La operación parece ser la siguiente: distraer para no hacerse cargo de la terrible y dramática situación que está viviendo el país: miles de contagios diarios y medio centenar de fallecidos (sin contar el desempleo, la caída en la pobreza de miles y miles, los alumnos que no pueden estudiar porque no tienen condiciones para conectarse).
Entre las formas de entretener y distraer está lo que rodea a la educación pública: un caballito de batalla infaltable. Es un campo que hay que destruir a como dé lugar. Cuanto más se lo golpea y critica, más posibilidades habrá para que algún gran empresario/inversor/malla oro pueda invertir en este negocio que deja jugosas ganancias. No son novedosos estos ataques. Hace décadas se vienen haciendo de manera sistemática. Pero ahora se han sumado pedidos de informes, aperturas de expedientes, revisión de expedientes ya cerrados.
Seguramente en un futuro cercano habrá pedidos de informes para investigar de qué color era el pañuelo que llevaba el o la docente o dónde se sacó una foto o qué estaba tomando o cómo estaba vestido o vestida. En breve van a pesar los gramos de las fetas del jamón y el queso de las medialunas o los refuerzos que se venden en los liceos. Y el lector que crea que esto es un disparate (que lo es) vaya a leer el reglamento de cantina que existió en la última dictadura, en el que se especificaba cuánto debía pesar cada feta e incluso ¡cuántos huevos debía llevar la pascualina!
Y recordemos que ya hay una propuesta de corte inquisitorial que juzgará qué libro usó el o la docente, qué enfoque dio en clase o en los materiales de estudio.
¿Pero por qué no redoblan la apuesta y proponen hacer lo siguiente? Así como en una famosa obra de literatura (la mejor), luego de darse cuenta de que la locura del personaje central había sido causada por la lectura de libros indebidos, decidieron prenderlos fuego a todos. En realidad, no a todos. Un ser humano era el responsable de semejante tarea (¿quizá porque era electo por el “ser supremo”?, quizá algunos crean que porque tienen unos miles de votos tienen derecho a proponer cualquier cosa que va en contra de derechos adquiridos hace décadas). Quizá tomando este ejemplo, se les ocurra alguna propuesta para continuar en la búsqueda de votos de los sectores conservadores de la sociedad y de esa manera continúen siendo tapa de prensa y sigan sus giras por los medios televisivos y en las redes hablen de ellos. Después de todo, la fama no es puro cuento, parece.
Sin dudas, la famosa/deseada/publicitada “libertad responsable” no aplica para todos. Y hay quienes pueden decidir qué está bien hacer y pueden formar un tribunal electo para decidir estas cuestiones. ¿Dónde queda la libertad entonces?
Esto de colocar a los docentes en el centro del debate público, con notas de prensa dominicales de gran tamaño, en las que las autoridades y los empresarios de la educación dejan ver lo que piensan sobre el tema, es un juego de la mosqueta, una pura distracción.
Las pésimas decisiones del gobierno están llevando a que medio centenar de uruguayos mueran todos los días. No perdamos tiempo en temas que imponen en la agenda estas usinas de los sectores dominantes.
Ahora bien, los que pretendemos cambiar la realidad que estamos viviendo deberíamos colocar nuestros esfuerzos e intentar ser precisos para percibir que lo importante está en otro lado (y no correr atrás de la pelotita que tienen en sus manos y ante un truco nos hacen creer que está en este o aquel vaso) y no discutir ni reproducir lo que estos sectores quieren que discutamos y reproduzcamos.
Las consecuencias de la pandemia y las pésimas decisiones del gobierno están llevando a que medio centenar de uruguayos mueran todos los días. No perdamos tiempo en temas que imponen en la agenda estas usinas de los sectores dominantes.
Discutamos y preguntemos, por ejemplo: ¿qué está haciendo el gobierno (contando, obviamente, con los diputados y los senadores) para disminuir el desempleo existente (250.000 personas se inscribieron para un empleo zafral)?, ¿hasta cuándo el movimiento popular y las organizaciones sociales (con muchos docentes comprometiéndose con esta tarea solidaria para horror de algún legislador) deberán sostener casi sin apoyo estatal las ollas populares donde comen miles de personas todos los días?, ¿cuáles son los beneficios –o quién los obtiene– de otorgarle a una empresa privada el monopolio del puerto por más de medio siglo?, ¿tiene algún plan para el retorno a clase de miles de alumnos al sistema educativo o cree que esto que estamos viviendo es suficiente?, ¿piensa recuperar este tiempo en el que miles de niños y jóvenes están teniendo nefastas consecuencias en lo pedagógico y en lo emocional?, ¿qué pasa con la salud mental en el país?, ¿qué pasa con aquella población que ya no accedía y que ahora está viviendo este drama social sin tener la herramientas necesarias para enfrentarse a él?
Las preguntas pueden seguir apareciendo, pero una nos parece que debe destacarse: ¿por qué los representantes nacionales (los que tienen responsabilidad de gobierno especialmente) no intentan solucionar estos problemas, en lugar de perder el tiempo con sandeces que en estas circunstancias parecen una mala burla a la sociedad?
Héctor Altamirano es docente de Historia.