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Un libro para no leer

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OO, de Riccardo Boglione.

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Editar

No parece arriesgado decir que Onetti no es un autor popular. Incluso entre doctos y leídos es tratado con más gestos de respeto que de gusto, lo cual parece señalar escasas incursiones en sus libros. La imagen difundida es la de oscuridad, pastosidad, dejadez y dificultad. Es posible que, si las personas que creen semejantes cosas leyeran realmente a Onetti, esa imagen cambiara un poco.

Su primer libro publicado, El pozo, es un fetiche de la literatura nacional, y sobre él ha trabajado Riccardo Boglione para producir un clon perverso.

OO tiene, lo mismo que la primera edición de El pozo, 112 páginas, en el mismo formato, 12 x 16 centímetros. Es oscuro, tal como suele percibirse el libro de Onetti, aunque sensu stricto: su tapa es de color negro, impresa con letras de color negro, y la ilustración en tonos de negro es la misma que en la edición original. Las páginas interiores son negras, impresas con tipografía de tinta negra.

La dificultad de lectura de OO tiene dos ejes: por un lado, las letras resultan visualmente difíciles de percibir debido al escasísimo contraste entre el color de la tinta y el color de la página. Por otro lado, de todas las letras que están presentes en la edición original, Boglione sólo ha conservado la o.

OO es un lipograma radical (se han quitado todas las letras del texto menos una), o monograma (se ha construido un texto que consta de sólo una letra). Algunos lipogramas son monovocalismos (“Ojo con los Orozco”, de León Gieco y Luis Gurevich) y otros, como la novela La disparition de Georges Perec (hay traducción al español: El secuestro), sólo prescinden de una letra (en el libro de Perec, la e, la más frecuente en francés). La diferencia de esos casos con el libro de Boglione está en que aquí no hay una semántica lingüística: el libro suena, pero no dice nada.

Existen otros libros que no tienen un texto inteligible. Quizá el más célebre sea el Codex Seraphinianus, de Luigi Serafini, que parece ser una enciclopedia ilustrada, que tiene, además de extraños y delicados dibujos de un mundo estrafalario que lo emparentan con Bosch, Topor y Ernst, abundante texto compuesto de signos que nadie puede descifrar. Pero el Codex y otros libros similares tienen páginas visualmente llamativas, llenas de variaciones, evocadoras y con un espacio de sentido casi inmediato. En cambio, OO es muy uniforme, y la diferencia entre cada una de sus páginas es apenas la disposición de las oes que sólo se ven bajo una luz muy potente. El negro sobre negro bien podría haber sido de contraste cero, de modo que las letras no se percibieran. Pero, como Malevich con su Cuadrado blanco sobre fondo blanco, Boglione prefiere no hacer chistes ni explicar lo que hay que ver.

Puesto uno a leer en voz alta el libro de Boglione, la sonoridad quizá evocara el timbre y los resbalones de la voz de Onetti y, al cabo de algunas páginas, incluso aflorara el eco de su incansable sarcasmo. Pero ni una palabra surgiría de esa lectura; apenas la dificultad, la tiniebla y el entumecimiento del músculo orbicular de la boca.

El sentido del libro, entonces, se acerca más al del arte crítico, lo que idealmente es el arte conceptual, siempre un comentario sobre otra cosa antes que una cosa en sí. El libro cabe perfectamente en la categoría de escritura (o literatura) conceptual, tal como fue definida por Craig Dworkin y Kenneth Goldsmith en su libro Against Expression. An Anthology of Conceptual Writing. Goldsmith, que fundó y mantiene una impresionante web dedicada al arte de vanguardia, escribe en el prólogo: “Ante una cantidad sin precedentes de texto digital disponible, la escritura necesita redefinirse para adaptarse al nuevo entorno de abundancia textual”. Así, la manipulación de textos ajenos, o la supeditación del campo semántico a condiciones formales ajenas a la lengua, llevan a una literatura que elude lo expresivo. Por cierto, habría que ponerse de acuerdo acerca del término “expresión”, que, en el caso de Goldsmith y Dworkin, parece hacer referencia, y oponerse, al ensayo de Susan Sontag Against interpretation. En todo caso, no hay dudas de que en la literatura conceptual la interpretación es reina, aunque no necesariamente en el sentido que usó Sontag.

La propuesta de Boglione en todos sus libros de ficción (así los llama, para diferenciarlos de sus libros de investigación y ensayo) es la intervención en textos de otros autores. En Ritmo D. Feeling the blanks tomó todos los signos de puntuación del Decamerón de Giovanni Boccaccio y eliminó las letras. En Tapas sin libro trabaja desde Libro sin tapas de Felisberto Hernández. En _Teoría de la novela. Novela, construye una narración compuesta por 100 contratapas de libros publicados a lo largo de un año.

Los libros que pueden leerse, aunque empleen una misma estrategia constructiva, son esencialmente distintos a los que no tienen plano verbal. Pero en ambos casos, este especialista en las vanguardias históricas (y actuales) propone a los consumidores de libros unos objetos a veces molestos, que necesariamente hacen pensar en que casi nunca pensamos en que la mayoría de la producción literaria actual es molesta por su nula calidad y su descarada ansiedad por el lucro.

Es muy posible que la reflexión que despierta OO acerca de la obra de Onetti y la catástrofe editorial actual ya haya sido hecha por sus potenciales lectores, al mismo tiempo que es probable que quien no la haya hecho se sienta irritado por la dificultad de interpretación. En cualquier caso, la existencia de un artista lúcido que reflexiona sobre el curso actual de la literatura y el arte es una buena noticia.

OO, de Riccardo Boglione. 112 páginas. Gegen Press, 2025.

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