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Afganistán: historia, causas y consecuencias de la mayor derrota norteamericana de la historia

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Se suele hablar de Afganistán como la tumba de los imperios. Siendo uno de los países más pobres del planeta, en las últimas cuatro décadas derrotaron a las dos mayores potencias posteriores a la segunda guerra mundial que ocuparon el país y debieron retirarse en forma vergonzosa. En el caso de la Unión Soviética su derrota coincidió prácticamente con su disolución como país socialista y luego con la caída de todos los países aliados de Europa del Este, dos hechos que suelen ser vinculados, aunque obviamente el proceso es mucho más antiguo. En el caso de los EEUU, aunque la retirada es muy reciente, pues se concreta en agosto de este año, ya está provocando debates sobre si habrá cambios en la política exterior y su ya tradicional intervencionismo militar. Es decir, las derrotas de Afganistán detonan debates a veces trascendentes en los países agresores, en ocasiones con implicancias internacionales. En esta nota se espera abordar estos temas, analizando las historias, los factores implicados, militares, económicos y también sus posibles impactos en la geopolítica y el nuevo equilibrio de la economía mundial en redefinición. También se pregunta si estos cambios podrían impactar en América Latina.

Gobierno progresista en Afganistán (1973) y la ocupación soviética (1979–1989)

Los antecedentes de este proceso deben buscarse en 1973 cuando un militar prosoviético, primo del rey, protagonizó un golpe de estado que destituyó la monarquía y puso en el gobierno al Partido Democrático de Afganistán (PDP) donde él ocupó la presidencia. El gobierno estableció fuertes vínculos con la URSS y se implementaron cambios progresistas, como una reforma agraria y otra en el sistema educativo y se decretaron nuevos derechos, particularmente a las mujeres.

Estas reformas generaron resistencias entre los señores feudales y los jefes de aldeas que veían recortados sus derechos. Se produjeron movimientos de resistencia que expresaban las diferencias culturales, políticas y religiosas de la sociedad afgana y elevaron la tensión entre un sector modernizante ciudadano y un sector campesino, tribal y radical en lo religioso. A partir de este último movimiento se conformó la resistencia mujaidín, que consideraba que se estaban violando los principios del Islam.

Esta contradicción se acentuó cuando cinco años después, una fracción comunista más radical quiso acentuar la velocidad de los cambios, derrocó al gobierno y asesinó al presidente. Este gobierno vinculado al Partido Comunista Afgano, no rompió con la URSS, pero redujo sustancialmente las relaciones, lo cual llevó a los soviéticos a decidir la ocupación militar del país, en diciembre de 1979, a matar al presidente y sustituirlo por otro políticamente más afín. Comenzó así la ocupación militar de la URSS.

Meses antes de este hecho hubo una intervención directa del gobierno norteamericano. Este vio en las contradicciones antes mencionadas de la sociedad afgana una oportunidad para debilitar al gobierno y tenderle una trampa. Seis meses antes de la ocupación soviética, Zbigniew Brzezinski, asesor nacional de seguridad de Carter, convenció a éste de que una ayuda militar a los rebeldes mujaidines podría inducir a una intervención soviética.

La CIA, en secreto, comenzó a armar y financiar a los rebeldes a través de ISI (Inteligencia Inter-Servicios, de Pakistán) y reclutaron musulmanes para apoyar la lucha contra el gobierno. Uno de los reclutados fue Osama Bin Laden, un saudi adinerado que incluso estuvo dispuesto a aportar fondos para luchar contra los soviéticos ateos e infieles. Bin Laden recorrió varios países de la región captando voluntarios para esta cruzada religiosa.

La postura del gobierno americano en este período puede deducirse de las palabras de Ronald Reagan, que en 1982, siendo presidente, designó el 21 de marzo como el Día de Afganistán. El año siguiente, sobre los mujaidines afirmó: “Ver a los valientes luchadores por la libertad afgana luchar contra los arsenales modernos con simples armas de mano es una inspiración para quienes aman la libertad... Su coraje nos enseña una gran lección: hay cosas en este mundo que vale la pena defender”.

El combate de los ocupantes soviéticos a los mujaidines fue de una gran violencia. Los bombardeos en las zonas rurales, más religiosas y conservadoras provocaron gran cantidad de muertos, lo que fue uno de los factores que contribuyó al crecimiento de la base social y militar del ataque al gobierno y la propia ocupación.

En 1988, EEUU, URSS, Pakistán y Afganistán firman un acuerdo por el cual los soviéticos aceptaban retirar sus tropas, que culminó el año siguiente. Se estima que murieron entre 500.000 y un millón de civiles, 18.000 soldados afganos, 90.00 rebeldes mujaidines y 13.000 soldados soviéticos. La derrota soviética no redujo los enfrentamientos entre las etnias y los diversos grupos afganos. Pastunes, tayiros, hazaras, uzbecos y suníes y chiitas mantuvieron sus luchas internas y siguieron luchando por el poder, lo que permitió que el gobierno se mantuviera por tres años después de la retirada soviética.

Gobiernos mujaidin y talibán (1992–2001)

En 1992 los mujaidines entraron en Kabul, asesinaron al presidente que se había refugiado en un local de la ONU y lo colgaron en la plaza pública. Se abrió un período de gran inestabilidad política y enfrentamientos tribales lo que, sin embargo, no impidió que desde el primer momento comenzaran a reducirse los derechos que había otorgado el gobierno socialista anterior.

El Movimiento Talibán se creó en 1994 y dos años después se impuso a las otras tribus y milicias dominando casi todo el país y logrando mantenerse en el poder. Durante este gobierno su extremismo religioso sunita profundizó el ataque a las mujeres, que no podían trabajar ni estudiar, entre otras limitaciones como las hogareñas y de vestimenta, llegando a lapidaciones. Además destruyeron monumentos no islámicos como las estatuas budistas de Bamiyan, de 1.500 años de antigüedad, y hubo ejecuciones de chiitas/hazaras a quienes consideraban herejes, que se cuantifican en cuatro millones, aunque hay cifras contradictorias.

Los americanos, que mantenían su apoyo militar, veían este proyecto con expectativas y tuvieron una actitud pasiva ante estas violaciones de los derechos humanos. Incluso establecieron crecientes relaciones con los talibanes. Durante la administración Clinton se realizaron negociaciones sobre el gas afgano y una delegación talibán fue a EEUU por la construcción de un gasoducto.

Algunos de los talibanes que habían luchado contra los soviéticos no compartieron este giro político. Entre estos, Bin Laden, que sostenía la necesidad de construir un estado islámico que se extendiera en toda la región. Con este objetivo creó Al Qaeda, cuyo principal objetivo era derrotar al ejército americano. La relación entre Bin Laden y los talibanes no fue totalmente clara, porque mientras mantenían afinidades religiosas también hubo enfrentamientos militares. Este proceso tiene un punto de inflexión con los atentados a las Torres Gemelas.

El atentado de las Torres del 9/2001 y la ocupación norteamericana

El operativo del 11 de setiembre de 2001 fue ejecutado por 19 militantes islámicos. Fue el mayor operativo de la historia realizado en un país central desde un país pobre. Participaron cuatro aviones comerciales que habían sido secuestrados. Dos fueron a las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York, uno al Pentágono, en Washington, y el cuarto se estrelló en las afueras de Pensilvania cuando los pasajeros trataron de quitarle a los secuestradores el control del avión. En el hecho murieron unas 3.000 personas incluidas los 19 secuestradores, de los cuales quince eran de Arabia Saudita, dos de Emiratos Árabes Unidos, uno del Líbano y uno de Egipto. Ninguno era afgano, aunque todos estaban conectados a la red de Al Qaeda, que tenía campos de entrenamiento en Afganistán. El principal financiamiento e infraestructura de la operación provino de Arabia Saudita y Pakistán, habitualmente aliados a EEUU.

Por el carácter de la red no se ha determinado con precisión que Bin Laden tuviera la dirección absoluta. Quien se confesó organizador de los atentados es un ciudado paquistaní que fue detenido en 2003 y desde 2006 está preso en la base naval norteamericana de Guantánamo (donde se mantiene esperando la ejecución de su pena de muerte, que fue postergada por la Covid). Aunque después de los años de tortura a que fue sometido (sobre la cual existen informes detallando las modalidades y el número de cada una), no puede afirmarse que nada de lo que haya declarado o asumido tenga que ver con la realidad.

El mismo mes del atentado George Bush informó al Congreso Norteamericano sobre su política futura: “Nuestra guerra contra el terrorismo comienza con Al Qaeda, pero no termina ahí. No terminará hasta que todos los grupos terroristas de alcance mundial hayan sido encontrados, detenidos y derrotados”. La guerra comenzó el 7 de octubre de 2001, con el nombre clave de Operación Libertad Duradera (nombre que es bueno retener para compararla con la situación actual). En ese momento la guerra tuvo elevado respaldo en los medios, el público e incluso en sectores caracterizados como de izquierda. El principal objetivo de la invasión americana fue combatir al gobierno talibán. Barack Obama, muchos años después, la caracterizaba como una “guerra necesaria” comparándola con la de Irak, a la que llamaba “tonta”.

Además de un acto de venganza para “sentirse bien”, la guerra se presentó como una forma de llevar valores buenos al mundo que traerían paz y seguridad al pueblo afgano (e incluso se construiría un gobierno democrático), luego de la ocupación soviética y la guerra civil, objetivos que nuevamente deberían retenerse para contrastarlos con el balance final de la misma.

A las pocas semanas de los ataques aéreos norteamericanos y de OTAN, el viceprimer ministro de Afganistán propuso que si se daba a los talibanes pruebas de que Osama bin Laden estaba involucrado y se detenían los bombardeos, “estaríamos listos para entregarlo a un tercer país que podríamos negociar”. Bush rechazó la oferta y toda negociación hasta que se cumplieran todas las demandas estadounidenses.

La derrota afgana es la mayor y la más vergonzosa de la historia estadounidense. No sólo por haber sido la guerra más larga, sino porque no logró ninguno de sus objetivos.

Además de esos fundamentos políticos, en la decisión tuvo una clara influencia el síndrome de la derrota de Vietnam, sentida como el principal fracaso y vergüenza militar norteamericana. George Bush, frente a críticas internas a la participación en la ocupación afgana, declaraba: “Por dios, hemos pateado el síndrome de Vietnam de una vez por todas”. Brzezinski, principal artífice de la política exterior en ese momento, declaraba: “No presionamos a los rusos para que intervinieran, pero aumentamos la probabilidad de que lo hicieran. El armamento a los yijadistas tuvo el efecto de llevar a los rusos a la trampa afgana. El día que cruzaron la frontera le escribí al presidente Carter: ‘Ahora tenemos la oportunidad de dar a Rusia su Vietnam’”.

Durante toda la década de 1980 y 1990 EEUU entregó armamento sofisticado a los talibanes, primero colaborando en su lucha contra el gobierno afgano y la ocupación soviética, luego como parte de su compromiso militar. Después del 11 de setiembre, al decidir combatir a los talibanes debieron enfrentar tropas que utilizaban esas armas que les habían entregado.

Violaciones de DDHH de la ocupación norteamericana (2001-2021)

Informes de Human Rights Watch destacan que abusos contra la población afgana, torturas e incluso acciones militares contra civiles se produjeron desde el inicio de la ocupación. Información similar se deriva de las publicaciones de WikiLeaks de 2010. Aunque las muertes de los talibanes e ISIS son superiores, se estima que las provocadas por el ejército americano, sus aliados y el gobierno afgano alcanzan a un promedio de 582 civiles anuales entre 2007 y 2016 y ascendieron a 1.100 entre 2017 y 2019. Desde 2016 el 40% de las víctimas de los ataques aéreos fueron niños.

Hay informes de muchos muchos operativos concretos, en especial en las zonas rurales donde los talibanes tienen mayor apoyo. Un hecho penoso fue el ataque aéreo a un hospital de Médicos sin Fronteras en el que murieron 42 pacientes y funcionarios, pese a que éstos habían alertado al ejército americano y les enviaron las coordenadas GPS para detener los ataques. El gobierno americano impidió una investigación independiente del hecho aunque finalmente aceptó que la acción fue planificada pensando que los talibanes estaban utilizando el hospital.

Afganistán fue el país más bombardeado por drones del mundo. Debe tenerse en cuenta que en general estos drones son autónomos, es decir, ante la similitud de una imagen que captan, con la que tienen en el algoritmo, disparan automáticamente, sin ninguna decisión humana. El error en la certeza del ataque se ha estimado hasta en 10 a 1. Esta técnica militar, muy cuestionada en el mundo, ha servido para abatir terroristas, pero en general las imágenes de los algoritmos suelen ser bastante genéricas, por lo que se dirigen a poblaciones muy amplias. Además de las muertes, la población civil suele quedar aterrorizada, con fuertes efectos postraumáticos y psicológicos,

Daniel Hale, ante el juez que lo detuvo, se convirtió en denunciante al ver videos de ataques americanos. Entre muchos eventos que detalló se incluye esta explicación: “el ejército usa la analogía del francotirador y usa los drones para prever posibles ataques terroristas (…) pero entendí que los ataques eran a multitudes sin pretensiones, que vivían con miedo y terror a los drones y el francotirador había sido yo”. Estados Unidos está siendo investigado por la Corte Penal Internacional y los fiscales afirman tener evidencia de que sus tropas y la CIA “cometieron actos de tortura, tratos crueles, atentados a la dignidad personal, violaciones y violencia sexual contra detenidos afganos”.

Otro aspecto relevante de la gestión de la ocupación americana fue su alianza con el gobierno afgano que puso en el poder. Ha sido ampliamente denunciada la enorme corrupción tanto del gobierno como de policías y militares afganos, siempre con la pasividad de las fuerzas norteamericanas. Se ha documentado reiteradamente que buena parte de los apoyos financieros a Afganistán simplemente eran tomados por funcionarios del gobierno. Así se acumularon fortunas como la que el presidente de Afganistán llevó al avión en que se fugó ante la llegada de los talibanes. Eran cuatro autos llenos de dinero que intentaron meter en un helicóptero y como no entró una parte quedó en la pista.

Este conjunto de hechos demuestra claramente que el ejército americano, sus aliados de la OTAN y del gobierno afgano en los 20 años de ocupación generaron en la población reacciones muy distintas de las indicadas en el año 2001 para justificar la invasión. Por un lado no fueron portadores de paz en la población, sino que por el contrario fueron agentes de terror sobre quienes no adherían al gobierno, tanto con ataques aéreos con drones como con abusos diversos. Por otro lado, respaldaron activa y pasivamente a un gobierno corrupto que no redujo la pobreza generalizada mientras sus miembros acumulaban fortunas. Sin duda estos son factores que contribuyen a explicar la penosa y vergonzante retirada norteamericana en agosto de 2021.

Factores económicos del retiro

El presidente Joe Biden afirmó que EEUU tenía dificultades financieras para mantener la ocupación. El principal método de financiamiento hasta la guerra de Vietnam fue la creación de nuevos impuestos. En cambio, durante las guerras del Medio Oriente desde el año 2000, los impuestos se redujeron, en lugar de crecer, dificultando su financiamiento. En las tres últimas administraciones los impuestos cayeron 15.000 millones de dólares (4, 5 y 4,5 miles de millones respectivamente por Bush, Obama y Trump). Por otra parte, el crecimiento medio anual de Estados Unidos desde 2007 apenas ha alcanzado el 1% anual, reduciendo los ingresos públicos.

Simultáneamente hubo un crecimiento permanente de los gastos de defensa cuyo importe, en el extranjero, se estima en unos 7.000 millones de dólares. Reducción de impuestos e ingresos paralelamente al aumento en los gastos elevó el déficit fiscal que debió ser financiado con endeudamiento. La deuda nacional de EEUU que era de 4.000 millones de dólares en el año 2000, ascendió a 17.000 al fin del gobierno Obama y a 21.000 cuando dejó el cargo Trump. Se estima un nuevo crecimiento para 2021.

Según el Watson Institute de la Brown University, hasta el año 2020, el gobierno federal de los Estados Unidos ha gastado o asumió obligaciones por 8.000 millones de dólares en las guerras posteriores al 11 de septiembre en Afganistán, Pakistán, Irak y otros lugares (2.600 millones en Afganistán, una parte no menor de la cual no salió de EEUU sino que fue a la industria militar y se envió como armamento). El financiamiento, casi en su totalidad provino de préstamos y los intereses a pagar se estiman en más de 6.500 millones de dólares hasta 2050.

Este creciente desequilibrio macroeconómico parece explicar la resistencia de algunas corrientes políticas norteamericanas a seguir aumentando los gastos militares, lo que probablemente haya influido en la retirada de Afganistán y la reducción de efectivos en otros países. Aunque también existen opiniones diferentes.

No podemos olvidar el contexto internacional de este debate, marcado por una fuerte disputa comercial y tecnológica, especialmente con China, el potencial nuevo adversario en la próxima guerra fría en construcción. Para no perder su hegemonía EEUU debe destinar recursos a la generación de conocimientos e innovaciones. Estamos transitando una revolución tecnológica en la que los conocimientos son la condición para acceder a los mejores mercados mundiales. La inteligencia artificial, la seguridad, la mejora del medio ambiente y las energías limpias, son campos donde se están realizando muy fuertes inversiones, de varios países, sobre todo China, que ya es vanguardia en alguno de estos campos. Esto podría ubicarla, en una o dos décadas, en el liderazgo mundial. Y debe tenerse en cuenta que la tecnología tiene implicancias directas en la estrategia y el poderío militar, como lo demuestran los avances que EEUU realizó en la propia guerra de Afganistán. Este discurso es muy destacado por los sectores militares estadounidenses.

Por otro lado, la recuperación económica y social posterior a la pandemia requiere de apoyos a las empresas pequeñas y medianas y la población más castigada en sus empleos e ingresos. De hecho el gobierno norteamericano, como lo hicieron todos los países centrales, ya anunció un plan sumamente ambicioso para atender este problema.

En conclusión, atender sus desequilibrios macroeconómicos, el endeudamiento e invertir para mantener el predominio económico, tecnológico y militar en las décadas siguientes requiere de un gran esfuerzo económico, lo que lleva a que surjan posturas que aspiran a redefinir las prioridades, incluida la política intervencionista aplicada hasta ahora. Es claro que esto afecta intereses muy importantes y que cambios de esta magnitud requieren mucho tiempo, pero, sin duda, es un tema nuevo y relevante en la reestructura internacional. La vergonzosa derrota de Afganistán no es la causa principal pero seguramente operó como un detonante.

Ingreso de los talibanes sin resistencia ni disparos

En su comunicación a la opinión pública Biden también cuestionó el hecho de que la guardia afgana, con 300.000 miembros, no presentara resistencia al avance talibán (de 60.000 efectivos), que ingresó a la capital sin disparar un tiro. No se puede ayudar a quien no quiere defenderse, llegó a afirmar.

En el año 2020, sin consultar al gobierno afgano, EEUU convocó a los talibanes a la ciudad de Doha para negociar el futuro de la guerra. Por EEUU participó Steve Bannon y por los talibanes el mulá Baradar, uno de los fundadores del movimiento y de los principales líderes actuales, que estuvo preso en Pakistán y fue liberado en 2018 a pedido de EEUU. Por el acuerdo de Doha los EEUU obligaron al gobierno de Afganistán a liberar a 5.000 presos talibanes, que inmediatamente se unieron a los frentes de lucha. La principal exigencia norteamericana fue pedir un tiempo para la evacuación del personal de su embajada en Kabul, estableciéndose el fin de agosto de 2021 como la fecha límite. No se solicitó tiempo ni medios para la evacuación de sus colaboradores afganos.

Las agencias de inteligencia norteamericanas indicaron al presidente Biden que el proceso de retirada de las tropas no sería rápido. La realidad fue diferente por la inexistencia de resistencia al avance talibán. La policía y el ejército afgano decidieron no enfrentarlos. Además del error de inteligencia, el hecho generó fuertes disputas en el gobierno americano. El presidente fue muy criticado y algunos le exigieron que reenviara tropas para proteger a los soldados americanos hasta que salieran del país. Pero la pregunta que muchos se hicieron fue ¿cómo se explica la actitud de los afganos?

Los ejércitos son parte de las sociedades y los soldados no solo disparan sino que piensan en sus vidas antes, durante y después de las batallas. En esta óptica, lo que los estadounidenses no parecen comprender es que el ejército de Afganistán no tenía nada por lo que luchar. Desde el momento que los EEUU acordaron la entrega del país a los talibanes supieron que su batalla estaba perdida. La guerra no iba a cambiar el resultado, aunque probablemente provocara mayores venganzas de parte de los talibanes. O sea, en Doha los americanos los dejaron en la cuneta, al ni siquiera prever su salida al exterior.

No puede olvidarse que habían participado activamente de los abusos de los 20 años de ocupación y los antecedentes del gobierno talibán de los noventa no habilitaba a esperar perdones. Sin duda esperaban recoger lo que habían sembrado, de ahí su desesperación y su decisión de no agravar la situación manteniendo la guerra. ¿Para qué pelear o dar la vida por un gobierno corrupto (sin legitimidad y puesto por extranjeros) y un ejército extranjero autoritario y abusador? No es descartable que muchos compararan el terror del gobierno talibán de los noventa con la ocupación americana y pensaran si no era mejor darles una nueva oportunidad.

Se ha dicho que los afganos nunca pierden una guerra interna. Si ven que van a perder, algunos se cambian de bando y otros aceptan pasivamente que avancen los enemigos para evitar los castigos que pueden seguir a una derrota. Seguramente alguna o varias de estas situaciones ocurrieron. Probablemente al presidente Biden, que pasó siete años de su trabajo diplomático en Afganistán, apoyando la ocupación y lo que hizo el ejército, le resulte muy difícil aceptar una derrota tan indigna. Quizá peor que tropezar cuatro veces en una escalera para subir tres metros. El secretario de Estado Antoni Blinken ha reiterado en la prensa que no se puede comparar Afganistán con Vietnam. Sin duda tiene razón, pues en Saigón, luego de la derrota americana el gobierno títere se mantuvo dos años hasta que ingresara Ho Chi Min, mientras en Afganistán estuvo dos meses. Aunque también hay similitudes, como ver a los afganos colgándose de los aviones y cayendo al vacío luego de tomar vuelo.

Excepcionalidad americana

Los medios norteamericanos dominantes tratan las guerras con una excepcionalidad muy original. Las invasiones a Vietnam y Camboya así como las de Irak, Libia o Afganistán suelen criticarse como “errores” o “producto de malas decisiones tácticas o estratégicas” pero nunca como ilegítimas, racistas, imperialistas o crímenes de lesa humanidad.

El debate está permitido sobre la estrategia militar, pero no sobre el excepcionalismo estadounidense. Obama aclaró sus diferencias con la invasión a Irak pero nunca la calificó de inmoral e incluso dijo que quizá Bush había sido demasiado idealista al querer exportar la democracia. Existe el supuesto implícito de que EEUU tiene el derecho de invadir, atacar y ocupar países, solo basado en sus decisiones.

Obama ha dicho que vio tropas norteamericanas muriendo en Faluya donde patrullaban. No se planteó la pregunta de quién llamó a esas tropas y por qué estaban allí, como si ese tema no tuviera sentido. ¿Francia, que también tiene derechos, podría invadir y bombardear EEUU si un neofascista estadounidense atacara la Torre Eiffel?

Noam Chomsky y Vijay Prashad afirmaron que la guerra de medio siglo de Afganistán se intensificó con el apoyo norteamericano a los mujaidines, que son parte de los elementos más conservadores del país, algunos de los cuales pasarían a formar parte de Al Qaeda, de los talibanes y de otros grupos radicales sunitas. Nunca impulsó una propuesta de paz ni logró un gobierno democrático. Por el contrario, contribuyó al terror.

Impactos geopolíticos

La derrota afgana es la mayor y la más vergonzosa de la historia estadounidense. No sólo por haber sido la guerra más larga, sino porque no logró ninguno de sus objetivos y dejó un país aterrorizado, en peor situación que cuando intervino y gobernado por fuerzas muy similares. Se ha dicho que atacó 20 años a los talibanes para dejar un gobierno talibán. Y todavía se escapó corriendo. Múltiples medios y blogs discuten en este momento la trascendencia de esta derrota y sus impactos hacia el futuro, a nivel de los EEUU y a nivel internacional. Aunque por síntesis no se detallarán en su totalidad.

Una pregunta reiterada es si es un indicador temprano del declive de la hegemonía global de Estados Unidos. Es temprano para hacer una afirmación de esta magnitud. Sin embargo, manteniendo una supremacía tecnológica en varias áreas y sobre todo contando aún con el dólar como la principal moneda de intercambios internacionales, no parece razonable hablar de una caída, incluso considerando los desequilibrios económicos antes mencionados.

Otro tema es si podría llevar a una rediscusión de la política exterior de intervenciones que tuvo prácticamente desde la segunda guerra mundial. Son impactantes las afirmaciones del presidente Biden en agosto de este año, explicando la retirada. “EEUU ya no puede permitirse el costo financiero que implica la ocupación, por lo cual debe hacer volver sus soldados”. “La guerra ya no está en los intereses globales de EEUU”.

Recientemente EEUU ha tomado otras decisiones en esta línea, como el retiro de parte de las tropas en Irak. Pero es difícil determinar qué respaldo tiene esta política, pues también existen afirmaciones en sentido contrario. Por ejemplo, no parece estar en discusión el retiro o la reducción de las 750 bases militares que tienen en unos 80 países. Por otro lado, un funcionario estadounidense refiriéndose al viaje que Kamala Harris estaba haciendo por el Sudeste de Asia coincidiendo con el ingreso talibán a Kabul, afirmó que “dado nuestro papel de liderazgo global, podemos y debemos gestionar los desarrollos en una región y, al mismo tiempo, promover nuestros intereses estratégicos en otras regiones y en otros temas. Estados Unidos tiene muchos intereses en todo el mundo y estamos bien equipados para perseguirlos todos al mismo tiempo”. En el Senado norteamericano, por otra parte, en este momento existen propuestas de aumentar el presupuesto de Defensa. Parece claro que son posturas muy diferentes a la de Biden. Ha transcurrido poco tiempo para saber el respaldo de cada una.

Un cambio en la política intervencionista estadounidense afecta la actividad interna, por lo menos, porque modifica las asignaciones presupuestales. ¿Aceptará el complejo militar industrial un recorte significativo de sus presupuestos? No puede olvidarse que fue probablemente el mayor beneficiado de las guerras estadounidenses a través de los contratos militares. Es decir, las políticas favorecen y perjudican sectores y la práctica histórica de los lobbies americanos no permiten esperar que si hay un cambio no se produzca después de fuertes enfrentamientos internos.

Otras reacciones ocurrieron en la Unión Europea, donde varios países que participaron de la ocupación afgana como parte de la OTAN ahora se preguntan si no debería existir una política de defensa más independiente de los EEUU. Es claro que hasta ahora aportaron tropas para ser dirigidas por oficiales estadounidenses y algunos consideran que su participación en las decisiones americanas fue menor a la razonable.

Otra consecuencia imprevisible es el impacto del abandono de EEUU de sus aliados afganos y la desconocida actitud que tendrán con ellos los talibanes. Es muy posible que en caso de nuevas futuras ocupaciones las fuerzas locales se pregunten si deberían apoyarlas considerando que cuando decidan retirarse no los van a defender. En Irak ocurrió algo similar. Esto podría reducir sus posibilidades de conseguir aliados locales.

Para concluir estas reflexiones debe considerarse que otros países involucrados en este proceso quedan mejor posicionados en la región que los EEUU. Uno de ellos es Pakistán, que siempre tuvo una postura dual: tenía vínculos con los EE.UU pero también apoyó y protegió a los talibanes. Sin duda su posición se fortalece en su histórica disputa con India. También se fortaleció China, que mantuvo siempre relaciones con los talibanes a quienes ofreció ayuda económica, exigiéndoles que no dieran apoyo a la minoría uigur musulmana de Xinjiang. Logró respaldo a las sedes de la Ruta de la Seda y espera desde Afganistán aumentar su incidencia al llegar a Asia Central y Pakistán. Además China está interesada en los recursos naturales de Afganistán, especialmente las tierras raras y el litio. Por su parte, Rusia considera a los talibanes como terroristas pero mantiene el diálogo con ellos por sus intereses en Asia Central. Y Turquía también está dispuesto a participar en negociaciones, en particular, para evitar una emigración masiva que no quiere recibir.

¿Habrá efectos en América Latina? Es muy temprano para hacer afirmaciones. Sin duda si EEUU decidiera a mediano o largo plazo una reducción de su intervención en la región podrían aliviarse las múltiples tensiones que ha generado, como en Venezuela y Cuba. Pero no existen indicadores claros de que esta será la evolución más probable, por lo que aún quedan muchas incógnitas que develar.

Juan Manuel Rodríguez es economista de Udelar, docente e investigador, exasesor del PIT CNT, fue director del Instituto de Relaciones Laborales de la Universidad Católica, y director general de INEFOP. Integra la Red de Economía Humana del CLAEH.

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