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Foto: Wikimedia Commons

Cortes de energía eléctrica y apagones de la memoria

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Al hombre al que le debemos parte esencial de la base material de nuestra vida lo tenemos olvidado. Que yo sepa, a nadie se le ocurre hacerle un homenaje o poner su nombre a una de nuestras calles, ni siquiera existe un busto en alguna pequeña plaza. Nada. Absolutamente nada.

España y Portugal sufrieron desde el mediodía del lunes 28 de abril un apagón gigantesco, con todos los contratiempos que supone: colapsos en las carreteras, en los trenes y en los subterráneos, en las calles y en los aeropuertos; los hospitales subsistiendo gracias a motores electrógenos y reprogramando miles de intervenciones quirúrgicas. La industria totalmente parada y la distribución de alimentos y mercancías cortada. Un verdadero caos propio de películas sobre catástrofes y no de la vida moderna.

Aunque no sea una novedad, todo este desbarajuste me hace ver –otra vez– que nuestra sociedad depende de la energía eléctrica en grado sumo. Desde hace cinco generaciones, por lo menos, nos acostumbramos a encender la luz, a usar la tostadora, a escuchar la radio y a ver televisión, nos habituamos a la ducha caliente y a encender el microondas. Nos parece tan natural la electricidad como ver salir el sol: cargar el celular y oír música, pasarnos horas frente a una pantalla y dar gracias al freezer que nos salvó la cena son hechos normales porque tenemos incorporada esa energía como si fuera nuestra propia bioquímica.

Y cuando nos falta, como les ha sucedido a los habitantes de la península ibérica, nos encontramos perdidos: cuidamos la batería de nuestros móviles como si fuera un objeto frágil y el malhumor, por lo general, se instala en los hogares por carecer de luz y de internet.

Pero jamás se nos ocurre pensar que cuando José Gervasio Artigas tenía 27 años (1791), en la aldea de Look Butt (hoy pleno Londres) nacía uno de los hombres que más iban a influir sobre nuestras vidas: este personaje se llamó Michael Faraday.

Al repasar su vida no puede dejar de asombrarnos hasta dónde llegaron sus aportes en física y su capacidad enorme para experimentar. Pese a sus dificultades para adaptarse a la educación formal por culpa de una maestra castigadora, se destacó como pocos al llegar a la madurez.

Cuando Europa vivía bajo la influencia de Napoleón, el joven Faraday se encontraba aprendiendo encuadernación en el taller de George Riebau, un librero londinense que no sólo le permitió aprender un oficio, sino que le dio acceso a obras científicas y filosóficas. Además, le ofreció la posibilidad de acudir a las conferencias de Humphry Davy en la Royal Institution. Este destacado químico le permitió vincularse al mundo científico sin haber pisado nunca un aula universitaria. Luego, por circunstancias fortuitas, se convirtió en una especie de secretario de Sir Humphry Davy. Al lado de este químico adquirió grandes destrezas y pudo hacer sus propias investigaciones.

Si habrá que agradecerle a este notable científico, mientras escribo este texto en la computadora, porque ¿quién sino él fue capaz de notar las propiedades de la electricidad y su vínculo con un campo magnético y llevarlos a planos entonces ignorados?

Este autodidacta, siguiendo los pasos del danés Hans Christian Ørsted y del francés André-Marie Ampère, fue mucho más allá en los descubrimientos de las propiedades del campo magnético y de la electricidad. Faraday demostró en sociedad, el 27 de agosto de 1831, que al mover un imán dentro de un cable de cobre arrollado en espiral (un solenoide, diríamos ahora), se producía una corriente eléctrica.

De allí en más, tuvo lugar la invención del dínamo y del motor eléctrico, pilares en el desarrollo de la revolución industrial. De allí en más, todas las turbinas de las centrales eléctricas son una realidad gracias a los descubrimientos de Faraday.

Hombre humilde, cuando la Corona británica quiso darle el título de Caballero por los servicios prestados a la ciencia, se negó. Rechazó también presidir la Royal Society. Y cuando fue consultado por el gobierno británico para colaborar en la producción de armas químicas para la guerra de Crimea, respondió con una rotunda negativa alegando motivos éticos.

Otro dato curioso es que Faraday no llegó a ver la concreción de una central eléctrica, tuvo que conformarse con dar sus conferencias a la luz de las velas. Cuentan que cuando las prendía, solía decir: “Encenderla es poner en juego las leyes que gobiernan el universo, es la mejor puerta de entrada a la física y a la química”.

También se comenta que cuando le preguntaron a Humphry Davy cuál había sido su principal descubrimiento científico, respondió sin vacilar: “Mi mayor descubrimiento ha sido Michael Faraday”.

El próximo 22 de setiembre, al festejar el arribo de la primavera, por un instante recordemos a este notable físico inglés y agradezcamos sus geniales aportes mientras seguimos haciendo uso del flujo de electrones en todas sus formas, flujo que conocemos, comúnmente, como corriente eléctrica.

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