Hace poco se conocieron los ganadores del premio Pulitzer que concede la Universidad de Columbia en 15 categorías periodísticas, que incluyen los reportajes de noticias de última hora y el periodismo de investigación, y también creaciones en ficción, música, poesía y biografías. Una de las distinciones se destaca por la casi nula propensión del jurado a reconocer al noveno arte: Feeding Ghosts: A Graphic Memoir (Alimentar a los fantasmas: autobiografía en viñetas), de la estadounidense Tessa Hulls, segunda historietista en ganar el Pulitzer y primera desde que Art Spiegelman lo hiciera en 1992 con Maus.
La de Hulls es una historia madurada durante casi diez años que tiene como protagonistas a tres generaciones de mujeres. La autora intenta escapar al trauma familiar y al mismo tiempo comprender su vínculo con China, donde nacieron su madre y su abuela. “Este libro es casi todo matrilineal, salvo por el hombre que le hizo un bombo a mi abuela y la abandonó”, comienza diciendo el avatar de Hulls, que nos conducirá durante toda la historia como el de Scott McCloud en Entender el cómic.
Son dos generaciones que han huido del maoísmo seis décadas atrás, y todo comienza en 2016 cuando Hulls y su madre se desplazan en tren por China. “Viajando hacia el pasado con la esperanza de construir puentes entre nosotras”, cuenta la narradora con cruda honestidad. “Me he pasado la vida huyendo. Pero ahora intento encontrar mi camino de vuelta a casa”.
La comparación con McCloud no es caprichosa. Desde la elección del blanco y negro, el estilo naíf y la aparición constante de Hulls como conductora, estamos ante una lección de historia sobre un país del que conocemos poco, excepto su posición en el podio de la economía mundial, que ha cambiado con los años. Y al igual que en Entender el cómic o la galardonada Lo que más me gusta son los monstruos, de Emil Ferris, las herramientas de la historieta están al servicio de una narrativa que por momentos se olvida de lo secuencial. Pueden pasar varias páginas sin que aparezcan globitos de texto, y cada viñeta con su narración se parece más a un álbum de figuritas histórico y apasionante.
El equilibrio entre el drama de una nación y el de una familia se sostiene durante casi 400 páginas. Sun Yi, la abuela, fue una periodista que escribió un best seller crítico con el gobierno comunista, que le costó una persecución de ocho años y la necesidad de huir a Hong Kong en la falsa bodega de un pesquero junto con Rose, su hija. “El cuerpo de mi abuela escapó de China, pero su mente no”, dice. Por entonces la madre de Tessa tenía solamente siete años.
Sun Yi arrastró una enfermedad mental hasta el último de sus días, mientras que Rose convivió con una “gemela fantasma” que podía aparecer en cualquier momento. “Como el vestigio que queda de una niña desorientada que trataba de salvar a su madre del pozo negro de su mente destrozada”, dice.
En los dibujos, el trauma puede aparecer representado como una nube negra que engloba a las dos mujeres mayores y ataca a la más joven, o simplemente en los rostros que Tessa Hulls forma con la cantidad de trazos justa como para transmitir la emoción. Las páginas pueden (suelen) estar cargadas de textos que rodean composiciones cargadas de simbolismo, mezcla de Frida Kahlo con el arte del Lejano Oriente, y se intercalan con las aventuras de las dos mujeres más jóvenes en su periplo de regreso a China, en un formato de historieta más parecido al tradicional, mientras ellas lidian con dificultades de comunicación, no solamente las del lenguaje.
Al igual que obras como American Born Chinese (Ni de aquí ni de China), la novela gráfica de Gene Luen Yang transformada en serie de Disney+, el dilema de la identidad de una persona descendiente de asiáticos que vive en Estados Unidos también está presente, aunque pronto regresa China, la gran protagonista, un lugar “mitológico e idealizado” por quien la había abandonado durante la niñez. “La China de mi madre nunca se modernizó. Nunca tuvo que lidiar con el capitalismo y otros asuntos intrincados. No existían realidades complejas que contradijeran la perfecta ilusión”, reflexiona la autora.
Cada capítulo, contado por Hulls desde varios momentos en el tiempo, seguirá avanzando en la historia familiar y cediendo el bastón de relevos de una mujer a otra hasta que la artista sea la protagonista directa. No se trata de una lectura rápida, no solamente por la cantidad de texto, sino porque exige la misma atención que una de esas anécdotas familiares contadas por las generaciones más antiguas, en donde se hallan respuestas para todo lo que pasó desde entonces.
Alimentar a los fantasmas confirma que la historieta autobiográfica goza de una inmejorable salud. En 2006 llegó Fun Home: una familia tragicómica, de Alison Bechdel, que se transformó en un musical que hoy puede verse hasta en Buenos Aires. En 2014 Roz Chast publicó ¿Podemos hablar de algo más agradable?, sobre la senilidad de sus padres. En 2022 se publicó Patos: dos años en las arenas, de Kate Beaton, sobre su experiencia trabajando en las arenas de alquitrán canadienses. Eso sin mencionar a autores como Robert Crumb, Harvey Pekar y su Esplendor americano, Seth, la iraní Marjane Satrapi o el mencionado Spiegelman. El Pulitzer es una excepción, pero varias de estas obras han recibido premios que no están reservados solamente a las historietas. Tessa Hulls está en excelente compañía.
Alimentar a los fantasmas, de Tessa Hulls. Traducción de Juan Naranjo. 386 páginas. Reservoir Gráfica, 2025. En e-book.