Desde hace dos semanas, y coincidiendo con las jornadas académicas con las que la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FHCE) de la Udelar celebró sus 80 años, se puede visitar la muestra Archivos del exilio: nuestro José Bergamín. Dentro de las vitrinas que ocupan el espacio central del primer piso de la casa de estudios llama la atención, por su colorido, la bandera del Centro Republicano Español, una de las instituciones que durante la guerra civil española (1936-1939) y los comienzos del régimen franquista nucleó las actividades de los antifascistas en Uruguay.
El conflicto en España atravesó profundamente a la política uruguaya, y no sólo marcó una división clara entre progresistas y conservadores, sino que permeó profundamente al campo cultural.
En ese contexto, en 1945 arribó a Uruguay, vía México, el intelectual español José Bergamín. En la década que pasó en el país, desplegó una intensa actividad creativa y docente. La exposición que aloja la facultad da cuenta del trayecto local y fue organizada por el Departamento de Literatura Española de la FHCE y el Centro de Estudios Interdisciplinarios Migratorios/Archivo Central Universitario de la Udelar. Al frente del equipo estuvo la investigadora y docente María de los Ángeles González, con quien conversamos.
¿Cómo llegó Bergamín a Uruguay y a la FHCE? ¿Qué contactos tenía aquí?
Fue un intelectual notorio desde fines de los años 1920 en España, un escritor muy creativo, ensayista, poeta y dramaturgo, que además gustaba del debate, de la paradoja y la polémica. Fue también un refinado editor de libros y de una revista singular, Cruz y Raya, que llevaba como subtítulo “Revista de afirmación y negación”, lo cual ya dice mucho. Al terminar la guerra civil, debió exiliarse. Vivió en México y Caracas. En las dos ciudades desarrolló proyectos y tuvo apoyos, notoriedad y gran proyección sobre la diáspora republicana, que él mismo nombró como la “España peregrina”. Su convicción de no poder vivir fuera de España, además de su inconformismo y radicalidad, y su estilo de huir siempre hacia adelante impidieron que Bergamín se afincara mucho tiempo en algún lugar.
Aparentemente la idea de venir a Uruguay fue gestionada por sus vínculos con católicos progresistas, y en particular gracias a la mediación de Enrique Dieste (hermano de Eduardo y Rafael), quien consiguió que lo invitaran a dictar unas conferencias que le dieron visibilidad y posibilidades de ser contratado de forma permanente en la entonces muy nueva Facultad de Humanidades de la Universidad de la República.
Carlos Vaz Ferreira, su primer decano, se interesó por la propuesta de invitar a Bergamín, entre otras cosas, por su estilo antiacadémico, que supuestamente había causado polémica en Venezuela, donde se habría negado a examinar a los estudiantes. O al menos eso propagaba el involucrado, que se decía cultor del “analfabetismo” y contrario a la institución escolar tradicional. Este mito fascinó a Vaz Ferreira, pedagogo heterodoxo y favorable a la enseñanza “viva”. La contratación permitió a Bergamín, entonces viudo con tres hijos, establecerse en Montevideo unos cuantos años.
Tuvo gran ascendencia en muchos de los principales nombres de la generación del 45. ¿Cómo fue ese vínculo?
Bergamín ocupó lo que se llamó “cátedra libre” de Literatura Española en la Facultad de Humanidades, a la que podía asistir cualquier persona con o sin estudios previos. Dada la fama que lo antecedía, la calidad y estilo de sus clases, asistían a sus cursos escritores ya formados del circuito católico, como Esther de Cáceres o su marido, el psiquiatra Alfredo Cáceres; los hermanos Dieste, así como también Roberto y Sara de Ibáñez, Francisco Espínola.
Los que entonces se estaban iniciando serían los futuros consagrados como “generación del 45”. Fueron alumnos inscriptos formalmente y regulares. Por ejemplo, Líber Falco, Manuel Flores Mora, Ángel Rama, María Inés Silva Vila, Carlos Maggi, María Zulema Silva Vila, Ida Vitale, Mario Arregui, Gladys Castelvecchi, Carlos Rama, Amanda Berenguer, José Pedro Díaz, José Mujica.
El entonces joven Guido Castillo fue su asistente. Otro español ya radicado en Uruguay, Manuel García Puertas, fue uno de los primeros egresados de la Licenciatura en Letras y luego profesor de la asignatura durante muchos años. Hay que ver la exposición o visitar el Archivo para comprobar cuántos otros escritores y artistas se beneficiaron de su carismática influencia. Y con todos parece haber dialogado de manera singular y en todos haber dejado una impronta indeleble. Los testimonios más conocidos son los de Ángel Rama e Ida Vitale, y el reconocimiento de Mujica en las Naciones Unidas, cuando dijo que conoció al Che Guevara, a Barack Obama y a otras figuras sobresalientes, pero ninguna personalidad lo impresionó humanamente como lo hizo José Bergamín en Montevideo.
Otros artistas e intelectuales frecuentaban sus charlas de café y reuniones en su casa o en otros espacios. Entre ellos, Julio Bayce, Adolfo Pastor, Hugo Balzo, Isabel Gilbert de Pereda, José María Podestá, Carlos Real de Azúa, Fernando Pereda, Torres García. En los últimos años otro grupo de estudiantes se sumó en la admiración y participó en su heterodoxo magisterio, como Alejandro Paternain, Renzo Pi Hugarte, Héctor Galmés, Víctor Cayota.
Foto: Gianni Schiaffarino
Un punto de encuentro de estos últimos, complementario del aula de la facultad, era la confitería La Catedral. Galmés lo transfigurará en personaje de su novela Las calandrias griegas. Adonis, el joven protagonista, observa en una cafetería a tres estudiantes que escuchan ávidos las palabras de aquel hombre “extremadamente flaco y encorvado”, cuya mirada “revela una energía extraordinaria, como si la vida toda se le hubiera concentrado en esos ojos brillantes, pequeños, inquisidores”.
Bergamín retornó a España en 1958, pero, tras un feroz enfrentamiento con Manuel Fraga Iribarne, entonces ministro de Franco, debió volver a exiliarse. Fue Manuel Flores Mora quien lo rescató en esa oportunidad y logró volverlo a Uruguay por vía diplomática, para evitar la cárcel. Entonces eligió no retomar los cursos y dar conferencias, viviendo de la hospitalidad de amigos uruguayos. Regresó por fin a su país en 1963, exiliado siempre “de sí mismo”, como bien expresó Rosa María Grillo, para seguir peleando tanto las causas de fondo como las más circunstanciales, con el mismo vigor indeclinable.
¿Qué papeles dejó aquí y qué es lo que se puede ver en la exposición?
Por un lado, está el legajo “José Bergamín” en el Archivo Central Universitario, que es un servicio administrativo responsable de la gestión, conservación y difusión de los fondos documentales de la facultad. Ahí se preservan expedientes históricos, administrativos y académicos de la facultad desde su inicio, en 1945, hasta 2020. De hecho, el acta de fundación de la facultad encabeza la exposición, como homenaje, cuando se cumplen los 80 años de la institución. El Archivo es también un centro especializado en el tratamiento y custodia de documentos que ingresan por donaciones o cesiones.
En el legajo Bergamín se conservan, por ejemplo, los programas de estudio, sus informes docentes, correspondencia interna, resoluciones del Consejo, como nombramientos, renovaciones, licencias, pero también reclamos por pago atrasado de haberes, pedidos de remuneración por investigaciones o cursos extraordinarios, solicitudes de estudiantes pidiendo año tras año su recontratación… Los documentos permiten comprobar, por ejemplo, el aumento de sus ingresos a lo largo de los años en que fue docente en la facultad. Hay muchos datos que resultan atractivos porque podemos considerarlos hoy, por primera vez, como el listado de temas de monografías que eligen los estudiantes para finalizar el curso, sobre todo cuando esos estudiantes son Rama, Vitale o Maggi. Esto también derriba el mito de una facultad en la que no se daban exámenes ni se proponían evaluaciones. Los documentos también prueban gran rigor y detalle en el control de programas, que se enviaban para su aprobación con largas fundamentaciones y nutridas bibliografías.
Para esta exposición en particular seleccionamos, junto con Mónica Pagola y con la colaboración de Raluca Ciortea, Gonzalo Marín y Pablo Darriulat, los documentos que nos parecieron más interesantes del Archivo Central. La muestra se complementa, sin embargo, con otros aportes, como algunas piezas pertenecientes al Archivo del Centro Republicano Español (custodiadas también en la FHCE) o la vieja y querida bandera de la República Española. Agregamos documentos y libros prestados por Ida Vitale y Amparo Rama, manuscritos y fotografías pertenecientes a Luis Pérez Infante (que pertenecieron a su hija y llegaron a nuestras manos gracias a sus amigas Susana Gonnet y Dorita Ois), más unas pocas piezas que fuimos encontrando en la búsqueda de años o por azar. El pasaporte uruguayo –más bien un “permiso de viaje”– era desconocido aún por los sobrinos españoles de Bergamín. Quedó muchas décadas atrás en poder de Teresita Motta y Alfredo de la Peña, y fue su exalumna Patricia Núñez quien nos lo prestó para lucirlo como joyita de la exhibición.
¿Qué eran las “ideas liebres”?
La de las “ideas liebres” es una metáfora bergaminiana temprana. La usa para referirse a su método de pensamiento y a su estilo ensayístico, y da luego título a una compilación de sus ensayos. Ida Vitale explica muy bien (no podría ser de otra manera) cómo ese sistema arborescente era la base también de su forma de dar clase. Siempre pensé que podía buscarse una relación con lo que siempre hemos oído sobre las clases de Real de Azúa, e incluso con su idea del ensayo. Quizás también ahí el germen estuviera en Bergamín. Es como para explorar más, pero puede aventurarse. Y decirse...
Archivos del exilio: nuestro José Bergamín. De 8.00 a 22.00 en el primer piso de la Facultad de Humanidades (Uruguay y Minas), hasta este viernes.