La experiencia de leer Ventiladores Clyde comienza desde el instante mismo de tener el volumen en nuestras manos. El pesado tomo viene dentro de un prolijo estuche de cartón, por lo que es necesario estar cómodos y serenos para maniobrarlo.

Ese es el mejor adelanto de lo que vendrá a continuación, ya que la historia nos exigirá un cambio de ritmo, tan necesario en los tiempos que corren. Abrir el libro no nos llevará de inmediato a una portadilla, unos papos legales y luego a la acción, sino que todo comenzará con una sucesión de imágenes y de diseño gráfico, en forma similar a la que nos tiene acostumbrados Chris Ware.

Gregory Gallant, más conocido como Seth, no es Chris Ware. Más allá de la afición por una línea limpia y personajes complejos, este canadiense no atiborra la página de textos e ilustraciones como su colega. Así que el arranque de Ventiladores Clyde, que se lleva sus buenas 28 páginas, está compuesto por una sucesión de bocetos, objetos, fachadas y retratos que lo mantienen a uno en el mismo nivel de serenidad.

El ritual completo es la mejor carta de presentación para lo que vendrá a continuación, ya que todo (y ese todo es mucho) será relatado a un ritmo inusualmente lento, como si el autor supiera que tiene todo el tiempo del mundo para contarnos su historia.

El propio Seth estuvo dos décadas para terminar esta historieta, que tiene como protagonistas a dos hermanos, Abraham y Simon, quienes heredan la compañía de electrodomésticos del título y atraviesan su proceso de pérdida de relevancia. El de la compañía y el de ellos mismos.

Serializándolo a través de su comic book de frecuencia irregular llamado Palookaville, Seth estuvo entre 1998 y 2017 ofreciendo piezas de este rompecabezas nostálgico, con cinco capítulos que alternan entre ambos hermanos.

Abraham, desde su retiro, reflexiona sobre las características que debe tener un buen vendedor, de esos que recorren las ciudades intentando colocar los productos de la empresa (traducidos en la versión en español como “comerciales”). Durante páginas y páginas, Abe se dirige al lector y recuerda anécdotas, comparte consejos y se compara con su hermano Simon. Todo eso mientras recorre la vivienda que se encuentra sobre el depósito y el negocio de ventiladores, cerrado hace tiempo.

El lector es simplemente un fantasma rondando los hombros del protagonista, que realiza las rutinarias actividades de cada día mientras recuerda cómo en 1949 visitó Sarnia, en la provincia de Ontario, y tuvo una nefasta primera visita a los comercios de la ciudad.

“Empecé a analizar por qué no había logrado vender nada en la ciudad”, nos dice este veterano, mientras espera a que esté pronta una solitaria tostada. “Necesitaba un discurso nuevo”, había concluido casi medio siglo antes. “Así que me senté y me dispuse a preparar un discurso que siguiera la primera regla en ventas: captar la atención”. El resultado: “Me escucharon”.

De nuevo, Ventiladores Clyde no es para todos los públicos. O al menos no es para todos los momentos. Puede pasar mucho tiempo (en la historieta, mucho espacio) hasta que caiga la ficha de que aquellas ilustraciones limpias y coloreadas en dos tonos no darán comienzo a “la acción”. El primer capítulo es un largo monólogo de Abraham, que funciona como una Biblia de los antiguos vendedores-comerciales. Pero sus pasos a través del inmueble no llevarán a una sala secreta. Llegando a la página 100, simplemente dejará de contar.

Esta novela gráfica anclada en el pasado con un ancla de varias toneladas viaja en su segundo capítulo desde 1997 hasta 1957, y jamás volverá a aquel presente de Seth, cuando comenzó a dibujar a estos personajes. Le toca el turno a Simon, el hermano introvertido, que ha vivido a la sombra del gran vendedor-comercial que es Abraham. Su historia lo lleva a Dominion, la ciudad ficticia favorita de Seth, de la que incluso construyó una maqueta.

Cada una de las visitas de Simon es un evidente fracaso, pero a diferencia de su hermano, él no tiene un plan B. Ni siquiera tiene ganas de pelearla, o de arriesgarse a arruinar la tranquilidad de su interlocutor. Alojado en un hotel y evitando reportarse con Abe, recorrerá los locales con una mezcla de ingenuo optimismo y una incapacidad absoluta de asumir su rol. Él preferiría estar en su casa, admirando su colección de postales con fotomontajes y escribiendo un libro sobre ellas. El regreso a casa será sin gloria y sin unas cuantas cosas más.

Luego la acción se adelantará a 1966, lo que nos permitirá no solamente “escuchar” a Simon dirigiéndose a nosotros, sino verlo discutir con su hermano sobre la inminente internación de la anciana madre de ambos. En 1975 llegará la decisión más difícil para Abe con respecto a la empresa, al tiempo que el episodio final regresa a 1957 e incluye un viaje casi onírico de Simon.

Detrás (a veces delante) de estas vidas se encuentra la empresa, que obliga a tomar decisiones despiadadas para sobrevivir en un sistema despiadado, y que enfrenta un lento pero ineludible final cuando la sociedad decide que existen productos mejores que un ventilador.

Los saltos temporales no serán los únicos; el dibujo también varía. Seth simplifica aún más su línea clara a través de los años de ejecución de la obra, engrosando los trazos y coqueteando con algunos claroscuros que me recordaron a algunos dibujos de Peter Kuper.

Seguramente estemos ante el magnum opus de este artista, pero es importante recalcar la atmósfera introspectiva, ya no de Simon sino de Ventiladores Clyde en su conjunto. Un cómic que puede resultar tedioso por lo dilatado y estático de algunos de sus fragmentos, pero en el que cada una de las decisiones creativas construye un todo que dice mucho más que la suma de dos hermanos.

Ventiladores Clyde (Clyde Fans), de Seth. Salamandra Graphic, 2019. 488 páginas.