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Ernesto Cardenal, poeta y ministro de Cultura nicaragüense, Eduardo Galeano y Julio Cortázar, Mérida, Venezuela, 1980.

Foto: S/D de autor, archivo Galeano - Villagra

La muerte del profesor Ramírez. Los asesinos están del otro lado de la trinchera

12 minutos de lectura
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Una crónica de 1962, cuando la visita a Uruguay del Che Guevara.

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De a ratos caía una llovizna bajo un cielo de plomo; el cortejo partió de la Universidad, a media tarde, rumbo al Cementerio Central. Quien más, quien menos, todos conocían la respuesta. Sabían que no había sido obra del “destino aciago”, como dijo un diario. Era un asesinato, y los culpables estaban del otro lado de la trinchera.

La larga columna parecía una manifestación del silencio. Sin 300 días de indulgencia, ni discursos del cardenal, ni Haedo1 en los balcones; sólo tristeza y frío y rabia. (Habían sido siete balazos desde la sombra, a quemarropa; los gases y los gritos, él había alcanzado a dar un par de pasos, tenía en las manos una bandera de Cuba, se llamaba Ramírez, Arbelio Ramírez: compañero).

Al principio todo resultó muy confuso

Hay teorías y teorías. La prensa grande, con alguna excepción, atribuyó al “castri-comunismo”, a la Universidad, a la FEUU, al “clima de violencia creado por Guevara”, las culpas de la muerte de Ramírez. En los detalles, todos los matices imaginables: algunos decían que el balazo estaba dirigido al Che, otros que “los agresores creyeron reconocer en la víctima a una de las personas que gritó contra Che Guevara y tiró piedras”; otros, porque hay de todo en la viña del Señor, decían que había sido una cuestión de azar. Los datos, por otra parte, parecían contradictorios. Se señalaba que Ramírez había sido colaborador de El Día y El País y hasta de la revista Comentario editada por la embajada de Estados Unidos. Desde allí cierta prensa sacaba sus conclusiones: “Quienes lo suprimieron, o crearon el clima que lo mató, son, pues, comunistas”.

El lunes, la esposa y los hijos de Ramírez enviaron una carta a la prensa, donde expresaban su repudio a la “prédica cínica” de quienes pretendían “hacerlo aparecer como partidario de las mismas fuerzas que siempre combatió”. Y entonces el diario El País, que no publicó la carta, aclaró del todo las cosas. Por fin se hacía la luz: el profesor Ramírez había sido comunista, después se hizo demócrata, y desde ese momento el réprobo quedó “señalado para el castigo”. Todo era culpa de “ese partido sin alma”. Poco importaba que sobraran otras pruebas que demostraban lo contrario; da lo mismo jugar con la memoria de los muertos que respetarlos, depende del caso, para algo hay libertad de prensa. ¿No?

Paco nos habla del amigo

El sábado nos pusimos en contacto con Espínola, a quien sabíamos amigo personal de Ramírez. Con las botas puestas, Paco dijo algo así: “Ramírez no tenía militancia política activa, supóngase, en parte por el temperamento y en parte porque se pasaba trabajando las 24 horas del día. No iba a las manifestaciones –y le digo, yo tampoco–, pero era un antiimperialista convencido, siempre con la palabra en la boca para defender a Cuba. Estaba vinculado al Movimiento de Intelectuales y Artistas de Apoyo a la Revolución Cubana. Pero de tiempo atrás. Era un viejo luchador de todas las horas, desde la República Española y antes aún, cuando Terra. Sí, hasta creo que andaba con ganas de irse para Cuba; no, no creo que aceptara la invitación para el congreso ese en Estados Unidos. ¿Que escribía en Comentario? Cierto. Cómo no: algún artículo que otro sobre su especialidad. En cualquier lado, escribía; así decía él; donde me dejen decir lo que quiero decir. Estaba por sacar la licenciatura en Historia, ¿sabe? Todavía no había terminado la tesis, de puro delicado. Quería hacer un trabajo serio”.

Todo empezó a mediodía

Conviene desenredar el ovillo para poder atar cabos. ¿Cómo empezaron los sucesos que desembocaron en la muerte de Ramírez? Todos los testimonios coinciden en afirmar que era un hombre sencillo, honesto y tolerante. ¿Por qué lo mataron? ¿Qué cosas pasaron ese jueves? Y antes aún ¿qué cosas?

Vamos a hacer una breve reseña de los últimos acontecimientos:

En su audición de Radio Rural, Chico Tazo, el otro yo del consejero Nardone, se refiere al acto del Paraninfo, donde hablaría Guevara. Dice que es un hecho desdoroso para el decoro del gobierno, “porque el Uruguay tiene un gobierno. Y si el gobierno que tiene no sabe hacerse representar, que lo diga, para que las fuerzas públicas, armadas, tomen el gobierno, que los civiles no saben tener representación… De modo que hoy tenemos que hacer la sesión, porque tenemos que tomar una resolución. Esta no es la tierra de nadie; es la patria de Artigas y los gobernantes que no son responsables de gobernantes, que se vayan para sus casas”. Y después: “Las cosas hay que encararlas así porque de cocoliches estamos cansados”.

Alrededor de las dos de la tarde de ese jueves, tres jóvenes entraron en el Paraninfo a punta de revólver y allí arrojaron cápsulas de ácido de mal olor. Dos minutos después de su fuga, se recibe una llamada de la Dirección de Investigaciones; preguntan “si allí ha pasado algo”. La Policía niega este último hecho.

Se reúnen el Consejo de Gobierno y las dos cámaras. En el Consejo, Nardone dice, un rato después de haber pedido el golpe militar a través de su audición, que por Guevara y los actuales gobernantes cubanos siente “el más profundo asco”, porque las ideas no se pueden imponer sobre la base de crímenes. César Batlle también opina que debe declararse persona no grata a Guevara, y habla del Mincho, impugna la autonomía universitaria, recuerda el impuesto a la renta, la libertad de los puertos, el incendio de la Facultad de Medicina (“no por accidente como todos pretenden”), el Calpean Star, aviones caídos en el Paraguay y en las selvas de Brasil, cosas terribles: un hospital con cabaret y con flores, un tambo en la Universidad, chicas livianas que van al CIES en ómnibus, el CIES “un engaño absoluto”, La Escoba, el contrabando de automóviles en Salto, comisarios corrompidos, Francfort, Burguiba, el crimen de La Brooy y muchos otros actos subversivos que hacen que “al señor Che debe sacársele del país de una oreja”. Su cobardía es notoria: según César Batlle, anda con una cota de malla (“que le da un físico envidiable”) y se hace probar la comida por los sirvientes, “como lo hacían los emperadores romanos de la decadencia”. Pero dijo, también, cosas realmente graves. Aludió a la necesidad de que blancos y colorados actúen de común acuerdo para la defensa de la democracia, y advirtió: “Este es el régimen que estamos viviendo. Nosotros no podemos aplicar el régimen republicano en la batalla. Cuando hay dos fuerzas en lucha, no hay más remedio que usar las mismas armas. Hay que ver cómo persiguen los grupos a nuestra gente. Yo he aconsejado que se averigüe las casas de los individuos que han golpeado, para que la gente sepa dónde está el enemigo y dónde tiene que enfrentarlo; porque así, no nos llevarán por delante”.

Haedo prácticamente no abrió la boca en toda la sesión.

En las cámaras, por otra parte, representantes de todas las tendencias censuraron en términos duros las declaraciones de Nardone. Fabini lo planteó como una cuestión de fueros.

Discurso magisterial y tranquilo

Una inmensa multitud, ansiosa de escuchar la palabra de Guevara, desbordó el Paraninfo la noche del jueves, se derramó sobre las escalinatas y cubrió de punta a punta la cuadra de 18 entre Eduardo Acevedo y Tristán Narvaja. Los provocadores seguían con su trabajo. Tiraron varias bombas de olor, en el recinto universitario y en la calle. Del Paraninfo sacaron a doce, antes de que hablara el Che. En la calle también localizaron a muchos, y más de uno se debe haber quedado sin ganas de repetir la hazaña. Ante un público delirante, el Che empezó su discurso de una hora, tiempo después de las ocho. Fue una pieza didáctica —para muchos interesante, para muchos aburrida—; evidentemente, todo lo contrario de una arenga: tenía el claro propósito de aplacar los ánimos y los altoparlantes exhortaron durante horas a prevenir los alborotos. Al término del discurso, Guevara hizo mención expresa a una conversación que habría tenido con Haedo: “El presidente entendió que era correcto que estuviéramos aquí, y nos pidió que hiciéramos todo lo posible por que no se produjera ninguna clase de incidente que pudiera manchar esta conferencia...”.

Mientras la gente se dispersaba en paz, diseminándose por 18 y las calles adyacentes, se escucharon los estampidos y en seguida aparecieron los autobombas de la Policía y las brigadas de gases. Nadie se explicaba el sentido de la represión. Después se supo; muchos se enteraron por los diarios a la mañana siguiente. Hubo varios heridos. A un compañero, una granada le estalló en la ingle.

El día siguiente

A Ramírez lo velaron en la Universidad, el viernes de tarde. Las escalinatas estaban cubiertas de flores, una bandera envolvía el ataúd. La solemne ceremonia se vio ultrajada, sin embargo, por la acción de los provocadores. Actos de profanación, blasfemias. Otra vez arrojaron bombas de olor y gases lacrimógenos, y varios sujetos infiltrados entre el público no daban paz a sus lenguas; uno dijo: “Está bien muerto”.

Los sucesos desencadenaron una ola de indignadas protestas y declaraciones. Instituciones políticas y sindicales, personalidades de todos los ámbitos coincidieron en atribuir a la muerte de Ramírez (que un balazo le destrozó el cuello, a las puertas del IAVA) un contenido simbólico y varias voces se alzaron aquí y allá para denunciar a los enemigos, los verdaderos enemigos, de la libertad y la democracia.

Eduardo Galeano.

Foto: S/D de autor, archivo Galeano - Villagra

Un proceso que arranca de lejos

No es preciso rastrear mucho para descubrir los antecedentes. Están frescos en la memoria. Son capítulos, como la muerte de Ramírez, de una historia larga. Sus causas se pueden descubrir en la aplicación de todo un programa político y económico. El piso se mueve bajo los pies, hay que estabilizar; aparecen los doctores del Fondo Monetario imponiendo sus condiciones, el gobierno dice que sí y baja la cabeza y firma, allá por setiembre del 60, su Carta de Intenciones. No era sólo la devaluación monetaria, la economía de puertas abiertas, la liquidación de los convenios bilaterales. Cualquiera se daba cuenta de que la nueva política, que dejaba en manos ajenas nuestra soberanía y nuestro destino, implicaba también ciertas medidas de fuerza contra la “agitación social”. Había sucedido en la Argentina, en Bolivia, en Perú, en Chile, aquí y allá. Pero los incendios no se apagan con nafta, aunque sea norteamericana y de la mejor.

El conflicto textil y la huelga de los estudiantes (“presupuesto y libertad”) sufrieron las primeras consecuencias. Violentas represiones policiales, política antiobrera en los Consejos de Salarios, manifestaciones prohibidas, heridos, una mujer con la cara destrozada para siempre.

Después, en octubre, se produce el asalto a la Universidad. Tras un tiroteo, los asaltantes se dispersan. Caen algunos detenidos, pero la Policía no da nombres, aunque había dado nombres y edades y domicilios cuando apresaba estudiantes en las manifestaciones de setiembre. Aquí el parte sólo habla de “estudiantes demócratas”, y los otros (Torterolo, etcétera), que se suponían prófugos, dieron tan campantes una conferencia de prensa donde explicaron por qué querían asaltar el recinto universitario.

Dos meses después del asalto, tres funcionarios policiales en conflicto con sus superiores denuncian la intervención directa de la Policía. La Policía estaba enterada de que se iba a producir el atraco, no intervino hasta el momento en que fracasó, brindó una versión falsa de los sucesos y hasta se dijo que había proporcionado armas y vehículos a los asaltantes. La investigación quedó en nada.

Después, en enero de este año, un acto organizado por el MEDL y ALERTA, con la finalidad de denunciar “al régimen castrista y al comunismo agresor”, derivó en manifestación. A los gritos de “Cuba sí, Rusia no”, unas 200 personas tomaron 18 de Julio y después Sierra, hasta que llegaron frente a la sede del Partido Comunista. Allí se produjeron aquellos sucesos que todos recuerdan y que dejaron un saldo de varios heridos y un muerto. La Policía no había autorizado la manifestación. Pero no la reprimió. La misma Policía que había disuelto poco tiempo antes a sangre y fuego las manifestaciones obreras y estudiantiles asistió pasivamente a la provocación y dejó que se desencadenara la tragedia. Es decir, no tan pasivamente: el Cuerpo de Bomberos allanó el local del Partido Comunista, y durante meses hubo varios afiliados detenidos como sospechosos por la muerte de Billotto.

Fábricas de clima

A mediados de junio, ya César Batlle había advertido en el Consejo de Gobierno que había que impedir la entrada al país del Che Guevara. El Debate decía que “era mejor” que no llegaran los representantes de Cuba. La Mañana llegó a hablar de atentados en preparación contra los estadistas cubanos.

Pero los sucesos eran previsibles. No por culpa, claro está, de Guevara, ni de la Revolución cubana, sino por el clima de histeria que la prensa grande, la Policía y los grupos de choque han contribuido a crear. El aire se ha enrarecido, es irrespirable para cualquier persona honesta que no admita la caza de brujas al peor estilo de Joseph McCarthy.

En varios actos anteriores organizados por el Comité de Solidaridad con Cuba, hubo también provocaciones: bombas de olor, gases lacrimógenos. Cuando el Partido Socialista organizó su acto en el cine Cervantes, sucedió lo mismo. De los culpables, nunca se supo. ¿Acaso la Policía, tan dispuesta a vaciar las ametralladoras sobre el cadáver del Mincho, ha investigado siquiera la red nazi que ponía bombas a las puertas de las sinagogas?

¿Y el allanamiento del local de la Juventud Comunista? Cierto: la Policía encontró 100 gramos de morfina. Parece que los muchachos la usaban a modo de condimento. La lista de arbitrariedades, complicidad y prepotencia es interminable. El jefe de Policía de Treinta y Tres asaltó la tribuna en un acto de solidaridad con Cuba. Los ejemplos podrían continuar hasta el infinito.

Algo mucho peor

Y si había alguna duda acerca de que la Policía no se opone a las organizaciones fascistas, el asesinato de Ramírez es una prueba definitiva. Poco importa a esta altura de las cosas que en San José y Yi encuentren alguna cabeza de turco para cargar con el crimen: hasta podría ser el verdadero culpable. No importa. No se trata de localizar la mano que ejecutó el asesinato, sino la conciencia –menos aparente, pero real– que lo provocó. Desde este punto de vista convendría tener en cuenta un suelto del diario El País del día viernes, es decir, horas después de la muerte de Ramírez. Se titula “Pisando firme” y es un comentario de las declaraciones de Nardone en su audición del día anterior. Textualmente dice: “... sólo deseamos subrayar la enérgica postura del mencionado gobernante frente al comunismo y la subversión, postura en la cual merece el apoyo de toda la ciudadanía consciente del país”. Son todos factores de una larga suma: prensa grande, policía, gobierno, imperialismo.

Tenemos un testimonio importante que demuestra que la Policía, por su parte, no sólo actuó con negligencia o pasividad cómplice, sino algo mucho peor. El Sr. Rómulo Scotti, testigo presencial de los hechos, nos aporta un dato fundamental. El Sr. Scotti iba caminando por la calle Eduardo Acevedo rumbo a Lavalleja, cuando escuchó las detonaciones. Vio caer a Ramírez, se arrojó al suelo, distinguió nítidamente los fogonazos. Cuando se incorporó y fue corriendo agachado por detrás de la hilera de autos y camionetas estacionados, vio a los agresores que huían por la acera opuesta hacia la calle Lavalleja. Y entonces dice Scotti: “Me percaté de que varios compañeros comenzaron a perseguir a los asesinos, pero cuando estos iban por la esquina de E. Acevedo y Lavalleja, un carro lanza agua y una brigada de gases comenzaron a marchar por Eduardo Acevedo, en dirección opuesta a los asesinos. Yo lo vi, agachado detrás de un automóvil. Alguien gritó: 'Los gases, los milicos' y me metí en el local de Vázquez".

Pero, además, están estos otros hechos:

  • No hay, hasta el día que escribimos esta nota, ningún detenido en la Jefatura. Toda vez que se pregunta, la Policía contesta: “Se está investigando”.
  • Sin embargo, la prensa ha hecho reiteradas denuncias; hay gente que vio a los asesinos subir a la camioneta gris perla, matrícula 213.623, que se los llevó del local del MEDL, quién sabe hacia dónde.
  • La Policía allanó el local del MEDL y, por supuesto, no encontró nada sospechoso. El allanamiento se hizo dos días después del crimen. Ya no había nada que perder, nada que ganar.
  • Los conserjes de la Universidad han declarado que están en condiciones de reconocer a los sujetos que entraron armados a echar bombas de olor en el Paraninfo, a primera hora de la tarde. ¿No deberían ser los principales sospechosos? Por mucho menos, han deshecho a más de un inocente en el cuarto piso de la Dirección de Investigaciones.
  • Por último, conviene hacer notar que durante el sepelio de Ramírez algunos provocadores entraron en la Universidad con granadas de gases lacrimógenos en las manos. ¿De dónde salieron las granadas? No se venden, que se sepa, en ningún comercio.

El tiempo de las tormentas

Todas estas cosas, las declaraciones de ciertos consejeros, la muerte de Ramírez, la impunidad de los asesinos y la “pasividad” policial, son motivo de alarma e indignación. Pero deben ser motivo de algo más: es preciso poner un dique de contención a la acción agresiva de los grupos de extrema derecha. Han demostrado, una y mil veces, que no tienen el menor escrúpulo. Un volante del MEDL, que inundó las calles de Montevideo la tarde del sábado, textualmente decía: “Ayer: Serafín Billotto; hoy: Arbelio Ramírez. Dos víctimas de las balas comunistas”. Todo este cinismo debe tener punto final. El martes, el joven hijo del profesor Ramírez fue golpeado con cachiporras en pleno Cordón.

Lo que parecía una piedrita insignificante está desencadenando un alud. La mala semilla encuentra un terreno fértil, abonado por las cotidianas mentiras de la prensa grande y un enorme aparato de propaganda muy bien financiado.

Sólo ante el obstáculo mide cada cual las propias fuerzas; esta es la prueba de fuego para la izquierda nacional. La larga siesta toca a su fin. Que no se olviden las raíces, ni se confunda la cáscara con el fruto: las libertades públicas, 11.000 vírgenes que han hecho del Uruguay la Suiza de América corren peligro de muerte. En alguna medida, y no hay que olvidarlo, el “laissez faire” era un testimonio de nuestra impotencia.

Publicado originalmente en Marcha Nº 1072, 24 de agosto de 1961.


  1. El nacionalista Eduardo Víctor Haedo era entonces el presidente del Consejo Nacional de Gobierno. 

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