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Uruguay y la región más allá de los incendios

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¿Los incendios de estos días deberían hacernos repensar el proyecto forestal de Uruguay? Pero ¿alcanza con repensar lo que sucede en nuestro país?, ¿alcanza con ese invento de las fronteras? ¿Qué pasa en la región con esos proyectos? Lo mismo que aquí: cada cierto tiempo la región sufre los incendios (por diversos motivos). ¿No será momento de comenzar proyectos regionales realmente?

Para ser más preciso, los que sufren son los más vulnerables, los que no tienen nada más que su fuerza de trabajo. Otros tienen seguros para afrontar esos daños. Miles de hectáreas son destruidas, poblaciones que tienen que correr riesgo de vida para alejarse del peligro.

Estos fenómenos no son novedosos. Pero no lo son porque forman parte del proyecto del capital, de la religión de mercado que busca ganancias y lucro a como dé lugar: no interesa si se destruye la naturaleza, lo importante es la obtención de riquezas.

Intentando pensar qué sucede con la humanidad y concretamente en nuestra región y nuestro país, se puede compartir lo que muchos han dicho: no creemos como sociedad y como fuerzas de izquierda que este proyecto dominante vaya a cambiar. Parece que estamos en una encrucijada como humanidad (recuerdo aquella obra de José Luis Rebellato, La encrucijada de la ética, que tiene plena vigencia y puede contribuir a dar elementos para actuar y pensar sobre la realidad).

La maquinaria del sistema funciona de manera tan aceitada que parece ser perfecta, natural y neutra: comprar-vender-tener, pensar poco-disfrutar-gozar, mundo instantáneo-inmediatez. En la médula de este proyecto se encuentran la desigualdad y la exclusión de millones, no todos están en la “fiesta” del consumo y no todos viven de la misma manera.

Romper esa lógica, quebrar esa fuerza que parece imparable no es sencillo. En las últimas décadas la región vivió momentos de intentos de cambios (los gobiernos progresistas), de proyectar otro futuro distinto al de la lógica del mercado. Hubo discursos y acciones en ese sentido. En algunos países se avanzó más y en otros, menos. Pero lo que hoy sucede con los incendios nos demuestra que el proyecto del capital es poderoso y ha avanzado en toda la región.

También es necesario e imprescindible decir que con las derechas gobernando ni siquiera es posible una puesta en discusión del proyecto dominante. No existe debate posible. No buscan discutir ni alterar nada de lo que sucede en la realidad y si buscan cambiar algo es para que unos pocos sigan acumulando riquezas. Su modo de operar es la imposición, sin diálogo real y cuando se llega a un punto la represión feroz: en Chile, Colombia, Brasil, Bolivia (¡no olvidemos el golpe de Estado con la Biblia en la mano de Jeanine Áñez!), Paraguay, lo demuestran de manera descarnada.

El futuro para los que buscan cambiar la realidad de raíz, para los que buscan la igualdad y que se extinga la explotación entre los seres humanos parece estar cada vez más lejano. Y si se afina la mirada, el futuro está más cerca de ser una catástrofe (científicos lo han anunciado) que un mundo mejor para todos.

Por eso las derechas buscan y promueven una confrontación irracional, una confrontación que no tiene una reflexión pausada. Las redes sociales y la inmediatez de esa dinámica son el ejemplo de la perfección de esta lógica. Así se fomenta la antipolítica, el desprecio de la actividad política. Cuanto más irracional y simplista sea un análisis, más lugar tienen las derechas y su lógica de dominio.

Pero la antipolítica y la irracionalidad no solamente están presentes en las derechas. Algunas izquierdas también promueven estas posiciones: “el grito de: ‘no necesitamos a ningún Dios ni a ninguna institución que nos diga cómo vivir o qué sentir o pensar ante la vida: la vida vive sola más allá del miedo, del remordimiento, de la vergüenza y de la piedad’ es lo contrario de un acto emancipatorio” (Sandino Núñez, Psicoanálisis para máquinas neutras: 267). Estas posiciones retoman la idea de Friedrich Nietzsche, que decía: “Dios ha muerto”.

Retomo lo que decía antes sobre la imposibilidad de imaginar un proyecto de sociedad distinto del dominante. Enzo Traverso, en Melancolía de izquierda, desmenuza e intenta llegar a los pormenores de esa imposibilidad de imaginación. El punto de corte de esa imaginación fue la caída del proyecto impulsado por la revolución rusa de 1917. Esa desaparición –plantea Traverso– llevó a un estado de abandono de los proyectos de izquierda y lo que se intenta es hacer funcionar de la mejor manera el proyecto del capital. El siglo XX se abrió con una esperanza emancipatoria para la humanidad, y el siglo XXI se abre con el derrumbe de esa utopía (Traverso, 2018: 31).

El futuro para los que buscan cambiar la realidad de raíz, para los que buscan la igualdad y que se extinga la explotación entre los seres humanos parece estar cada vez más lejano. Y si se afina la mirada, el futuro está más cerca de ser una catástrofe (científicos lo han anunciado) que un mundo mejor para todos.

Pero como sabemos que la historia no está escrita y que el futuro es una construcción humana, esta situación puede cambiar y pueden volver a surgir proyectos renovados en los que el ser humano esté en el centro, superando así la dictadura del mercado. Y como dijo Salvador Allende: “La historia es nuestra y la hacen los pueblos”.

Héctor Altamirano es docente de Historia.

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