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La caricatura de una reforma

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En alguna parte, Bertolt Brecht dice que quien no conoce la verdad es un ignorante, pero quien la conoce y la llama mentira es un criminal. Justo entre el desconocimiento, la mala fe y la búsqueda de respuestas y claridad ha ido transcurriendo otra semana más de debate sobre la reforma educativa.

Finalmente y sobre la fecha de una Asamblea Técnico Docente extraordinaria, aparece el documento de la Administración Nacional de Educación Pública para ciclo básico, que desarrolla las mallas de las distintas disciplinas, ahora llamadas unidades curriculares. En un momento en el que las autoridades parecen poner en cuestión la representatividad de los sindicatos docentes y su derecho a ser la voz de la comunidad educativa y a rechazar estas mallas, el presidente del Consejo Directivo Central (Codicen), Robert Silva, no duda en reafirmar que las mismas fueron elaboradas por los propios docentes, parte de la comunidad. Docentes de cuya idoneidad y buena fe no hay por qué dudar, pero ¿cómo puede un puñado de docentes designados de forma directa ser la voz de la comunidad toda o cumplir al menos de forma honesta con la necesaria participación docente en la elaboración de las mallas curriculares? Mucho más luego de las dificultades varias que tuvo el Codicen, aun utilizando el mecanismo de designación directa para, en muchos casos, encontrar docentes idóneos que estuvieran en conformidad con la reforma.

Para empezar a hablar del documento se debe avanzar en dos líneas: la reforma educativa prevista para séptimo, octavo y noveno grado, por un lado, precariza y retrocede en conocimiento y, por otro, levantando curiosamente la bandera de la pluralidad, es ampliamente ideologizada.

En el caso de las mallas correspondientes a Historia, la precarización en los conocimientos aparece en el recorte de contenidos, en la desaparición de conceptos claves, en la desaparición de sujetos históricos y -por qué no- también en el recorte bibliográfico. En este punto es importante aclarar que la bibliografía sugerida de los programas no es para los estudiantes sino para los docentes y, en el caso, la bibliografía no sólo se ve reducida en cantidad sino también en actualización y en calidad académica. Se eliminan historiadores a la vez que se incluye Agonía de una democracia, el libro del expresidente y actual secretario general del Partido Colorado Julio María Sanguinetti.

¿Es el actual plan de Historia para ciclo básico de izquierda?

La respuesta corta es no. Lo cierto es que profesores de Historia, historiadores e intelectuales de fuste de la altura de Julio Louis o Carlos Machado y sus obras fundamentales como Historia de los orientales fueron históricamente relegadas de los planes de estudio, bibliografías y manuales. Ello ocurrió debido a su sesgo o rasgo fuertemente ideologizado, pero para las autoridades esto no parece ser suficiente para que se convenzan de que nuestra enseñanza no es ni una tapera tupamara ni un soviet bolchevique.

Hace unos días -y en la misma línea de lo que había planteado en la diaria-, el coordinador del Centro de Estudios sobre Laicidad y Educación del Consejo de Formación en Educación, Pablo Fucé, hizo referencia al cambio bibliográfico en una entrevista en el programa Desayunos informales. Allí señaló que asistimos a un cambio de paradigma en la educación, que daría como resultado una bibliografía más acotada y plural (si es que esos dos rasgos no son un contrasentido). Por sí mismo, eso no explicaría aún por qué la desactualización de los programas y permitiría preguntar, por ejemplo -y es sólo un ejemplo de muchos posibles-, por qué el único libro que tiene relación con los feminismos es dedicado a mujeres pacifistas en una época concreta y no aparecen libros que hablen de los movimientos de las mujeres en diferentes épocas. O, en su defecto, si es por acotar, por qué no aparece un libro general de la historia de los movimientos de las mujeres.

Dicho esto, sorprende que en una selección tan escueta de libros en la que casi no hay lugar para las últimas publicaciones historiográficas y los feminismos, quede espacio para un libro político como el de Sanguinetti. ¿Precarización de contenidos o sesgo ideológico? Seguramente ambas.

La producción de Vivian Trías, quien sí era profesor de Historia, aunque muy extensa y original, ha sido una eterna exiliada de la bibliografía, los programas y los manuales de secundaria y formación docente, debido en inmensa medida a la condición de hombre político de su autor: fue secretario general del Partido Socialista, aunque por mucho menos tiempo de lo que el expresidente Sanguinetti lo ha sido del Partido Colorado. ¿En serio debemos tomar como inocua, plural o evidente la inclusión de Agonía de una democracia en la bibliografía de un programa liceal de Historia? Deberíamos tener mucho cuidado, como sociedad, al llamar pluralidad al sesgo ideológico conservador de la teoría de los dos demonios, y mucho más aún a la hora de reducir a narrativas de izquierdas verdades históricas como el terrorismo de Estado.

Prohibido pensar o notas sobre el perfil docente de la reforma

En la misma entrevista, Fucé afirma que la bibliografía es sólo una guía, que en última instancia es el docente, de acuerdo a su formación y a los estudiantes concretos que tiene delante, quien toma las decisiones de qué y cómo enseñar. Esto es parcialmente verdad. La clase de todo docente profesional debe ser situada y difícilmente un docente pueda enseñar lo que no sabe. También es cierto que la “libertad de cátedra”, figura prevista en el artículo 4 del estatuto docente, existe, pero siempre y cuando sea “respetando la orientación general fijada en los planes de estudio, cumpliendo el programa respectivo”. De esta manera, la libertad de cátedra, al menos como aparece hoy en el estatuto docente, se parece mucho más a una herramienta que le permita al docente una amplitud metodológica para situar su clase que a un cheque en blanco de libertad y autonomía.

Al punto anterior, y no menos importante, habría que agregar que la transformación en ciclo básico es apenas una parte de una transformación mucho más grande, que tiene en otra de sus patas la transformación en formación docente. Donde además de los diversos cambios negativos en los que no vamos a ahondar aquí, para lo que corresponde al profesorado de Historia, en la primera versión de la malla propuesta desaparecen tres asignaturas claves: Historiografía I y II y Filosofía de la Historia. Con ellas desaparecen todas las materias que permitirían a priori pensar la Historia por fuera del relato histórico enseñado/aprehendido.

El educador que egrese de tal formación no sólo va ser menos formado académica y profesionalmente sino que, por eso y como si no fuera suficiente, va a ser un docente más temeroso y menos seguro de sí a la hora de tomar decisiones autónomas y valientes sobre los contenidos y la bibliografía a enseñar. Va a ser, en definitiva, un docente menos profesional.

Esta reforma se propone y se anuncia plural y eficiente -para así solucionar los problemas de un autodiagnóstico profético sin estudio de campo y sin participación docente real-, pero se muestra pobre, conservadora e improvisada: una reforma que parece luchar vehementemente por llegar a ser, pero que hasta ahora es sólo la caricatura de sí misma.

Marlon Zapata es profesor de Historia y maestrando en Ciencias Humanas (Udelar).

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