1969 fue un año convulsionado. La polarización política era cada vez más evidente, la efervescencia de la militancia estudiantil que estalló en el 68 estaba lejos de apagarse. Las Medidas Prontas de Seguridad, instauradas en 1968, fueron suspendidas por tres meses y finalmente retomadas. Es el año de la toma de Pando, de la desaparición de la bandera de los 33, y también de la creación de la Juventud Salteña de Pie, precursora de la Juventud Uruguaya de Pie. No sólo en Uruguay, sino en el mundo, miles de jóvenes y no tan jóvenes dirigían sus esperanzas hacia la revolución cubana y su solidaridad hacia el Viet-Cong, disparando a su vez las reacciones correspondientes de los sectores más conservadores. Y no pocos veían como único camino la lucha armada.
Ese año, Cristina Peri Rossi publicó su primer libro. Se trata de la novela El libro de mis primos, reeditada este año por la editorial Hum. En ella, la joven Peri Rossi (de apenas 27 años) se hace eco de su tiempo de una forma que escapa a la simpleza panfletaria o los repetidos procedimientos del realismo socialista tomando los caminos de la alegoría y el juego simbólico, con irrupciones de lo extraño y lo fantástico.
Mucho se hablaba en aquellos tiempos de arte comprometido. No obstante, este camino siempre fue conflictivo en cuanto a la relación entre ética y estética. A veces, la intención de transmitir un mensaje político claro (o un mensaje claro cualquiera) entra en tensión con la necesidad que tiene el artista de dar lugar a un espectro de significaciones e interpretaciones. La autora muestra aquí un delicado pero decidido equilibrio entre el posicionamiento político y la imaginación literaria.
La excusa de la decadencia y el colapso de una familia patricia sirve para trazar un retrato de los tiempos que se vivían y de la esperanza del advenimiento de una nueva sociedad mediante la lucha armada. Si bien la diversidad de voces aproxima el texto a lo que sería una novela coral, la voz más presente es la de Oliverio, un niño. La mirada de Oliverio nos mostrará, desde una visión infantil, los absurdos e incoherencias de este mundo adulto, pronto a desaparecer.
La casa familiar es casi un personaje más. Llena de antiguos y valiosos adornos, con un enorme jardín poblado de estatuas, genera un clima, a la vez que opulento, opresivo. La casa es el escenario de casi toda la narración, configurando el territorio donde ese orden familiar se origina y reproduce.
Será en la generación más joven, la de los primos a los que se refiere el título, la portadora del quiebre. Es la agonía del padre de Oliverio uno de los primeros elementos que resquebrajan este orden. A esta seguirán los ataques de llanto de Oliverio, que desestabilizan a la familia hasta el punto de acudir en manada al consultorio del médico, que dictamina que el mal no tiene cura.
Entre los primos adultos, los más rebeldes serán Federico, poeta devenido guerrillero por quien Oliverio siente particular afecto, y la alocada y hedonista Alejandra. Pero mientras el de Federico es un cuestionamiento tendiente a la transformación, a encarar los compromisos de su tiempo, el camino de Alejandra tenderá a la evasión, a perderse en mundos imaginarios y encerrarse en sí misma. Los destinos de ambos serán coherentes con estas opciones.
Hay también elementos fantásticos que operan directamente sobre lo simbólico, generando imágenes ciertamente poéticas. La extraña agonía del padre de Oliverio (que no sabemos si es una agonía o un proceso de descomposición post mortem no asumido por la familia), las tías metamorfoseadas en gallinas, una piedra lanzada por una honda que rebota una y otra vez destrozando los objetos de la casa e hiriendo uno por uno a sus habitantes, etcétera, apartan la obra del realismo imperante por entonces en las letras uruguayas (no así en el resto de América Latina).
Además de los choques generacionales, las relaciones de género, como es habitual en Peri Rossi, también ofrecen un ángulo interesante al análisis, desde una reflexión de Oliverio sobre la función de los varones de la familia (“entrometer en el oscuro óvalo uterino de una pasajera ajena a nuestro lar la gotita de semen impregnada con nuestro apellido, y destinada a conservar nuestra especie, a perpetuar nuestra familia”) hasta un muy perturbador capítulo en el que los primos varones destrozan la muñeca de la prima Alicia, en un remedo de violación grupal que nos recuerda que el mundo de la infancia no es tan idílico como muchos recordamos, y no está exento de crueldades. También el episodio de las tías convertidas en gallinas, que continuamente exigen alimento y picotean violentamente a los tíos varones, representa el resquebrajamiento de un orden patriarcal que es señal de la decadencia de esta familia.
Se experimenta también con fragmentos en verso, especialmente cuando la voz la toma Federico. En estos momentos la narración parece detenerse, llamándonos la atención sobre algún elemento que debemos notar para seguir el curso de los acontecimientos. También, en varios de estos fragmentos, la autora ya perfila la veta erótica que será característica de su poesía durante el resto de su carrera. (“A veces giras tan fuerte que me mueves / y yo benignamente siento tu peso / tu calor / tu presión sobre mis órganos / los recorres uno a uno. / Como las cuentas de vidrio de un collar / que sorprende a un niño”). En ella se aprecian ya ciertos rasgos distintivos, en el erotismo como territorio de libertad frente a los mandatos sociales, en la atención hacia formas “desviadas” o no admitidas por la sociedad (como en este caso el incesto), en la inexorabilidad y omnipotencia del deseo.
Sería demasiado obvio insistir en la importancia de esta obra en la literatura uruguaya y latinoamericana, así como en su aporte para comprender su tiempo. Pero más allá de esas cosas, se trata de una obra que aporta, al ser releída, nuevos sentidos y significaciones. Y no hay que dejar de reconocer el mérito de Hum, que viene reeditando los libros de Peri Rossi con profesionalidad y buen gusto.
El libro de mis primos. De Cristina Peri Rossi. Montevideo, Hum, 2022, 176 páginas.