Opinión Ingresá
Opinión

Ilustración: Ramiro Alonso

Odio y pandemia, un drama comunitario

7 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

El control social y patriarcal se da sobre un Yo devaluado. Somos tan chiquitos y subvaluados, que todo sirve para reanimarnos.

Los trastornos narcisistas, incluido el narcisismo de las pequeñas diferencias, trastornos de personalidad de todo tipo, la lucha por el cargo por el cargo mismo y los múltiples mecanismos de envidia (sugiero releer Envidia y gratitud, de Melanie Klein) son indicadores de que debemos fortalecer los vínculos sociales, la comunidad. Abandonados al sufrimiento del alma, de los cuerpos individuales y sociales, no sanamos.

Hay una varita que parece mágica. Pruébenla. Cuando le decís a alguien “muy bien lo tuyo”. La gratitud, que es hija del espíritu solidario, quizás sea una vacuna poderosa. No sé si para esta pandemia. Pero para la otra, sin duda.

Se ha convertido en un lugar común afirmar que la izquierda perdió por subestimar la batalla cultural por la hegemonía. Le preguntaron a un hombre pobre de Ceará por qué creía que se había hecho realidad el sueño de su vivienda. Pensando, dijo “creo que ha sido un regalo de Dios”. Había sido fruto de un gran esfuerzo político y presupuestal de los gobiernos del Partido de los Trabajadores. Un reportero de C5N abordó a un señor maduro que había ido a despedir efusivamente al derrotado Mauricio Macri: este le dijo que era un ingeniero de una empresa que se había fundido. Estaba desocupado. Pero agregó: “Bien cerrada está mi empresa, porque era ineficiente”.

Las subjetividades se producen con políticas específicas, que contengan modificaciones en la forma de ver, sentir y estar en el mundo. “Los hombres luchan por su esclavitud como si fuera su salvación y no consideran una ignominia, sino un gran honor, dar su sangre y su alma para orgullo de un solo hombre”, decía Baruch Spinoza. Agréguese “y las mujeres”.

Los límites de la obra humana

La pandemia ha fijado los límites de la omnipotencia humana. Queríamos ser dioses y someter a la naturaleza, agredirla, explotarla, sacarle hasta el último gramo de energía. Todo en nombre del desarrollo. Desarrollo sin fin. Desarrollo a lo loco, como un único mecanismo de reproducción infinita, exponencial. Como la reproducción del virus. ¿Hasta cuándo? Y generalmente sin distribuir, porque la palanca de ese desarrollo está hecha inevitablemente de iniciativa privada y emprendedurismo mal entendido. De la libertad pensada sólo como libertad de mercados, de circulación de mercancías, capitales y bienes. No de la libertad de los pobres para circular y calmar el hambre que genera ese modelo. Para ellos, muros. Xenofobia y fascismo. El Mediterráneo como tumba, el desierto en la frontera del río Grande, los campos de concentración apenas disimulados… y Trump. Que se fue, pero no. El resurgimiento del fascismo y el racismo en boca de Vox y de todos los nazis revividos que han reconvertido el odio al judío y al negro en el odio a todo lo que los molesta.

El negacionismo trumpista y bolsonarista tiene como base un nuevo proyecto eugenésico. Que se mueran los pobres. Es darwinismo social en su más cruda etapa eugenésica. La pandemia también desata polémicas poco fructíferas, entre ellas, lo que se podría calificar de mecanismo de defensa: negar que existe.

Hay resistencias. Pero sería bueno revisar algunas premisas que nos han guiado y replantearnos concepciones. En primer lugar, uniendo fuerzas solidarias, con alegría, para enfrentar lo más cruel del capitalismo xenofóbico y cuasifascista. La indiferencia y la liviandad con que el mundo asistió al ascenso del nazifascismo costó más vidas que una pandemia. La peste parda está allí: la yegua que la parió todavía está en celo.

Falsa oposición

Cuidarse, cuidarnos y tomar medidas de reducción de la movilidad social no se opone necesariamente a una activa participación comunitaria en cuidados autogenerados por la propia comunidad. Se trata de un paralogismo de falsa oposición. Es necesario que la comunidad se empodere con el saber y con las estrategias de prevención y acción a nivel local, que son, por lejos, mucho más efectivas y refuerzan nuestra autoestima. Es una fisura que los dispositivos de control social no pueden soportar.

Un caso raro es el uruguayo: su gobierno decidió invertir y expandir la ayuda social bien poquito. La rigidez mental de este enfoque ya pertenece a otro tipo de patología del Yo: al narcisismo que sólo le gusta verse a sí mismo. Recurso este que paradojalmente nos habla, de nuevo, de un Yo falso o un Yo empobrecido.

La resistencia social hoy está amenazada por el miedo a la muerte, a la destrucción masiva, que nunca cesa. La humanidad ha enfrentado estas y otras pruebas de las que han quedado ejemplos heroicos en nuestras memorias. Recuperarlos y jugarse a los vínculos sociales, al espíritu solidario, a la alegría (sí, a la alegría, porque con tristeza no se construye nada) son componentes ya no de la utopía, sino de una topía aquí y ahora inevitablemente compartida.

Una revisión necesaria

Los planteos alternativos de desarrollo humano, ya sea con la propiedad colectiva (que en realidad fueron de un Estado burocrático y autoritario) de los medios productivos o con la competencia con el bloque capitalista, no han sido una salida humana y sustentable. El Estado de bienestar creado en Europa y copiado por algunos países de estas latitudes como modelo de desarrollo, incluso en gobiernos de corte progresista, han mostrado sus limitaciones e incluso sus retrocesos.

En América Latina y el Caribe, la máquina de los poderosos se mantuvo intocable, así como sus propiedades. Han vuelto por sus fueros, con más odio y más violencia. Algunos límites infranqueables de una política democrática en lo progresista, cuidadosa de los equilibrios macroeconómicos y sin tocar a los ricos, han sido un búmeran. No ha generado poder de los pobres. La crisis en Grecia, y las alternativas de tomar uno u otro camino radical, han mostrado el verdadero cruce de caminos de futuros gobiernos populares de intención democrática radical.

La izquierda y el progresismo han quedado atrapados en políticas que, si bien han combatido el hambre y la desocupación, no han podido construir ciudadanía, una comunidad para poder ser efectivamente libres.

El liberalismo económico, a partir de Friedrich Hayek y las cumbres de Mont Pelerin, ha contribuido a políticas bien específicas, en las que el mercado es la guía y el Estado es un enemigo retrógrado, y en nombre de la libertad se ha logrado desmontar el Estado de bienestar que caracterizó en un momento a las democracias occidentales.

La izquierda y el progresismo han quedado atrapados en políticas que si bien han combatido el hambre y la desocupación, no han podido construir ciudadanía, una comunidad para poder ser efectivamente libres, autónomos y autodefensores de nuestros propios derechos. Por lo menos, no lo suficiente. La agenda de derechos, la vieja y la nueva, ha servido para armar las mentes y los cuerpos.

Devaluación del Yo y mecanismos para su inflación

El Yo es un constructo de corte psicoanalítico. Discutible en el campo de la psicología, y en sus configuraciones del campo social y político mucho más.

La psicología no es una de las disciplinas más estudiadas para el análisis político y económico. A pesar de ello, en economía política, y no precisamente por parte de economistas de izquierda, se ha puesto sobre la mesa el peso de la psicología en las decisiones. Como afirma el economista Robert Shiller, la psicología importa mucho, las recesiones globales han comenzado de repente por “historias contagiosas de gran importancia”.

En psicología social hablamos de “vínculo” no como una relación entre tú y yo o entre nosotros, sino como lo que se produce, lo que se genera en el entremedio. Eso permite identificar algunos problemas no en términos unívocos: “esto es culpa tuya o mía”. Lo importante es la modalidad de vínculo. Que se construye. Y como se construye, se puede deconstruir. Definimos la forma peculiar en que los seres en comunidad vivimos, sentimos y percibimos como un modo de producción de subjetividad.

Esta producción de subjetividad hace a las políticas públicas, a los modelos culturales hegemónicos, a lo que se internaliza o no para ser sujetos sujetados o sujetos activos y autónomos. En este sentido, y desde una perspectiva de psicología crítica y alternativa, la idea de deconstruir un Yo construido desde los mitos, las subjetividades y las sustancialidades externas para construir uno más autónomo y diferenciador es todavía una deuda pendiente. Quizás una tarea política permanente.

La subjetividad no es un reflejo mecánico de lo “objetivo”, como en un tiempo afirmaban los malos manuales soviéticos. Es una construcción. Un desafío. No sólo cultural, como se suele decir. Tiene que ver con la materialidad, con la autogestión social y comunitaria, con hacer que la gente sea partícipe de lo que construimos y no simple beneficiaria de planes progresistas. Esto también vale para los consejos y las normas que dictamos para prevenir el contagio de covid-19. Porque si no siempre quedamos encerrados en el odio y la bronca por la gente que no cumple. El enfoque de la libertad responsable, muy coherente con la libertad de mercado y la mala metáfora del “malla oro”, encubre una mirada hemipléjica e interesada. ¿En qué? En preservar la economía. Que es loable si no fuera tan dogmática y sesgada. Porque el cierre total o parcial genera hambre, pobreza, desocupación y desamparo. En el mundo y bajo recomendación de organismos multilaterales, insospechados de sesgo izquierdista, recomiendan enfáticamente hacer uso de todos los recursos económicos y fiscales para proteger y sostener a los seres humanos. Por una razón muy sencilla: lo que se cae ahora luego es mucho más difícil recomponerlo. La Renta Básica de Emergencia, esa razonable propuesta que se ha demostrado sustentable, no ha sido siquiera de recibo para el gobierno.

Opio, paraíso y analgésicos

En el campo popular y de las izquierdas hay un capítulo crítico. Hemos visto y padecido el narcisismo de las pequeñas diferencias, el personalismo, el sectarismo y la “carrera política”, empresarismos y clientelismos, “barras” que llegan a la gestión y sufren del “síndrome del big bang” sin aprovechar el impulso de las gestiones anteriores. Hay un aspecto de esto que es subsidiario de un Yo devaluado y de recursos políticos e ideológicos mal desplegados, de pensar los recursos mediáticos como comunicación, sin ver que es la política el núcleo básico de toda comunicación.

Nancy Cardoso, pastora metodista y luchadora feminista, entrevistada recientemente por la diaria, identifica muy bien la producción de subjetividad que promueven y aprovechan las iglesias pentecostales. Se sostienen desde la base de algo que cierta visión de izquierda desdeña –“opio, paraíso, analgésicos”–, sobre esas necesidades, espirituales, que los materialistas mecánicos desdeñaron y se las dejaron a un fárrago de fariseos y charlatanes, ellos sí engañadores del pueblo.

La religión es el opio de los pueblos. Y sí, claro, todos necesitamos un poco de opio, y llamamos a nuestro paraíso “revolución” o “utopía”. O la libertad radical que profesamos algunos (no los seudoliberales del mercado): paraíso y libertad más absolutos, que no es otra cosa que libertad en comunidad. Como bien decía Rosa Luxemburgo en una cita que es toda una concepción socialista, libertaria y democrática radical: luchamos por un mundo en que seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres.

Milton Romani Gerner fue embajador ante la Organización de los Estados Americanos y secretario general de la Junta Nacional de Drogas.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesan las opiniones?
None
Suscribite
¿Te interesan las opiniones?
Recibí la newsletter de Opinión en tu email todos los sábados.
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura