Juan de Dios Caballero nació en Montevideo en 1954. En 1979 emigró a Suecia y en 2007 se trasladó a Noruega, donde obtuvo la ciudadanía y se radicó en Moss, pequeña localidad cercana a Oslo. Ejerció distintas ocupaciones y si bien, según sus propias declaraciones, escribe desde los 15 años, comenzó a publicar muy recientemente. Pez de acuario es su segunda novela publicada en Uruguay.
Paco Prada (o Tom Erikssen según su pasaporte noruego), el protagonista de esta novela narrada en primera persona, decide acabar con su vida. No lo hará impulsivamente sino con un plan minuciosamente elaborado. Además de renunciar a su trabajo y proponerse terminar una novela de autoficción, se prepara para pasar sus últimos días con Tina, un viejo amor frustrado en su juventud a la que podría caberle el título de “la mujer de su vida”. Instalará cámaras y grabadores en toda la casa, en procura de dejar un rastro visible de lo último que le queda de vida.
La novela de autoficción que está escribiendo funciona un poco como un mecanismo de cajas chinas, un mise en abyme, una ficción dentro de la ficción. Los fragmentos en los que se sume en sus recuerdos, incluso cuando el vocativo nos indica que se los está contando a Tina (su única lectora), podrían tranquilamente ser parte de su novela (de hecho, en un fragmento saltamos sin más preámbulos a una conversación con Tina sobre lo contado antes, que Paco le permitió a Tina leer de sus escritos). Paco es también un uruguayo exiliado en Noruega, al que Tina (también uruguaya) reprocha muchas veces que no esté en un lugar ni en el otro, ni en su país de procedencia ni en el de acogida. Por eso, también sus recuerdos oscilan a un lado y al otro del Atlántico, entre los fiordos noruegos y las callecitas montevideanas. Pese al cariño y la nostalgia que Paco deposita en sus recuerdos montevideanos, sus boliches y su feria de Tristán Narvaja, sabe, como cualquier exiliado, que ese lugar ya no existe, que muchos de los boliches ya no están, que las calles cambiaron de nombre.
Una virtud poco esperable teniendo en cuenta el planteo es que este resulta un texto mucho menos depresivo de lo que podría o casi que debería esperarse. Los personajes suicidas, y mucho más los que planifican tanto, suelen acarrear el riesgo de sobrecargar el texto con su drama vital. Paco, en cambio, hace su plan como uno más, y ni siquiera lo justifica. Parece actuar con la misma aceptación con la que cruzó el océano para irse a un país tan extraño. No hay grandes reflexiones fallidas sobre el sentido de la vida, no hay espectaculares tragedias existenciales. Hasta su nostalgia está teñida con la misma vitalidad de sus encuentros amorosos con Tina, tan intensos como puede esperarse de una pareja que lleva deseándose una vida. De hecho, tanto con Tina como con otros personajes provenientes de sus recuerdos, abundan los momentos eróticos de gran intensidad, y tanto en este como en otros aspectos, la vitalidad de lo narrado contrasta con la voluntad de Paco de quitarse la vida. Y es que, salvo en los dos primeros capítulos, lo que ocurre durante la novela no es, en realidad, su vida. Es esa burbuja que creó con esa mujer con la que no pudo vivir su amor, justamente, por cosas de la vida; son los recuerdos de esa Montevideo que ya no existe, es esa novela que está escribiendo prácticamente para nadie, ya que el personaje tampoco guarda esperanzas de convertirse en escritor. Pero a la vez, esa forma en la que el tedio existencial aparece en segundo plano, casi entrelíneas, aliviana, por un lado, la pesadez que el relato podría haber tenido y, por otro, genera intriga, ya que hasta último momento tenemos la esperanza de que Paco no se mate, de que Tina, su proyecto de novela o al menos sus recuerdos lo rescaten. Y a la vez, genera una gran complejidad en la construcción de los personajes y su trayectoria vital, permitiendo caracteres muy vivos, detallados y sobre todo verosímiles, por los que es imposible no desarrollar afectos, simpatías y empatías. Respecto de la verosimilitud, ayuda que el autor no autocensure cierta misoginia del personaje de Paco ni una muy visible homofobia cuando aparece su hermano gay, cosas que serán muy políticamente incorrectas en estos tiempos, pero son mucho más creíbles en un hombre de su generación y con su historia que cualquier otra cosa que nos pudiera resultar más agradable.
Pez de acuario tiene algunos puntos en común con Una tumba para Alfi (2019), la anterior novela de Caballero. Ambas se desarrollan entre las colonias de exiliados uruguayos en Escandinavia, están narradas en primera persona y desarrollan una historia familiar conflictiva. Pero lo que tienen en común, sobre todo, y que quizá sea una de las grandes virtudes de la prosa del autor, es que, si bien pasa por tópicos harto explorados en las letras uruguayas, explota aspectos y puntos de vista poco comunes. Aunque el exilio de los protagonistas de ambas novelas se relaciona con la situación política del Uruguay de los 70, no se origina directamente en una historia de persecución política propiamente dicha. El protagonista de Una tumba para Alfi llega a Noruega para hacerse cargo del funeral de su hermano (que, si bien se exilió por motivos políticos, tampoco encaja en la clásica construcción del “guerrillero heroico”), y el de Pez de acuario termina en problemas con las autoridades por asuntos sentimentales que sería difícil detallar sin spoilear la trama. Por tanto, las historias de Caballero se centran en quienes sufrieron las consecuencias de este período histórico por fatalidad, por destino, los que no eligieron, los que no fueron héroes.
Con su segunda novela, Caballero nos muestra una voz muy sólida y personal, con un estilo que se mueve delicadamente entre el desencanto y la ternura, entre la dulzura y la derrota.
Pez de acuario. De Juan de Dios Caballero. Montevideo, Fin de Siglo, 2020. 204 páginas.