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Luchas por la memoria: lo emergente y lo subterráneo

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Un tribunal de honor que aparece a la luz pública, documentos desclasificados que prometen nuevas confirmaciones sobre lo siempre denunciado, militares retirados que “de pronto” se vuelven activos políticos de derecha y declaraciones militares que muestran la difícil conciliación entre la actitud políticamente correcta y una visión militar reaccionaria de los espacios sociales de pertenencia pueden ser consideradas inevitables rémoras de algo ya pasado, quizá una sucesión de eventos en los márgenes de los problemas reales de la sociedad actual. La lectura que aquí se sostiene –con los riesgos habituales de ser considerada “ideologizada” y, por tanto, no “técnica”– es que tales eventos constituyen la parte visible de dinámicas de dominación profundas.

Y si se habla sociológicamente de dominación, esto también quiere decir aceptación por una parte de la sociedad de la actitud de complicidad, indulgencia o incapacidad –según los casos– de la mayoría del campo político para moverse con el tema. Tales eventos desnudan, asimismo, la mano latente o subyacente represora del Estado, frecuentemente invisibilizada cuando no se trata de problemas de delincuencia y de las dificultades que han encontrado movimientos y organizaciones sociales para proyectar memoria y derechos humanos como una cuestión de futuro y no solamente de pasado.

Por supuesto, no se trata de un problema exclusivamente uruguayo, sino latinoamericano. Porque, siempre debe recordarse, hay una especificidad regional geopolítica (capacidad de incidencia directa e indirecta negativa de los intereses de Estados Unidos) y geoeconómica (tendencia a reproducirse como mera suministradora de materias primas para la economía-mundo) en que el tema objeto de estas líneas también encuentra respuestas. En este sentido, las disputas por la memoria también deben entenderse como luchas contra el olvido de luchas que se dieron contra la reproducción de estas dos cuestiones centrales que nos siguen afectando.

Dicho esto, lo medular aquí es aproximarse a la reproducción de las estructuras de dominación aludidas. Y para ello puede ser útil traer el planteo del sociólogo sueco Göran Therborn, en un trabajo que ya tiene algunos años: La ideología del poder y el poder de la ideología. Allí analizaba en forma general (no para este tema específico) la “función” de la ideología en la organización, mantenimiento y transformación del poder en la sociedad. Más allá de los enormes debates conceptuales posibles, Therborn planteaba tres formas de cualificación de los sujetos o “líneas de defensa” que operan en el mantenimiento de estructuras de dominación.

La primera es la línea de la negación y/o el desconocimiento. Llevado al tema, podría decirse que a lo sumo se admiten determinados hechos particulares, pero se niega que existan la mayoría, y menos una dinámica sistemática de eliminación de cualquier forma de disidencia. Por ejemplo, es la idea de “excesos” ante acciones necesarias que prevaleció después de la dictadura y que se mantuvo con otros nombres.

La segunda puede caracterizarse como no negación, pero en el marco de una vía de responsabilidades compartidas y comprensión hacia la clausura. Es la perspectiva de que en determinadas condiciones la gente hace cosas que no haría en situaciones “normales”. Se acepta que el Estado ha intervenido promoviendo dinámicas de tortura y desaparición, pero también se trata de ver lo que ocurrió “del otro lado”. Así es que sólo cabe una actitud de comprensión, incluyente, y punto.

La tercera línea puede caracterizarse como de reconocimiento de lo injusto pero sin posibilidades de un orden más justo. Se concede que existió una política estatal de terror, se llega a admitir incluso que fue injusta y que el tema está aún pendiente de resolverse. La integración social hacia el futuro pasa a estar en una actitud “generosa”. Además, ya no es posible otra acción, porque todo fue “laudado” en las convocatorias a la ciudadanía.

Si se retoma lo del principio, puede decirse que los eventos de 2019, emergentes de un proceso social más extenso y más de fondo, marcan que las dos primeras líneas de defensa de las estructuras de dominación montadas con el tema crujen cada vez más. Para el campo político, cualquiera sea el partido que gane las elecciones, la apuesta será a la tercera línea de defensa: intentar una vez más el cierre apelando a la idea de generosidad y futuro.

Una vez más, recaerá en organizaciones y movimientos sociales la capacidad de ampliar la mirada de un tema que implica responsabilidades y complicidades que no se cierran porque aparezca “algo”. Como se dice desde la sociología de la memoria, se trata de hacer que la memoria reaflore, devolverle dignidad, permitir que se abran ángulos de enfoque distintos. Y se podría agregar que, en el actual contexto latinoamericano, se trata de contribuir a que la sociedad genere defensas frente a dinámicas de dominación que procuran encapsular la problemática de la memoria y derechos humanos como una cuestión de la prehistoria sin proyección de futuro.

Alfredo Falero es docente e investigador del Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República.

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