La historia es conocida, repetida hasta el hartazgo, y amenaza con nuevas temporadas. Alguien creyó bueno para el Frente Amplio (FA) promover la candidatura de El Gucci, un ajeno a la política cuyo valor político sería poseer un capital social acumulado en el campo artístico. Desde la colectividad de mujeres de izquierda y feministas se movilizó una rápida oposición, fundada en el carácter machista y patriarcal de la presencia pública del músico y en que el artista fue objeto de denuncias por violencia sexual. Finalmente Daniel Martínez zanjó el conflicto bloqueando la presencia del músico en listas del FA. Entre enojos y amenazas termina la historia, aunque no sus posibles significados. Uno de ellos es la buena noticia de ver vulnerable a la machirulocracia.
Machirulocracia nombra la manera en que se organiza, ejerce y reproduce el poder político. Es un estado de la materia política. Su existencia se revela apreciando que para las mujeres resulta conversado, trabajoso, forzado y provisorio lo mismo que para nosotros los varones es automático y natural. Por ejemplo, eso de encabezar una lista. El déficit de representación de mujeres en cargos de conducción política no se explica por las libres preferencias de la gente, sino por los sesgos de los partidos al construir la oferta, sus listas.1 Machirulocracia es monopolio de decidir arbitrariamente quién sí y quién no accede, dedo invisible y amigo, hacedor de diputaciones y cargos de confianza, que estos días con la bajada de El Gucci encontró un límite.
Ese límite trae buenos aires en más de un sentido. En primer lugar reniega de hacer política mirando fijo la calculadora de votos. Golpea la cultura de abrazarse a culebras para ganar o mantener gobiernos. Distancia al FA del culto oportunista de la antipolítica que subyace a la búsqueda de candidaturas tipo Gucci. La idea de que cualquier ajeno es mejor que un político profesional es el núcleo duro antipolítico del discurso de los políticos tipo Novick, Sartori o Manini. Para terminar el recuento de virtudes, la decisión del FA rompe con la peligrosa tendencia a judicializar la política. El Gucci podrá no ser penalmente reprochable, pero eso no obliga a aceptar su candidatura. La reacción de Daniel Martínez repone dignidad política, afirmando que la marca FA no es una franquicia cuya representación se compra en el mercado. Dice que para representar al FA se necesita algo más que una abultada chequera de votos. Supone compartir un orden de identidades culturales y ser aceptado por representados y representadas.
La reacción del FA es buena noticia también porque es una reculada, una autocrítica actuada en medio de la escena electoral, con todos los focos alumbrando mientras la maldad busca alimento. Respaldar las razones de quienes impugnaron la candidatura de El Gucci es sacar al FA del confort de la fraseología antipatriarcal y empezar a compartir costos. Es asomarse a la línea de tiro elegida por la reacción internacional para disputar con los progresismos y las izquierdas: incorrección política y lucha contra la ideología de género. Es aplicar aquello de que la caridad bien entendida empieza por casa, y pisotear la machirulocracia también.
El gran mamarracho, para usar la categoría que colgó el presidente del FA en el pecho de este episodio, es la machirulocracia. El revolcón que acaba de sufrir es una buena noticia debido, en primer lugar, a la politización de las mujeres y la acción feminista. Este parate a la machirulocracia en el FA no hubiera ocurrido sin la conciencia expandida que dice basta a la violencia de género en todas sus formas.
Marta Lamas, en su libro Acoso: ¿denuncia legítima o victimización?, afirma que no hay poder que resista a una idea a la que le ha llegado su tiempo: “Hoy la idea que moviliza a millones de mujeres es ¡basta de acoso!. Un grito que canaliza y nombra al malestar, la indignación y la decisión de no soportar pasivamente las prácticas machistas, agresivas, discriminatorias, la doble moral...”. Este aire nuevo que movió un poco la política uruguaya durante la semana pasada sopla desde hijas, nietas y abuelas. Se recomienda acostumbrarse a andar con el pelo revuelto.