En Santa Eulalia, un pequeño pueblo cercano al Ayuí, hay una colonia psiquiátrica en la que uno de los internos cree ser Dios. El director de la colonia tiene un accidente del que se salva milagrosamente, y comienza a creer en el delirio de su paciente, y cree ser su testigo, lo cual le vale pasar de ser el director de la colonia a convertirse en otro interno.
De esta manera, Fernando Villalba comienza a urdir una trama difícil de contar sin spoilers, puesto que cada hecho que se va develando es introducido con un importante halo de misterio. Si bien hay ciertos parentescos con la novela negra o el policial, ya que hay un complot homicida y personajes marginales, no entra totalmente en estas categorías, porque estos géneros se mueven dentro de una realidad fáctica, racional, mientras que esta novela juega en el límite entre lo real y lo sobrenatural. Ciertos hechos desperdigados nos hacen dudar todo el tiempo de si Gutiérrez, el paciente con delirio místico, es realmente Dios o no. Delicadamente, Villalba riega, además, la novela con profundos guiños simbólicos, y el verdadero misterio a resolver no es realmente de este mundo.
La bic de Dios es claramente una novela coral, en la que la voz de varios personajes va construyendo los hechos, y entre los guiños simbólicos a los que nos referíamos se encuentra la numeración de los párrafos en forma de versículos, con el nombre del personaje que cuenta en cada fragmento. A la ya delirante dupla de Dios Gutiérrez y su testigo, el doctor Saúl Rotwer, se agregan la joven Estela María (nombre nada casual), una bella joven con problemas de abandono materno y adicción a la cocaína, tan evocativa de la Virgen como de María Magdalena; Joshua Tof, un filósofo ruso admirado por Rotwer que se instala en Santa Eulalia, espía a los personajes y es percibido por los habitantes del pueblo como el Diablo; Claudia, la exesposa del doctor Rotwer y actual amante del nuevo director del hospital; y la madre de Estela, Beatriz, quien años antes huyó hacia Brasil tras una carrera de bailarina, y acaba de regresar a Santa Eulalia sin conseguir que su hija le perdone su larga ausencia. Esto si contamos sólo a los personajes que cuentan la historia.
No obstante, no es sólo la parte delirante de la novela lo que la hace interesante, sino también que este delirio esté inmerso en realidades muy cotidianas y palpables. Todos los personajes, de alguna manera, tienen un vínculo con la locura, no sólo los internos, ya que la colonia es la principal fuente de trabajo en Santa Eulalia. Pero no se trata de que los mundos de “los locos” y “los cuerdos” no estén diferenciados. Hay una diferencia clara entre estar de un lado y del otro, y todo el dispositivo generado para mantener ese límite, desde la vigilancia en la colonia hasta las miradas temerosas de los santaeulalienses sobre los “escapados”, haría las delicias de cualquier aficionado a los análisis foucaultianos. Lo que ocurre es que la novela se focaliza en la frontera y en los personajes que la atraviesan, y entre ellos el más fronterizo seguramente es el doctor Rotwer, el protagonista, que por más que haya cruzado hacia el lado de la locura, conserva en su pensamiento los esquemas del racionalismo científico por los cuales aprendió a tratar con la locura como psiquiatra. También cuando dialogan personajes que están en lados opuestos de estas fronteras (como los trabajadores de la colonia y los internos) es que esta frontera comienza a percibirse, y comienza a percibirse también lo débil que puede ser.
El relato está plagado de elementos muy reconocibles, como por ejemplo los ataques de jaurías de perros cimarrones en los terrenos de la colonia, hechos que realmente constan en nuestra crónica roja. Pero también en cosas menos espectaculares. La caracterización de Santa Eulalia, localidad ficticia, es sumamente creíble, pero además algunos fragmentos de la novela transcurren en distintos barrios de Montevideo y otros en Punta del Este, y la caracterización de estos sitios tan familiares nos advierte que ese mundo tan extravagante podría hallarse sumamente cerca.
Todo el texto está teñido de un humor ácido, basado en el choque entre el universo del delirio y una “realidad” cada vez más entrecomillada, como una sinfonía de incredulidades y revelaciones. Esta tensión se mantiene a lo largo de las más de 500 páginas de la novela, que se leen de un tirón y de las que no sobra una línea. Villalba mantiene un ritmo constante entre los cabos sueltos que va dejando en cada capítulo y las revelaciones que los atan. Cada hecho que parece llenar un hueco respecto de lo que no sabíamos, conlleva nuevas interrogantes y misterios.
Fernando Villalba nació en Montevideo en 1961. Es ingeniero químico y escribe narrativa, poesía y teatro. Fue finalista del premio Planeta y recibió menciones en los premios Onetti y en los Premios Nacionales de Literatura.
La bic de Dios. De Fernando Villalba. Montevideo, Fin de Siglo, 2021. 528 páginas.