice con Clarice Lispector (fui su primera y única traductora por mucho tiempo) y con la francesa Monique Wittig.

2) Me gusta mucho la poesía y reconozco que es casi intraducible, siempre deja insatisfecha, porque se puede traducir el significado, pero no el ritmo ni el sonido. La relación que se establece entre la escritora y el o la traductora es casi de identificación. Y ocurren cosas apasionadas. Por ejemplo, yo recuerdo a Anna Jonnas, mi traductora de poesía al alemán, llamándome desde Berlín, a las tres de la mañana, acusándome de que yo me había inventado un dibujo de Max Ernst titulado Aquí todavía todo está flotando porque no figuraba en ningún catálogo (no existía entonces internet). Le llevó varios días de pesquisas encontrar a una especialista en Max Ernst que le dijo que existían tres dibujos del pintor con ese título pero no solían estar en los catálogos.

María José Santacreu, periodista y directora de Cinemateca

1) Fundamental. Como periodista cultural, la traducción, ya sea de obras literarias, ensayos, poemas, etcétera forma parte de los asuntos a considerar –y que es a veces una solución y a veces, un problema–. En mi trabajo al frente de la Cinemateca Uruguaya también, por la traducción de subtítulos de películas. Es, además, para mí, un asunto fascinante, porque siempre una buena traducción es una especie de epifanía. Pocas cosas son más admirables que una traducción inspirada, y pocas cosas más desesperantes que un problema de traducción aparentemente insoluble. Lo que es indudable es que un traductor toma más decisiones dramáticas por segundo que la mayoría de los mortales. Con respecto a la traducción de subtítulos, podemos pasar horas discutiendo si es conveniente traducir la jerga, los problemas del voseo cuando el “español neutro” es hegemónico, cómo traducir los insultos o si corregir subtítulos en español que escamotean información porque suponen que el espectador latino carece de la enciclopedia correcta para comprender la referencia.

2) Los traductores de Nabokov (Enrique Tejedor, David Molinet, Aurora Bernárdez, Enrique Murillo), porque Nabokov, además de ser uno de los más grandes novelistas del siglo XX, es un escritor que una parte muy importante de su obra no la escribió en su lengua madre (el ruso). Eso le dio una mirada muy particular sobre la lengua inglesa. Esa mirada de entomólogo (que Nabokov, además, lo era) hace que su escritura se vuelque muchísimo sobre sí misma, encontrando juegos y resonancias que probablemente pasen desapercibidos para un escritor inglés. Así, es muy entretenido ver qué decisiones toman los traductores, cuánta atención prestan a estas sutilezas. En otro rubro que frecuento, las historietas, destaco el trabajo de Carlos Mayor, cuya rigurosidad es extrema y su documentación, exhaustiva, lo que se traduce en resultados inmejorables.

Ilustración: Ramiro Alonso

Lil Sclavo, traductora y ganadora del Premio Rulfo de la traducción literaria

1) La traducción ha sido y es definida, metaforizada (¿denostada?) de tantas maneras diferentes, que a menudo me resulta hasta baladí intentar volver a definirla. De acuerdo a mi práctica como traductora, considero a la traducción como una escritura en segundo grado. Es un trabajo de recreación en el que el traductor intenta “decir casi lo mismo”, al decir de Umberto Eco, en el que la obra traducida tiene calidad de escritura propia, que se sostiene por sí misma, allende el original. Desacralizando el lugar de ese supuesto original inamovible, el traductor reescribe un texto “otro”, en el que busca que resuene la voz del autor de ese texto original, acercando y haciendo audible al lector de traducción el eco de esa voz lejana. Considero a la traducción como el arte o artificio de la trasmutación por excelencia, y reivindico la práctica de la traducción como una escritura en sí misma, con pleno derecho de ciudadanía, desde san Jerónimo en adelante.

2) Nombraría dos. El primero, Pedro Salinas, que aun sin poder manejarme con solvencia en francés, me hizo conocer a Marcel Proust a través de su traducción al español. Por un lado fue como una revelación descubrir esa obra catedralicia que marcó mi vida intelectual con un antes y un después, y a la vez, fue el propio Salinas, y su obra, un gran propulsor de mi deseo en ciernes de dedicarme a la traducción. En la primera frase de la primera página del primer tomo de Por el camino de Swann, cuando leí: “[...] A veces, apenas había apagado la bujía, cerrábanse mis ojos tan presto, que ni tiempo tenía para decirme...” sentí como un desconsuelo porque me parecía que, más allá por supuesto de captar el sentido, en mi condición de lectora rioplatense, eso no me decía nada. Y ahí decidí aprender a fondo francés para “sentir” lo que Proust nos quería decir y a su vez lo que yo le quería retransmitir al público de nuestras latitudes. Y el otro ejemplo fue al leer, unos años después, la traducción de Antoine e Isabelle Berman de El juguete rabioso, de Roberto Arlt (Le jouet enragé), cuando en el primer capítulo, “Los ladrones”, Arlt, aficionado a un lenguaje, por decir lo menos, extravagante, dice: “Un agente de policía cruzó el herbero de la plaza hacia nosotros”. Herbero, según el Diccionario de la Real Academia Española, es “el esófago o tragadero del animal rumiante”. Descubro admirada que ninguno de ambos traductores cayó en la trampa de Arlt y salieron airosos con su traducción, ya que tradujeron algo así como “el césped de la plaza”.

Una última pregunta

¿Qué libro y qué autor o autora te hubiera gustado (o te gustaría) traducir?

Lalo Barrubia | Me gustaría traducir al sueco a ciertos poetas uruguayos y argentinos. Si bien existen excelentes traductores del español en Suecia, tengo la sensación de que hay un tipo de poesía rioplatense con una profunda base coloquial, lunfarda, incluso vulgar, a la que la lengua sueca se resiste.

Martín Bentancor | Mis conocimientos de otros idiomas se reducen a un inglés correcto y a un portugués de manual, por lo que las limitaciones para emprender una eventual traducción serían bastante notorias. Pero puestos a fantasear, traduciría alguna novela de Evelyn Waugh o de Eça de Queiroz.

Luis Bravo | No me considero un traductor, pero tuve hace muchos años el proyecto de hacer una compilación de los bardos y trovadoras de la canción popular anglosajona con los que entré a la poesía cantada: Jim Morrison, Peter Sinfield, Bob Dylan, Joni Mitchell, Leonard Cohen, Ian Anderson, John Lennon, Laurie Anderson, entre otros.

Gabriel Calderón | Me gustaría saber alemán para leer los originales de Thomas Bernhard. Traducir literariamente no es algo que me apasione, lo hago con autores ingleses o franceses, pero no soy un experto y estoy -por ahora- lejos de ser un apasionado al respecto. Mi pasión es traducir al escenario y para ello se necesita ser experto -o al menos un ignorante interesado- en varias lenguas originarias: literatura, plástica, música, cuerpo, etcétera. El teatro se origina en muchos lugares, aunque el resultado siempre se dé en la escena.

Lucía Campanella | Hace poco traté, sin ninguna suerte, de traducir algunos pasajes de La femme gelée de Annie Ernaux. En general, la obra de Ernaux, como la de Duras, me parece intraducible, como si sólo en francés fuera posible decir lo que dicen (digamos que esto aplica para todo, pero muy especialmente para ellas). Estoy segura de que hay traductores y traductoras talentosas por ahí que lo logran o lo lograrán. Tengo confianza y mucha admiración por los que hacen esta tarea.

Leonor Courtoisie | Traducir es volver a escribir, es una responsabilidad muy grande, me divierte jugar a hacerlo pero nunca lo había pensado en serio.

Roberto Echavarren | Me queda como tarea pendiente traducir al poeta uruguayo-francés Jules Laforgue.

Gustavo Espinosa | Tal vez cuando me jubile me gustaría proponerle a algún editor una antología bilingüe y anotada de letras de blues tradicional: Charlie Patton, Robert Jhonson, Lucille Bogan, Victoria Spivey, en fin.

Laura Masello | Me hubiera gustado: Flaubert. Pero ya ha sido muy traducido. Me gustaría: Franketienne y varios otros autores caribeños (Maryse Condé, Gisèle Pineau, Raphaël Confiant).

Cristina Peri Rossi | Sólo he traducido de lenguas latinas, y hubiera querido traducir El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa, pero traducir es un trabajo muy intenso, cansador.

María José Santacreu | He hecho una muy mala traducción de la nouvelle de JD Salinger Hapworth 16, 1924, para que pudiera leerla una amiga y tuve la mala idea de publicarla en un blog de donde la tomaron varias ediciones piratas de este libro todavía inédito. Supongo que si tuviera tiempo me gustaría corregir esa traducción, tomando más decisiones que, por difíciles, no las tomé en su momento.

Lil Sclavo | Si debo elegir uno, sin lugar a dudas, elijo a Marguerite Duras. Por los múltiples desafíos a los que nos enfrenta su escritura a los traductores. Toda su escritura está marcada por el dolor y el peso de existir. Como bien dice Guillermo Sacomano: “[...] la de Duras es una escritura lesionada”. El desafío apasionante de su escritura es, entre otras tantas cosas, lograr restituir en la traducción, la sonoridad y el ritmo por encima del sentido. Es una escritura del significante en tanto dimensión de letra. Y traducir el significante, en lo personal creo que es la verdadera esencia de una traducción lograda. Me subyuga y convoca traducirla por sus frases breves, elípticas, lacónicas, muy lejos de la adjetivación ad nauseam a la que estamos tan habituados por estos parajes.

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