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Una monstrua no se hace en un día

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Visceral, los ensayos de María Fernanda Ampuero.

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La fuerza del lenguaje, la crueldad en las descripciones y lo radical en sus planteamientos estéticos nos han llevado a reconocer el estilo frontal pero a la vez sincero de la ecuatoriana María Fernanda Ampuero (1976). Desde Pelea de gallos (2018) hasta Sacrificios humanos (2021) encontramos a una autora que teje las redes de una nueva narrativa latinoamericana, que en el mercado actual se encuentra liderada por mujeres que abordan una particular visión de su territorialidad a partir de una mirada oscura, sin escrúpulos y con muchos tabúes desentrañados.

Visceral, su nuevo trabajo, es un libro tan extraño como adictivo. Se trata de 21 textos ensayísticos breves en los que, como indica el título, parecería que la autora vomitó absolutamente todo su enojo. Sin ningún tapujo, nos lleva a todos los horizontes que atraviesan tanto los feminismos actuales como las políticas neoliberales. La propia María Fernanda es la voz que lleva adelante no sólo su malestar, sino también los recuerdos de cuando era apenas una niña o una mujer que, más allá de su angustia, todavía pretendía agradar a los hombres que la maltrataron.

Algunos ensayos manifiestan la rabia hacia la avanzada de las derechas a nivel mundial, que se confirma a través de las formas de explotación de la tierra y los discursos de odio. Ante este escenario, la literatura, según la autora, resiste. Los ensayos no son sólo los pensamientos de esa voz que necesita exorcizarse a través de la escritura, sino que logra dialogar con otras autoras a través de citas, ya sean textuales o menciones de obras, evocando a Mariana Enriquez, Gabriela Cabezón Cámara, Cristina Rivera Garza y Mónica Ojeda, entre otras. En este gesto es donde puede verse una decisión política, porque en las citas y menciones construye una suerte de rizoma no sólo de autoras latinoamericanas actuales, sino también de mujeres que se encuentran comprometidas con su escritura a partir de la necesidad de desestabilizar algún orden imperante, ya sea desde el realismo más sucio o del horror inenarrable. En este grupo podemos encontrar textos como “Furia”, “Terror”, “Colonas” y “Bárbaros”, entre otros. Aquí puede verse cómo explora el estilo periodístico, que trae de su profesión, con una escritura desautomatizada, en la que lo coral y el collage de textos y géneros discursivos entablan cruces para morder la realidad impostada.

En el segundo grupo de textos encontramos los testimoniales y los autoficcionales. Dentro de esta categoría resaltan “Mórbida”, “Gorda” y “Grita”. Los tres abordan una temática que es el eje del libro y que, en este caso, pasa al centro: la corporalidad. El primero es de los textos más crueles con relación a la niñez y la gordofobia: relata la belleza hegemónica de la madre de la narradora, que toma la etapa del embarazo para comer sin culpa, pero no vuelve a recuperar su figura anterior, y la culpa la carga la hija, no sólo por señalarla como responsable, sino porque esa niña no cumple con las expectativas de belleza que su madre tenía. La autora nos introduce en su genealogía desde un lugar desgarrador y sin piedad a través de la inocencia y el dolor de la niñez excluida: “A las niñas nos quitan los superpoderes con espejos”.

La mirada de crudeza extrema continúa en “Gorda”. Allí nos muestra las obscenidades a las que se ha visto expuesta durante su vida dentro de las clínicas estéticas, esas que prometen cuerpos ideales a través de un precio exorbitante. Lo impactante de este texto es que en la adolescencia la narradora se sometió a un plan de adelgazamiento con fármacos. Ella se salvó, pero otras adolescentes murieron por el consumo. En ese mismo momento el texto devela cómo la industria estética desplaza y elimina aquellas vidas que no son dignas de ser vividas por ser gordas, pero también por pobres. El tercer texto de este grupo es de los más conmovedores. Su estructura se divide en “antes” y “hoy”, y en breves fragmentos nos relata momentos de su niñez y adolescencia, así como de la vida adulta donde fue víctima de abuso sexual o estuvo al borde de serlo. Lo desgarrador no es sólo lo que cuenta, sino cómo va develando el mecanismo por el cual a las mujeres, siendo víctimas de tales formas de relacionamiento con los abusadores, se las ha enseñado como culpables y obligado a guardar silencio. Visceral, con su estilo único, corre el riesgo de convertir a sus lectoras en verdaderas Erinias vengadoras, como su autora.

Visceral (2024), de María Fernanda Ampuero. 170 páginas. Páginas de Espuma, 2024.

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