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Foto: Fernando Duclos, X

Fernando Duclos, Periodistán: “El gran triunfo de Israel fue que las comunidades judías de todo el mundo se identifiquen con el proyecto de Estado colonial”

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Desde hace seis años, Duclos se dedica a “contar la gente” de países tan extraños para Occidente como esenciales para la historia de la humanidad; asegura que todo “se ve diferente desde Oriente” y considera “bastante obvio” que hoy no se pueda comprender el mundo sin mirar al Este.

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Fernando Duclos se conecta a esta entrevista desde Buenos Aires. En unos días presentará su espectáculo El mundo sin filtro en Montevideo, pero en marzo estará en Corea del Sur; en abril, en Irak, Pakistán y Afganistán; en mayo, en China, y así seguirá hasta noviembre junto a grupos de viaje. En octubre volverá a la Ruta de la Seda, esa inmensa red de caminos comerciales que empieza en China y que, durante siglos, conectó Asia, África y Europa. Su primera vez recorriéndola fue en 2019 y, precisamente allí, nació su álter ego: Periodistán.

“Si yo te digo ‘Kirguistán’, no tiene ningún tipo de injerencia en tu vida. Decís: ‘¿Qué me importa lo que pasó en Kirguistán?’. Ahora, si yo te digo que en Kirguistán, en el siglo VIII, hubo una batalla entre chinos y árabes, que ganaron los árabes, y gracias a esa victoria tomaron prisioneros chinos y los obligaron a develar un secreto que tenían: cómo hacer un elemento desconocido en el mundo hasta entonces, que se llamaba papel”, relata Duclos a la diaria lo que podría ser el contenido de uno de sus famosos hilos de X. Uno de esos que, un buen día, se viralizó y le hizo darse cuenta de que “evidentemente a la gente le gusta esto”.

El deseo de viajar siempre estuvo, como también el impulso para relatar sus experiencias y el afán de nunca quedarse en la superficie de realidades complejas. Duclos, periodista de oficio, hizo en 2006 –con el dinero de una indemnización laboral– su primer gran viaje: nueve meses por América del Sur, desde los Andes hasta Nicaragua. “Una vez por semana, aproximadamente, desde un cíber, me conectaba y mandaba un gran mail, como a 100 personas –mis amigos, mi familia, etcétera–, sobre lo que veía, las noticias del viaje”: el primer antecedente de Periodistán.

Siete años después, con el dinero del retiro de otro medio, se animó a viajar a “un lugar que era otro mundo”: África. “Sin tener conciencia real de a dónde iba” y con “un poco de ropa en la mochila, champú, papel higiénico y una pequeña computadora” viajó desde Somalia hasta Suazilandia. De esa travesía escribió su primer libro, Crónicas africanas (2015).

A su regreso, la rutina lo absorbió, pero rondaba un pensamiento: “Qué triste que lo que más me gustó hacer nunca más lo voy a poder hacer”. Así es que, en 2019, otra indemnización laboral –más algunos otros quiebres en su vida– lo ayudó a “escapar”. Emprendió el viaje desde Europa hasta China con una idea sencilla: “Hago un proyecto periodístico y, cuando vuelva, a alguien le va a haber gustado lo que escribí y me van a contratar otra vez para un laburo”. Sin embargo, Periodistán “se me fue de las manos, pero para bien”.

Los primeros tres meses escribió en Facebook y en una página web “que no leía nadie”. “Me pasaba ahí escribiendo sobre la Ruta de la Seda –a la cual todavía no había llegado–, sobre la influencia de Asia en Europa y sobre los lugares que iba visitando. Yo sentía que estaba tirando mis ahorros a la basura”, recuerda. Hasta que escribió sobre la guerra de los Balcanes, a partir de la historia del último partido que Yugoslavia jugó como nación integrada en un Mundial: contra Argentina en 1990, “pero visto a través de los yugoslavos y no desde los argentinos”. Desde ese hilo, “el crecimiento fue una locura”: “Dos mil, cuatro mil, ocho mil, quince mil, treinta mil, cincuenta mil [seguidores]. Y en un momento –medio que no me di cuenta cómo sucedió–, ya sí, efectivamente, era Periodistán”.

¿En qué momento empezaste a interesarte por conocer Oriente?

Yo me acuerdo de leer los diarios en 1994, a mis ocho años, y hablaban de la masacre de hutus y tutsis en Ruanda. Yo no entendía nada, pero al mismo tiempo me apasionaba leer esos nombres extraños, ver dónde quedaba Ruanda. En tiempos de no internet, ¿no? Uno tenía que comprarse un mapa, o tus papás te explicaban –si sabían–. Yo tenía un planisferio, y ahí me iba fijando las banderitas, los lugares. Evidentemente siempre había algo de eso, y se transmitió hasta hoy, realmente, porque muchas noches en que me desvelo me quedo en Wikipedia leyendo sobre Ghana, Costa de Marfil o Indonesia. Evidentemente sigue existiendo eso, hoy con otras herramientas, con otra edad, con otros recursos.

Mucho de lo que somos se debe a innovaciones, tecnologías, a descubrimientos que nos llegaron desde Asia. Te diría que la gran mayoría de lo que somos. Si vos te juntás con tus amigos a mirar un partido de fútbol, comer una pizza, tomar una cerveza, y después te ponés a investigar dónde se jugó por primera vez al fútbol, que fue en China; dónde fermentó por primera vez la cebada, también fue en Sumeria, en Babilonia, en el actual Irak; dónde por primera vez levó el trigo –lo mismo, por esa zona–... Incluso las palabras que usamos vienen de allá, sólo que no lo sabemos.

Elegís retratar lugares sobre los que, en esta parte del mundo, tenemos innumerables prejuicios, y lo hacés centrándote en las personas. ¿Definiste en algún momento ese espíritu que querías que tuviera tu contenido?

Para mí, los viajes son la gente, básicamente. Obvio, me gustan los paisajes, como a cualquiera, me gusta la comida, pero para intentar comprender un país y salirte lo más que podés de tus filtros, es decir, de nuestros filtros, tenés que hablar con la gente. Con todas las limitaciones del caso, porque, por ejemplo, yo generalmente sólo puedo hablar en inglés. Eso ya me determina un cierto público con el que hablo. Lamentablemente, es difícil hablar en inglés con un pastor de ovejas de las montañas iraníes. Termino hablando con un estudiante de clase media, media alta, que me cuenta su visión, pero, en fin, hablo.

Mi objetivo siempre fue ese: contar la gente. Vos decís Afganistán y lamentablemente el 99% de la gente a la que le digas eso te va a decir “ah, Bin Laden, talibán, terrorismo”. Y sí, eso existe, existió, es triste, pero está. Pero cuando vos vas a estos países te das cuenta de que es el 0,1% de la población y que el 99,9% son laburantes como nosotros, que quieren tener una vida digna, que quieren llegar a la noche, encontrarse con la familia, estar con amigos. Obvio, con un montón de costumbres diferentes, pero, de nuevo, me fui encontrando con muchísima gente buenísima que me abrió las puertas.

¿En algún momento pensaste en el proyecto como una forma de ocupar un espacio que los medios tradicionales no cubren?

Nunca pensé tanto “voy a cubrir este hueco”, sino que fue pasando. Cuando un chico afgano te invita a algo y, pese a no tener nada de plata, logra pagarte y no te deja pagar de ninguna forma; y aunque coma un plato de arroz por día, te va a dar la mitad o más. Y gente en el Sahara que no tiene agua y, sin embargo, hace todo para que vos te puedas bañar. Esas cosas... ni siquiera es que uno dice “voy a contar esto para tapar el hueco”; uno simplemente dice “quiero contarlo porque es algo tan lindo que quiero decirlo”. Es también un pequeño granito de arena como para devolver eso que me dan.

¿Considerás que Afganistán es uno de los países peor contados desde Occidente?

Sí, es un país pésimamente contado, caricaturizado. Nadie hace el trabajo de intentar entender por qué suceden las cosas. Es un país muy problemático y muy complejo, en el que gobiernan los talibanes ahora, que sabemos que tienen una política casi medieval respecto de las mujeres de su país, algo muy triste. Sin embargo, es un país con tantas capas y tan complejo, y mucha gente elige quedarse en esto: “Condeno tal cosa”, listo. Es lo más fácil, uno se siente cómodo con uno mismo y ya. Y las cosas no suceden en el mundo simplemente porque un día un señor malo dijo “a ver, quiero que las mujeres se tapen”. Hay un montón de situaciones previas en países que tienen 5.000, 6.000 años de historia, civilizaciones muy antiguas, que nosotros, argentinos o uruguayos, no podemos siquiera pensar. Pero claro, cuando uno se empieza a meter en esos temas y a embarrarse, obviamente, empieza a complejizar las situaciones.

De nuevo, yo sigo pensando que es horrible. Es algo que me parece triste. Tan triste que muchos musulmanes incluso consideran que ellos [los talibanes] no son musulmanes porque le están haciendo mal a la religión, a la imagen que tienen, etcétera. Pero, de nuevo, es muy fácil decir “ah, no me gusta esto, qué mal”. Y otra cosa es decir, bueno, a ver, voy a intentar hablar con la gente para entender por qué sucede, por qué esta gente llegó al poder, qué apoyo tiene, cómo sucedió, por qué en este país pasó tal cosa, qué tiene que ver la invasión soviética, qué tiene que ver la invasión estadounidense, qué tiene que ver la guerra civil.

En torno a la situación en Palestina has sido contundente en catalogarla como un genocidio, y también has sido muy crítico del abordaje de los medios. ¿Has notado que haya cambiado en estos dos años de conflicto?

Ha habido un cambio enorme respecto a la consideración de Israel y de lo que hace en los territorios ocupados y en Gaza. Mi posición asume que clarísimamente fue un genocidio, y más allá del genocidio, quiero seguir hablando del tema, porque no es que lo que pasó el 7 de octubre surgió de un repollo: hay apartheid, hay una vida espantosa para los palestinos que viven en los territorios que ocupa Israel, hay dos sistemas legales diferentes. En fin, hay que seguir hablando del tema.

La verdad es que yo me embanderé bastante respecto de este tema por una cuestión humana, te diría. Por una cuestión de que vos abrías internet, veías –todos los días de nuestras vidas– fotos de niños calcinados, de bombardeos a hospitales, escuelas: “Che, no puede ser que nadie se anime a hablar de esto”. No me hace ni mejor periodista, me hace simplemente un ser humano que se conmovió respecto a algo terrible que se daba todos los días. Y no niego que un montón de otras cosas terribles suceden en el mundo, pero esto ya era a una escala directamente brutal.

En Argentina es muy difícil hablar de este tema. Yo empecé a hablarlo, y dos años después te digo que el cambio fue radical. Hoy mi posición te diría que es bastante mayoritaria. Lamentablemente, al costo de una masacre, un genocidio que tuvimos durante los últimos dos años.

Decís que cuesta mucho hablar de este tema en Argentina. ¿Cuánto influye la comunidad judía?

El judaísmo no tiene per se que ver con el genocidio. De hecho, el judaísmo es una religión que propone unos valores hermosos, que no tienen que ver con matar niños, e históricamente fue una religión perseguida. Es decir, el gran triunfo de Israel fue que las comunidades judías de todo el mundo se identifiquen con este proyecto de Estado colonial, en tanto, bueno, “es nuestra religión; aunque yo nací en Argentina, me identifico con lo que está pasando en este lugar, porque ellos defienden mis valores”. Bueno, eso se está rompiendo, clarísimamente. Hay un montón de judíos y judías en todo el mundo, en Argentina también –menos, pero también–, que dicen “no hagan esto en mi nombre, yo no estoy bancando, mi judaísmo no tiene que ver con bombardear escuelas y hospitales”. En Argentina hay una comunidad muy grande. Es difícil, la verdad que es difícil. Yo no tengo ninguna duda, es decir, tengo todas las certezas de que perdí un montón de oportunidades por hacer esto. Pero bueno, prefiero irme a dormir tranquilo.

Volviendo a tus viajes. El tercero por el Este fue a India. A diferencia de los otros, un solo país, pero con casi 1.450 millones de personas. ¿Se pareció en algo a lo que conociste en los otros dos viajes?

Fue muy diferente. India es diferente a todo. Cuando uno conoce India se da cuenta de que todo lo otro, al final, es bastante parecido. Yo pensaba que Irán era muy diferente… hasta que conocí India. India es otra cosa, te diría. Primero, por la enorme cantidad de gente; la forma en que viven y cómo organizan su sociedad. En muchos estados –que podrían ser países– hablan idiomas diferentes, dentro del mismo país. La religión es, sin lugar a dudas, un tema muy particular e importante: gente que adora a muchísimos dioses distintos, que ni siquiera ellos saben cuántos son; gente que, en algún punto, adora también a los animales. Es, claramente, uno de los tantos países del futuro. No para de crecer. Yo fui a India en 2022 por primera vez, volví este año y me encontré con dos países absolutamente diferentes. Tiene un futuro muy promisorio, pero sigue siendo India: no es que me encontré con “esto es Europa”. Es impresionante, pero todavía sigue siendo otro mundo, y más si vas al interior, a los pueblitos.

Geopolíticamente hablando, este año fue particularmente raro. Más allá de que hace tiempo venimos asistiendo a un reacomodo del poder entre Estados Unidos y China, ¿cómo ves hoy ese proceso de rotación?

Lo veo así, como un proceso de rotación y desplazamiento. Yo no soy un académico, obviamente he visto un montón de cosas con mis propios ojos. Lo que se puede ver, clarísimamente, es que el eje del mundo está yendo, o se está yendo otra vez, hacia el Este, hacia China, pero también hacia India y también a Vietnam, y también a los tigres asiáticos: Singapur, Malasia, Indonesia, Filipinas, por razones que son bastante obvias cuando uno las analiza. De cada cinco personas que nacen en el mundo, cuatro nacen en esa región, más o menos.

Históricamente, el mundo pasó por esta región. Es decir, estaríamos volviendo a un estado de las cosas que ha sido durante milenios así. Yo no sé si eso va a ser con guerra en el medio, sin guerra, si la guerra ya la estamos teniendo. Evidentemente, el proyecto hegemónico de China existe; es diferente –hasta ahora– al de Estados Unidos, en el sentido de conquistar, al menos por la fuerza militar. Pero me resulta bastante obvio que hoy no se puede comprender el planeta si no mirás al Este, no se puede. Si vos no sabés, más o menos, lo que es China, te falta una parte. En 1995 no hacía falta: lo que quería Estados Unidos se hacía y ya. Normalmente, el mundo siempre fue multipolar. Esta situación de una potencia sola que rige todo fue medio inédita, no había pasado nunca.

¿Cómo ves la relación de nuestro continente, o nuestros gobiernos, con países de Asia, Medio Oriente y África?

Depende. En Argentina, particularmente, y en muchos de nuestros países, no hay políticas a largo plazo, cada gobierno hace, más o menos, lo que le pinta y ya. Viene tal gobierno de Argentina y, de repente, se da cuenta de que el Sur-Sur es re importante, y abre embajadas en África, intenta comerciar, se da cuenta de que en India puede hacer tal cosa, manda empresarios en misión; y después llega otro y dice “no, la verdad que esto no sirve para nada”.

No podría decirte cuál es la relación, así como una política de Estado. Sí puedo decirte que el mundo te lleva a ciertos comportamientos y acciones que te obligan. India es hoy el cuarto o quinto socio comercial de Argentina, es decir, es demasiado importante. Te guste o no, vos tenés que tener una embajada allá; fuerte, además, con mucha gente, gente que sepa hacer negocios, gente que se ocupe de cómo va a llegar la soja argentina rumbo a los campesinos indios. En China sí o sí tenés que tener una política. Viene nuestro presidente [Javier Milei] y dice: “No, China, son todos comunistas, los odio”, y después la realidad lo pone en su lugar.

Respecto de algunas crisis occidentales actuales –como el hiperindividualismo, la hiperproductividad–, ¿lo notás de la misma forma también en los países que has recorrido?

Son preguntas re complejas, porque hoy en día todo está interligado. Es decir, un indio que vive en Nueva Delhi es completamente indio –en el sentido de sus tradiciones, sus formas de entender la vida–, pero al mismo tiempo es un indio que, si tiene los recursos suficientes, probablemente estudió cinco años en Canadá, tiene Netflix en su casa y mira las mismas series que miramos vos y yo. Es muy difícil decir “esto pasa acá y esto pasa allá”. Ahora, haciendo esa salvedad, el mundo se ve diferente desde Oriente. Yo creo que todavía, al menos en Medio Oriente, en las regiones musulmanas, se ve un mundo con muchos más lazos interpersonales, con más acción colectiva, no tan hiper, recontra, ultra, mega, archiindividualista como se nos enseña acá, que lo único que importa es tu felicidad, tu progreso, tu plata, y después el resto “que se cague”, básicamente.

Periodistán: el mundo sin filtro, martes 25 de noviembre a las 20.30 en la sala Camacuá (Camacuá 575). Entradas desde $ 690 a través de Redtickets.

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