Es toda una experiencia estética este poema de Gerardo Ciancio que acaba de publicar la Intendencia de Montevideo a fin de divulgar, así, los trabajos ganadores del concurso literario Juan Carlos Onetti 2020. Una desmitificación profunda de la génesis patria recorre, con vértigo, estas páginas concentradas en un único poema-río, de intensa fluidez y potencia verbal. El núcleo central del volumen se ubica en esa suerte de pecado original que fue Salsipuedes y su masacre inaudita, esa bajeza moral en la que supo revolcarse la joven patria. A su alrededor, como absorbidos por la fuerza centrípeta de ese agujero negro de nuestra historia, las referencias e intertexualidades dialogan con víctimas y victimarios de aquella fiebre genocida. La primera y más evidente de esas conexiones es, de forma elocuente, ¡Bernabé, Bernabé! de Tomás de Mattos, con su notable y reveladora exploración de aquel brutal episodio, pero también, remontándonos ya a la matriz misma de nuestras letras, el Tabaré de Zorrilla de San Martín, explícito en versos que evocan “al poeta zorrilla/que prefiere un mestizo imposible”, y a quien “se le cae la flor al río” (página 22). Siguiendo esa línea matricial y empujando un poco las fronteras geográficas, siempre porosas en materia literaria, esa confrontación entre gauchos e indios también es, desde luego, parte constitutiva de ese poema fundacional que es el Martín Fierro, aunque la mirada de Hernández, tan hija de su época en relación al indio, no podría coincidir menos con esta denuncia del crimen y reivindicación de los vencidos.
Este es, por lo tanto, un poema que cuenta una historia, y que hurga con desenvoltura en la otra historia, la de las letras mayúsculas, para dar vuelta el relato oficial, cuestionarlo y aventurar en la imaginación esos pequeños gestos y detalles tan posibles en la escena del crimen como desapercibidos por la gran historia. Desde esos “inditos de indigna patria” que “miran la musa masacre” (página 14) a esa mujer que, quizás esposa, quizás madre o hermana, observa “incrédula / entre el follaje” murmurando “es el horror” (página 19), cada estrofa opera como una instantánea del caos, un intento casi cubista de captar el hecho desde distintos ángulos y en su proyección pasada o futura. Porque, en definitiva, esos cuerpos que “caen desnudos y atados” (página 24), en clara alusión a la historia reciente, son una prolongación ominosa de aquella otra impunidad, de aquel otro crimen de Estado. Las referencias históricas se prolongan, también, a otros momentos fundacionales que constituyen ese linaje que da título al volumen, ya en el “sablecito clemente” del máximo prócer, a ese remoto fundador devenido esténcil en el envoltorio de un caramelo. La impronta irónica, en tanto, transita por allí, juguetona y provocadora, para desacralizar esa mitología fundacional y funcional a la novel república: “escenografía: un salón aúreo/ una poetisa glauca/ un óscar a mejor actriz” (página 51).
En otros pasajes, son las fuentes de la literatura clásica grecolatina las que asoman en versos que evocan el “ponto vinoso” (página 31), los dioses y centauros, las sirenas que nunca aparecen para rescatar a los emboscados (página 21), o recrean algún pasaje de la Ilíada en que el más trágico de todos los héroes, Héctor, “alucina” en la muralla ante la presencia enemiga (página 25). Entre aquellos troyanos y estos charrúas que no han construido pirámides, ni “templos de devoción”, ni siquiera “una piedra sacrificial” (página 10), hay bastante más que un océano y algunos siglos de distancia, y, sin embargo, la matanza y el oportunismo no saben de sofisticaciones civilizatorias, hablan siempre el mismo lenguaje abominable y persistente.
El trabajo con el lenguaje, en tanto, es un logro que se traduce en aliteraciones vibrantes y lúdicas (“tréboles a tambor batiente/ yaros yuyos/ bohanes buenos/ rachas de arachanes”; pág. 7), o neologismos efectivos (“¡genocídenlos, gauchos!”, página 13; “no se sabe de dónde venían: charrúan charrúan/ dele que te dele” página 9). Pero el lenguaje también es motivo de reflexión sobre sí mismo, señalando, de algún modo, su condición inefable o impotente ante la fatalidad: “qué ganas de descuartizar el lenguaje” (página 13); “no encuentra paz el lenguaje” (página 39).
En recientes entrevistas, Ciancio ha referido la diferencia que este trabajo supone, en términos temáticos, en el devenir de su obra. Heber Benítez Pezzolano, en tanto, ha sido categórico al afirmar que Linaje no sólo es el poema “de mayor riesgo y rigor” del autor, sino también, “junto a muy pocos más, de la poesía uruguaya del último lustro”. Un jurado integrado por uno de nuestros recientes premios Cervantes, Ida Vitale, parece haber confirmado ese apunte laudatorio, al otorgarle al libro el primer lugar de la categoría poesía en la edición 2020 de los premios Juan Carlos Onetti. Son credenciales que valen para acercarse a estos versos inquietos y desasosegados que, una y otra vez, en su gravidez desacralizadora, se vuelven a preguntar: “¿qué patria? ¿qué tumba?” (página 39).
Linaje. De Gerardo Ciancio. Montevideo, Intendencia de Montevideo, 2021. 70 páginas.