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Las puertas infinitas de Eduardo Mateo

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Sobre Mateo solo bien se lame / Eduardo Mateo, de Mintxo.

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Leído por Andrés Alba.
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Lo primero que uno lee cuando abre el Mateo solo bien se lame de Fermín Méndez, Mintxo, es la dedicatoria “a negros y negras de Uruguay”. A continuación, una cita del escritor guatemalteco Eduardo Halfon, que empieza: “La literatura no es más que un buen truco”. Esa información que aparece en las páginas aún sin numerar, y que a los ojos de un despistado puede parecer irrelevante o ajena al cuerpo del texto, va a matrizar todo lo que viene después, como si el autor se propusiera explicar en la obra por qué dedicar un libro sobre Eduardo Mateo a la comunidad afrouruguaya o demostrar cuánto hay de literatura en un libro de no ficción.

El álbum Mateo solo bien se lame (1972) es una obra fundamental de la música uruguaya; fue elegido como el más relevante en un especial del diario El País de 2020 en el que participaron un centenar de personas vinculadas a la música nacional. Estaba cantado que en algún momento la colección Discos de Estuario lo iba a abordar. Era un riesgo, también, porque, ¿qué se puede agregar que ya no se haya dicho? ¿Cómo aportar una mirada original? En este sentido, la clave parece estar en nunca perder de guía uno de los pilares en los que se sostiene la colección: los autores deben elegir un disco que haya sido importante en sus vidas, que les haya producido una impresión duradera.

Mintxo disecciona la obra y aporta información relevante, pero además nos cuenta su relación con el álbum, con Mateo y con la cultura popular en general. Ahí están el panorama musical de su infancia en Mercedes; la llegada a la capital y los mil descubrimientos, entre ellos, el propio Mateo, una tarde noche en Barrio Sur, entre amigos negros y vino con Sprite; las vicisitudes de un emigrante en Europa, encerrado en una “pieza de tres por dos con las persianas bajas”, encontrando el hogar en un puñado de compact disc piratas. Y también el periodista que, tras publicar una columna en un diario, es tentado a escribir el libro que por momentos le cuesta encauzar y lamenta haber aceptado, casi como un personaje onettiano.

Ese trenzado de tiempos históricos y narrativos es uno de los trucos que ofrece este mago literario. Por momentos estamos en los estudios ION de Buenos Aires y en 1971, o en Euskadi, a principios de este siglo, sirviendo copas en una taberna, o en plena pandemia, escribiendo todo eso una noche lluviosa de verano. Va y viene con naturalidad a la literatura, como a la música, “dejala ir, igual”. Y se escribe como se habla, no hay giros rimbombantes ni vocablos pretenciosos, no necesita hacerse el “crocante”. Hay bailes heavy, datos friki y juicios de valor cortitos y al pie, como decir: “qué grande Coriún Aharonian”.

Más allá de cartas de póquer y conejos de la galera, están Eduardo Mateo y una obra que a esta altura es una muletilla o, como lo dice el escritor, “un manual de caminos, un disco homogéneo, pero musicalmente muy abierto, con cosas distintas que les mostraron posibilidades a músicos que vinieron después”. La investigación, que incluye el análisis canción a canción, otro de los pilares de la serie, no escatima en detalles, como el tilde ausente en “Quien te viera”. También profundiza en las búsquedas e influencias africanas e hindúes del músico, los motivos e inspiraciones de su escueta poesía y los contextos políticos y musicales. Obviamente, se detiene en aspectos rítmicos con especial interés por la mano derecha, ya que “Mateo fue, es y será una escuela, entre otras cosas, porque su mano derecha es pura magia”.

Entre los que aprovecharon este manual de caminos aparecen en el libro Estela Magnone, Diego Azar, Alberto Mandrake Wolf y Toto Yulelé, entre otros. También recopila voces fundamentales para contar esta historia, como la del musicólogo Guilherme de Alencar Pinto –autor de la biografía Razones locas. El paso de Eduardo Mateo por la música uruguaya– y el músico Álvaro Salas, hijo de la Chola, protagonista de la canción homónima, a quienes Mateo visitaba con asiduidad en aquellos tiempos. Y por supuesto, también está Carlos Píriz, el ingeniero de sonido encargado de grabar y no descartar los divagues de un músico que un día se fue del estudio y no volvió, dejando un trabajo inconcluso, pero abundante material como para dar forma a una piedra angular de nuestra música popular.

Mateo solo bien se lame fue un momento que quedó registrado”, asegura Mintxo, y agrega en otro pasaje, “Píriz hizo algo fundamental: no traicionar la esencia musical de Mateo”. Tampoco traicionó la atmósfera de aquellas sesiones: el artista lamiéndose (casi) solo, en su salsa, parte de ese espíritu que se deja escuchar en las frases sueltas y los yerros que preceden a varias de las canciones, como el “fah, qué lance” que espeta antes de arrancar por segunda vez “De nosotros dos”. Hablando de traiciones, cabe preguntarse, y el autor se lo pregunta: ¿estuvo bien Carlos Píriz en darle forma a una obra sin el consentimiento del autor?; ¿se puede considerar el objeto una obra de Carlos Píriz? Las respuestas no son lineales y, más allá de las razones, locas o cuerdas, el asunto es hoy parte de la leyenda: el disco más influyente de la historia de la música popular de nuestro país casi fue un descarte.

Este es el segundo trabajo de la serie Discos dedicado a Eduardo Mateo, tras el acierto de incluir Mateo y Trasante, de Daniel Figares, editado originalmente en 2006 por Banda Oriental. La sumatoria permite comparar los momentos creativos y personales, las diferentes búsquedas artísticas, la evolución en el toque y en el canto. Esto se puede extender al resto de los ensayos e incluir las distintas maneras de abordar la consigna. A esta altura la colección es como un álbum de figuritas; es posible imaginar qué otros trabajos discográficos se podrían sumar, pero se va llenando de manera aleatoria mientras anhelamos las selladas que vendrán en el próximo sobre. Qué lance.

Mateo solo bien se lame / Eduardo Mateo. De Mintxo. Montevideo, Estuario, 2022, 144 páginas.

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