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Ni putas ni santas: libres

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A comienzos de abril vino Delia Escudilla a Montevideo para dar su charla “Enfermedades y secuelas de la prostitución” en Casa de Filosofía (ver “Saciar su machismo” en la diaria del 18/4/2018). Delia es argentina, tiene 53 años y se presenta como “sobreviviente de la esquina”, en alusión a su capacidad de poder salir de la prostitución y seguir viva. Por una semana compartimos casa, cuarto, charlas, salidas. Ella siempre tenía algo para contarme; a veces en medio de una anécdota empezaban a brotarle las lágrimas, otras, teatralizaba una situación, modulaba el tono de voz, y al final ambas terminábamos riendo aunque fuera algo extremadamente triste. De repente, pasaban las horas y nosotras seguíamos hablando de la prostitución y los puteros (los que pagan por sexo): había una imperiosa necesidad de explicar y de entender. Llegaba un punto en que me decía: “¿Vamos a dejar de prostituirnos?” y tratábamos de cambiar de tema, pero rápidamente y sin percibirlo, volvíamos a lo mismo. Tanto silencio obligado en la esquina la empujaba a decirlo todo. No eran sólo palabras: también su cuerpo narraba una historia, de dolores, sufrimientos psíquicos, pánico, cáncer, resistencia, lucha.

“¿Por qué la prostitución no es un trabajo?”, le pregunté. “Porque atenta contra los derechos humanos de las mujeres y travestis, porque enferma, porque deja secuelas terribles y porque en ningún trabajo te penetran, te lastiman, abusan de vos, te mean, te escupen, te violentan”. “Pero vos eras autónoma, ¿verdad?”, acoté. “Yo no tenía fiolo ni un marido que se quedara con la plata. Iba y volvía a mi casa. Me fui a la esquina en plena crisis, luego de quedarme sin trabajo, con tres hijos. La autonomía no existe; en un cuarto y arriba tuyo, el que tiene el poder es el tipo, no hay regulación que te salve”.

En sus comienzos Delia participó en la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar) y, al igual que sus compañeras de entonces, defendía el “trabajo sexual” mientras seguía parada en la misma esquina en la que permaneció por siete años. Tras el cáncer de útero y un brote psicótico, comenzó a replantearse sus posturas, viendo en retrospectiva cómo había sido su vida, qué oportunidades se le habían negado, cuántos hombres habían abusado de ella antes de que llegara a la prostitución y cuántos seguían haciéndolo a cambio de dinero. Fue entonces que decidió irse de Ammar y comenzar a luchar por la abolición de la prostitución, al dejar de considerar que esta constituía una opción para ella o para cualquier mujer. Hoy en día, a todos los lugares que va lleva una pancarta que dice: “Soy abolicionista porque fui la puta de todos”.

Delia no fue la única que se fue de Ammar (en la actualidad, la organización tiene tres procesadas por proxenetismo y un gran lobby a nivel mediático y político); también lo hicieron otras compañeras, como Graciela Collantes, quien había sido una de las fundadoras en 1995. A raíz de una multitudinaria asamblea, en la que 90% opinó que la prostitución no era un trabajo y que deseaba salir de ella, Graciela y otras mujeres decidieron atender a lo que había planteado la mayoría y en 2003 crearon la Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos. Desde entonces, esta organización abolicionista ha luchado incansablemente contra la represión policial, ha generado espacios de formación y de inserción laboral, le ha reclamado al Estado políticas públicas que apunten a generar oportunidades laborales, acceso a la educación, a la salud, a la vivienda, reparación a las víctimas de trata y explotación sexual, al mismo tiempo que acompañan los procesos de las compañeras que aún se encuentran en situación de prostitución. En este recorrido han logrado grandes avances.[^1]

¿Qué significa esto? Primero que nada, que no hay un solo camino para la organización y la concreción de las demandas de las mujeres y trans en situación de prostitución. No hay tampoco una sola voz, aunque tendemos a escuchar a aquellas que tienen más prensa y cuyo discurso es menos difícil de digerir (porque la violencia sexual nos interpela a todos). Algunas sobrevivientes consideran firmemente que la prostitución no debería existir, que es una forma extrema de violencia de género, y militan cotidianamente por ese fin, no desde la intelectualidad, sino desde el cuerpo, ese mismo cuerpo que reivindican suyo y ya no más del mercado del sexo. ¿Esas voces no cuentan?

Dejemos la escucha selectiva y comencemos a preguntarnos por qué nos cuesta tanto enfrentarnos a la violencia masculina, en especial cuando involucra la sexualidad. Quizá estemos frente a un nudo fundamental en lo que respecta a nuestra opresión.

Como feministas solemos decir que queremos cambiarlo todo. ¿Por qué no habríamos de meternos con la industria sexual? ¿Ese es el límite de nuestra liberación? ¿Somos capaces de elaborar, entre todas, alternativas que beneficien a las mujeres y trans en situación de prostitución, sin alimentar el millonario negocio del sexo y reafirmar la masculinidad hegemónica?

Cuando prostituyen a una, nos prostituyen a todas

Entrando en el debate trabajo/no trabajo, hay un punto que considero fundamental: nuestra sexualidad no tiene el mismo significado que la sexualidad masculina. Además, el “uso” de los genitales (que no es exclusivo, porque en la prostitución se involucra el cuerpo entero y la subjetividad de la persona prostituida) no es comparable con el “uso” que se les da a otras partes del cuerpo en los distintos trabajos. ¿Por qué? Porque la sexualidad de las mujeres ha sido expropiada y controlada por la masculinidad (desde el Estado, la iglesia, la escuela, la familia) desde tiempos remotos (esclavitud sexual, intercambio de mujeres, casamientos forzados). Se trata, así, de una sexualidad que nunca fue nuestra y siempre estuvo programada y reglada en función del otro.

En la prostitución esta característica se profundiza: el cuerpo de la mujer no es más que un canal para alcanzar el goce narcisista del varón, independientemente del goce de ella, porque ella es anulada como sujeto deseante desde el momento en que es transformada en mercancía. Esto conduce, entre otras cosas, a la disociación del cuerpo y la mente, como mecanismo de defensa frente a las reiteradas agresiones sexuales.

Obviar esta diferencia –entre trabajo y prostitución– es igual a comparar las muertes de hombres (en manos de otros hombres) con los feminicidios, o sea, una falta de análisis con perspectiva de género, o una gran carencia de empatía.

Por otro lado, vincular la crítica que hace el abolicionismo con la moral cristiana (“la sacralización de la vagina”) es un gran error conceptual. Desde la Edad Media la iglesia católica ha propagado la concepción de la prostitución como “un mal necesario” (leer a San Agustín) que permite contar con un arsenal de mujeres que sirva para saciar las ansias de dominación masculina de los hombres y pueda asegurar la continuidad de la familia (preservando la figura de la mujer “honesta” que esa institución exige). La monarquía, junto con la iglesia, llevaba adelante prostíbulos legales en toda Europa, de los cuales obtenía importantes réditos económicos. Iniciativas como estas se repiten en diferentes momentos de la historia. La moral cristiana es precisamente la que divide a las mujeres entre putas y santas, Evas y Marías; una de las responsables de que exista y se sostenga la prostitución. Cualquier iniciativa por legitimarla está más cerca de la moral cristiana que cualquier planteo del abolicionismo.

Es importante animarse a romper los mitos androcéntricos. La prostitución no libera ningún tabú, más bien todo lo contrario: la mayoría de los hombres que pagan por sexo van a descargar en las mujeres y trans en situación de prostitución sus fantasías reprimidas (alimentadas por el porno), de modo de poder continuar con su familia y con su esposa (ya sea porque esta les puso un límite –que pueden transgredir con la prostituta porque ellos son los que pagan–, o porque les resulta impensable siquiera plantearle tales deseos a alguien a quien “quieren” y que es la madre de sus hijos). Es, por tanto, una institución sumamente conservadora, que reafirma que existen mujeres de primera clase y otras de segunda. Nada mejor para el patriarcado que mantenernos divididas.

El mensaje que da al conjunto de las mujeres es claro: “todas son prostituibles”, “el consentimiento se compra”, “si hay dinero no hay violencia”, “las mujeres están en el mundo para satisfacer los deseos de los hombres”; por eso no se trata de una cuestión individual ni que involucre exclusivamente a aquellas personas que pasaron o pasan por la experiencia: nos afecta a todas. Sugiero que se haga una rápida visita a sitios y foros donde se puntúan y comentan experiencias con mujeres en situación de prostitución; se encontrará calificativos como “carne”, “mercadería” y aspectos resaltados como positivos que refieren a la docilidad de la mujer, su capacidad para aguantar el dolor, su aspecto infantil, su nacionalidad. Esa es apenas una imagen de cómo ven los hombres que pagan por sexo a las mujeres en situación de prostitución y, por extensión, cómo ven y cómo se relacionan con las mujeres en general.

Es importante que cuando hablemos de este asunto tratemos de no hacernos trampas entre nosotras y de correr el foco de quienes se benefician de la opresión hacia quienes quieren acabar con ella. Criticar al sistema prostituyente implica atacar a puteros y proxenetas (y toda una red de complicidades y beneficiarios que giran a su alrededor), no a las mujeres y trans que están en situación de prostitución. No cuestionamos su derecho a hacer con su cuerpo lo que quieran, pero sí el derecho de los hombres a hacer con nuestros cuerpos (los de todas) lo que quieran y al Estado que lo garantiza.

Otro mito, vinculado con el pensamiento liberal, es el de la libre elección. El que elige siempre es el que tiene poder para hacerlo. Quienes dicen que “eligen” a los puteros, en realidad, están eligiendo entre aquellos que antes las eligieron a ellas. Y esos que no son “elegidos” van a buscar a otras mujeres, en situación de prostitución o de trata, en peores condiciones, que no pueden elegir (por su extrema vulnerabilidad). Y la violencia se perpetúa de cualquier forma. A las pruebas me remito: en un país donde el “trabajo sexual” es legal, no dejan de proliferar los prostíbulos clandestinos, en barrios periféricos, en el interior, en bares, en cantinas, ¿o a dónde creen ustedes que van a parar las adolescentes que desaparecen? Es curioso que, cuando cumplen 18 años, esas mismas gurisas dejan de ser consideradas víctimas de explotación sexual para pasar a ser llamadas “trabajadoras sexuales”... ¿Les suena lo del Estado proxeneta?

Es muy conveniente para el capitalismo que se crea que las mujeres eligen, incluso que les gusta (argumento machista de toda la vida); de esta manera el proxenetismo deja de ser visto como una mafia y pasa a formar parte del empresariado –no hay que olvidar que la industria del sexo es la segunda más poderosa del mundo, luego del comercio de drogas–, a la par que se silencian todas las violencias a las que son sometida la mayoría de las mujeres y trans en situación de prostitución bajo el argumento de que ellas “lo eligieron”.

Para terminar, me parece importante señalar que en todos los casos se hace por necesidad, y la necesidad puede ser un plato de comida o pagarse un pasaje a Europa; no hay que olvidar que el capitalismo genera necesidades constantemente, pero son necesidades al fin y si no las hubiera (del tipo que sean), no mediaría dinero en la relación sexual. Sabemos, sin embargo, que la mayoría de las mujeres y trans en situación de prostitución son pobres y vienen de una cadena de vulneraciones previas. La prostitución se encarga de reforzar estas asimetrías de género y de clase (el que tiene el dinero y el privilegio social que le permite acceder al cuerpo de mujeres y trans, de un lado, y quien tiene la necesidad de conseguir el dinero y la desventaja social de que su cuerpo sea considerado rentable, del otro) y es una máquina de producir desigualdad, incompatible con el feminismo.

Eva Taberne es militante feminista y licenciada en Letras.

Este texto es respuesta al de Isabel Cedrés “Ni tan santas ni tan putas”, publicado en la diaria el 28/5/2018.


Para conocer más: https://amadh.org/.

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