En su ejercicio desmesurado del presidencialismo, Donald Trump busca cotidianamente invadir los escenarios comunicacionales lanzando anatemas en todas direcciones, viralizados y disruptivos. ¿Cómo reaccionar entonces sin hacer el juego de la omnipresencia puesta en escena por sus asesores de comunicación hasta el punto de obligarnos a hablar de él? Esta pregunta ocupa desde hace meses las salas de redacción de los órganos de prensa del mundo entero. Esta saturación mediática y digitalizada se apoya en la versatilidad y la volatilidad de los mensajes, de los que no podemos ser cómplices. Van aquí algunos ejemplos para convencerse, antes y después del regreso de Trump en 2025 a la Casa Blanca en un contexto de giros de las alianzas estratégicas de Estados Unidos.
La oficina oval transformada en sala de prensa
Antes, la oficina del presidente en la Casa Blanca servía principalmente para recibir a jefes de Estado extranjeros, símbolo mismo del poder norteamericano. Ahora se ha convertido también en una sala de conferencias de prensa y una reserva de merchandising con sus gorras “Trump 2028” o “Trump tenía razón en todo”, y el retrato del expresidente estadounidense John F Kennedy colgado por el también exmandatario Joe Biden fue reemplazado por el cuadro de un billete de 50 dólares.
Una retórica degradante
En 2004, el vicepresidente Dick Cheney había soltado un “fuck yourself” a un senador. En aquella época, los comentarios racistas tenían consecuencias. En 2002, el líder republicano Trent Lott, durante un brindis por el 100° aniversario del viejo senador del Sur Strom Thurmond, tuvo palabras que fueron interpretadas como nostálgicas de la segregación. La polémica lo obligó a dimitir.
Hoy, comentarios que antes conducían a desmentidos, aclaraciones o dimisiones circulan libremente en línea y en los más altos niveles en Washington. Trump afirma que “Somalia apesta”; en las redes sociales, las cuentas oficiales de la Casa Blanca y del Ministerio de Seguridad Interior multiplican los videos virales insultando a los inmigrantes (“las sanguijuelas y los drogadictos de las ayudas sociales”), aquellos que Trump ya ha calificado de personas que “envenenan la sangre de nuestro país”.
La frontera entre flexibilidad pragmática y cálculo mercantilista parece cada vez más difusa en la capital estadounidense y, por rebote, en el mundo entero.
La estrategia de seguridad nacional estadounidense: una ruptura profunda
En los confines de la Guerra Fría, las élites de la política exterior estadounidense se persuadieron de que la dominación permanente de su país al mundo entero respondía a los mejores intereses de Estados Unidos. Fue entonces que se constituyó la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la OTAN (1949), llamada a desempeñar un papel importante en lo que era entonces el mundo occidental.
En la actualidad, el documento The National Security Strategy of the USA, publicado el 5 de diciembre de 2025 por la Casa Blanca, marca una ruptura histórica. Se lee que Europa será “irreconocible en 20 años o menos”, se habla de su “declive económico eclipsado por la perspectiva real y más abrupta de un borramiento civilizacional”. Washington propugna así una anexión ideológica. Sugiere una inversión estadounidense condicionada e interesada, saludando con “un gran optimismo” el ascenso de los “partidos europeos patrióticos”. Se trata de “cultivar la resistencia a la trayectoria actual de Europa”. “Estamos ante un movimiento de fondo, organizado y que exhibe sus objetivos de subversión en Europa”, subraya Tara Varma, experta en cuestiones transatlánticas del círculo de reflexión Brookings Institution, quien añade que “un eje Washington-París-Budapest-Moscú se vuelve quizás concebible, cuyo objetivo asumido es el desmantelamiento de las instituciones de la UE [Unión Europea]”.
En un contexto de desmesuras comunicacionales, los giros políticos alcanzan así cumbres sin precedentes, la capital federal estadounidense conoce un período de rupturas políticas y las posiciones cambian al compás de las circunstancias. Washington atraviesa una fase marcada por una inestabilidad de los discursos políticos. Electos y responsables adoptan posiciones contradictorias de un día para otro, haciendo que la coherencia ideológica sea difícil de discernir. Los observadores se inquietan por una política dictada por el oportunismo del inquilino de la Casa Blanca. Entre pragmatismo y oportunismo, si algunos ven en ello una capacidad de adaptación necesaria, otros denuncian la política espectáculo del presidente Trump. La frontera entre flexibilidad pragmática y cálculo mercantilista parece cada vez más difusa en la capital estadounidense y, por rebote, en el mundo entero.
Alain Garay es abogado del Tribunal de París.