Lo primero que hay que hacer ante una obra como Los desbordes desde abajo. 1968 en América Latina, de Raúl Zibechi, es celebrar. No es sencillo en nuestro país hacer una publicación sobre esta temática, y la obra viene muy bien para pensar y hacer (¿para qué, si no, es que escribimos desde posiciones críticas al orden establecido?). También es necesaria para conocer los impulsos y los “desbordes” de los colectivos que imprimieron un sacudón a la década del 60 del siglo pasado. De esa manera, podemos leer sobre el movimiento estudiantil en Uruguay, los campesinos en Colombia, el trabajo desarrollado por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en Santiago de Chile, la forma y algunos porqués de la organización cooperativista en Lara, Venezuela, y cómo las organizaciones de base de origen cristiano fueron importantes para la construcción de movimientos sociales en buena parte de América Latina.
Uno de los aspectos más relevantes del texto que estamos comentando es el de rescatar al movimiento katarista. Es importante para evidenciar la disputa que mantuvo en una institución que hasta el día de hoy sigue siendo hegemonizada por posiciones que mantienen el sistema imperante: la universidad. Fue en ese lugar que comenzaron a disputarse las ideas a sectores que entendían de forma dogmática al marxismo. No renunciaron a los saberes acumulados en la universidad, sino que los leían e interpretaban con sus modos de vida, con sus lecturas previas; con sus ojos, en definitiva. Y no aceptaban las lecturas eurocéntricas, que sólo conocían los acontecimientos y realidades europeas y silenciaban (conscientemente o no) la historia y los acontecimientos de las periferias.
También quisiera rescatar el proceso del quilombismo. Es clave conocer más a fondo el proceso de la República do Palmar, en donde los africanos (convertidos en esclavos –es decir, en mercancías– por los mercenarios europeos) formaron una sociedad apartada de la sociedad colonial portuguesa. Conocer cómo los negros convertidos en esclavos aplicaron formas de lucha para resistir los tratos inhumanos de sus amos, cómo escaparon de los controles ejercidos por la codicia capitalista.
Ahora bien, quisiera referirme a algunos aspectos del trabajo de Zibechi que me merecen algunas observaciones. Empecemos por este último punto: la importancia de historiar los procesos que llevaron adelante los negros que eran obligados a venir a trabajar a América. Hay un gran silencio respecto del papel jugado por la esclavitud moderna en el sistema que hoy es hegemónico. No es nada común que se maneje la idea que permita asociar a la esclavitud con el desarrollo del sistema mundo capitalista.
Pese a que existieron diversas formas de esclavitud a lo largo de la historia, hoy el sentido común asocia a esclavo con negro. Y no es casual: existió toda una maquinaria del saber/poder para que se asociara de esta manera. Y esto fue necesario para explotar la fuerza de trabajo de los africanos, que eran tratados como bestias.
Como podemos apreciar, el silencio respecto de estos procesos históricos no es casual y más bien tiende a legitimar un orden social y mundial que comenzó a definirse con la explotación de la mano de obra esclava moderna. En este sentido, no llama la atención el silencio sobre un acontecimiento que sin dudas causó terror y resquebrajó lo que podían pensar las clases dirigentes tanto europeas como americanas: la Revolución de Haití (1804). Esta revolución sí tuvo incidencia mundial (contradiciendo a Immanuel Wallerstein). ¿Cómo? Intentaremos ser breves. Dicha revolución rompe el intento y la pretensión de los europeos por universalizar la razón, la libertad, la igualdad y la fraternidad, pretensión que fue llevada a cabo en 1789 y los años posteriores. El discurso iluminista de los siglos XVIII y XIX se expande a todo el mundo luego de que las potencias europeas lograron despojar innumerables riquezas del continente americano y luego de cometer el mayor etnocidio de la historia: la aniquilación de buena parte de la población africana.
En definitiva, los seres menos esperados, los de más abajo, los nada, se rebelan ante una potencia como Francia y logran controlar el territorio. En 1805, los revolucionarios promulgan una Constitución. El artículo 12 planteaba lo siguiente: “Ninguna persona blanca, de cualquier nacionalidad, pondrá pie en este territorio con el título de amo o propietario ni, en el futuro, podrá adquirir propiedad aquí”. El artículo 14 decía que todos los habitantes de Haití pasaban a ser considerados negros (no importaba su raza). ¿Se imaginan lo que habrá significado esto para los sectores dominantes?
Desde ese momento, los sectores dominantes europeos y sus pensadores de principios del siglo XIX tuvieron como referencia a dicha revolución. El caso emblemático es Hegel, quien en un pasaje clave de su obra Fenomenología del espíritu plantea la dialéctica del amo y el esclavo. Esta obra fue escrita en 1807, es decir, apenas tres años después de producida la revolución de los esclavos que derrocaron a los amos. Como sabemos, Hegel ha influido a grandes pensadores críticos como Karl Marx, Walter Benjamin, Theodor Adorno, Marc Bloch, etcétera. Y a su vez, estos han influido a otros pensadores, como Wallerstein, David Harvey, entre otros. Es decir que, de alguna manera, los esclavos africanos que llegaron a Haití han influido con sus acciones y sus ideas (¿acaso el artículo de la Constitución que citamos no es una idea revolucionaria hasta el día de hoy?) a buena parte de los pensadores críticos y a buena parte de los movimientos antisistémicos. Pero, ¿estamos preparados para aceptar semejante situación? ¿Es posible que desde una periferia del sistema-mundo se influya en el centro de ese mismo sistema? ¿Es posible que los esclavos hayan hecho esto?
Esta última pregunta dispara la segunda duda respecto de la obra de Zibechi. Como podemos leer en la obra, el 68 en América Latina no comenzó en 1968, sino en 1959, con la Revolución Cubana. Entonces, ¿por qué hablar del 68 en América Latina? ¿No estamos siguiendo la periodización de acontecimientos que surgieron en países centrales? Porque, quiérase o no, el 68 se identifica con esos lugares.
Quizá podamos repetir el esquema de lo que sucedió con la revolución haitiana y decir que los acontecimientos que ocurrieron en América Latina desde fines de los 50 y principios de los 60 (Revolución Cubana, el llamado de la iglesia y su opción por los pobres –que se convirtiera en la Teología de la Liberación–, la teoría de la dependencia) dan paso al 68 en los países centrales. De esta forma estaríamos reconceptualizando las influencias, estaríamos repensando los lugares de las influencias a nivel del sistema-mundo.
No nos hagamos los inocentes –y, menos aun, los neutrales–: este cambio (si se acepta) nos posiciona a los latinoamericanos en un lugar de fuerza, de creadores o de poder influir con nuestras acciones a nivel de la centralidad del sistema-mundo. Reescribir la historia, reposicionar los hechos, permite leer el mundo de otra manera. De allí la importancia de releer y reescribir la historia, de intentar aportar nuevas miradas y concepciones que quiebren esquemas que parecen estar establecidos desde lo que Aníbal Quijano ha denominado la colonialidad del poder/saber, y que tienen su influencia en los autores y lugares menos pensados.