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El jefe del Ejército, Roberto Bendini, y el presidente, Néstor Kirchner, al momento de quitar el retrato del dictador Jorge Rafael Videla, en el Colegio Militar de El Palomar, el 24 de marzo de 2004.

Foto: María Eugenia Cerutti

El día que Kirchner bajó los cuadros

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En Argentina se cumple el domingo otro aniversario del golpe de Estado de 1976; hace dos décadas, en esa fecha, se daba un primer paso para que la ESMA se convirtiera en un espacio de memoria, y se retiraban los retratos de Videla y Bignone del Colegio Militar.

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Leído por Mathías Buela.
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La mano izquierda temblorosa. Incómoda. Se lo nota nervioso. Seguro. Pero nervioso. Algún recuerdo se habrá posado en sus pensamientos. Mientras habla a la multitud. No es un gran orador. Pero se le nota convicción. La mano derecha gesticula. La mano izquierda tiembla. No sabe cómo quedarse quieta. Adopta diversas posiciones. Hay una humanidad que está presente. Y perfora todo protocolo posible. La transmisión oficial toma al orador de frente. Se lo ve distinto. Es un dirigente político con convicciones diciendo verdades. En un día que será un quiebre. Pero hay una cámara que filma desde otro ángulo. Y que no sale en la transmisión oficial. Ahí aparece un hombre tenso. Atravesado por emociones. Recuerdos. ¿Serán rostros? ¿Serán nombres que van pasando? ¿Imágenes de una juventud que quedó en el siglo pasado? ¿Una pulsión vital que viene desde las entrañas? ¿Qué pensará mientras habla? ¿Habrá preparado el discurso? Su voz, por momentos, es temblorosa. El aire está cargado. Se siente al respirar. Muchos y muchas están presentes. Tensión. Emoción. Muchos y muchas no están. Pero están. La mano tiembla. Las palabras salen con algún equívoco. Esa jornada se incorpora a una memoria popular. Que es la misma memoria que convoca. Ahí. En ese lugar. Que supo ser campo de concentración. El más grande del continente. Es 24 de marzo. Es el año 2004. El que habla es Néstor Kirchner. Habla como presidente. Y pide perdón en nombre del Estado Nacional. Recuerda a compañeros y compañeras. Y habla cómo integrante de una generación. Y llama asesinos a los asesinos.

Un hito, hace 20 años

Era marzo de 2004. El gobierno argentino tenía diez meses de vida. El día 24, a 28 años del inicio de la última dictadura cívico-militar, Néstor Kirchner encabeza un acto frente a la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), emblemático sitio que había sido uno de los más importantes campos de concentración de América Latina. Ese día, antes del acto, concurre al Colegio Militar de El Palomar y solicita al comandante en jefe del Ejército sacar los cuadros de los dictadores Rafael Videla y Reynaldo Bignone de la galería de directores de esa institución. El hecho quedará en la memoria popular como el día que Kirchner bajó los cuadros.

Luego, frente a la ESMA, firmó la entrega del predio a la ciudad de Buenos Aires para comenzar el proceso de aquello que finalmente terminó siendo el Espacio Memoria y Derechos Humanos ex ESMA, donde hay inmensa cantidad de actividades e instituciones. Allí, además, funciona el Museo de la Memoria que el año pasado fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Este hito cumple 20 años y la fecha nos invita a recordarlo y también a pensar qué elementos puede haber en esas acciones del pasado para un presente tan complejo y diferente en Argentina y en la región.

Contra lo previsto

La llegada de Kirchner al gobierno tuvo algo de fortuito en una escena extraordinaria de la vida política argentina, mezclado con alianzas complejas con un sector del peronismo que había sido cómplice de la debacle neoliberal y la impunidad reinante. Tan sólo 11 meses antes, el 27 de abril, se habían realizado elecciones presidenciales. Y las ganó Carlos Menem con el 24,2% de los votos. Esa cifra obligaba a realizar el primer balotaje de la historia, que finalmente no se hizo. Menem había ocupado la primera magistratura de 1989 a 1999, instaurado el neoliberalismo, las privatizaciones, el espejismo de la convertibilidad (un peso valía un dólar) y la impunidad mediante los indultos a los militares genocidas de la dictadura. La tercera opción de esa primera vuelta obtuvo 16,7% y fue encabezada por otro neoliberal, Ricardo López Murphy, echado del gobierno de Fernando de la Rúa (1999-2001) por proponer un brutal ajuste en marzo de 2001. Es decir, en abril de 2003 más de 40% del pueblo argentino votó opciones abiertamente neoliberales y cómplices de la impunidad.

La fórmula que encabezó Kirchner salió segunda, con 22,2%. Sólo triunfó en un tercio de las 24 provincias, casi todas de bajo caudal electoral excepto Buenos Aires: la cantidad de votantes que concentra la capital le permitió acceder a la posibilidad del balotaje.

Se puede afirmar, entonces, que el contexto de la época –a priori– no tenía las condiciones para llevar adelante una acción de las características que estamos recordando. En el presente se utilizaría el eufemismo “las relaciones de fuerza no dan” para un hecho de tamaña envergadura. Es necesario recordar que, si bien las luchas contra la impunidad en Argentina habían sido masivas y tenían un importante apoyo social, es difícil asegurar que eran respaldadas por las mayorías. Pero un dato más importante, para no hacer elucubraciones contrafácticas, es que aquello que actualmente se conoce como política de derechos humanos no era una prioridad nacional y se puede afirmar que el pueblo no pedía masivamente bajar los cuadros ni convertir la ESMA en un centro de memoria, ni se movilizaba masivamente sobre este tema.

Una fuerza vital apareció donde no se esperaba. Un viento inesperado arrasó con la disposición de los elementos tradicionales de la política. La persona que era presidente, que conocía de su escaso margen de maniobra, que sabía manejarse en los códigos oscuros de la real politik, procedía con una acción que podría denominarse, con el paso del tiempo, a contramano. Necesaria, pero no solicitada. ¿Era convicción? ¿Compromiso? ¿Recuerdo? ¿Fidelidad a las compañeras y compañeros que ya no estaban? Algo hubo en esa voluntad política para no dejarse arrastrar solamente por las lógicas de las fuerzas de poder. Y el hecho se convirtió en uno de los actos democráticos más importantes de una democracia poco democrática.

Un giro hacia los derechos humanos

Ese 24 de marzo, analizado a la distancia, se vivió diferente según generaciones y experiencias de vida. Dialogamos con Diego Sztulwark, filósofo y docente (52 años), activo colaborador de los movimientos de desocupados y piqueteros de la zona sur del gran Buenos Aires a fines de los años 90 y en la crisis de 2001, que incluye los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en julio de 2002, en el puente Pueyrredón. Recuerda esa jornada en un contexto complicado: “Si bien veíamos en Kirchner una figura interesante, de otra calidad, tampoco nos era fácil desandar el conjunto de sospechas y acusaciones que teníamos respecto de una clase política que no había estado nunca con nosotros en la lucha por los derechos humanos, en las luchas sociales, en las luchas contra la impunidad. Entonces, la idea de que había que confiar o delegar una legitimidad en estos políticos nos era muy complicada”.

Aunque es de otra generación, la historiadora Julia Rossemberg (39 años) coincide en esas suspicacias: “No tenía una cercanía con lo que estaba pasando. Lo veía con cierta sospecha porque venía de estar en una agrupación que había sido activa participante en las jornadas de 2001. Marcados y marcadas a fuego por la experiencia de ese estallido, veíamos la política con cierta distancia y desconfianza. A todos los dirigentes que habían tenido alguna participación los mirábamos con cierta sospecha. Ese día nos empezamos a preguntar si no había otra cosa o si no estábamos siendo injustos con esa sospecha, porque había sido muy contundente lo sucedido”.

El ministro de defensa argentino, José Pampuro, y el presidente Néstor Kirchner, durante el acto en que se quitaron los retratos de los dictadores Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone, en el Colegio Militar de El Palomar, 24 de marzo de 2004.

Foto: María Eugenia Cerutti

Graciela Daleo, detenida clandestinamente entre 1977 y 1979 en el campo de concentración ESMA, asistió al acto. Estuvo en silencio, intentando procesar ese y otros hechos que sucedían y pensando si estaba en medio de un tiempo real de cambio o en otro acto cínico del sistema político. Recuerda el 24 “sin poder tomar dimensión del hecho histórico en el momento”. Días antes, el 19 de marzo, había entrado por primera vez a la ESMA, desde que salió en condición de desaparecida, en 1979 (ver recuadro).

La uruguaya Sara Méndez fue secuestrada ilegalmente en 1976 en Argentina. Su hijo Simón, de 20 días, fue apropiado por militares y ella llevada al campo de concentración Automotores Orletti. Luego fue trasladada a Uruguay en lo que se conoce como el “primer vuelo”. Su voz es una referencia ineludible al momento de hablar sobre derechos humanos en ambas orillas: “El gran mérito de Néstor Kirchner, cuando pide perdón en nombre del Estado, fue poder sentir y hacerse voz del pedido y necesidad de justicia que estaba siendo reclamada desde 20 años atrás, cuando finaliza la dictadura. Recuerdo ese día como un hecho memorable, que uno recuerda a lo largo de la vida porque se pone un mojón para la historia”.

Reconocimiento público

Lo sucedido el 24 de marzo de 2004 se enmarca en una política de derechos humanos y un reconocimiento histórico iniciado en el primer gobierno kirchnerista.

En el discurso de asunción de mayo de 2003, Néstor Kirchner hace un reconocimiento público a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo con la famosa frase “somos hijos de las Madres de Plaza de Mayo”. En agosto de ese año, por iniciativa del gobierno, el Congreso anula las leyes de impunidad e indultos de tiempos de Raúl Alfonsín y Carlos Menem, lo que permitirá más adelante la reapertura de juicios por delitos de lesa humanidad. En diciembre se crea por decreto presidencial el Archivo Nacional de la Memoria y el 8 de marzo de 2004 Kirchner recibe por primera vez a sobrevivientes agrupados en la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos. En este encuentro les comunica que deseaba ir con ellas y ellos a recorrer la ESMA. La visita se hizo el 19 de marzo y por pedido expreso de detenidos-desaparecidos fue sin presencia de la prensa y de oficiales de la armada naval.

Graciela Daleo, una de las sobrevivientes que ingresaron en esa visita, recuerda el momento con emoción y rescata que la entrada al predio tuvo un gesto simbólico determinante: se hizo caminando por propia voluntad, a diferencia de la anterior vez, que cada una y uno entraron en autos clandestinos de la represión.

Daleo también recuerda el absoluto respeto de Kirchner y Cristina Fernández hacia ellos y ellas, a quienes consideraban “los verdaderos protagonistas del recorrido”, y subraya que la aceptación de sus requerimientos fue absolutamente respetada por el presidente. “Fue uno de los días que son un mojón por la memoria, la verdad y la justicia y tuvo un reconocimiento especial de un presidente de la Nación”. La visita del 19 de marzo quedará en la memoria como un lazo de unión con todos aquellos y aquellas que estuvieron detenidos y detenidas en los más de 600 centros clandestinos de la dictadura.

Intentando hacer un análisis más histórico, Sztulwark recuerda que “era emocionante la empatía que producían esos actos tan determinantes. Antes había dicho que las Madres de Plaza de Mayo son nuestras Madres. Hubo muchas cosas que se dijeron por un dirigente que era presidente de la Nación con pocos votos y que aspiraba a conducir un peronismo que de ninguna manera había sido parte de la lucha por la justicia y contra la impunidad. Esa doble condición llamaba la atención y, por supuesto, nos planteaba un tipo de interpelación insólita”.

“Fueron gestos extraordinarios y ese acto fue fundamental, porque proponía revisar el pacto histórico entre civiles y militares que hacía que el poder del político se sostuviera sobre el terror organizado. Y quienes cuestionaban esas políticas del poder tenían que saber bien que se enfrentaban al terror militar organizado. Kirchner le ponía final público a eso. Y también esperábamos que ese gesto se prolongara a otros ámbitos, como por ejemplo la economía, para que la política de derechos humanos de los Kirchner no quedara confinada a los derechos humanos. Pero no llegó”, agregó.

La mirada retrospectiva de Julia Rossemberg puntualiza en la importancia de la acción política: “Si uno ve lo sucedido desde 2001, la salida política podría haber sido más conservadora. Ahí emerge la figura de Kirchner y de alguna manera todo ese estallido y crisis los resuelve políticamente y vuelve a darles autoridad a la política, la institución presidencial y la dirigencia después del que se vayan todos. Y eso no se hace solamente con gestos, sino también contribuyendo a mejorar la situación social. No era una demanda del pueblo argentino por entero la reapertura de los juicios, descolgar los cuadros o quitarles la ESMA a las Fuerzas Armadas para convertirla en un sitio de memoria. Lo que hizo Kirchner fue torcer la voluntad, que podría haber sido hacia un lado más conservador, y lo hizo hacia la memoria, la justicia y la verdad. En ese sentido, el 24 de marzo es un ícono central sobre torcer la voluntad –en términos democráticos– y conducirla hacia un lado de derechos y de mayor justicia social”.

Sara Méndez puntualiza el hecho como un mojón de la lucha de los derechos humanos en Argentina, que siempre fue “una referencia que nos impulsaba y que nos enseñaba. Por ejemplo, que las luchas contra las leyes que se implementan en diferentes gobiernos constitucionales pueden ser revisadas y anuladas. En 2004, acá un plenario del Frente Amplio discutió qué se iba a hacer con la ley de caducidad. Siempre sirvió lo que estaba pasando en Argentina para avanzar y mostrar que la impunidad se puede derrotar”.

No sólo gestos

Reflexionar sobre el 24 de marzo de 2004 es, también, un llamado a pensar este presente tan distinto en Argentina, Uruguay y la región. De los 20 años que han pasado, 15 de ellos fueron gobiernos de orientación popular y progresista en Argentina y Uruguay. Y si bien los procesos políticos, en relación con la reparación de justicia por parte del Estado y las prácticas de memoria y verdad en cada país son muy diferentes, quizás haya algunas líneas para pensar en clave de un aprendizaje colectivo en nuestros países.

Para Sztulwark “todo eso hoy está nuevamente en riesgo. No me sorprendería que, en los próximos meses o años, si el rumbo actual del país no se tuerce, el cuadro de Videla pueda ser nuevamente subido. Y al mismo tiempo recordamos el hecho como un momento extraordinario y quisiéramos que se inscriba en la memoria del país como un hecho sin vuelta atrás, que, en el presente del actual gobierno y proceso político, dudamos hasta dónde es así. Aunque creo que esa decisión no es tan fácilmente reversible”.

Rossemberg hace un fuerte hincapié en recordar que los gobiernos no pueden ser sólo gestuales: “En contraste con el presente, se puede afirmar que el pueblo argentino no es naturalmente de determinada manera, sino que son olas. Por momentos parece más conservador y por momentos parece serlo menos. Y eso está atado también a una situación material y económica-social. En las últimas elecciones ganó un presidente que es la contracara, atado a ciertas reivindicaciones de la dictadura”.

“Así como Kirchner pudo tener ciertas reparaciones respecto del pasado, eso fue posible con un proyecto político y económico que redistribuía la riqueza y sacaba compatriotas de la pobreza. No eran meras gestualidades aisladas”, agregó. “Lo que pasó con el gobierno de Alberto Fernández es que se han tenido gestos de ampliación de derechos y, sin embargo, en el plano material más compatriotas han caído debajo de la línea de pobreza. Y me parece que eso es realmente imperdonable. Uno no puede tener gestualidades de justicia y reparación histórica si la vida material no se condice con lo gestual, porque es cinismo. Son cosas que tienen que ir entramadas. En el presente no creo que 56% de los compatriotas sean nazis ni fascistas, ni que estén de acuerdo con una derecha extrema como la que gobierna, sino que esperan una resolución material de esta situación actual”, dijo.

Por último, Daleo piensa el hecho desde el presente: “Da para pensar cómo hacer la política hoy. No puede ser pura especulación, cálculo y atender a lo necesario. También tiene que haber contenido ético y de justicia. Hay que animarse a tomar esas líneas. La acción política no puede ni debe tener como parámetro excluyente el puro pragmatismo, aunque es necesario que actúe sobre la realidad”.

Convocan a marchar este domingo, en el Día de la Memoria

A 48 años del golpe de Estado, organizaciones defensoras de los derechos humanos y las principales centrales sindicales argentinas convocaron para el domingo marchas desde varios puntos de Buenos Aires hacia la Casa Rosada, y también organizaron otras actividades en distintas ciudades del país por el Día de la Memoria.

Una vez más, como en otras movilizaciones que tuvieron lugar desde la llegada de Javier Milei al gobierno, se especula con la posibilidad de tensiones por la aplicación de la “ley antipiquetes”, que intenta restringir las protestas a las veredas y evitar cualquier interrupción del tránsito.

También se especula acerca de cómo actuará la Presidencia en este aniversario. Está previsto que el gobierno difunda un spot en el que presente su relato sobre el golpe de Estado. Según informó la prensa argentina, está dirigido por Santiago Oría, cercano al presidente y autor del documental Javier Milei. La revolución liberal.

La visión sobre la dictadura que tiene la actual vicepresidenta, Victoria Villarruel, es conocida. “En los 70 se combatió al terrorismo y ¿dónde están los que lo combatieron? Presos”, dijo el jueves en una entrevista en TN. “Hay un morbo con la fecha del 24 de marzo”, consideró. “Si quieren festejar el golpe que lo hagan, yo no lo festejo”, dijo.

Días antes del aniversario del golpe, una militante de la organización HIJOS, que nuclea a personas cuyos padres y madres fueron desaparecidos por la dictadura, denunció que dos hombres que habían entrado a su casa la golpearon, la sometieron a abusos sexuales y amenazaron con matarla por su militancia. Dijo que en una pared de su cuarto pintaron “VLLC”, la consigna de Milei: “Viva la libertad, carajo”.

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