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Roberto Appratto.

Foto: Santiago Mazzarovich

Murió el escritor Roberto Appratto, figura central de la literatura uruguaya contemporánea

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Poeta, crítico, narrador, docente y teórico, el autor de Se hizo de noche conjugó el refinamiento, la autoobservación y la capacidad para hablar de asuntos compartidos.

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La noticia de la muerte de Roberto Appratto, conocida esta mañana a través de redes sociales, atraviesa el corazón del medio cultural uruguayo. No sólo porque se trata de un intelectual de primer nivel –es difícil calibrar valores en momentos así, pero indudablemente hablamos de un escritor central en nuestro circuito–, sino porque, a sus 74 años, era una figura jovial a la que era posible cruzarse en eventos literarios o simplemente en la calle o en una mesa de bar, con su mezcla de simpatía, seriedad y refinamiento.

La elegancia era una de las características salientes de su escritura. Narrador y ensayista, trataba cada frase, cada párrafo y cada texto con el cuidado del poeta aplicado, que también lo fue. Quizás el rasgo más impactante de su obra era la atención al propio discurso y a los propios procesos mentales con un grado de apertura que los volvía comunicables –y atractivos– para los demás. Dentro de esa disposición “interna” es absolutamente excepcional el poder de conexión con situaciones externas que consigue en algunos de sus trabajos. Se hizo de noche (Artefato, 2007) es seguramente el mayor logro narrativo sobre el insilio uruguayo. En la novela, Appratto –un heraldo de la “literatura del yo”, autoficción o como quiera llamárseles a las variantes de la autobiografía– describía sus experiencias como hombre joven al que la dictadura lo había apartado de su vocación como profesor de Literatura. Como nadie, logró plasmar el clima de opresión que cotidianamente imponía el régimen.

Otra de sus obras en las que el prodigio de autobservación se une al registro de cambios sociales es 18 y Yaguarón, un texto en el que reflexiona acerca de su percepción del Centro de Montevideo, de la mutación simbólica que padece un centro (con minúscula) que, como decía WB Yeats, ya no puede reunirlo todo a su alrededor. Es, también, una carta de amor a nuestra ciudad, o a una versión de ella.

De entre sus muchas novelas “familiares”, Íntima (Amuleto, 2008) tal vez sea la más paradigmática. En esa novela “del padre” –en una tradición que tal vez inauguró el Nuevo Testamento– Appratto examina minuciosamente una relación siempre cargada de malentendidos, intensidad y afecto.

Appratto, además, fue crítico, docente y teórico. La serie Impresiones en silencio, primero editada por La Propia Cartonera y luego continuada por Criatura, es una excelente manera de acercarse al mundo mental de Appratto, ya que, a través del comentario libre de obras de arte (generalmente cine, una de sus pasiones), logra expresar los aspectos singulares que le llamaban la atención en la obra de los otros, haciendo gala de un punto de vista a la vez exquisito y despreocupado de las convenciones técnicas.

La ficcionalidad en el discurso literario y en el fílmico (Yaugurú, 2024) es un ambicioso estudio sobre asuntos clave de la teoría literaria en el que Appratto recogió muchas de las reflexiones abonadas por décadas de docencia.

En sus palabras

“Mi vida ha sido una vida de irrupciones. Lo que me salía era una cosa distinta a lo habitual. Siempre traté de hacer algo distinto. Mi manera de expresarme y de hacer docencia no era seguir la pauta de lo que ya estaba”, dijo en 2024 en conversación con Lento.

En esa misma entrevista contó cómo junto con el escritor y crítico Eduardo Milán marcaron un camino. “Leíamos a otros autores. Nuestra poesía hizo un quiebre con lo que se escribía hasta ese momento”. Y agregó: “No parecía poesía, era algo raro, era experimental. Mucha gente me dijo que le parecía fría, muy intelectual. Tuve muchos detractores”.

“Cuando me metí en narrativa comencé con la escritura autobiográfica, que nadie hacía. Desde Íntima para adelante yo escribo así. Cuento una cosa y desarrollo esa cosa, la convierto en una escena, pero eso remite a otra cosa, una película, un libro, y por ese lado voy. Me cuesta mucho salir de lo real. La ficción, ficción de inventar cosas, no es lo que me gusta más. Me gusta leerlo, pero no producirlo, me cuesta un Perú. En cuanto a la extensión, soy de terreno corto: 100 páginas, 110, hasta ahí llego”, dijo en esa conversación.

Con todo, sostenía que el valor de esa escritura autobiográfica no estaba en que hubiera vivido la experiencia: “Está en convertirlo en algo que le interese a alguien más que a mí, o sea, convertirlo en una escritura independiente de mí. No contar los hechos en sí, sino mi relación y mi experiencia con esos hechos. Todo pasa por el tamiz del lenguaje. El padre de todo esto es Proust, respecto de comenzar a escribir sobre lo real como si fuera una cosa estética. Lo estético tiene mucho que ver”.

“Llevo 13 libros de poesía más nueve novelas. No me quiero repetir. Cuando me doy cuenta de que hago lo mismo de siempre, dejo y vuelvo después. Escribir es experimentar. Los temas no son el problema de la escritura, es el cómo lo fundamental. Alsina Thevenet me enseñó a ordenar mi escritura. Cuando le entregaba un texto me decía: ‘Es hasta acá. Si hacés más, eso excede la capacidad del lector’. Él miraba todo y se daba cuenta de cuando te estabas repitiendo, cuando estabas exagerando con una manera de redactar”, dijo.

En 2015, Appratto recibió el premio Bartolomé Hidalgo a la narrativa por Como si fuera poco.

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