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Samanta Schweblin.

Foto: Alejandra López

Lo “normal” es una ficción: una conversación con Samanta Schweblin

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La escritora argentina acaba de lanzar el libro de relatos El buen mal

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La narradora argentina Samanta Schweblin, ganadora del Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero en 2015 por Siete casas vacías, y del Premio José Donoso por su trayectoria en 2022, vuelve a la escena con El buen mal (Random House, 2025). Se trata de un conjunto de historias con lenguaje preciso y evocador que nos adentra en una atmósfera inquietante donde lo familiar se torna extraño y perturbador. Los textos exploran el realismo psicológico, llevándonos a episodios de máxima tensión que se destacan por la fusión entre lo cotidiano y el horror.

Días antes del lanzamiento del libro, Schweblin conversó con la diaria sobre él y las constantes subterráneas de una obra que afloró en 2002 con los relatos de El núcleo del disturbio, que ha merecido adaptaciones a la pantalla –Netflix ofrece una versión de Distancia de rescate– y que incluye coqueteos con la ciencia ficción como los de la novela Kentukis.

En los últimos años ha habido una ola de narradoras latinoamericanas del género terror/fantástico/extraño. ¿Considerás que estos géneros se han convertido en algo mainstream?

Hay un despertar de estos géneros incluso en el cine y las series, ese otro espacio también narrativo que tenemos, pero que es mucho más masivo. Creo que el ejercicio de la narración, de contarnos historias para construir nuestra ficción y nuestra realidad, está muy atado a esta tensión entre el espanto y la fascinación que produce el miedo. Pensemos en las historias que les contamos a los chicos en la cama, en la manera en la que construimos política y religión, en cómo los medios nos presentan continuamente a ese “otro” que va cambiando caras pero casi siempre aparece como el enemigo peligroso. Hay estudios sobre estos fenómenos y concuerdan en que períodos de la humanidad con gran popularidad en estos géneros –porque no es la primera vez que esto pasa– llegan a su pico cuando la sociedad comienza a leer su realidad como algo demasiado peligroso e impredecible.

¿Qué certezas tenés como narradora hoy que no tenías en tu primer libro?

Ninguna. Algo habré aprendido con los años de trabajo, pero a veces temo que ese aprender a hacer las cosas pueda jugarme en contra. Aprender el camino más efectivo hacia cierto lugar también puede alejarte de la oportunidad de encontrar nuevas maneras de hacerlo, y la escritura tiene mucho que ver con ese tipo de descubrimientos. Querer hacer algo y no saber cómo es un estado creativo de absoluta ingenuidad, puede ser algo poderoso. Quizá sí aprendí a ser más paciente, menos ansiosa durante la escritura. A no apresurarme a contar lo que de pronto acabo de entender, sino a tomarme el tiempo que algunas ideas necesitan para ser accionadas. Después de todo, escribir no se trata tanto de contar historias, sino de hacerlas suceder. Quiero ver cómo suceden las cosas. Esa situación que nos parece inverosímil, ese mal tan malo que sólo pudo haberse hecho con mala intención, ese pensamiento tan complejo que sólo pudo provenir de un genio ¿cambia nuestra manera de pensar estos puntos de llegada si vemos con atención cómo se ha llegado hasta ahí?

Hace ya varios años que estás radicada en Alemania, ¿sentís que el trato cotidiano con la lengua alemana te ha ofrecido una nueva forma de representación de la realidad?

Hablo poco alemán, vivo sobre todo en dos burbujas, la hispanohablante y la de gente que habla en inglés. Berlín permite este tipo de vida internacional donde la gran mayoría de tus vecinos son también extranjeros. Así que vivo esa condición de “no ser de acá” con la naturalidad de pertenecer a una tribu más de las varias docenas que me rodean. Pero a la hora de la escritura no siento tanto la influencia de la experiencia europea, sino más bien el peso de no estar en Argentina, el peso de la distancia. Y una distancia que pesa sobre todo sobre Buenos Aires, porque, aunque me considero porteña, mi familia hace ya muchos años que se mudó completamente al sur de la Patagonia argentina, donde paso también varios meses al año. Es decir que ahora, incluso cuando estoy de regreso en casa, no estoy en Buenos Aires. Pero mi mirada está siempre ahí; en cuanto pongo las manos en el teclado y empiezo a escribir, estoy automáticamente allí.

Samanta Schweblin.

Foto: Alejandra López

¿Qué cosas descubriste en el proceso de escritura de este libro con respecto a otros?

Quizá me noto menos atada argumentalmente. No quiero decir que no le preste atención a la historia, es sólo que me noto más flexible para cambiarlo todo si fuera necesario, le tengo menos miedo a la reescritura, a tirar un borrador entero a la basura y en todo caso usarlo sólo como influencia para una nueva versión. En otros libros me recuerdo más contenida, más miedosa a perder algo si me despegaba demasiado de la idea original que había puesto en marcha una historia, o quizá más agarrada a esas primeras ideas, y por eso mismo más ciega a lo que esas primeras ideas podrían llevarme si me permitía jugar un poco más. Liliana Heker dice: “No nos perdamos las grandes historias que un borrador podría contener por estar demasiado atados a los caprichos de lo que queremos contar”.

¿En la antítesis que tiene el título “el buen mal” proponés una dimensión moral? ¿Qué hay de nuevo para vos en este enfoque sobre el mal?

Me preguntaba, todavía me pregunto, qué fuerzas comandan la previsibilidad de nuestras vidas y qué fuerzas la ponen en jaque. Tengo la sensación de que vivimos inmersos en la inmediatez, en las simplificaciones, en esta suerte de duermevela en la que sobrevolamos los días, cuando en realidad están pasando cosas terribles a nuestro alrededor, no es que vivamos en un mundo en calma. Creo que escribí este libro preguntándome todo el tiempo qué nos despierta entonces, qué nos obliga a prestar otra vez verdadera atención, qué nos obliga a parar y pensar... Si pensamos el mal como lo desconocido, lo extraño, lo que nos parece amenazante, creo que hay algo de esa energía que nos despabila, y estas historias apuntan directamente al corazón de esa atención. Qué pasa en nuestras vidas cuando quedan en vilo, cuando nuestra atención se expande como una alarma que ya no podemos desactivar.

¿Te parece que en este nuevo libro te inclinás a experimentar una nueva dimensión del realismo?

Mi interés está siempre en lo extraño. Pero lo extraño no es lo imposible de suceder. De hecho, cuanto más posible es, más terrorífico nos parece. El monstruo del doctor Frankenstein puede ser una gran alegoría para pensar muchas cosas, pero sucede muy lejos de casa, en un mundo diferente, y muchos años atrás. Cuando leemos sobre algo que parece extraordinario, pero que de verdad podría sucedernos en cualquier momento, las posibilidades del realismo estallan con un terror que logran ponernos alerta. Me encanta ese estado. Como lectora los libros que más me gustan son los que logran caminar sobre esa brecha entre lo real y lo extraño, es un lugar en el que me resulta fructífero pensarme a mí misma.

El epígrafe “Lo raro siempre es más cierto”, de Silvina Ocampo, ¿se puede proyectar a la vida cotidiana y de este modo a la cotidianidad de los personajes que protagonizan estas historias?

Creo que hay algo en lo raro, en lo extraño, en lo que no catalogamos como “normal” o “aceptable”, que también podría ser cierto, posible, y hasta más verdadero. El costo que tienen estos acuerdos sociales y culturales en los que vivimos atrapados es que nos perdemos parte de esas otras realidades, cuando quizá haya en ellas algo que al fin podría curarnos, o tranquilizarnos, o hacernos felices. El concepto de “normalidad” a mí me parece el verdadero espacio ficcional. Imaginate esto, resulta que hay un punto A donde estás vos parada, con todas tus particularidades e ideas más personales. Y luego hay un punto B donde estoy yo con mi parte. Incluso si fuéramos grandes amigas lo más probable es que haya más cosas en las que nos diferenciamos que en las que nos parecemos. Y luego hay un punto C, que está justo entre las dos, y vendría a ser el promedio entre nosotras, el acuerdo, lo aceptado, lo “normal”. Ese punto C es nuestra invención más grande, porque no existe, no hay nadie realmente parado ahí, y nos la pasamos intentando alcanzar ese punto de normalidad en el que en realidad no encaja nadie.

Para varios de tus personajes las historias derivan de su propia introspección, generando climas de tensión donde prevalece lo psicológico. ¿Considerás que esto es parte de la subjetividad de nuestra época?

Creo que estamos más para adentro que nunca, pero eso no siempre implica un estado de introspección. Creo que la introspección productiva implica una atención sincera a nuestros pensamientos, y esta es una época en que es más fácil perderse en pensamientos que prestarles verdadera atención. Quizá esa introspección más activa que sentiste es más algo que yo buscaba, que necesitaba para mí, que algo de época.

Los animales vuelven una vez más a tu obra y en este libro tienen una presencia importante. ¿Hay algo enigmático de su mundo que te sigue atrayendo?

Los animales nos confrontan con otros modos de percibir la realidad. No hablan, pero comunican. No razonan como nosotros, pero toman decisiones. Hay algo en ellos que resuena con nosotros y a la vez es claramente un ser de otra especie, y me fascina esa doble distancia y cercanía. Me parecen casi metáforas de esas tantas otras cosas y personas que no entendemos del todo. Como los símbolos, como las señales, sus presencias alteran muchas veces mi estado y me ponen a dialogar conmigo misma como a través de un espejo.

A lo largo de tu obra has reflexionado sobre la violencia y el mal, pero en este libro se aprecia un tratamiento diferente. ¿Responde a alguna nueva reflexión a la que hayas llegado durante tu trayectoria?

Estas búsquedas son bastante intuitivas, en general sucede al revés, escribo todo un libro sin ser realmente consciente de sus temas hasta llegar al final. A veces incluso sigo descubriendo cosas en las lecturas que se producen luego, al publicarlo. Es extraño, porque sí hay una intención consciente de control, de contención de una historia, de construcción de personajes, de acumulación de sentido con todas esas partes que componen una historia, pero el tema pareciera ser un gran manto que, aunque lo cubre todo, no soy del todo consciente de cómo o por qué lo estoy eligiendo. Pienso en Federico García Lorca, que decía que tenemos una curiosidad desmesurada por saber qué podría hacernos daño. Y supongo que cuando escribo mis temas, consciente o inconscientemente, apuntan siempre hacia esa pregunta.

El buen mal. 208 páginas. Random House, 2025.

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