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Restos de la escuela Paulo Anacleto. Foto: Soll, Sumaúma.

Maria Júlia tiene miedo a que la quemen viva “los hombres malos”

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En el asentamiento Dorothy Stang, en la localidad de Anapu, en la Amazonia brasileña, la violencia perdura 19 años después del asesinato de la misionera que le da el nombre al lugar: una de las estrategias de invasión de tierras es atacar la escuela, que ya incendiaron dos veces, para dificultar la permanencia de los pobladores.

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Leído por Mathías Buela.
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Maria Júlia tiene siete años y ha pasado al 2º año de primaria. En la escuela a la niña le encanta jugar, hacer las tareas y dibujar. Sus dibujos preferidos son los de caballos y patos. De piel clara, pelo y ojos castaños, insiste en decir que no le teme a la oscuridad, ni a las serpientes ni a las tarántulas más-que-humanas que visitaban su escuela a menudo. Pero hay algo que deja a Maria Júlia helada: “Los hombres malos”. “Les tengo miedo porque son capaces de prenderles fuego a los niños”, explica, con la voz sofocada y protegida por el regazo y el fuerte abrazo de su madre. Maria Júlia conoce a los hombres malos.

El miedo a que la quemen viva no viene de ninguna historia de ficción, sino de la vida en el Proyecto de Asentamiento Dorothy Stang, en Anapu, en el estado de Pará, en la Amazonia brasileña. El 10 de enero, a altas horas de la noche, incendiaron la escuela primaria municipal Paulo Anacleto. Como las casas quedan lejos de la escuela, no hubo testigos. Nadie logra identificar quién se coló ladinamente en la comunidad y provocó el incendio. Del lugar del que Maria Júlia guarda recuerdos de jugar con sus amigos no quedó casi nada. La escuela, de seis metros cuadrados, fue construida por la comunidad con paja y ramas de coco, lo que facilitó la propagación de las llamas.

Los dibujos de los niños, que colgaban de la pared de paja, se convirtieron en cenizas. En el lugar sólo quedaron dos pupitres de madera y dos de hierro. Un galpón, creado en el mismo espacio de la escuela para jugar a la mancha y a la escondida, desapareció por completo. Sólo un baño de madera, construido en la parte trasera, se salvó de la brutalidad. Un mes después del crimen todavía se podía sentir el olor a quemado.

“¿Quién tiene coraje de hacerles esto a los niños?”, pregunta Vanessa Vitoriano, de 32 años, madre de Maria Júlia. Ella sabe que el uso de la violencia es una táctica constante para aterrorizar a los niños y a los vecinos del lote 96, donde se ubica el asentamiento que lleva el nombre de la misionera asesinada el 12 de febrero de 2005 en el mismo municipio. Esta es la segunda vez que queman la escuela.

La vida en el Proyecto de Asentamiento Dorothy Stang es una batalla diaria, pero el ataque a la infancia es una estrategia reciente. La escuela es uno de los principales espacios públicos para que una comunidad se establezca en un lugar y fortalezca los vínculos entre las familias. Destruir la escuela de forma recurrente es una táctica de expulsión. Una más.

Fue también una amenaza dirigida a sus hijos lo que llevó al exlíder del lote 96, Erasmo Theofilo, que está desde hace tres años y medio en el Programa de Protección de los Defensores de los Derechos Humanos, Comunicadores y Ambientalistas (PPDDH), a abandonar el territorio. “Ya no tienes que temer la muerte porque no te vamos a matar. Sólo te vamos a arrancar el corazón” fueron las frases pronunciadas en uno de los audios con amenazas que recibió Erasmo por Whatsapp. Según los lugareños, “llegar al corazón” significa alcanzar a los hijos.

El primer incendio criminal, que también destruyó la escuela Paulo Anacleto, se produjo el 18 de julio de 2022. “La primera vez fue distinto, la prendieron fuego y dispararon al aire, para, de hecho, intimidar. Esta vez nadie vio nada, sólo encontramos la escuela quemada”, recuerda Vanessa, que cuenta que en 2022 los vecinos se reunieron y construyeron otra escuela con paja y ramas de coco en poco más de diez días.

Ana Clara de 6 años, estudiante de la Escuela Paulo Anacleto. Foto: Soll, Sumaúma

Ahora, tras repetirse la tragedia, la comunidad consiguió la donación de 10.000 ladrillos para reconstruir otra escuela, esta vez de albañilería. Pero la fuerza de voluntad no será suficiente. En una reunión con la Fiscalía de la Justicia Agraria de Altamira, el 23 de enero, representantes del Ministerio Público del Estado de Pará informaron sobre la decisión de la municipalidad de no construir ni reformar la escuela Paulo Anacleto, alegando falta de recursos financieros y un número insuficiente de estudiantes matriculados: el mínimo debería ser 25 y sólo hay 13. Los vecinos firmaron una petición en contra de la decisión de la municipalidad. Hasta el momento no han recibido ninguna respuesta del poder público.

En un capítulo más de resistencia, en abril la comunidad construyó una escuela improvisada de madera. La municipalidad les dijo informalmente a los vecinos que la escuela podría volver a funcionar en agosto. Pero por ahora sólo son promesas.

Agnaldo llegó al lote 96 hace 13 años. Dejó de estudiar en el antiguo 8º grado de primaria [hoy 9º año de la Educación Básica 2] luego de perder a su madre a los 15 años y tener que trabajar. “No quiero para mis hijos la vida que tuve. Pero ¿cómo puedo darles estudios así? Ella quiere ser doctora, pero ¿cómo?”, se pregunta entre lágrimas. El día anterior, cuando Maria Júlia jugaba con los útiles escolares todavía intactos, la niña interrogó a Agnaldo: “Papá, ¿voy a ser burra?” Atragantado, sólo atinó a decirle a su hija: “De ninguna manera”. Pero el miedo es real. El año escolar debería haber empezado el 5 de febrero, sin embargo, hasta el momento no hay previsión para el inicio de las clases.

Contactadas por Sumaúma, ni la municipalidad de Anapu ni la Secretaría Municipal de Educación contestaron los planteamientos sobre la situación de la enseñanza en el asentamiento. En febrero sólo cuatro niños empezaron el año escolar en otra escuela, lejos del asentamiento. Los demás siguen sin clases ni escuela. La mayoría de los niños están desde hace cuatro meses sin clases.

La Policía Civil abrió investigaciones sobre los dos incendios de la escuela y afirma que están en curso, pero hasta el momento no se ha identificado a ningún responsable.

Zona de guerra

Anapu es, de hecho, una zona de guerra, donde se ultraja y acorrala cotidianamente a los asentados y los sin tierra que esperan una reforma agraria, se los priva estratégica y sistemáticamente de sus derechos hasta que se rindan y abandonen el territorio. Siempre se recordará este municipio por el asesinato de la misionera Dorothy Stang, de 73 años, por pistoleros, encargado por los hacendados Vitalmiro Bastos y Regivaldo Galvão. La misma codicia que acabó con la vida de Dorothy hace que se prenda fuego la escuela de los niños.

Según datos de la Comisión Pastoral de la Tierra, anticipados a Sumaúma, 29 personas fueron asesinadas en Anapu entre 2005 y 2023 en conflictos por tierra. Entre 2006 y 2014, sin embargo, no hubo ninguna muerte. Las ejecuciones volvieron a partir de 2015, ya en pleno proceso de crisis en el gobierno de Dilma Rousseff (del Partido de los Trabajadores), que llevaría al impeachment un año después y a la presidencia de Michel Temer (del Movimiento Democrático Brasileño). Sólo en 2023 se produjeron seis asesinatos, que aparecen como conflictos personales porque ocurrieron fuera de la zona de asentamientos y ocupaciones. Pero para la pastoral están vinculados a la lucha por la tierra. Matar gente fuera del territorio es otra estrategia de los pistoleros, afirmaron a Sumaúma integrantes de la comisión.

En el asentamiento, hasta febrero de 2024, los habitantes estaban hacía más de un año sin electricidad; los caminos son de tierra y, en algunos lugares, son tan resbaladizos durante la temporada de lluvias que parecen estar hechos de arcilla. El internet y la luz sólo son accesibles para quienes tienen un panel de energía solar. No hay médicos y ahora también existe el riesgo de que no haya más escuela. El objetivo es explícito: impedir la permanencia en la tierra de quienes eligen el Proyecto de Asentamiento Dorothy Stang como su hogar y siguen el legado de la misionera.

Los “hombres malos” responsables de la atrocidad de incendiar la escuela ya repitieron el método con decenas de familias en los últimos dos años. “La primera vez que prendieron fuego aquí fue en la casa de una señora. Después de eso se marchó, estuvo un año en tratamiento por depresión, pero ahora regresó al territorio”, cuenta una persona que pidió permanecer en el anonimato. “Sólo registramos denuncias [ante la Policía] sobre los dos incendios de la escuela y de cuatro casas de vecinos, pero ya perdimos la cuenta [de cuántos ataques se produjeron]”.

Un día de clase en el asentamiento, en 2022. Foto: Mídia Ninja

El Ministerio Público Federal informó a Sumaúma que la investigación sobre el incendio de la escuela está en curso bajo secreto de sumario.

La violencia también está en el nombre de la escuela

En un lugar marcado por la impunidad, es fácil entender las razones por las que la pequeña Ana Clara, de seis años, sueña con ser policía. La niña, negra y de pelo crespo, dice que “cuando sea grande” quiere arrestar a los bandidos que roban e incendian escuelas de niños. “Cuando sea policía, van a pasar meses presos”, asegura.

La familia de Ana Clara vive en una casa de madera, con piso de cemento requemado, rodeada de florcitas silvestres. Raimunda Soares da Silva, de 42 años, madre adoptiva de Ana Clara, cuenta que antes de llegar al asentamiento vivía en Vila Gelado, en el municipio de Novo Repartimento, también en Pará. De allí, además de la familia, trajo varios brotes de flores, que hoy le dan color a un lugar repleto de cenizas. “Mi hermano vivió aquí años antes que yo y recuerdo que le habían quemado la casa. Salió un día a buscar azaí y cuando volvió estaba todo incendiado”.

La tragedia no impidió que Raimunda soñara con el futuro de la familia en el asentamiento, pero en este momento lo que le preocupa es el futuro de Ana Clara y dice que irá “hasta donde sea necesario” para garantizar la educación de la niña.

La escuela Paulo Anacleto, como todo el resto del asentamiento, fue conquistada con mucha lucha. El 27 de diciembre de 2019, el vecino Paulo Anacleto terminó la primera reunión oficial para discutir la creación de la escuela, hizo una encuesta de las familias que tenían hijos y con esos datos formuló un documento, que llevó al Ministerio Público del Estado de Pará y le pidió a la municipalidad la creación de una institución educativa.

Quien recuerda la historia es Erasmo Theofilo, el aguerrido líder del lote 96. “Ese fue el comienzo del proceso de creación de la escuela. Justo después lo asesinaron”, cuenta. Paulo Anacleto fue asesinado ese mismo mes de diciembre de 2019, fecha en la que empezó el proceso de exilio de Erasmo, su compañera Natalha y sus cinco hijos. Amenazados, tuvieron que dejar el asentamiento. El nombre de la escuela fue una manera de honrar al compañero caído. La muerte de Paulo se produjo cinco días después de que otro líder de la comunidad, Márcio Rodrigues dos Reis, fuera asesinado con una puñalada en la garganta como señal de que “hablaba demasiado”. Los niños viven en un asentamiento que lleva el nombre de una víctima de asesinato y luchan por estudiar en una escuela que tiene el nombre de otra víctima de asesinato. Esta es la realidad de muchos niños y niñas campesinos de la Amazonia.

Y también están los niños que ya viven como refugiados dentro de su propio país, como los hijos de los defensores obligados a abandonar el territorio para que no los maten. Como Erasmo. El 7 de diciembre de 2020 lo pusieron en el PPDDH. Hoy, su familia y él viven en un exilio forzado, pero siguen luchando, pidiéndole al Estado cambios que realmente protejan y garanticen una vida íntegra a los defensores.

Hoy, la escuela Paulo Anacleto existe sólo en la memoria y los dibujos de los niños. Sumaúma les pidió a los alumnos que representaran sus sentimientos en un papel. En el trazado de Maria Júlia la escuela está intacta y el techo está rodeado de un arcoíris. Ana Clara quiso poner pajaritos azules en el espacio que, en la vida real, fue quemado. En el dibujo de João Paulo el aula sigue siendo un esbozo, como si el niño ya no recordara lo que había allí antes del fuego. La escuela primaria municipal Paulo Anacleto vive en la imaginación de todos estos niños que, incluso ante el horror, todavía insisten en soñar.

Este artículo fue publicado originalmente en Sumaúma.

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