Javier Milei transitó su primer largo año de gobierno con un piso de aprobación popular considerable que lo mantiene competitivo para dar pelea en las urnas. En ese logro, una inflación menor a la prevista por un amplio arco de economistas jugó un papel esencial.
El ultra comenzó su mandato con una devaluación del peso de 54,3% –o, lo que es lo mismo, un salto cambiario de 118%– y ello disparó pronósticos generalizados de un alza de precios anual no menor a 300%, con un punto de partida en 211% en 2023. Resultó ser bastante menos de la mitad.
Un escenario en el que la narrativa oficial se impuso contra la corriente en lo referido al indicador más urgente para la mesa de los hogares brindó al elenco gubernamental una fortaleza decisiva en los primeros 12 meses. La inflación disparada lima el espíritu de una sociedad, y aunque cabe atribuir la estampida del final del gobierno peronista a la disfuncionalidad del tándem Alberto-Cristina, los volantazos de Sergio Massa ante un escenario económico difícil y las promesas temerarias del panelista de Intratables convertido en presidente electo, el alejamiento del fantasma de la híper permitió a millones de familias pensar más allá de cómo harían para llenar la heladera.
Había motivos para suponer que una devaluación de la magnitud de la decidida por Milei a los tres días de asumir, de las más agudas de la historia, activaría una dinámica traumática. La llegada de dos hermanos con una psiquis muy particular, un equipo gubernamental reducido, con poca experiencia y pergaminos lacerantes, y un credo terraplanista sobre una dolarización sin dólares en el Banco Central invitaban a prever lo peor. La hipótesis evitada –inflación de 300%– probablemente habría agotado el crédito del ultraderechista en cuestión de meses, y sus microfascismos cotidianos, hoy celebrados por la claque mediática, se habrían vuelto intolerables.
Luis Caputo moderó la inflación con tres herramientas básicas, según el consenso de los economistas: el atraso del tipo cambiario impuesto por una devaluación programada de 2% o 1% mensual durante 16 meses, un ajuste feroz en los salarios y las jubilaciones que hundió la demanda de bienes y servicios durante el primer semestre y la mantuvo baja en los siguientes, y la motosierra que eliminó el déficit fiscal y, por ende, la necesidad de financiarlo con emisión.
El grosero que preside el país les puso título a aquellos que preveían una mayor inflación y luego alertaban por la apreciación desmesurada del peso: “mandriles”.
La lengua oficial
Corresponde recordar el origen del agravio, pese al esfuerzo por disimularlo de más de uno de los que dicen preocuparse por las instituciones, van o quisieran ir al teatro Colón, cenan en Palermo, desprecian las letras de L-Gante, se maravillan con los precios accesibles de Galerías Lafayette, permanecen indignados porque Cristina una vez, 15 años atrás, le dijo “abuelo amarrete” a un crítico marplatense, alaban la concordia uruguaya, leen editoriales de La Nación y evitan los insultos delante de sus hijos y nietos.
Milei dijo una y otra vez que sus críticos eran mandriles porque tenían el culo ardido producto de vejaciones. El cuadro ubicaba al mandatario en el lugar del penetrador. Cómo no, si también se lo conoce como “vaca mala”, por su capacidad de mantener la erección y retener la leche, según contó en un programa del prime time de Telefe.
En una ocasión, el presidente representó su gracia con un gesto masturbatorio, lo que causó un susurro cómplice de empresarios, economistas, periodistas y consultores repartidos entre la audiencia, casi todos hombres.
En el año y medio de Milei, Caputo demostró una rápida evolución desde aquel economista que abandonó la función pública extenuado en una playa carioca, conocido como un arriesgado apostador financiero en la faz privada, endeudador compulsivo en la faz pública y opaco declarante. Ante una reciente crítica de Cristina Fernández de Kirchner, el ministro de Economía hizo un gesto que se traduce en el lenguaje libertario como “me chupa la pija la opinión de los kukas”.
Podría leerse como chocante que una columna política publicada en un medio serio hable de masturbación, violaciones festivas, leche y pija, pero gobierna Milei y el periodismo debe abordar el discurso oficial.
La nave de Javote y los “colosos” encalló en el fin del verano. Acaso por prevención ante la “victoria” mileísta que supuso estabilizar la inflación en torno a 2,5%, el análisis político y económico, incluida buena parte de la heterodoxia y la centroizquierda, se acomodó en la previsión de que el esquema de atraso cambiario duraría al menos hasta las elecciones de octubre.
Los vaticinios de estabilidad y triunfo electoral de La Libertad Avanza anegaban el ambiente. Otro pronóstico equivocado que esta vez coincidió con el proferido por la Casa Rosada, por lo cual no mereció comparaciones con la fauna.
Con el nuevo año, las reservas del Banco Central desbarrancaron y la inflación de marzo resultó 3,7%, el doble de lo que habían arriesgado el presidente y su ministro. Comenzó a revertirse la recuperación del poder adquisitivo de los salarios producto de la relativa estabilidad, que no obstante todavía estaba lejos de subsanar lo perdido en el primer semestre de 2024. El consumo masivo sigue en caída, incluso comparado con meses de precipicio del año pasado.
Las habladurías sobre los efectos mágicos del congelamiento de los pesos circulantes y la inflación como un fenómeno estrictamente monetario hacían agua y “el topo” –otra de sus autodescripciones– perdía tiempo en agraviar a homosexuales como pedófilos y a víctimas del terrorismo de Estado, aunque lo ganaba en su esfera íntima para la promoción de presuntas criptoestafas y encuentros tarifados.
Allí iba Milei a recibir un premio berreta en un salón de Mar-a-Lago, con Caputo celular en mano para registrar un abrazo tentativo con Donald Trump.
El naranja no apareció, pero sí lo hizo el Fondo Monetario Internacional (FMI).
El FMI siempre está
Principio de revelación. No importa si se trata de una dictadura que desaparece gente, como la de 1976, o un gobierno democrático peronista, como el de Carlos Menem, o antiperonista, como el de Fernando de la Rúa. O si quien pide auxilio es un presidente que aumenta el déficit fiscal, como Mauricio Macri, o lo recorta con motosierra, como Milei. La invariante indica que cuando en la Casa Rosada hay un proyecto de derecha, preferentemente “promercado”, el FMI asiste con miles de millones de dólares. O serán decenas de miles de millones si el negociador es Caputo, por fuera de toda lógica económica y normativa del organismo multilateral.
La impunidad que los Milei se dan a sí mismos y en la que colaboran los shows oficialistas en televisión y los principales portales les permitió celebrar como un triunfo la acumulación de otros 20.000 millones de dólares a la deuda externa.
El gobierno intentó convencer a la población de que todo fue minuciosamente planificado. Que no se acudió al FMI a la desesperada, para evitar un default tras otra aventura de carry trade, sino que fue una genialidad de los domadores de mandriles.
Fue la forma que encontró de eludir lo evidente. Si el organismo no acudía al rescate, o si el anticipo del préstamo era por una cifra normal para los antecedentes, unos 5.000 millones de dólares, la dinámica devaluatoria y de pérdida de reservas se habría acelerado y el Tesoro se habría visto en dificultades para pagar los vencimientos de mediados de año.
Suena rara la tranquilidad impostada por Milei, porque alguien que pisa sobre seguro no viaja a Florida a buscar una foto con Trump en una cumbre organizada por una empresa de mudanzas y un evangelista salvadoreño para recaudar fondos para quién sabe qué.
Menos anecdóticamente, un equipo de exitosos no mira cómo se pierden 8.000 millones de dólares en reservas brutas en tres meses ni supedita el levantamiento del cepo a tres condiciones: inflación de 1,5% (en abril fue 2,5 veces ese umbral), que la base monetaria coincida con la base monetaria amplia (no ocurrió) y “resolver el problema de stock del Banco Central”. De tres requisitos, sólo se cumplió uno, el del Banco Central, y fue gracias a un préstamo patológico del FMI. Milei tuvo la suerte de que en las cinco horas en que se hizo entrevistar por Alejandro Fantino no hubo espacio para una pregunta sobre un compromiso difundido hasta hace semanas.
Y, sin embargo, como ocurrió en el comienzo del gobierno, cuando la inflación comenzó a ceder a un ritmo no previsto tras la estampida inicial, es probable que los Milei saquen crédito de otro desbarranque anunciado.
El pronóstico unánime fue que el libre acceso a dólares para individuos dispararía una devaluación de 15% por lo bajo, o de 25% hasta poner al Banco Central ante el estrés de vender los dólares que prestó el Fondo, con el consecuente repunte inflacionario.
Falta correr mucha agua, pero los datos preliminares indican que el inédito desembolso de 70% del préstamo del FMI en el corto plazo tendrá un efecto disuasorio para la compra de dólares.
Nadie debería cantar victoria, porque los movimientos en el mercado cambiario son endiablados tanto por razones internas como externas, como bien saben los funcionarios de Macri que ahora militan con Milei. Ya lo vieron en 2018 cuando el FMI les comenzó a girar el megapréstamo de 44.500 millones de dólares, y lo que se celebraba un día como un éxito por apreciación de los bonos y calma cambiaria se padecía al siguiente como una fuga hacia la nada.
Caputo vuelve a la senda que lo identifica: otro episodio de carry trade en el que los inversores se benefician de altas tasas en pesos hasta alcanzar una reproducción del capital inicial que, al ser convertido a dólares, brinda una rentabilidad en moneda dura única en el mundo. Con Macri el esquema duró dos años; con Milei, uno. Se abre una nueva temporada que –vuelven a coincidir los economistas– se extenderá al menos hasta octubre.
Detrás de la bicicleta, un país
Detrás de estas bicicleteadas, hay un país. Tener uno de los Big Mac más caros del mundo ocasiona problemas sistémicos en la economía real. Las importaciones se vuelven baratas; las exportaciones, caras. La industria cruje mientras las silobolsas engordan a la espera de una mejor cotización; los turistas argentinos viajan al exterior y los extranjeros ralean.
El peso tuvo en días pasados otra ronda de apreciación y los precios, otra de aceleración. Si todo sigue así, Argentina pasará de ser un país caro a uno ridículo, mientras salarios y jubilaciones encuentran su poder adquisitivo en su nivel más bajo de las últimas décadas. Y todo ello sin detener la dinámica de pérdida de reservas en el Banco Central.
A la luz de los antecedentes de los protagonistas, cabe preguntarse en cuánto tiempo volveremos a hablar de otro préstamo récord del FMI que se evaporó.
En este marco, el país inicia una campaña electoral con múltiples estaciones. En el mejor escenario para el Ejecutivo, viene un bimestre con inflación muy lejos de la meta mensual establecida por el propio mandatario de entre 1% y 2%, aunque podrá volver a montar una narrativa de tendencia a la baja hacia la cita que cuenta en serio: las legislativas nacionales de octubre.
Aun en ese caso, se impone tomar distancia de las predicciones sobre una victoria de La Libertad Avanza, no sólo sostenidas por usinas oficialistas, sino también por otras en apariencia opositoras, que una y otra vez vuelven al lugar de la resignación o el confort de acomodarse en la disidencia aceptada.
Con mucho más peso de los servicios y el transporte en detrimento de los alimentos en la composición del gasto de los hogares, menos trabajo y más precario y un Estado que abandona su tarea con premeditación y alevosía, la reacción política de los segmentos bajos y medios bajos es una incógnita. Dados los yerros en las encuestas durante la última década, conviene tomarlas con cuidado.
La hipótesis de una corriente que ve en Milei un redentor contra el sistema, tan difundida en los medios y el mundo consultoril, podría tener asidero, o todo lo contrario. También podría ocurrir que el sector más desfavorecido de la población vuelva a detectar los cantos de sirena de quienes cuentan con auspicios para publicitar paraísos individualistas y terminan hundiendo a generaciones bajo los escombros de una deuda fugada.
Claro que todo sistema democrático necesita una oposición edificada a la hora de asistir a las urnas. Cada paso que dan los Kirchner parece ir en la dirección de defender su cuota de poder simbólica y la contante y sonante antes que la construcción de un proyecto alternativo. Pasa el tiempo, pero nadie sabe si sus desafiantes en el campo opositor, y en el peronista en particular, tienen la altura suficiente para dar vuelta la página.
Las elecciones legislativas de 2021 traen a la mente otro cuadro posible. Si en el peronismo prima el ensimismamiento y la pelea estéril que perpetúa el statu quo, si lo que hay para ofrecer es la añoranza de “12 años maravillosos” –que no sólo no fueron tales, sino que un cuarto electorado ni siquiera los vivió por edad–, los cantos de sirena de la derecha liberal no son una opción, pero sí lo es la retracción: no votar o votar al que más grita o el que mejor tiktokea.
En ese escenario, el resultado será nítido, porque si algo demostraron antes Macri y ahora Milei es que tienen a su base electoral movilizada.
Nota publicada originalmente por elDiarioAR.com.